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sábado, 19 de octubre de 2024

Argentina: Sobre cómo la Revolución Libertadora moldeó el pensamiento militar

Bajo la égida de Aries


Por Esteban McLaren



Durante la Segunda Guerra Mundial, al igual que en la Primera Guerra Mundial, Argentina mantuvo una postura oficial de neutralidad durante gran parte del conflicto. Sin embargo, en el interior de las fuerzas armadas, especialmente en el Ejército, se desarrollaron tensiones entre distintas facciones que debatían cuál debería ser la verdadera posición del país en la contienda. Una de estas facciones se articuló en torno al Grupo de Oficiales Unidos (GOU), un sector que simpatizaba con el régimen nazi y que, hasta 1943, promovía la entrada de Argentina en la guerra... ¡del lado del Eje! Tras el exitoso golpe de Estado de ese mismo año, esta facción tomó el control del gobierno y preparó el terreno para que su candidato, Juan Domingo Perón, asumiera la presidencia en las elecciones de 1946.

Perón, hijo de inmigrantes italianos, asumió la presidencia inicialmente como un mandatario constitucional. No obstante, pronto comenzó a implementar una serie de reformas destinadas a silenciar a la oposición y consolidar su permanencia en el poder. Aprovechó los fondos acumulados durante la favorable balanza comercial de la guerra para ganar apoyos mediante sobornos, subsidios y otros mecanismos corruptos que le permitieron manipular las instituciones a su favor. El uso indebido de fondos públicos fue notorio: individuos sin recursos se convirtieron en millonarios, medios de comunicación opositores fueron cerrados o comprados, y las voces disidentes fueron sistemáticamente perseguidas y, en algunos casos, torturadas.

En este contexto, la facción de las fuerzas armadas que había sido marginada tras el golpe de 1943, simpatizante de los Aliados, comenzó a reorganizarse lentamente. El objetivo de este trabajo es analizar los patrones recurrentes en las fuerzas antiperonistas o constitucionalistas que influyeron en la actividad político-militar interna de Argentina, especialmente durante el periodo de 1955 a 1988, cuando estas fuerzas jugaron un rol clave en la política del país.

La facción pro-Aliada

Las primeras manifestaciones de esta facción del ejército probablemente se hicieron evidentes en el fallido intento de golpe de Estado de 1951. Lo que caracterizó a este grupo dentro de las fuerzas armadas fue su enfoque en la acción. Eran hombres formados en la profesión militar, y como tales, tendían a interpretar los problemas bajo la lógica de la dicotomía amigo-enemigo. Su respuesta ante cualquier desafío fue siempre de naturaleza militar: una vez identificada la amenaza, se delimitaba al enemigo concreto y se actuaba militarmente para atacarlo, perseguirlo y, si era posible, destruirlo.

Un ejemplo temprano de esta conducta lo representa el almirante Benjamín Gargiulo, fundador de la Infantería de Marina de la Armada de la República Argentina (IMARA), quien incorporó el espíritu de los marines estadounidenses en la preparación y alistamiento de sus tropas. Durante el fallido golpe del 16 de junio de 1955, y tras ver frustrados sus esfuerzos, Gargiulo decidió suicidarse, un acto que sorprendió a muchos. Este tipo de coraje y honor militar se reflejaría 27 años después en la batalla de Monte Tumbledown, donde la infantería de marina demostró un valor excepcional en la defensa de Puerto Argentino durante la Guerra de Malvinas.

Esta conducta contrasta radicalmente con la de Juan Domingo Perón, quien, en medio de la Revolución Libertadora de 1955, dudó en atacar a los insurgentes. Durante ese levantamiento, una minoría rebelde se enfrentó a una mayoría leal y no se rindió. Sólo el 18% de las tropas se rebelan contra Perón. Lonardi, líder de la rebelión, mantenía la firme postura de no ceder ni negociar con Perón. En ese contexto, aunque nunca quedó claro qué pensaba exactamente Perón —ni lo aclaró en entrevistas o memorias—, se puede asumir que creyó que los rebeldes querían negociar con él algún reparto del poder, acostumbrado como estaba de negociar en la política. Esta suposición lo llevó a ordenar la retirada de sus fuerzas o, por lo menos, a no ejecutar un asalto final una vez rodeadas las mismas. La consecuencia de ello fue que permitió a los insurgentes reagruparse y continuar la ofensiva. Apenas reacomodadas sus tropas, la primera medida de Lonardi fue decretar el arresto de Perón, de lo que naturalmente sobrevendría su juzgamiento y, nunca podemos descartar, su ajusticiamiento. Ello puso fin a su gobierno y Perón cayó en la cuenta que estaba frente a militares en serio, no en chantas como él.


La Revolución Libertadora y la formación de oficiales

Esta Revolución Libertadora, que derrocó al gobierno de Juan Domingo Perón en 1955, dejó una huella profunda en la composición de los oficiales del Ejército Argentino. Este proceso comenzó con purgas masivas de oficiales considerados leales al peronismo y la reincorporación de aquellos que se identificaban con las fuerzas antiperonistas. Este movimiento, liderado por la Revolución Libertadora entre 1955 y 1956, tuvo efectos disruptivos en el escalafón del Ejército, alterando de manera significativa su estructura de mando y afectando profundamente la carrera de numerosos oficiales​ (Mazzei, 2013).

La purga de los oficiales peronistas implicó la retirada forzosa de aproximadamente 500 oficiales, muchos de los cuales pertenecían a las promociones 60 a 74 del Colegio Militar. Este proceso incluyó tanto a oficiales de infantería (53%) como de caballería y artillería​. Estas vacantes fueron llenadas por oficiales que, en muchos casos, no estaban tan actualizados o eran menos capacitados, lo que generó un efecto de debilitamiento en los cuadros superiores del Ejército​.

Además, la Revolución Libertadora reincorporó a alrededor de 180 oficiales antiperonistas que habían sido separados previamente, muchos de los cuales alcanzaron altos grados dentro de la estructura militar, incluso llegando a generales​. La restauración de estos oficiales consolidó la influencia de una facción militar con una visión conservadora y antiperonista, que jugaría un rol crucial en los años venideros.


Los "azules" y la consolidación del poder militar

Tras el golpe, la facción conocida como los "azules" emergió como la predominante dentro del Ejército, consolidando su control durante las décadas de 1960 y 1970. Esta facción, bajo el liderazgo de figuras como Alejandro Lanusse y Alcides López Aufranc, impuso una visión militarista y conservadora que influenció tanto la política interna como la participación de Argentina en conflictos territoriales y la guerra antisubversiva. Esta facción logró mantenerse en el poder mediante una red de lealtades internas y a través del control de los ascensos y retiros dentro de la institución militar.

La herencia ideológica y operativa

El impacto de la Revolución Libertadora no solo se limitó a una reconfiguración del escalafón militar, sino que estableció una doctrina que influiría en eventos clave de la historia argentina, como la lucha antisubversiva y el conflicto en las Islas Malvinas en 1982. La obra subraya cómo esta ideología militarista promovía la intervención violenta tanto en conflictos internos como externos, en defensa de la "soberanía nacional" y la estabilidad del orden interno.

Este cambio en la composición y perfil de los oficiales influyó notablemente en las decisiones militares que se tomaron en los años siguientes, particularmente en la manera en que el Ejército enfrentó la guerra antisubversiva y los conflictos territoriales. La formación de estos cuadros durante la Revolución Libertadora y su posterior consolidación en el poder imprimió una marcada agresividad en la toma de decisiones, reflejada en el enfoque duro hacia la lucha antisubversiva durante la dictadura militar, que vio el surgimiento de una estrategia de represión violenta contra cualquier amenaza percibida al orden establecido.

Además, la configuración de un alto mando que favorecía el uso de la fuerza y una perspectiva nacionalista influyó en la decisión de involucrarse en el conflicto por el Canal de Beagle con Chile en los años 70, y más tarde, en la invasión de las Islas Malvinas en 1982. La ideología dominante en estos cuadros militares, forjada en la Revolución Libertadora y consolidada en las décadas siguientes, promovía una visión del Ejército como defensor de la soberanía nacional frente a enemigos externos y de orden interno frente a las subversiones percibidas​​.

Los militares profesionales formados bajo esta doctrina operaban bajo una única premisa: todos los problemas se resolvían militarmente. Sin ambigüedades. Observaban la situación, identificaban al enemigo, planificaban el ataque y lo ejecutaban sin titubeos, utilizando la fuerza o la amenaza de ésta. El primer gran enemigo de esta corriente fue el némesis de esta filosofía: el dictador Juan Domingo Perón. Después, las pugnas internas entre facciones no tardaron en emerger: Azules contra Colorados, las revueltas y los enfrentamientos militares que se sucedieron durante décadas.


M4 Sherman Firefly del RCT 8 de Magdalena sobre la pista de la Base Aeronaval de Punta Indio en 1965.

La resolución de los conflictos siempre fue llevada al extremo. El intento de golpe de 1951, el bombardeo del 16 de junio de 1955 sobre Plaza de Mayo, el golpe definitivo del 13 de septiembre de 1955, los fusilamientos de León Suárez y los golpes a lo largo de los años 60 no dejaron lugar a dudas sobre el enfoque de esta facción. El 3 de abril de 1965, el Regimiento de Caballería de Tanques n.º 8 de Magdalena atacó con brutalidad la Base Aeronaval de Punta Indio tras ser bombardeado por aviones navales con cohetes y napalm. Este nivel de agresión desenfrenada era la norma. Esta mentalidad, influenciada por un espíritu del blitzkrieg, dominó la escena durante la guerra contra la subversión, los conflictos limítrofes con Chile que llegaron al borde de una guerra total en 1978, y finalmente el desenlace épico de la recuperación de las Islas Malvinas. La planificación de la operación Soberanía y la operación Tronador fueron obras de arte: llenas de creatividad en la estrategia, anticipación cinco pasos la respuesta de las fuerzas chilenas, un compendio de todo lo que la oficialidad había aprendido al pie de la letra en la doctrina más moderna del momento.

El camino de la respuesta militar no se detuvo ahí. Las rebeliones carapintadas y la brutal recuperación del Regimiento de Infantería Mecanizada n° 3 en La Tablada marcaron el epílogo de una generación de militares que había nacido para la guerra y que, muchas veces incapaz de resolver cualquier cuestión de otra manera, optó siempre por el empleo de la fuerza militar como su principal respuesta.

Los efectos negativos de esta manera de resolver los conflictos fueron evidentes en la condena social hacia los métodos utilizados durante la guerra antisubversiva. La derrota en Malvinas fue el golpe final para este enfoque. No solo se lamentó la pérdida de vidas, sino también la herida profunda al orgullo nacional.

Desde una perspectiva positiva, los militares argentinos ejercían su profesión como el eje rector de su toma de decisiones, con una coherencia implacable. A pesar de los errores, indecisiones y excesos, e incluso de las brutalidades cometidas, sus acciones se alineaban con una estricta planificación militar. Hubo también momentos de gran destreza, como la Operación Rosario, un asalto anfibio ejecutado con brillantez sobre una guarnición enemiga, cumpliendo el objetivo estricto de no causar bajas al adversario. Asimismo, Argentina fue el primer país en erradicar dos movimientos terroristas, uno urbano y otro rural, en una sola operación: un ataque simultáneo, descentralizado y audaz que involucró a todas las unidades policiales y militares en la neutralización de los escondites insurgentes. Sin embargo, esta guerra fue posteriormente juzgada por la justicia civil argentina mediante un proceso plagado de irregularidades, incluyendo la aplicación retroactiva de leyes, juzgamiento irregular que aún permanece impune. El único error de este método fue deshacerse del cuerpo de los terroristas y no entregarlos a su familia aparentemente.

Y aquí agrego una reflexión personal. Uno espera de los militares una respuesta militar, sino no se los convoca. Cuando emerge un problema, llamar a la milicia es llamar a que ese problema se resuelve obviamente manu militari. Y ahí va el asalto frontal, el flanqueo, el fuego de precisión, la saturación de las defensas y búsqueda de la rendición del enemigo. Esta generación de Aries, regida por el Dios romano de la guerra, respondió así, con enormes errores pero coherentes a cómo los había formado la Nación. Personalmente detesto, y con una profundidad muy grande, cuando un militar analiza, "opina", planifica e implementa una acción política sobre un problema real. Cuando un táctico opina geopolíticamente sobre por qué no tomar una colina ordena por su superioridad, es un claro ejemplo de falta de profesionalidad. Los ha habido, los hay y los habrá: cuando el buque oceanográfico HMS Shackleton afrentó la soberanía argentina navegando por aguas del Mar Argentino, fue interceptado por el buque ARA Rosales la cual pidió instrucciones al edificio Libertad sobre cómo proceder. La orden fue clara: "¡húndalo!"; sin embargo, el oficial naval decidió ir a tomar un café un gesto que no solo deshonra su uniforme, autoimponiéndose funciones del estado mayor. 

En 1982, el gobernador militar argentino, General Luciano Benjamín Menéndez, fue responsable de diseñar el plan defensivo de las Islas Malvinas ante una posible re-invasión británica. Lo que presentó no fue más que un dispositivo defensivo estático, completamente falto de imaginación y estrategia. Era como si el plan hubiera sido ideado por un general chileno por su falta de creatividad, más preocupado por mantener buenas relaciones con los kelpers —la población británica implantada— que por defender el territorio. Cuando finalmente se detectó el desembarco enemigo en San Carlos, las decisiones de Menéndez fueron lamentablemente reactivas, si es que siquiera llegaron a ese nivel. Desde ese momento, todo fue un descenso en espiral, con un comandante incapaz de adaptarse a las circunstancias cambiantes del avance británico. No se diseñaron emboscadas, no hubo maniobras de reagrupamiento ni intentos de envolvimiento o flanqueo. El general simplemente dejó que cada comandante en las posiciones decidiera qué hacer, sin ofrecer una coordinación centralizada desde la gobernación. Lo que se vio fue a un general con poco cerebro y menos coraje, atrapado en su mediocridad, esperando el final sin intentar, siquiera, sacar lo mejor de los recursos disponibles, fueran pocos o muchos. En lugar de liderar, Menéndez se rindió a la pasividad, demostrando una falta absoluta de visión estratégica y liderazgo. Ese fue el costo de pagarle con nepotismo a una familia que había provisto de oficiales asociados a la Revolución Libertadora y Guerra Antisubversiva. Un general obnubilado por la geopolítica de llevarse bien con gente que lo despreciaba y no con sus tropas a las que debía cuidar diseñando el mejor plan militar posible.

Dentro del trágico contexto latinoamericano, esta generación de Aries también dejó una lección de patriotismo que trasciende las generaciones. Los bochornosos ejemplos de Cuba, Venezuela y Nicaragua, donde los altos mandos militares, carentes de ética, moral y disciplina, entregaron sus naciones a dictadores de poca monta, son testimonio de lo que pudo haber sido Argentina. Pero aquí, en nuestra tierra, se formó una camada de oficiales patriotas. Cuando un dictador como Perón intentó perpetuarse en el poder, fue ese 18% de tropas valientes las que se rebelaron y lo derrocaron. Aquí no estamos en el maldito Caribe, estamos en Argentina. Y en Argentina, los militares —cuando actúan con honor— no entregan su Patria a tiranos.

En resumen, la Revolución Libertadora no solo reestructuró el Ejército Argentino y a todas las fuerzas armadas en términos de su composición, sino que también estableció las bases ideológicas y operativas para las decisiones que marcarían la historia militar del país en las décadas siguientes. De ese ejemplo surgen lecciones positivas y aprendizajes de errores. Somos la generación que debe tomar ambos a conformar la doctrina que nos lleve a ser el poder militar que siempre fuimos.

sábado, 21 de agosto de 2021

COAN: Los Grumman F9F2B Panther insertan a la aviación naval en la era del jet

La historia de los Grumman Panther en la Armada Argentina





El Grumman Panther representó para la Armada Argentina lo mismo que el Gloster Meteor para la Fuerza Aérea: el comienzo de la era del jet.

Argentina, país con gran tradición aeronáutica, dio sus primeros pasos en la naciente era del jet con la incorporación del Gloster Meteor en la Fuerza Aérea Argentina (FAA) a partir de 1947. Por su parte, la Armada de la República Argentina (ARA) estuvo atenta a la evolución tecnológica que se materializó en diversos cursos que realizaron pilotos navales en dicho aviones de la FAA y en el extranjero.
A mediados de la década del 50, la Armada comenzó las gestiones para adquirir aviones a reacción, que luego de estudiar varias propuestas, se decidió por el Grumman F9F2B Panther. La elección recayó en el único avión de segunda mano de esas características, debido principalmente a su bajo costo de adquisición y a que estaba diseñado para operaciones embarcadas, motivo no menor para la Armada Argentina que tenía la intención de incorporar un portaaviones en el corto plazo.



Hacia fines de 1957, Argentina adquirió 28 F9F-2B (posteriormente y a poco de llegar, cuatro de ellos serían utilizados como repuestos). Los primeros diez aviones arribaron a la Base Naval Puerto Belgrano a bordo del transporte de la Armada ARA “Bahía Buen Suceso” (B-6) en agosto de 1958. Inmediatamente fueron trasladados a la Base Aeronaval Comandante Espora para comenzar las inspecciones pertinentes y el repintado, ya que habían arribado con el esquema de la US Navy.
El 27 de noviembre de 1958 la Armada dio de alta formalmente su primer avión a reacción que fue asignado a la Primera Escuadrilla Aeronaval de Ataque dependiente de la Flotilla de Combate y que recibió la matrícula (DIMA) 0416 y la característica (Indicativo de llamada) 2-A-20. Siete días después realizó su primer vuelo en el país.






El resto del lote fue dado de alta el 29 de enero de 1959, recibiendo matrículas y características correlativas pertenecientes a su nueva orgánica, la Escuadra Aeronaval N° 2 por ejemplo, el 2-A-20 pasó a ser 2-A-101-entrando en servicio el 31 de julio de 1959. Para ese momento, solo había siete maquinas en condiciones de vuelo y con la entrada en servicio de estos aviones se desactivó a los doce North American NA-16 Texan de la mencionada escuadrilla.



A principios de agosto de 1960 la unidad pasó a depender de la Escuadra Aeronaval N° 3 siendo transferida a la Base Aeronaval Punta Indio. Esto motivó el cambio de característica, de 2-A-101 a 3-A-101.



El último Panther asignado fue el 0449/3-A-124 que entró en servicio el 31 de enero de 1961. Esta máquina el 2 de marzo de 1964 pasó a ser 3-A-101 debido a que el primer 3-A-101 fue destruido en tierra el 3 de abril de 1963. El cambio de característica en la Aviación Naval era una práctica muy usual, con la intención de no perder la correlatividad numérica, no así el cambio de la matrícula que era inalterable.



Debido a la falta de aviones biplazas, el período de instrucción se realizaba de manera precaria (con el instructor ubicado al costado de la cabina) que se complementó con varios cursos realizados en los Lockheed T-33A del Grupo N° 2 de la Fuerza Aérea Uruguaya con asiento en la Base Aérea N° 1 de Carrasco, Uruguay. Esto motivó también la posterior adquisición de dos Grumman F9F-8T (TF-9J desde 1962) Cougar biplaza para entrenamiento y ataque. Estas máquinas ubicaron a la Aviación Naval un paso adelante de la Fuerza Aérea Argentina, al poder desarrollar una velocidad máxima superior a la del sonido, capacidad de reabastecimiento de combustible en vuelo y posibilidad de estar equipados con misiles aire-aire. Arribaron a bordo del portaaviones ARA “Independencia” (V-1) junto con los primeros seis Grumman S-2A Tracker el 24 de mayo de 1962. Siete días después fueron dados de alta como 0516/3-A-151 y 0517/3-A-152.


 
 
 
El aumento de la cantidad de pilotos habilitados, permitió la realización de diversos ejercicios de ataque en diversos puntos de país, incluyendo a Ushuaia, la ciudad más austral del mundo.
 
 
 
 


Los Panther en combate

En agosto y septiembre de 1962 en el país se produjeron graves hechos institucionales. La lucha por el poder se circunscribió a las Fuerzas Armadas comenzando los episodios conocidos como el enfrentamiento entre “Azules” y “Colorados”. El 2 de abril de 1963, luego de varios meses de tensa paz interna, resurgió el conflicto. En ese momento, la Armada se plegó al levantamiento en el bando Colorado. En plena crisis, estando prohibidos los sobrevuelos en todas las bases aeronavales por cualquier otra aeronave ajena a la institución, en la Base Aeronaval Punta Indio se colocaron todos los aviones que estaban fuera de servicio o en reparación en las áreas de estacionamiento por si sobrevolaba algún avión de reconocimiento del bando contrario. En esa oportunidad, Punta Indio estuvo a minutos de ser bombardeada por la Fuerza Aérea Argentina -bando Azul- pues semejante despliegue los había alarmado.
Esa mañana, con toda la fuerza aeronaval en alerta, se decidió una serie de vuelos de patrullaje para observar el desarrollo de los acontecimientos, en particular, el desplazamiento de las fuerzas Azules, la supuesta prometida neutralidad de las unidades de la FAA asentadas en la VII Brigada Aérea de Morón y la supuesta adhesión de las unidades de Tandil. Se envió un avión Beechcraft RC-45J a sobrevolar el Regimiento de Caballería de Tanques 8 (C-8) ubicado en Magdalena (a pocos kilómetros de la Base Aeronaval Punta Indio) para arrojar panfletos instándolos a plegarse al movimiento. Al llegar sobre el cuartel fue recibido con disparos de fuego antiaéreo que le causaron averías en un ala.
En represalia, el C-8 fue atacado por aviones Corsario F-4U5, 5N y 5NL, SNJ-5C y Panther, que lanzaron bombas y cohetes de distintos tamaños y tipo sobre el regimiento, causando serios daños y varias bajas. Los tanques M-4 Sherman Firefly -más de 60- pertenecientes a la mencionada unidad del Ejército, lograron ocultarse en unos montes cercanos, siendo alcanzados solo dos de ellos, además de un camión Reo M-35 con varios soldados, al tiempo que destruían todas las instalaciones del cuartel vacío.


Panthers destruidos en la BAN Punta Indio

Durante todo el primer día de combate la Aviación Naval perdió un Corsario y dos Panther (0424/3-A-109 y 0422/3-A-107). Según fuentes oficiales de la Armada, el motivo de la pérdida de los Panther fue por colisión en vuelo (accidente operativo), mientras que fuentes provenientes del Ejército señalan que fueron derribados por el fuego antiaéreo de los más de 50 tanques, provistos cada uno, de una ametralladora Brownning de 12,70mm, sumado a los 18 cañones Bofors 40/60 del Grupo de Artillería de Defensa Aérea 1 (GADA 1), desplegado en la zona. Cabe destacar que los ataques de los aviones navales se realizaban a muy baja altura, toda vez que el armamento utilizado eran básicamente cohetes HVAR de 5 pulgadas estándar, que se lanzan en picada, con un ángulo de 30/35 grados.
El levantamiento había fracasado al mediodía, aunque la Base Aeronaval no estaba enterada de ello. En la madrugada del día 3, aviones leales al bando Azul -compuestos por dos bombarderos Avro Lincoln, dos F-86F Sabre y dos Gloster Meteor- llevaron a cabo un ataque sobre Punta Indio destruyendo algunas instalaciones además de cuatro aviones Panther, un DC-4 y dañando algunos Corsario, dos Panther y un Tracker.



Más tarde, la Base debió rendirse a las tropas del Regimiento de Tanques 8 y del Regimiento de Caballería de Tiradores Blindados 10 que la ocuparon, pasando a utilizar las instalaciones de la Base para alojamiento de sus vehículos.
Como resultado de las acciones, la Primera Escuadrilla Aeronaval de Ataque perdió seis máquinas y varias resultaron con daños de consideración, una de las cuales no volvería a volar, lo que provocó la reducción de la dotación a 17 aparatos.


 
 


Su historia operativa en el ARA “Independencia”

El 27 de julio de 1963 el Grumman Panther 0453/3-A-119 se convirtió en el primer avión a reacción de la Armada Argentina en aterrizar en un portaaviones argentino, cuando enganchó del cable N° 1 del ARA “Independencia”. El Capitán de Fragata Justiniano Martínez Achaval fue el responsable de este histórico enganche. Este mismo piloto fue también el que efectuó el primer aterrizaje de una aeronave Argentina a bordo del mismo portaaviones, cuando enganchó con el North American SNJ-5C 0459/2-A-301 el 9 de junio de 1959.
El aterrizaje del Panther coronó el período de prácticas de aproximación al portaaviones, que si bien la catapulta hidráulica no los podía lanzar por falta de potencia, se estudió la factibilidad de utilizar este buque para recuperar las aeronaves luego de una misión de combate en caso de necesidad táctica.
En 1967 había alrededor de ocho máquinas en servicio de los 15 remanentes. Algo para resaltar y que pocas veces se da en aviones de combate, es el hecho de que pese a haber ocurrido algunos accidentes (la mayoría leves) y haber entrado en combate, estos modelos de aviones no se cobraron la vida de ningún piloto.



Debido al estado y su antigüedad, comenzaron a analizarse alternativas para su reemplazo y como medida transitoria la Primera Escuadrilla Aeronaval de Ataque recibió 17 North American T-28 Fennec de un total de 53 provenientes de Francia, que más tarde serían modificados doce y luego dos más (denominados T-28P) para permitir operar embarcados, encuadrados en la Segunda Escuadrilla.
Finalmente se decidió reemplazar a los Panther y Cougar por ocho Aermacchi MB-326GB, que no llegarían hasta el 30 de abril de 1968. El último vuelo de un Panther en Argentina se llevó a cabo el 3 de marzo de 1970, por lo que los tres modelos coexistieron en la misma Escuadrilla por dos años. El remanente fue dado de baja administrativamente el 9 de junio de 1971.



De los 24 Grumman F9F-2 Panther puestos en servicio en la Armada Argentina, siete se perdieron en los sucesos de abril de 1963, dos sufrieron accidentes, diez fueron desguazados al final de su carrera operativa, uno vendido a Estados Unidos y cuatro sobreviven en la actualidad en Argentina. Dos de ellos se encuentran emplazados como ornamento –uno en la Base Aeronaval Punta Indio y otro en la Base Naval Puerto Belgrano- uno se encuentra expuesto en el Museo Naval de Tigre y el restante está en el Museo de la Aviación Naval.



De los dos Grumman F9F-8T Cougar incorporados, uno fue vendido a Estados Unidos –que luego se destruyó en un accidente el 31de octubre de 1991- y el restante se encuentra expuesto en el Museo de Aviación Naval, localizado en la Base Aeronaval Comandante Espora.

domingo, 25 de noviembre de 2018

Azules y Colorados: El ataque a tanques en Magdalena y la destrucción de Punta Indio


F-9 Panther destruido junto a un ejemplar dañado

La vez que la Base de Punta Indio fue arrasada

Punta Indio Web



Magdalena al Norte y la BAPI al Sureste.

 
En los conflictivos años ’60 la Base de Punta Indio fue protagonista de algunos hechos desgraciados


La convulsionada y anárquica década del 60 vio nacer dos facciones en las Fuerzas Armadas. Azules y Colorados se enfrentaron duramente en 1962 y 1963, llegando al derramamiento de sangre. El último choque, que dejó 24 muertos y 87 heridos, se inició con un alzamiento del bando Colorado que buscó derrocar al presidente José María Guido. En tres días los Azules se impusieron, lo que dio paso a purgas masivas en el Ejército y la Armada.

Es el otro 2 de abril, el de 1963. Ese día amaneció espléndido, propicio al plan de los conjurados, que pretendían ungir presidente a un conspirador veterano, el general retirado Benjamín Menéndez, "comandante en jefe de las fuerzas revolucionarias de Aire, Mar y Tierra". El almirante Rojas estaba entre los complotados.

La Armada se sumó casi en pleno a la sublevación. En el Ejército, los rebeldes contrarios a la cúpula azul, encabezados por el general retirado Federico Toranzo Montero, lograron controlar algunas unidades del interior, mientras que en la Fuerza Aérea no pudo imponerse el sector minoritario del comodoro Lentino.

Para comprender esta pelea hay que retroceder a 1955, a la llamada Revolución Libertadora que derrocó a Perón y proscribió su movimiento. En 1958, Arturo Frondizi pactó y ganó las elecciones con los votos del líder exiliado. Los militares no se lo perdonaron, y menos que recibiera en secreto al Che Guevara en agosto de 1961. Frondizi fue derrocado ocho meses después y en su lugar asumió el senador Guido, condicionado por el "Partido Militar".

Antiperonista, anticomunista y alentado por un puñado de conspiradores ambiciosos, "el Partido Militar, en contacto con el oxígeno político se oxidó rápidamente y como todo partido argentino que respete la tradición, se dividió en dos. Así nacieron los azules y colorados", escribió un testigo de la época, el periodista Rogelio García Lupo.

Tenían contrastes: eran "antiperonistas pero en distinta forma", según el historiador Alain Rouquié. Para los colorados, el peronismo era un movimiento sectario y violento que daba lugar al comunismo. Para los azules, pese a su demagogia y sus abusos, el peronismo era una fuerza cristiana y nacional que había salvado a la clase obrera del comunismo y la subversión.

Los azules ("fuerzas propias" en lenguaje militar) nacieron como tales en setiembre de 1962 y llamaron "colorados" (los "enemigos") a sus rivales. Mediante la acción psicológica y el comunicado 150 que redactó Mariano Grondona se vendieron como "legalistas" y, tras cuatro días de escaramuzas, encumbraron a Juan Carlos Onganía como jefe del Ejército.

El gobierno de Guido, con apoyo de los militares azules, avanzaba en su estrategia de integrar al peronismo en la vida política, pero sin Perón. Los colorados esperaban una oportunidad para tomar el poder.

El día elegido fue ese 2 de abril. El combate más grave involucró al Regimiento 8 de Tanques de Magdalena y a su vecina Base de Aviación Naval de Punta Indio. El comandante de Punta Indio, capitán de navío Santiago Sabarots, intimó sin éxito al jefe tanquista, coronel Alcides López Aufranc, a unirse a la revuelta. Desde una avioneta se arrojaron panfletos dando 20 minutos de plazo previos al ataque. "El escuadrón era un hormiguero, y la orden fue evacuar el cuartel. A las 12.30 comenzó a ser atacado por aviones Panther y Corsario con fuego de metralla, bombas incendiarias y destructivas" , recuerda el conscripto clase 42 Hermindo Belastegui. Impactado por años por esa vivencia, este ex obrero metalúrgico plasmó su recuerdo en El C-8 no se rinde, una edición que logró sacar a la calle hace solo dos meses. El libro relata cómo fueron atacados todo el día con más de cien bombas, también de napalm. Hubo 9 soldados muertos y 22 heridos.

 

A las 12.30 comenzó a ser atacado por aviones Panther y Corsario con fuego de metralla, bombas incendiarias y destructivas” , recuerda el conscripto clase 42 Hermindo Belastegui. Impactado por años por esa vivencia, este ex obrero metalúrgico plasmó su recuerdo en El C-8 no se rinde, una edición que logró sacar a la calle hace solo dos meses. El libro relata cómo fueron atacados todo el día con más de cien bombas, también de napalm. Hubo 9 soldados muertos y 22 heridos. Al día siguiente la Fuerza Aérea “leal” contraatacó sobre Punta Indio. Cuando los blindados del 8 entraron en la base ya no había nada que hacer. En tierra había destruidos 24 aviones navales; 5 infantes de marina habían muerto y Sabarots había huido al Uruguay. López Aufranc —apodado “el zorro de Magdalena” en versión criolla de “el zorro del desierto” Erwin Rommel— quiso tomarse revancha y arrasar Punta Indio. Fue disuadido por Onganía y el ascendente coronel Lanusse.



Luego de las acciones del 2/3 de abril de 1963, fue ocupada y nuevamente saqueada por tropas de los Regimientos Nros. 8 y 10 de Caballería Motorizada. La destrucción de los aviones en tierra y material de Talleres fue de gran importancia en esta oportunidad. La razon fue, otra vez más, la política irracional que lleva a que se luche y se mate entre hermanos. En este caso en particular los aviones de Punta Indio atacaron el Regimiento 8 de Magdalena, como se ve en las dos fotos de abajo, con un NA T-6 disparando sus cohetes sobre el regimiento, que quedó con sus instalaciones destrozadas y por supuesto víctimas. Los Regimientos 8 y 10 contraatacaron a su vez tomando la base de Punta Indio, destruyendo sus aviones e instalaciones.



Un North American T6 disparando cohetes sobre Magdalena.

 

El Regimiento 8 de Magdalena muestra las consecuencias del ataque

Ubicación del Regimiento de Caballería de Tanques 8 de Magdalena



 
Fuerzas el Ejército se preparan para atacar Punta Indio

 
Parte de la pista con aviones dañados

 
El Regimiento de tanques posa sobre la pista de Punta Indio.

Ubicación de la Base Aeronaval de Punta Indio (BAPI)



Más fotos de los daños causados. Haya sido en Punta Indio o Magdalena, es difícil comprender hoy, en el siglo XXI, que esto no fue un ataque externo, sino una guerra fratricida, ¿cuántos pobres conscriptos, suboficiales y oficiales habran muerto en estas guerras estúpidas?

 

 

 


Aviones Corsario dañados


 

 

 


Un DC-3 destruido


 

 

 


Un DC-3 dañado y resto de otro quemado


 



 
Daños en tres Trackers

 

 

 
Panthers dañados o deshechos
 
Solo quedó la turbina de este Panther

El Grupo de Artillería en la Pista de la BAPI