martes, 29 de agosto de 2023
sábado, 19 de agosto de 2023
sábado, 2 de abril de 2022
Malvinas 40: ¿Por qué se nombró a la operación Virgen del Rosario?
De Santiago de Liniers a Seineldín: por qué se llamó Virgen del Rosario la operación para recuperar Malvinas
La acción militar del 2 de abril debe su nombre a la Virgen cuya imagen se encuentra en el Convento de Santo Domingo desde las invasiones inglesas a Buenos Aires. La tormenta que unió ambos momentos históricos. Y la posición de la Iglesia Católica frente al conflicto bélicoDesde los primeros momentos del siglo XIX, la Iglesia Católica argentina se fue fundiendo con la ideología de crear un ser nacional. El ideal último, para ellos, era que ser reconocido católico y argentino fuese una sola amalgama. Por supuesto que este ideal fue plenamente compartido con las Fuerzas Armadas: durante las batallas de la guerra de independencia, muchas victorias fueron atribuidas a la intercesión de la Virgen María. Por lo tanto, si Dios estaba del lado de los independentistas esta alianza no podría romperse nunca. Y así, cuando se fue consolidando una entidad del ser nacional, se ubicó al catolicismo romano en el centro, como fusión de un todo.
Esta unidad indivisa se mantuvo por mucho tiempo dentro de la mentalidad Argentina. Y a partir del primer gobierno del presidente Juan Domingo Perón, la imagen de la Virgen de Luján se volvió un icono omnipresente en todo el país, comenzó a formar parte del ideario argentino y fue nombrada patrona de casi todo.
Más adelante hubo gobiernos de todos colores y tendencias, aunque la mayor parte de la segunda mitad del S. XX fueron gobiernos militares de facto, los que debido a su formación crearon fuertes lazos con la jerarquía católica, sobre todo con el alto clero: los obispos.
El gobierno militar de facto que derrocó a la presidente María Estela Martínez de Perón el 24 de marzo de 1976 fue en un principio, para la gran mayoría de los argentinos, otro más en la cadena de interrupciones a la Democracia. Pero no fue así.
En los primeros años de la dictadura, la gran mayoría de la alta jerarquía católica aplaudió el desempeño de la Fuerzas Armadas en su lucha contra “los eternos enemigos de la nación argentina” que por carácter transitivo, eran enemigos de la Iglesia Católica. El pro vicario castrense, Mons. Bomanín, consideraba que el acciones represivas de las fuerza armadas estaban “en los planes de Dios” y la lucha contra los subversivos era, pues, una especie de “guerra santa”. Por supuesto no toda la jerarquía católica lo sostenía. A muchos les costó la vida.
Para 1981 el gobierno de la dictadura era insostenible, ya se sabía de las torturas y de las desapariciones. La economía y el desempleo estaban haciendo mella. Para el 30 de marzo de 1982 se realizó una gran movilización como hacía muchos años no se veía por las calles.
Los militares no comprendían porque cada vez perdían más apoyo a su cruzada. Creían que debían mantenerse en el gobierno a perpetuidad y así poder salvaguardar la moral y la santa religión de los avatares y desórdenes del mundo. Al fin y al cabo Francisco Franco había gobernado España desde 1939 hasta 1975 ¿Por qué ellos no?
En medio de este contexto de agotamiento de la ciudadanía se decidió la ocupación de las islas Malvinas, algo que se venía pensando desde hacía tiempo. Levantando la bandera de la soberanía sobre el archipiélago, los militares buscarían recuperar la legitimidad perdida ante la sociedad civil.
El mismo día de la ocupación de las islas, el episcopado católico emitió un comunicado que llevaba la firma del cardenal Primatesta, que por aquellos tiempos era presidente de la Conferencia Episcopal Argentina: “En este momento crucial en que la patria, guiada por sus autoridades, ha afirmado sus derechos, buscando asegurar su mantenimiento, la conferencia episcopal Argentina exhorta vivamente a todo el pueblo de Dios a expresar su unión en una permanente y constante súplica, para que el Señor abra muy pronto aquellos caminos de Paz que, asegurando el derecho de cada uno, ahorren los males de cualquier conflicto”.
Pero esta gesta tuvo un nombre: “Operación Rosario”. Para muchos obispos se luchaba contra herejes cismáticos anglicanos, que se habían apartado de la verdadera y única fe gracias a Enrique VIII. No solo sería una guerra por cuestiones territoriales sino una verdadera cruzada de fe. ¿De quién fue la idea del nombre? Del teniente coronel Mohamed Alí Seineldin.
En la etapa de planeamiento la operación se denominó “Carlos”. Luego la acción militar se rebautizó como “Operación Azul”. Fue en medio del fuerte temporal que el entonces teniente coronel Mohamed Alí Seineldín, embarcado en el buque “Cabo San Antonio”, recordó que cuando ocurrieron las invasiones inglesas al Río de la Plata, Santiago de Liniers había enfrentado inclemencias climáticas que cesaron cuando invocó a la Virgen del Rosario. Por esa sugerencia el contraalmirante Büsser, Jefe de la fuerza de desembarco, rebautizó la operación como “Operación Rosario”. El cambio en las condiciones climáticas fue “milagroso” y posibilitó el inicio de las acciones desde horas antes del 2 de abril, por tanto quedó para siempre adjudicado dicha mudanza meteorológica y el éxito del desembarco a la intercesión de la Virgen.
La advocación de la Virgen del Rosario por la cual Seineldin solicitó que se cambiara el nombre de la operación bélica, se refiere a la imagen que se venera en el Convento de Santo Domingo, la basílica de Ntra. Sra. del Rosario de Buenos Aires. Dicha imagen es una talla de vestir o de candelero, de 1,20 cm de altura, la cual sostiene un niño en sus brazos, que también es de vestir, con cabello natural y corona.
Esta imagen posee su historia: en la noche anterior a la reconquista de la ciudad de la Santa Trinidad (actual Buenos Aires), que había sido invadida por las tropas británicas el 25 de junio de 1806, Santiago de Liniers realizó ante dicha imagen de la virgen una vigilia y le prometió a ella que si lo ayudaba a defender la ciudad de los invasores, entregaría sus banderas como ofrenda por el triunfo. Así fue: la ciudad resistió el embate de las fuerzas británicas y Santiago de Liniers cumplió con su voto, ofreciendo a la virgen dos banderas del Regimiento nº 71 Highlanders, y dos estandartes de la marina real británica.
Dichos trofeos de guerra permanecen, hasta hoy, en exhibición en el templo. En el convento de Santo Domingo también se atesoran dos banderas realistas que donó Manuel Belgrano a dicha imagen. Pero fue por la gracia concedida en defensa de la ciudad de la santa Trinidad (actual Buenos Aires) que la imagen tomó el nombre de “Nuestra Señora del Rosario de la Defensa y Reconquista”.
Debido a que la acción militar se denominó “Operación Rosario”, desde el lunes 12 de abril se convocó a los fieles al “Operativo Espiritual Rosario”, que consistió en oraciones que se sucedían sin interrupción a lo largo de toda la jornada, y que tomaba ese nombre porque no era otra cosa que “una colaboración religiosa a la acción militar” según expresó el padre Daniel Zaffaroni, uno de sus organizadores, quien agregaba que dicho operativo duraría hasta “obtener la victoria en esta causa justa y noble de defender a nuestra patria”.
Asimismo se instó a que los católicos porteños llevaran claves rojos para cubrir la capilla en donde se venera la imagen de la Virgen. Tal fue el entusiasmo que se decidió que una copia más pequeña de la Virgen venerada en ese templo fuera hacia Malvinas, para ser entronizada en la futura catedral de la diócesis que se crearía. La imagen nunca llegó a Malvinas, pero se trajo para el templo un cofre con tierra del archipiélago. El tema Malvinas no era solo la recuperación de las islas, sino también la lucha de la verdadera y única fe católica por parte de los militares argentinos sino también una cruzada contra los anglicanos.
Volviendo a las islas, pocos recuerdan que durante la jura del general Mario Benjamín Menéndez como gobernador del archipiélago concurrieron el nuncio apostólico y ocho obispos: el cardenal Aramburu y el pro vicario del ejército monseñor Bonamín, los obispos Collino, Galán, Menéndez, Villena, Canale y Di Monte, quien envió 10.000 rosarios para los soldados.
El decidido apoyo a la “Operación Rosario” por cierta parte del episcopado era notorio. El cardenal Aramburu, en su homilía del viernes santo dijo: “ha surgido en el país entero una histórica hora de unanimidad de sentimientos, de objetivos y de adhesión a nuestras Fuerzas Armadas (...) Nuestro país se encuentra en este momento conmocionado por un hecho que está basado en sólidos fundamentos jurídicos, pero que no deja de ser actualmente serio y grave: es el hecho de la integridad de su soberanía territorial”.
Este evento bélico era providencial para la jerarquía católica, en el cual vislumbraba una inmejorable oportunidad para presentarse como símbolo de la unidad nacional, como amalgama total y general, misión y cargo que hacía ya tiempo que comenzaba a menguar.
Entre las voces discordantes de la mayoría de la conferencia episcopal, la del obispo de Neuquén Jaime de Nevares sostuvo: “que las islas Argentinas del Atlántico Sur hayan vuelto al dominio de nuestra Patria es un gesto de reparación histórica, pero que este hecho de justicia y las negociaciones posteriores sean conducidas por ambos países con tal cordura política que impida una guerra”. Sostenía que el hecho de la recuperación de las islas no debía ser usado para excitar en el pueblo ánimos belicista o como “una pantalla para sofocar, olvidar y desviar la atención de los graves problemas internos de desocupación y hambre”. El documento no sólo fue firmado por el obispo, sino por todo el clero de la diócesis.
Mientras tanto en la nueva capital del archipiélago, llamada Puerto Argentino después del 2 de abril, el general Menéndez juró sobre una Biblia que le dedicara especialmente monseñor Collino, obispo de Lomas de Zamora, quien bendijo para la ocasión ocho crucifijos y una imagen de la Virgen de Luján.
Fuentes: “La Iglesia católica durante la guerra del Atlántico Sur” (Martín Obregón, Universidad Nacional de La Plata) y Documentos de la Conferencia Episcopal Argentina
viernes, 8 de noviembre de 2019
Argentina: La defensa desde el Virreinato a la Vuelta de Obligado
Defensa argentina: Del Virreinato a la Vuelta de Obligado
DEF OnlineLas invasiones inglesas aceleraron la gestación de un movimiento local para lograr la independencia de España.
A lo largo de nuestra historia, la defensa ha sufrido las consecuencias de no ser planificada y ejecutada como una política de Estado que trascendiera las ideologías de los distintos gobiernos de turno. En un especial de tres entregas, DEFonline analiza su devenir, los errores, los aciertos y las cuentas pendientes. En esta entrega: De las Invasiones Inglesas al combate de Vuelta de Obligado. Por José Javier Díaz*
La Defensa en tiempos del Virreinato
Corría el año 1806 y aún dependíamos de la corona española, cuando Inglaterra –sabiendo las escasas y poco preparadas fuerzas militares que había en Buenos Aires– decidió enviar sus tropas para conquistarnos y, de no ser por la rápida y decidida reacción de los porteños, hombres y mujeres civiles que se armaron con lo que tenían a mano (piedras, aceite caliente, etc.) para repeler a las tropas invasoras, seguramente nos hubieran reducido a una colonia más del otrora poderoso Imperio británico.Pese a lo extremadamente traumática y peligrosa que fue aquella primera invasión, apenas un año después, en 1807, las tropas anglosajonas volvieron a atacar la capital del Virreinato del Río de la Plata y, ante la carencia de fuerzas propias, nuevamente tuvieron que ser los vecinos quienes se enfrentaron a los invasores para evitar que Gran Bretaña ocupara nuestro territorio y nos impusiera sus leyes, religión, etc.
El ataque anglosajón contra Buenos Aires tomó por sorpresa a las autoridades españolas.
Tratando de contextualizar el marco histórico en el que se dieron estas dos invasiones, sería justo decir que la primera ofensiva británica, la de 1806, sorprendió a las autoridades españolas y de otras potencias de entonces, como Francia y Holanda, quienes no imaginaban que Inglaterra usaría su poderío militar para atacar estas tierras con el fin de anexarlas a sus dominios de ultramar.
Cabe consignar que, con anterioridad a los sucesos de 1806, Gran Bretaña nunca había hecho ningún tipo de reclamo a España por la soberanía de sus dominios en América. No obstante, aún hoy resulta difícil comprender por qué las autoridades españolas ‒tras haber sufrido la pérdida de muchas vidas y la destrucción de propiedades públicas y privadas en Buenos Aires durante la primera invasión inglesa‒ no tomaron medidas urgentes para reforzar las fuerzas militares locales con el fin de proveer una mejor defensa y así evitar la repetición de un eventual segundo ataque externo, como el que sobrevino en el año 1807, otra vez de parte de los británicos.
1810: nacen la Patria y su Ejército
La imprevisión e irresponsabilidad de las autoridades españolas que no contaban en Buenos Aires con fuerzas armadas más potentes, expuso a un alto riesgo la vida, la libertad y los bienes de los habitantes de estas tierras.De acuerdo con destacados historiadores, entre ellos Félix Luna, fue en parte a raíz de las invasiones inglesas que se aceleró la gestación de un movimiento local para independizarnos de España, que se materializó en la Revolución de Mayo de 1810.
El Cabildo, escenario del comienzo de la lucha por la independencia argentina.
Así, el 25 de mayo de aquel año, se constituyó la Primera Junta de Gobierno con autoridades criollas, quienes habían sufrido –en carne propia o de sus familiares– la angustiante experiencia de ver pocos años antes a las tropas británicas penetrando en Buenos Aires para instaurar un nuevo régimen colonialista, matando o apresando a todo aquel que se opusiera, además de destruir viviendas y reparticiones públicas.
Cuatro días después de proclamar la autonomía de España, el 29 de mayo de 1810, los miembros de la Primera Junta formalizaron la creación del Ejército Argentino, con el objeto de asegurar la defensa de la libertad y soberanía territorial.
Aunque había sufrido dos invasiones militares extranjeras en la propia capital, el grueso del pueblo no había asimilado adecuadamente la dimensión de los riesgos que se presentaban para la incipiente nación, tan rica en territorio y recursos naturales. Estas características contribuyeron a tentar a varias potencias extranjeras, siempre atentas y predispuestas a apropiarse de riquezas, cuyos legítimos dueños ignoraban o bien, carecían de las fuerzas necesarias para protegerlas.
Independencia, Malvinas y la defensa
El 9 de Julio del año 1816, se declaró formalmente la independencia de nuestro país y comenzamos un largo proceso de consolidación institucional como Estado soberano. Pese al rápido reconocimiento diplomático de nuestra autonomía por parte de la mayoría de las naciones de la época, no pasó mucho tiempo para que sufriéramos otro ataque externo, que afectaría nuestra soberanía hasta el presente.En este sentido, a principios de 1833, Gran Bretaña –que previamente había reconocido nuestra independencia sin hacer ningún tipo de objeción o reclamo diplomático respecto a los territorios continentales e insulares que nos correspondían tras emanciparnos de España– envió buques de guerra al Atlántico sur para invadir las Islas Malvinas, expulsar a las autoridades políticas y a la población argentina allí radicada.
La usurpación de las Malvinas fue posible gracias a la superioridad bélica de las naves inglesas, que no pudo ser resistida por la pequeña y escasamente pertrechada guarnición militar argentina, lo cual llevó a nuestro máximo representante en aquellas islas, el Gobernador Luis Vernet, a aceptar el ultimátum británico para rendir la plaza y ser trasladado junto a los demás connacionales a Buenos Aires.
La imprevisión de la dirigencia política argentina en cuanto a contar con fuerzas armadas mejor equipadas inhibió la posibilidad de ofrecer una prolongada resistencia ante la sorpresiva invasión a las Malvinas, así como también una eventual respuesta militar a posteriori con el fin de recuperar la soberanía en dichas islas, ya que entonces la Marina de Guerra argentina carecía de buques bien armados capaces de navegar las agitadas aguas del Atlántico Sur para enfrentar a las naves británicas.
Las Malvinas en el siglo XIX.
La insensatez de nuestras autoridades políticas de aquella época hizo que la flota argentina apenas contara con un puñado de buques que, en su mayor parte, eran mercantes civiles adaptados para combatir a los que equipaban con algún que otro tipo de armamento, las tripulaciones estaban integradas, en general, por oficiales extranjeros, y los marineros eran casi todos criollos sin formación ni experiencia de combate.
A diferencia de la Argentina, el Reino Unido siempre contó con una poderosa escuadra naval, dotada con numerosos y potentes buques de guerra, cuyas capacidades técnicas los situaban entre los mejores del mundo, y sus tripulaciones estaban constituidas por oficiales y tropa de marinería con mucha experiencia en el arte de navegar.
El gran poder naval y militar que supo desarrollar y mantener Gran Bretaña a lo largo de su historia le permitió expandir sus dominios territoriales en el mundo, asegurar su comercio, imponer sus objetivos de política exterior a otras naciones por la fuerza (como en Malvinas), defender sus intereses vitales y proteger a sus conciudadanos.
En este marco, el lector comprenderá por qué –ante las débiles fuerzas armadas que tenía la Argentina– nuestro país se limitó a ser simple testigo de cómo Inglaterra se apropiaba de las islas en 1833; y es esa misma falta de medios adecuados para las Fuerzas Armadas la principal razón por la cual aún hoy los ingleses las mantienen bajo su potestad, con el agravante de haber extendido su ilegítima usurpación anexando las Islas Georgias y Sándwich del Sur, además de ampliar las zonas de exclusión aérea y marítima circundantes ante un Estado argentino caracterizado por no tener una política de defensa eficaz y sostenida en el tiempo.
Comercio y soberanía
Pese a las dos invasiones a Buenos Aires y a la usurpación de nuestras Islas Malvinas a manos de Inglaterra, ni la dirigencia política ni el común de la sociedad argentina tomaron nota respecto de la urgente necesidad de tener una defensa seria y consistente, lo cual derivó en que en 1845 nuestro país volviera a sufrir otro ataque militar externo.Esta vez, Inglaterra y Francia ‒las dos mayores potencias de la época‒ se aliaron para enviar a estas latitudes una flota de navíos de guerra que custodiaría y abriría paso a sus buques mercantes para apoyar sus intereses comerciales en Sudamérica, desconociendo la soberanía argentina para autorizar la navegación de embarcaciones foráneas en nuestros ríos interiores.
Enterado de las intenciones anglo-francesas, el gobierno argentino, entonces encabezado por Juan Manuel de Rosas, decidió alistar una defensa que impidiera el avance de los buques extranjeros y, finalmente, el 20 de noviembre de 1845, en un recodo del Río Paraná situado al norte de la Provincia de Buenos Aires (donde el cauce se angosta y gira) conocido como Vuelta de Obligado, tuvo lugar el combate entre las tropas criollas y las enviadas por las dos potencias europeas.
El heroísmo de nuestros hombres no pudo compensar el enorme poderío bélico de la flota anglo-francesa, cuyos navíos lograron vencer la defensa que opusieron las tropas argentinas, que solo disponían de cuatro baterías de artillería de bajo calibre y fusiles para enfrentar una veintena de buques de guerra ingleses y franceses que reunían más de cuatrocientos cañones.
En Vuelta de Obligado, el gobierno argentino debió hacer frente a las flotas de Francia e Inglaterra, las dos mayores potencias de la época.
El escaso poder de fuego de nuestras tropas, apenas organizadas y mal equipadas, derivó en que la “Batalla de Vuelta de Obligado” se transformara en una nueva derrota militar para nuestro país que, además de ver vulnerada su soberanía otra vez, sufrió más de 500 bajas –entre muertos, heridos y mutilados– por la desidia de los gobernantes y el desinterés de la sociedad respecto de tener Fuerzas Armadas acordes con las dimensiones y las riquezas de la República Argentina.
Más allá de su victoria, tanto las autoridades inglesas como las francesas, admitieron la bravura y el coraje de los soldados argentinos que, a pesar de la manifiesta inferioridad bélica¬, no dudaron en ofrendar sus vidas en defensa de la Patria.
Refiriéndose al combate de Vuelta de Obligado el Almirante inglés Samuel Inflefield dijo: “Siento vivamente que este bizarro hecho de armas se haya logrado a costa de tal pérdida de vidas, pero considerada la fuerte oposición del enemigo y la obstinación con que fue defendida, debemos agradecer a la Divina Providencia que aquella no haya sido mayor”.
Por su parte, el General José de San Martín envió desde Francia una carta dirigida a su amigo Tomás Guido en la que afirmaba que: “Ya sabía la acción de Obligado; ¡qué inequidad! De todos modos, los invasores habrán visto por esta muestra que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca”.
Lo expuesto llevó al gobierno argentino a declarar el 20 de noviembre como “Día de la Soberanía Nacional”, en reconocimiento al heroísmo y entrega de nuestras tropas.
lunes, 6 de febrero de 2017
Historia argentina: El Tercio de Gallegos en la Defensa de Buenos Aires
Producida la primer invasión inglesa, el ingeniero Pedro Cerviño, científico y militar de renombre, director de la Escuela de Náutica creada en 1799 por el secretario del Real Consulado de Buenos Aires, Dr. Manuel Belgrano, convocó no solo al alumnado y al personal docente a su cargo sino también a toda la población gallega de la ciudad, para empuñar las armas y enfrentar al invasor que desde las playas de Quilmes, avanzaba sin oposición sobre la capital del Virreinato.
La ciudad fue tomada casi sin resistencia y los ingleses, establecidos en el viejo fuerte, ubicado donde hoy se alza la Casa de Gobierno, iniciaron un gobierno tendiente a conquistar las simpatías de la población, estableciendo el libre comercio y la libertad de culto y dejando al español como lengua oficial.
La organización de milicias
En vista del revés, Sobre Monte se retiró hacia Córdoba llevándose consigo los caudales reales con los que pensaba organizar la reconquista. Pero en Luján, acorralado por el enemigo, no tuvo más remedio que abandonar el tesoro y escapar.Son de público conocimiento los sucesos acaecidos a partir de ese momento. Pueyrredón, que había organizado una milicia de gauchos y campesinos, fue derrotado en Perdriel y Liniers, que había cruzado a la Banda Oriental, desembarcó en el Tigre para iniciar la Reconquista, gesta que finalizó tras arduos combates, con la rendición del general Beresford el 12 de agosto de 1806.
El 12 de septiembre de ese mismo año Liniers ordenó la formación de milicias populares, organización que se llevó a cabo con notable criterio desde el punto de vista militar, constituyéndose cinco regimientos de origen rioplatense y otros cinco peninsulares. Fueron los primeros el de Patricios, conformado por efectivos nacidos en Buenos Aires, el Tercio de Arribeños, con gente proveniente de las provincias del norte (Córdoba, Tucumán, Salta, Catamarca y el Alto Perú), el de Pardos y Morenos, en torno al cual se agruparon mestizos, el de los Naturales, compuesto por indios pampas y el de Castas, formado por esclavos. Una sexta agrupación, la Compañía de Cazadores, conformada por soldados correntinos y entrerrianos, pasaría a reforzar el Tercio de Vizcaínos.
Se organiza el Tercio
Los cuerpos peninsulares fueron el Tercio de Montañeses o Cántabros de la Amistad, integrado por soldados de origen asturiano y castellano (de la provincia de Santander), el de Miñones Catalanes, el de Andaluces y Castellanos, el de Vizcaínos y el célebre Tercio de Voluntarios Urbanos de Galicia, también llamado Batallón de Voluntarios de Galicia o, simplemente, Batallón de Galicia. Fue el segundo en importancia después del de Patricios y estuvo formado por 600 efectivos, de los que 567 eran oriundos de España y el resto, entre quienes figuraban Bernardino Rivadavia y Lucio Norberto Mansilla, sus descendientes.El regimiento fue organizado el 17 de septiembre del mismo año y casi todos sus integrantes provenían de la Congregación del Apóstol Santiago, fundada en Buenos Aires en 1787. Fueron sus comandantes el ingeniero Cerviño, su segundo Juan Fernández de Castro y Juan Carlos O’Donnell y Figueroa, subdirector de la Escuela de Náutica.
La Segunda Invasión Inglesa
Derrotados en Buenos Aires, los británicos se retiraron pese a que nunca se abandonaron el Río de la Plata. Agazapados en la Banda Oriental, después de tomar Montevideo en el mes de octubre, aguardaban el momento oportuno para recuperar la capital.La flota invasora, reforzada con efectivos y armamentos provenientes de Ciudad del Cabo y las mismas Islas Británicas, zarpó hacia Buenos Aires el 28 de junio de 1807 arribando ese mismo día a la Ensenada de Barragán, para desembarcar 12.000 efectivos fuertemente armados, al mando del general John Whitelocke.
La marcha hacia la capital virreinal fue lenta y dificultosa, entorpecida por los innumerables arroyos y bañados que atravesaban los 60 kilómetros de recorrido hasta el epicentro de la ciudad. Liniers aguardaba en el Puente de Gálvez, al frente de una respetable fuerza de 8000 combatientes. Sin embargo, su estrategia había sido apresurada ya que al adelantar las líneas hasta el Riachuelo, dejaba desguarnecida a la población, medida a la que Cerviño se había opuesto oportunamente por considerarla desacertada. El sabio y militar gallego, oriundo de Pontevedra, estaba en lo cierto ya que los invasores cruzaron por el Paso de Burgos, en dirección a la quinta de White, forzando a Liniers a retroceder desorganizadamente hasta los corrales de Miserere con el objeto de detener su avance.El 2 de julio ambos ejércitos se trabaron en combate, resultando derrotadas las fuerzas porteñas.
Bautismo de fuego
Criollos y españoles se replegaron hacia el centro de la ciudad, perseguidos por las veteranas y experimentadas tropas británicos a través de sus estrechas calles. El Tercio de Gallegos retrocedió ordenadamente hasta la Plaza Mayor mientras que el ejército de Liniers, aguardaba el desarrollo de los acontecimientos en la Chacarita de los Colegiales, suponiendo perdida a la capital.Gallegos y Patricios al mando del alcalde de Primer Voto, don Martín de Alzaga y con la ayuda de vecinos y milicianos, cavaron trincheras, levantaron cantones y colocaron los cañones en posición de repeler el ataque. Los gallegos, al son de las gaitas arrebatadas al Regimiento 71 de “Higlanders” escocés y encolumnados tras sus gloriosas banderas del Reino de Galicia y la Cruz de Santiago, marcharon hacia la Plaza de Toros, en el extremo norte de la ciudad (hoy Plaza San Martín), para defender la posición, amenazaba en esos momentos por el enemigo. El ataque era inminente porque en ese lugar se encontraba el arsenal al que los invasores pensaban ocupar para bombardear desde allí la población.
Al mando del capitán Jacobo Adrián Varela (1758-1818), oriundo de La Coruña, los gallegos tomaron posiciones y entraron en combate, batiéndose con la bravura propia de su raza, esa misma raza que junto a asturianos y castellanos, había frenado a los infieles en las tierras de Covadonga y que en el siglo XVI había abierto las rutas del Pacífico para el gigantesco imperio español, navegando aguas inexploradas que nadie antes había incursionado.
En el fragor del enfrentamiento, comenzaron a agotarse las municiones mientras los británicos cargaban una y otra vez con el objeto de desgastar a los defensores. Se ordenó entonces a pardos y morenos ir en busca de municiones hasta los depósitos cercanos pero regresaron con las manos vacías para informar que las puertas se hallaban fuertemente trabadas.
La situación era desesperante y superado por la situación, el capitán de marina Juan Gutiérrez de la Concha no tomó las medidas pertinentes. Por esa razón, al grito de “¡Santiago y cierra España!” y “¡Muertos antes que esclavos!”, los gallegos, siempre al mando de Varela, cargaron a bayoneta calada abriendo una brecha en las filas enemigas. Las fuerzas hispanas lograron escabullirse evitando caer prisioneras, no sin antes inutilizar dos cañones apostados sobre las barrancas que apuntaban hacia el río.Fue allí donde cayó el teniente de navío Cándido de Lasala.
El asalto a Santo Domingo
Durante toda la jornada combatió el batallón gallego con coraje y valor, haciendo honor a la sangre celta, romana y sueva que fluía en las venas de sus integrantes. Sin embargo, todavía faltaba uno de los capítulos más heroicos de la jornada: la toma del convento dominico, donde los británicos, al mando del general Robert Crawford, se habían hecho fuertes.
Se designó a la 7ª Compañía del Tercio de Gallegos, la misma que había combatido en diversos puntos de la ciudad para avanzar sobre el convento.
Al mando del capitán Bernardo Pampillo partieron los hombres del Tercio arremetiendo con tanta ferocidad, que fue ante el bravo oficial gallego que depuso sus armas el comandante inglés, entregando la posición con sus banderas y municiones. Para entonces, también el capitán Varela se había hecho presente, tomando por asalto desde atrás, a toda una columna británica, resultando herido cuando inspeccionaba un cañón enemigo, a poco de producida la rendición.
Estos hechos han sido prácticamente ignorados por los historiadores argentinos quienes pasaron por alto el desempeño ejemplar del Tercio. El Padre Cayetano Bruno, por ejemplo, refiere con detalle la toma de Santo Domingo pero omite toda referencia al batallón mientras Vicente Fidel López, Roberto Levillier y otros autores, apenas se refieren a él.
Por segunda vez y ante una fuerza mucho más numerosa, la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Buenos Aires había derrotado al ejército británico salvando el honor de la Madre Patria y de la hispanidad en general.
Reconocimiento real
El 13 de enero de 1809 la Junta Suprema de Sevilla dispuso en nombre del rey premiar a los oficiales de los distintos cuerpos milicianos de Buenos Aires reconociendo los grados militares que se les había otorgado:
Cita: |
CUERPO DE GALLEGOS. Grado de Teniente Coronel.—A los Comandantes don Pedro Antonio Cerviño y don José Fernandez de Castro. De Capitán.—A los Capitanes don Jacobo Varela, don Tomás Pereira, don Juan Sanchez Boado, don Ramon Lopez, don Juan Blades, don Ramon Jimenez, don Bernardo Pampillo, don Lorenzo Santabaya. De Teniente.—A los Tenientes don Andrés Domínguez, don Luis Ranal, don Manuel Gil, don José María Lorenzo, don José Quintana, don Ramon Doldan, don Bernardino Rivadavia, don Antonio Rivera y Ramos, don Pedro Trueba, don Antonio Paroli Taboada, y al Ayudante don Juan Cid de Puga. De Subteniente.—A los Subtenientes don José Díaz Hedrosa, don Francisco García Ponte, don Pedro Boliño, y á los de bandera don José Puga y don Cayetano Ellias. |
Prolegómenos de la Revolución de Mayo
Finalizadas las jornadas de la Defensa, el Tercio de Gallegos siguió integrando la guarnición de Buenos Aires hasta 1809 cuando, a causa de la invasión napoleónica a España, la política mundial experimentó cambios notables que llevaron a la desintegración de su imperio y al nacimiento de nuevas naciones.
El Tercio de Gallegos, apoyando al partido de don Martín de Alzaga, sostuvo la formación de una junta de gobierno, como en la Metrópoli, en oposición a la designación de Liniers como virrey del Río de la Plata. Nombrado este último provisoriamente con el apoyo de Saavedra y los Patricios, el heroico batallón fue desarmado, se le retiraron sus armas y estandartes y quedó activo.
Con la llegada del nuevo virrey, don Baltasar Hidalgo de Cisneros, el Tercio fue reactivado, devolviéndoseles sus insignias, sus banderas. Y en esas condiciones mantuvo su presencia hasta los días de la Revolución de Mayo, cuando desapareció definitivamente, disuelto por el flamante gobierno patrio, enemigo acérrimo de toda presencia española en el Río de la Plata. Sin embargo, recientes investigaciones han determinado que antagonismos y rivalidades internas fueron causa fundamental de la disolución de la fuerza. Por una parte el bando partidario de la revolución, que propugnaba la formación de una junta de gobierno local, con Cerviño y Bernardino Rivadavia a la cabeza y por el otro, el grupo realista, que se mantenía fiel a la junta de Sevilla y, por ende, al auténtico soberano, encabezada por los mismos Varela y Pampillo.
El Tercio de Gallegos vuelve a marchar
En el mes de julio de 1995 el Tercio de Gallegos volvió a la vida, organizado por un grupo de voluntarios descendientes de aquella colectividad, con el apoyo del Centro Galicia y el Centro Gallego de Buenos Aires, que donaron los uniformes y elementos. El 9 de julio, el glorioso batallón desfiló frente al Cabildo porteño, como guardia de honor de la Escuela Nacional de Náutica “Manuel Belgrano”. Poco después recibió de la Asociación Centro Partido de Carballino, un fusil original de 1778.
El 11 de marzo de 1998 recibió en el Salón Azul del Congreso de la Nación la Distinción al Valor en Defensa de la Patria (Ley Nº 24.895) y el 17 de septiembre recibió la bandera original de 1807, hasta entonces en el Museo de Luján, gestión que tuvo al historiador Horacio Vázquez en su principal propulsor.
Pocos días después, el 3 de octubre de 1998, el olvidado regimiento recibió un nuevo homenaje en la basílica de San Francisco, al ser designado Custodia Perpetua de la Cripta en la que yacen enterrados los restos del ingeniero Cerviño y el valeroso capitán Varela.
A fines de ese año, el Tercio viajó a Galicia para encabezar el desfile de 5000 gaiteros que marcharon por las empedradas calles de Santiago de Compostela, el 9 de diciembre, con motivo de la asunción de don Manuel Fraga Iribarne como presidente de la Xunta regional., recibiendo de don José Luis Baltar, presidente de la Diputación Provincial de Orense, las réplicas de un tambos y dos gaitas de 1808 mientras artesanos gallegos iniciaban la confección de una réplica de la bandera del Tercio.
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Pedro Antonio Cerviño
El ingeniero Pedro Antonio Cerviño Núñez, militar, científico y cartógrafo español, nació en Santa María de Moimenta, jurisdicción de Baños, consejo de Campo Lameiro, provincia de Pontevedra, Galicia, el 6 de septiembre de 1757.
Radicado en el Ría de la Plata en 1780, fe designado por el virrey Vértiz para integrar la comisión demarcatoria de límites dirigida por José Varela y Ulloa.
En 1783viajó a tierras de Chaco para estudiar los meteoritos de Mesón de Hierro y tiempo después, por encargo de Félix de Azara, recorrió los ríos Paraná y Uruguay desde sus nacimientos hasta las desembocaduras en el Río de la Plata. En 1798 el Real Consulado de Buenos Aires le encomendó efectuar un relevamiento de la región de Ensenada, trazando la llamada Carta Esférica del Río de la Plata junto a J. De la Peña y Juan de Insiarte, que enviaron al rey ese mismo año.
En 1799 Manuel Belgrano creó la Escuela de Náutica, designando a Cerviño primer director, donde además ejerció la docencia enseñando geografía, trigonometría, hidrografía y dibujo. Por esa época fue que realizó un plano del arroyo Maldonado.
Fue también periodista, publicando artículos científicos en el “Telégrafo Mercantil” y el “Semanario de Agricultura, Industria y Comercio”.
En 1806 y 1807 destacó por su heroica participación en las invasiones Inglesas, participó del Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 y en 1813 el Segundo Triunvirato lo designó director de la Academia de Matemáticas, encomendándole la realización de un plano topográfico de Buenos Aires.
Casado con doña Bárbara Barquín Velasco, dama porteña, el 9 de abril de 1802 en la iglesia de Nuestra Señora de la Merced, falleció en Buenos Aires el 30 de mayo de 1816, siendo depositados sus restos en la iglesia de San Francisco, donde, al día de hoy, el glorioso Tercio de Gallegos monta guardia en su honor.
Más información:
Wikipedia
Banderas Militares
lunes, 12 de agosto de 2013
Historia Argentina: Combate de Perdriel (1806)
Lorenzo López salva la vida del Gral. Juan Martín de Pueyrredón en la batalla de Perdriel. |
El coronel Gillespie no es el único inglés que ponderó la benevolencia con que los conquistadores fueron tratados por las principales familias porteñas. Y si bien los caballeros mostraban cierta reticencia en temas políticos, “las damas –dice- nos compensaban con creces la ausencia de esos asuntos, con la charla animada, la dulzura fascinadora y, por lo que nunca fallan en sus propósitos, el deseo de agradar”. Ignacio Núñez agrega que, salvo reparos atinentes a puntos de religión, los ingleses “fueron particularmente distinguidos por las familias principales de la ciudad, y sus generales paseaban de bracete por las calles, con las Marcos, las Escaladas y Sarrateas”. Y el teniente Linch tranquilizó a su madre con una carta en la que le decía: “Aquí no me consideran como a un enemigo; las amabilidades de que soy objeto en todas partes y sobre todo las que me dispensan las nobles familias de Lastra, Terrada, Sarratea y Goyena, son muy grandes para intentar explicarlas con palabras”.
Sea lo que fuere acerca de estas finezas, y de uno que otro romance con que Buenos Aires obsequió a los ingleses, sabemos que a muchos españoles y criollos los dominaba el encono, la indignación, la vergüenza; como se viera en la zafaduría del paisano Guanes, que había de valerle una tanda de cintarazos y una noche de cepo, en la altivez de una deslenguada moza de fonda. “Atónito el pueblo al ver conquistada la ciudad por un puñado de hombres que pudiera deshacer a pedradas”, pronto empezó a reaccionar. “Todos huimos a ocultarnos en las quintas y en los campos; pero con el propósito de vengarnos”, nos cuenta José Melián. Debían “combinar algún plan para sacudir el yugo que los ingleses acababan de imponerles”, dice Trigo.
Con mucho sigilo, algunos patriotas empezaron a madurar la idea de reconquistar el país. “Yo, que lo deseaba con ansias –diría Zelaya- y que tenía muchos amigos con quienes me reunía, me resolví inmediatamente a trabajar en este sentido”.
En efecto: en los 46 días de dominación inglesa hubo complacientes que agasajaron a los invasores con sus tertulias, sus dulces y sus valses. Hubo espías serviciales que, por la noche, les llevaban el menudo bocadillo de su infidencia. “Teníamos en la ciudad algunos enemigos ocultos”, cuenta Gillespie. Hubo otros que ya ejercitaban el “no te metás” dentro de la ciudad o alejándose de ella con algún pretexto. Pero, también hubo quienes se jugaron para reivindicar el machismo mancillado que debía haber en la mitad de Buenos Aires: los que arriesgarían sus fortunas y sus vidas para echar a los intrusos. Entre estos desconformes estaba Zelaya. Tenía entonces 24 años.
Diversos grupos subversivos se proponían hostilizar a los ingleses, cada uno a su modo. Gerardo Esteve Llach, con la ayuda de Pepe “el Rubio” (José Alday) quería “reunir porción de marineros”, para capturar con ellos las naves inglesas que estaban en balizas y llevarlas a Montevideo. Pero el joven Felipe de Sentenach lo convenció de que “sería mejor que tratasen de ver si podían conseguir la reconquista de esta plaza”, para lo cual sería un buen golpe instalar minas debajo de los cuarteles ocupados por destacamentos ingleses.
Por su parte, Juan Vázquez Feijoo había propuesto a Juan Trigo que determinado día y a una hora convenida, atacaran la parada y el destacamento del fuerte “con cuchillo en mano”.
Martín Rodríguez pensaba que, aprovechando el hábito de Beresford y Pack de salir a pasear a caballo con dos soldados hasta el Paso de Burgos, se los podía secuestrar.
Varios conjurados que estuvieron con Liniers antes de que este fuera a Montevideo en busca de auxilios, trataron de disuadirlo, y “le propusieron varios proyectos para un movimiento inmediato”; pero a él le parecieron unos absurdos y otros muy peligrosos (Nuñez).
Con el propósito de “reunir los ánimos de las diversas facciones y opiniones que había” y sumar sus esfuerzos, se reunieron Sentenach, Llach, Tomás Valencia, Trigo y Vázquez en los asientos externos de la Plaza de Toros (Retiro) y decidieron trabajar juntos. Se efectuaron nuevas reuniones en casa del cómico Sinforiano, en la trastienda de la librería de Valencia y en otros domicilios, con el sigilo necesario, para discutir sobre lo que había de hacerse.
Don Martín de Alzaga, que estaba dispuesto a aportar “todo el dinero que se necesitare”, convocó a los conjurados para una decisiva reunión en su casa (hoy, Bolívar 370). En ella, “propuso cada uno de los concurrentes la idea que en su concepto debía adoptarse”; y, “después de haberse controvertido sobre varios planes para llevar a efecto la reconquista”, se convino en un plan común.
Este acuerdo no disimuló del todo, sin embargo, la malquerencia que había entre el grupo subversivo de “los catalanes”, que encabezaba Sentenach y financiaba Alzaga, con el “partido” de Trigo y Vázquez. La inquina de éstos apuntada especialmente a Alzaga, a quien sus adictos llegarían a llamar “el Padre de la Patria”; y sus detractores, “Martincho Robespierre”. Y culminaría posteriormente, cuando Trigo acusó a Alzaga y a los catalanes de tener “ideas de independencia” que se oyeron en las secretas juntas de los conjurados. Con más precisión, se afirmó que en la trastienda de la librería de Valencia se había hablado de formar una república independiente después de la reconquista. Y quizás de esto oyera algo una huérfana que tenía Valencia; “porque como muchacha se introducía a oírlo todo, bien que algunas veces la echaron del cuarto, y ella solía ir y venir, ya por curiosidad, ya con el objeto de llevar algunos mates”. No se pudo probar tan “horrendo crimen”, que la maledicencia había prendido como abrojos a la honra de fieles vasallos; pero les dio un disgusto.
A todo esto conduciría la rivalidad de los catalanes con los “paniaguados” de Trigo, por el momento aunados en un común plan subversivo.
El plan en marcha
El plan consistía en reclutar gente, en acopiar caballos, armas y municiones, y en poner minas explosivas debajo de los cuarteles donde había destacamentos ingleses.
Para esto de las minas se pensó alquilar la casa de Manuel Espinosa, frente al primer baluarte del Fuerte, hacia la Merced; pero como no se pudo, se arrendó la casa de al lado, que tenía entrada por la Alameda y que pertenecía al P. Martiniano Alonso. Para disimular, se instaló en ella una supuesta carpintería.
Junto a los fondos de San Ignacio, sobre las calles de San Carlos y de la Santísima Trinidad (Alsina y Bolívar), en el edificio que fuera de la Procuradoría de las Misiones, estaba instalado el Cuartel Fijo de Infantería, comúnmente llamado Cuartel de la Ranchería; en él también había un destacamento inglés. Se alquiló, pues, en su inmediación, la casa de José Martínez de Hoz; y allí los “minadores” Bartolomé Tast e Isidoro Arnau cavaron la boca del túnel para meter el explosivo. Un grupo armado vigilaba desde la azotea del Café y billar de José Marco.
Reclutar gente era correr el riesgo de ser descubiertos por algún soplón. Para evitar, en este caso, males mayores, se adoptó un sistema de células, único contacto de 5 voluntarios; y cada capitán sería cabeza y único contacto de 5 cabos.
“En esto salimos a ver a un sujeto que me había dicho tenía 80 hombres prontos –nos cuenta Domingo Matheu-; pero que se les había de dar 4 reales diarios hasta la reconquista”. No hubo inconveniente: Alzaga había asegurado que tenían “un gran fondo de que disponer”; y no era el único que aportaba dinero.
Manuel Palomares era un “gallego patriota”, maestro de montajes y “caudillo de un numeroso cuerpo de gente voluntaria para la reconquista de esta plaza”. El 27 de junio a la noche, instruyó a Cornelio Zelaya, quien en poco tiempo reclutó a 72 paisanos. Cada uno recibía diariamente, a la oración, sus cuatro reales (Honor para Hipólito Castañer, un modesto peón “que nada quiso”). El canario Zerpa reclutó 50 hombres. Otros acopiaban armas blancas y de chispa. En algún secreto lugar se estaban montando obuses. Los conjurados no descansaban.
Otro relevante “caudillo” fue Juan Martín de Pueyrredón, quien había llegado de Montevideo con Manuel Arroyo para reclutar paisanos y preparar aprovisionamiento, en apoyo de la expedición de Liniers. “Pueyrredón nos pasó la palabra, que al instante halló eco en todos nuestros amigos” –nos dice Melián-. “Nos alistamos más de 300, que debíamos reunirnos armados en un día dado en la Chacarita de los Colegiales”, agrega Martín Rodríguez.
Se había dispuesto que los voluntarios fueran concentrados y preparados fuera de la ciudad: Para ello se arrendó la llamada “Chacra de Perdriel”, propiedad situada a 4 leguas de Buenos Aires (Villa Ballester, Calle Roca 1860, a 200 m del km 18 de la Ruta 8), no lejos de la chacra de Diego Cassero. Había tomado el nombre de su antiguo dueño, el francés Julián Perdriel, y después perteneció a Domingo Belgrano. Estaba cercada con árboles espinosos que bordeaban un foso, y tenía un edificio de dos cuerpos y azotea, cuyas habitaciones daban a un patio central, cerrado con una reja.
En la noche del 26 de julio, Trigo y Vázquez se dirigieron con unos 200 hombres hacia la chacra de Perdriel e instalaron allí el campamento. Hay quienes dicen que tenía por objeto llamar la atención del enemigo “y distraerlo de lo que se ejecutaba en la ciudad”, donde “había ya bastante escándalo o susurro” sobre la conjura.
Ciertamente, “los enemigos no carecían de noticias sobre estos movimientos” (Núñez), por “sus soplones, que tenían muchos” (Beruti).
Un día (27 de julio), estando Zelaya en su casa con su amigo Antonio Villalta, tratando pormenores del plan subversivo, fue a buscarlo un corchete del Cabildo, apodado Petaca, y le dijo:
- ¿Es usted don Cornelio Zelaya?
- Si, señor; soy yo.
- De orden de S. E. el señor Gobernador, que se presente usted ahora mismo en la sala capitular, donde lo espera S. E.
- Muy bien. Diga usted a S. E. que voy al momento.
Zelaya entró, meditando una fundada sospecha, y le dijo a Villalta:
- “¡Amigo, me han descubierto! Me manda llamar Beresford y no será sino para colgarme. Mientras voy al billar a ver si encuentro a Palomares para acordar algo, hágame el favor de ensillarme el caballo, que en cuanto vuelva, monto y salgo al campo antes de que me echen caza. Y usted llevará la gente a Perdriel”.
Efectivamente, Palomares estaba en el billar y, al saber que Beresford había encontrado la punta del ovillo, huyó junto con Zelaya, temiendo ser entregado “por tanto soplón”.
Ambos fueron a la quinta de Francisco Orma, en Barracas, donde se encontraron con Diego Baragaña, Manuel Arroyo, José Pueyrredón y otros patriotas que se habían congregado para ir juntos a Luján, donde se incorporarían a las fuerzas de Juan Martín de Pueyrredón.
Partieron al anochecer en dirección a la novísima parroquia de San José, en tierras de Ramón Flores (hoy barrio de Flores); desde allí tomaron la carrera de Córdoba (hoy Gaona), que trasponía la cañada de Morón por el norte de Nuestra Señora del Camino (Morón), y a medianoche estuvieron en el puente de Pedro Márquez, desde donde seguirían a Luján.
Pueyrredón había reunido el contingente de los paisanos convocados en la Chacarita de los Colegiales y en los Santos Lugares de Jerusalén (hoy San Martín), con los blandengues que el comandante Antonio Olavarría había recogido en la frontera. Y juntos regresaron hacia la chacra de Perdriel.
Por su parte, los catalanes habían despachado, el 30 de julio, un cuerpo de 50 fusileros y 4 obuses a cargo de Esquiaga y Anzoátegui, con el secreto designio de reemplazar, por las buenas o por las malas, a Trigo y Vázquez, en la comandancia del campamento. Pero aún no habían montado los obuses cuando tuvieron una inopinada sorpresa.
Lugar del combate
Hora de combatir
Informado Beresford de aquella concentración de fuerzas y de que tenían pocas armas, decidió dar un golpe de mano. En la madrugada del 1º de agosto salió de la ciudad, sigilosamente, una división de 500 infantes con dos cañones, mandada por el coronel Pack y guiada por el deslucido alcalde Francisco González.
A las 7 de la mañana cayeron sorpresivamente sobre la chacra de Perdriel y, de un zarpazo, desbarataron aquel campamento de bisoños en el que, con poca fortuna, se empezaba a presentir la patria.
Aunque Beruti se esmere en demostrar que “la victoria fue nuestra” en vista de la obstinada resistencia opuesta al enemigo, aceptemos que, cuando los ingleses se desplegaron en línea de batalla y rompieron el fuego a discreción, “la desbandada fue general, sin que quedase un solo hombre en el campo”, como dice Martín Rodríguez. “Los nuestros se defendieron bizarramente –afirma Sagui- pero sin poder evitar retirarse con pérdida de algunos hombres”. Y lo corrobora el autor del “Diario de un soldado”, admitiendo que los patriotas “se defendieron como leones, pero no hubo otro remedio que huir cada uno como pudo”.
Con mayor detenimiento, Núñez nos dice que los patriotas se empeñaron en combatir, no obstante la desventaja de sus armas, y olvidando que el principal objeto consistía en prepararse para operar con la expedición que debía llegar de un momento a otro. “El resultado fue el que debió ser: los partidarios no pudieron resistir las descargas cerradas del enemigo y huyeron en dispersión, a pesar de los heroicos esfuerzos del ciudadano Pueyrredón y de los valientes voluntarios que lo acompañaban”.
Sí, la confrontación fue desigual: pues no bastaba el denodado esfuerzo de un centenar de paisanos armados, ni los vivas a Santiago Apóstol ni los mueras a los herejes, para resistir mucho tiempo aquella andanada. Olavarría se retiró con sus blandengues. Los obuses fueron abandonados. Cundió la confusión, el desbande. De pronto, aparecen Pueyrredón y otros 12 jinetes que, en feroz embestida, atropellan la artillería enemiga y le arrebatan un carro de municiones. Una bala mata al caballo de Pueyrredón, pero un compañero lo salva. Los ingleses quedan victoriosos pero anonadados ante la temeridad de aquellos hombres de Pueyrredón, entre los cuales estaba Cornelio Zelaya. Fue “uno de los pocos intrépidos que acometieron en mi compañía al enemigo”, diría el mismo Pueyrredón. Y Palomares corrobora que Zelaya había sido “uno de los que ayudó a cortar el carro de municiones que se le quitó al enemigo”.
Pueyrredón, Zelaya, Francisco Orma, Francisco Trelles, José Bernaldez y Miguel Mejía Mármol se dirigieron a San Isidro y se embarcaron en un bote con el que llegaron a Colonia, de donde regresarían con la expedición de Liniers.
Mientras tanto, los dispersos de Perdriel fueron congregándose en la Chacra de los Márquez (Boulogne, calle Thames, entre el Fondo de la Legua y la Panamericana), donde se reunirían con las fuerzas expedicionarias.
A la hora de los cargos y descargos, los catalanes imputarían el contraste de Perdriel a la ineptitud de Trigo, “que es un ladrón, pues ha malgastado todo el dinero de la reconquista”, y que, en vísperas del combate, toleraba en el campamento juegos, borracheras y el continuo concurso de “mujeres para bailes y bromas”. No menos ácidos serían los cargos atribuidos a Vázquez, quien, viniendo todas las noches a la ciudad “se ponía a hablar en las tertulias de cuanto se proyectaba”, con imprudente desenfado. Y agrega Sentenach que, mientras estaban combatiendo, Vázquez apareció en casa de Fornaguera “vestido con un poncho viejo, gorro de pisón lustrado y unas chancletas amarradas con guascas”; y por no correr peligro se disfrazó de fraile y desapareció hasta después de la reconquista, en que volvió a vérselo luciendo su uniforme…
Sin poner ni quitar roque, suponemos que influiría en estas reyertas la rivalidad de los catalanes con los seguidores de Pueyrredón. Rivalidad que tendría pintoresco desahogo cierta vez, en el zaguán de la casa de Llach, que no estaba dispuesto a mandar su gente a San Isidro a disposición de Liniers; y que, saliendo de casillas ante la insistencia de un majadero, le contestó, “haciéndoles cortes de manga” por tres veces: “¿Sabe usted que le daré al señor Liniers? ¡Un ajo!” (consignamos el eufemismo tal como figura en un sonado pleito ventilado posteriormente) “¡Yo no trabajo para que otros se lleven las glorias!”.
Como los acontecimientos se precipitaran, los catalanes se apuraron a reunir su gente en la Plaza Nueva (sobre la actual Carlos Pellegrini, entre Cangallo y Sarmiento) y la enviaron a Retiro, a disposición de Liniers…
Doce de agosto
Llegó la hora de la reconquista. De un lado estaban los vencedores: unos desinteresados y otros ambiciosos, unos acomodaticios, otros muertos… De otro lado estaban “los herejes” y los traidores. Cuenta Núñez que las pandillas se ensañaban con quienes “habían hecho de soplones” o ayudado al enemigo con “otros oficios viles”, sacándolos a empujones para procesarlos y robándoles, “hasta las rejas de sus casas”.
Y en ese mundo de júbilo y lágrimas, de gritos y silencios, que era como un despertar de la antigua Buenos Aires virreinal, estaba, orgulloso, ese muchachote alocado a quien Liniers elogiara cumplidamente, por ser “uno de los vecinos de esta capital que más se empeñaron desde el principio en liberarla de la denominación enemiga”.
Así había comenzado Cornelio Zelaya a servir a su patria. Y lo haría por muchos años, abnegadamente. Al cabo de ellos se encontró con sus recuerdos, en la pobreza y el olvido. “Hasta los escudos de oro con que me había condecorado la patria he tenido que venderlos por chafalonía para alimentar a mi familia…..”.
Fuente
Barrionuevo Imposti, Victor – Un combatiente de Perdriel.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Todo es Historia – Año XV, Nº 178, marzo de 1982.
www.revisionistas.com.ar
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lunes, 22 de julio de 2013
Argentina: El Tercio de Gallegos en la Defensa de Buenos Aires
Producida la primer invasión inglesa, el ingeniero Pedro Cerviño, científico y militar de renombre, director de la Escuela de Náutica creada en 1799 por el secretario del Real Consulado de Buenos Aires, Dr. Manuel Belgrano, convocó no solo al alumnado y al personal docente a su cargo sino también a toda la población gallega de la ciudad, para empuñar las armas y enfrentar al invasor que desde las playas de Quilmes, avanzaba sin oposición sobre la capital del Virreinato.
La ciudad fue tomada casi sin resistencia y los ingleses, establecidos en el viejo fuerte, ubicado donde hoy se alza la Casa de Gobierno, iniciaron un gobierno tendiente a conquistar las simpatías de la población, estableciendo el libre comercio y la libertad de culto y dejando al español como lengua oficial.
La organización de milicias
En vista del revés, Sobre Monte se retiró hacia Córdoba llevándose consigo los caudales reales con los que pensaba organizar la reconquista. Pero en Luján, acorralado por el enemigo, no tuvo más remedio que abandonar el tesoro y escapar.Son de público conocimiento los sucesos acaecidos a partir de ese momento. Pueyrredón, que había organizado una milicia de gauchos y campesinos, fue derrotado en Perdriel y Liniers, que había cruzado a la Banda Oriental, desembarcó en el Tigre para iniciar la Reconquista, gesta que finalizó tras arduos combates, con la rendición del general Beresford el 12 de agosto de 1806.
El 12 de septiembre de ese mismo año Liniers ordenó la formación de milicias populares, organización que se llevó a cabo con notable criterio desde el punto de vista militar, constituyéndose cinco regimientos de origen rioplatense y otros cinco peninsulares. Fueron los primeros el de Patricios, conformado por efectivos nacidos en Buenos Aires, el Tercio de Arribeños, con gente proveniente de las provincias del norte (Córdoba, Tucumán, Salta, Catamarca y el Alto Perú), el de Pardos y Morenos, en torno al cual se agruparon mestizos, el de los Naturales, compuesto por indios pampas y el de Castas, formado por esclavos. Una sexta agrupación, la Compañía de Cazadores, conformada por soldados correntinos y entrerrianos, pasaría a reforzar el Tercio de Vizcaínos.
Se organiza el Tercio
Los cuerpos peninsulares fueron el Tercio de Montañeses o Cántabros de la Amistad, integrado por soldados de origen asturiano y castellano (de la provincia de Santander), el de Miñones Catalanes, el de Andaluces y Castellanos, el de Vizcaínos y el célebre Tercio de Voluntarios Urbanos de Galicia, también llamado Batallón de Voluntarios de Galicia o, simplemente, Batallón de Galicia. Fue el segundo en importancia después del de Patricios y estuvo formado por 600 efectivos, de los que 567 eran oriundos de España y el resto, entre quienes figuraban Bernardino Rivadavia y Lucio Norberto Mansilla, sus descendientes.El regimiento fue organizado el 17 de septiembre del mismo año y casi todos sus integrantes provenían de la Congregación del Apóstol Santiago, fundada en Buenos Aires en 1787. Fueron sus comandantes el ingeniero Cerviño, su segundo Juan Fernández de Castro y Juan Carlos O’Donnell y Figueroa, subdirector de la Escuela de Náutica.
La Segunda Invasión Inglesa
Derrotados en Buenos Aires, los británicos se retiraron pese a que nunca se abandonaron el Río de la Plata. Agazapados en la Banda Oriental, después de tomar Montevideo en el mes de octubre, aguardaban el momento oportuno para recuperar la capital.La flota invasora, reforzada con efectivos y armamentos provenientes de Ciudad del Cabo y las mismas Islas Británicas, zarpó hacia Buenos Aires el 28 de junio de 1807 arribando ese mismo día a la Ensenada de Barragán, para desembarcar 12.000 efectivos fuertemente armados, al mando del general John Whitelocke.
La marcha hacia la capital virreinal fue lenta y dificultosa, entorpecida por los innumerables arroyos y bañados que atravesaban los 60 kilómetros de recorrido hasta el epicentro de la ciudad. Liniers aguardaba en el Puente de Gálvez, al frente de una respetable fuerza de 8000 combatientes. Sin embargo, su estrategia había sido apresurada ya que al adelantar las líneas hasta el Riachuelo, dejaba desguarnecida a la población, medida a la que Cerviño se había opuesto oportunamente por considerarla desacertada. El sabio y militar gallego, oriundo de Pontevedra, estaba en lo cierto ya que los invasores cruzaron por el Paso de Burgos, en dirección a la quinta de White, forzando a Liniers a retroceder desorganizadamente hasta los corrales de Miserere con el objeto de detener su avance.El 2 de julio ambos ejércitos se trabaron en combate, resultando derrotadas las fuerzas porteñas.
Bautismo de fuego
Criollos y españoles se replegaron hacia el centro de la ciudad, perseguidos por las veteranas y experimentadas tropas británicos a través de sus estrechas calles. El Tercio de Gallegos retrocedió ordenadamente hasta la Plaza Mayor mientras que el ejército de Liniers, aguardaba el desarrollo de los acontecimientos en la Chacarita de los Colegiales, suponiendo perdida a la capital.Gallegos y Patricios al mando del alcalde de Primer Voto, don Martín de Alzaga y con la ayuda de vecinos y milicianos, cavaron trincheras, levantaron cantones y colocaron los cañones en posición de repeler el ataque. Los gallegos, al son de las gaitas arrebatadas al Regimiento 71 de “Higlanders” escocés y encolumnados tras sus gloriosas banderas del Reino de Galicia y la Cruz de Santiago, marcharon hacia la Plaza de Toros, en el extremo norte de la ciudad (hoy Plaza San Martín), para defender la posición, amenazaba en esos momentos por el enemigo. El ataque era inminente porque en ese lugar se encontraba el arsenal al que los invasores pensaban ocupar para bombardear desde allí la población.
Al mando del capitán Jacobo Adrián Varela (1758-1818), oriundo de La Coruña, los gallegos tomaron posiciones y entraron en combate, batiéndose con la bravura propia de su raza, esa misma raza que junto a asturianos y castellanos, había frenado a los infieles en las tierras de Covadonga y que en el siglo XVI había abierto las rutas del Pacífico para el gigantesco imperio español, navegando aguas inexploradas que nadie antes había incursionado.
En el fragor del enfrentamiento, comenzaron a agotarse las municiones mientras los británicos cargaban una y otra vez con el objeto de desgastar a los defensores. Se ordenó entonces a pardos y morenos ir en busca de municiones hasta los depósitos cercanos pero regresaron con las manos vacías para informar que las puertas se hallaban fuertemente trabadas.
La situación era desesperante y superado por la situación, el capitán de marina Juan Gutiérrez de la Concha no tomó las medidas pertinentes. Por esa razón, al grito de “¡Santiago y cierra España!” y “¡Muertos antes que esclavos!”, los gallegos, siempre al mando de Varela, cargaron a bayoneta calada abriendo una brecha en las filas enemigas. Las fuerzas hispanas lograron escabullirse evitando caer prisioneras, no sin antes inutilizar dos cañones apostados sobre las barrancas que apuntaban hacia el río.Fue allí donde cayó el teniente de navío Cándido de Lasala.
El asalto a Santo Domingo
Durante toda la jornada combatió el batallón gallego con coraje y valor, haciendo honor a la sangre celta, romana y sueva que fluía en las venas de sus integrantes. Sin embargo, todavía faltaba uno de los capítulos más heroicos de la jornada: la toma del convento dominico, donde los británicos, al mando del general Robert Crawford, se habían hecho fuertes.
Se designó a la 7ª Compañía del Tercio de Gallegos, la misma que había combatido en diversos puntos de la ciudad para avanzar sobre el convento.
Al mando del capitán Bernardo Pampillo partieron los hombres del Tercio arremetiendo con tanta ferocidad, que fue ante el bravo oficial gallego que depuso sus armas el comandante inglés, entregando la posición con sus banderas y municiones. Para entonces, también el capitán Varela se había hecho presente, tomando por asalto desde atrás, a toda una columna británica, resultando herido cuando inspeccionaba un cañón enemigo, a poco de producida la rendición.
Estos hechos han sido prácticamente ignorados por los historiadores argentinos quienes pasaron por alto el desempeño ejemplar del Tercio. El Padre Cayetano Bruno, por ejemplo, refiere con detalle la toma de Santo Domingo pero omite toda referencia al batallón mientras Vicente Fidel López, Roberto Levillier y otros autores, apenas se refieren a él.
Por segunda vez y ante una fuerza mucho más numerosa, la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Buenos Aires había derrotado al ejército británico salvando el honor de la Madre Patria y de la hispanidad en general.
Reconocimiento real
El 13 de enero de 1809 la Junta Suprema de Sevilla dispuso en nombre del rey premiar a los oficiales de los distintos cuerpos milicianos de Buenos Aires reconociendo los grados militares que se les había otorgado:
Cita: |
CUERPO DE GALLEGOS. Grado de Teniente Coronel.—A los Comandantes don Pedro Antonio Cerviño y don José Fernandez de Castro. De Capitán.—A los Capitanes don Jacobo Varela, don Tomás Pereira, don Juan Sanchez Boado, don Ramon Lopez, don Juan Blades, don Ramon Jimenez, don Bernardo Pampillo, don Lorenzo Santabaya. De Teniente.—A los Tenientes don Andrés Domínguez, don Luis Ranal, don Manuel Gil, don José María Lorenzo, don José Quintana, don Ramon Doldan, don Bernardino Rivadavia, don Antonio Rivera y Ramos, don Pedro Trueba, don Antonio Paroli Taboada, y al Ayudante don Juan Cid de Puga. De Subteniente.—A los Subtenientes don José Díaz Hedrosa, don Francisco García Ponte, don Pedro Boliño, y á los de bandera don José Puga y don Cayetano Ellias. |
Prolegómenos de la Revolución de Mayo
Finalizadas las jornadas de la Defensa, el Tercio de Gallegos siguió integrando la guarnición de Buenos Aires hasta 1809 cuando, a causa de la invasión napoleónica a España, la política mundial experimentó cambios notables que llevaron a la desintegración de su imperio y al nacimiento de nuevas naciones.
El Tercio de Gallegos, apoyando al partido de don Martín de Alzaga, sostuvo la formación de una junta de gobierno, como en la Metrópoli, en oposición a la designación de Liniers como virrey del Río de la Plata. Nombrado este último provisoriamente con el apoyo de Saavedra y los Patricios, el heroico batallón fue desarmado, se le retiraron sus armas y estandartes y quedó activo.
Con la llegada del nuevo virrey, don Baltasar Hidalgo de Cisneros, el Tercio fue reactivado, devolviéndoseles sus insignias, sus banderas. Y en esas condiciones mantuvo su presencia hasta los días de la Revolución de Mayo, cuando desapareció definitivamente, disuelto por el flamante gobierno patrio, enemigo acérrimo de toda presencia española en el Río de la Plata. Sin embargo, recientes investigaciones han determinado que antagonismos y rivalidades internas fueron causa fundamental de la disolución de la fuerza. Por una parte el bando partidario de la revolución, que propugnaba la formación de una junta de gobierno local, con Cerviño y Bernardino Rivadavia a la cabeza y por el otro, el grupo realista, que se mantenía fiel a la junta de Sevilla y, por ende, al auténtico soberano, encabezada por los mismos Varela y Pampillo.
El Tercio de Gallegos vuelve a marchar
En el mes de julio de 1995 el Tercio de Gallegos volvió a la vida, organizado por un grupo de voluntarios descendientes de aquella colectividad, con el apoyo del Centro Galicia y el Centro Gallego de Buenos Aires, que donaron los uniformes y elementos. El 9 de julio, el glorioso batallón desfiló frente al Cabildo porteño, como guardia de honor de la Escuela Nacional de Náutica “Manuel Belgrano”. Poco después recibió de la Asociación Centro Partido de Carballino, un fusil original de 1778.
El 11 de marzo de 1998 recibió en el Salón Azul del Congreso de la Nación la Distinción al Valor en Defensa de la Patria (Ley Nº 24.895) y el 17 de septiembre recibió la bandera original de 1807, hasta entonces en el Museo de Luján, gestión que tuvo al historiador Horacio Vázquez en su principal propulsor.
Pocos días después, el 3 de octubre de 1998, el olvidado regimiento recibió un nuevo homenaje en la basílica de San Francisco, al ser designado Custodia Perpetua de la Cripta en la que yacen enterrados los restos del ingeniero Cerviño y el valeroso capitán Varela.
A fines de ese año, el Tercio viajó a Galicia para encabezar el desfile de 5000 gaiteros que marcharon por las empedradas calles de Santiago de Compostela, el 9 de diciembre, con motivo de la asunción de don Manuel Fraga Iribarne como presidente de la Xunta regional., recibiendo de don José Luis Baltar, presidente de la Diputación Provincial de Orense, las réplicas de un tambos y dos gaitas de 1808 mientras artesanos gallegos iniciaban la confección de una réplica de la bandera del Tercio.
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Pedro Antonio Cerviño
El ingeniero Pedro Antonio Cerviño Núñez, militar, científico y cartógrafo español, nació en Santa María de Moimenta, jurisdicción de Baños, consejo de Campo Lameiro, provincia de Pontevedra, Galicia, el 6 de septiembre de 1757.
Radicado en el Ría de la Plata en 1780, fe designado por el virrey Vértiz para integrar la comisión demarcatoria de límites dirigida por José Varela y Ulloa.
En 1783viajó a tierras de Chaco para estudiar los meteoritos de Mesón de Hierro y tiempo después, por encargo de Félix de Azara, recorrió los ríos Paraná y Uruguay desde sus nacimientos hasta las desembocaduras en el Río de la Plata. En 1798 el Real Consulado de Buenos Aires le encomendó efectuar un relevamiento de la región de Ensenada, trazando la llamada Carta Esférica del Río de la Plata junto a J. De la Peña y Juan de Insiarte, que enviaron al rey ese mismo año.
En 1799 Manuel Belgrano creó la Escuela de Náutica, designando a Cerviño primer director, donde además ejerció la docencia enseñando geografía, trigonometría, hidrografía y dibujo. Por esa época fue que realizó un plano del arroyo Maldonado.
Fue también periodista, publicando artículos científicos en el “Telégrafo Mercantil” y el “Semanario de Agricultura, Industria y Comercio”.
En 1806 y 1807 destacó por su heroica participación en las invasiones Inglesas, participó del Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 y en 1813 el Segundo Triunvirato lo designó director de la Academia de Matemáticas, encomendándole la realización de un plano topográfico de Buenos Aires.
Casado con doña Bárbara Barquín Velasco, dama porteña, el 9 de abril de 1802 en la iglesia de Nuestra Señora de la Merced, falleció en Buenos Aires el 30 de mayo de 1816, siendo depositados sus restos en la iglesia de San Francisco, donde, al día de hoy, el glorioso Tercio de Gallegos monta guardia en su honor.
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