lunes, 12 de agosto de 2024
sábado, 27 de julio de 2024
Malvinas: Sangre sobre el río Murrell
Sangre en el Río Murrell: los comandos que combatieron en la “zona de muerte” y escaparon de una emboscada inglesa
“Nos van a matar a todos”, dijeron los hombres de Ejército y Gendarmería cuando se enfrentaron a los Paracaidistas ingleses en Malvinas. Estaban en la franja donde la posibilidad de supervivencia del combatiente es mínima, pero dieron batalla. Las balas que hacían estallar las rocas, las esquirlas que los hirieron y cómo hicieron huir a los ingleses cuando todo parecía perdido
Nicolás Kasanzew || Infobae
Capitán Figueroa (centro), Teniente Anadón (derecha) y Teniente primero García Pinasco (espaldas), planifican la misión, 6 junio 1982 (Foto: Nicolás Kasanzew)
Los británicos cruzaban regularmente el puente sobre el río Murrell, tras lo cual bombardeaban con fuego de mortero las posiciones del Regimiento 6. Ante este hecho, el mayor Mario Castagneto, jefe de la Compañía de Comandos 601, ordena al teniente primero Fernando García Pinasco efectuar un golpe de mano contra el enemigo y emboscarlo. La sección se dirige hacia el lugar en la noche del 6 al 7 de junio, con el capitán Rubén Figueroa en calidad de acompañante.
Bajo intenso frío y agua nieve, atraviesan el sector batido por cañoneo naval y los campos minados propios, guiados por el teniente Marcelo Anadón, que conocía la zona. Van marchando cuidadosamente por la vera del río, a unos cincuenta metros de distancia entre cada uno, cuando aparece en el cielo una gran luna radiante. El sargento Guillén observa del otro lado del Murrel un brillo tenue y piensa que es un reflejo del astro sobre el agua. Más tarde caería en la cuenta que había sido el destello sobre un poncho de plástico de un efectivo inglés.
Guillen: “Me hilacharon la capucha y la espalda de la campera, pero seguía tirando. El enfermero Moyano me sacó un montón de esquirlas del brazo y la espalda”
Al llegar al puente –una construcción de madera sin barandas– Anadón con sus hombres se apresta a cruzarlo en el momento en que los ingleses rompen fuego.
Figueroa estaba volviendo, con los suboficiales Poggi y Tunini, de la otra orilla adonde había ido para montar el bloqueo posterior a la emboscada, cuando siente una explosión seguida de disparos. Todos los comandos se aplastan instintivamente contra el suelo. Los británicos se encontraban a unos 80 metros, en una altura rocosa del otro lado del río.
“Estamos al descubierto, nos van a matar a los tres”, pensó Figueroa. Queriendo tender la emboscada, habían caído en una. El oficial comenzó a tirar hacia el lugar de donde provenían los disparos. Sentía que se le formaban burbujas en la sangre y sus fosas nasales eran inundadas por el olor a adrenalina.
Los comandos argentinos estaban en lo que se denomina “zona de muerte”, franja donde la posibilidad de supervivencia del combatiente es mínima.
Figueroa: “Estamos al descubierto, nos van a matar a los tres”
Los disparos de los brits eran tiro a tiro, y en ráfaga. Figueroa tuvo la visión de unas cintas rojizas y anaranjadas que bailaban endiabladas hacia él, buscando su muerte. Eran balas luminosas trazantes, que los ingleses cargaban cada cinco proyectiles normales, para marcar la dirección de fuego en la noche. “Fue el espectáculo más maravilloso que presenció en mi vida”, me dice. Al chocar contra las piedras cercanas las balas hacían estallar en mil pedazos la roca, sembrando polvo y esquirlas, lo cual sumado al olor a pólvora le producía una ligera embriaguez y le inhibía el miedo a la muerte. En ese momento Poggi grita:
- ¡Mi capitán, me hirieron!
- ¿Dónde te pegaron?
- En una pierna, pero puedo arrastrarme hacia atrás.
- Retrocedé, que ya te vamos a auxiliar.
“Yo lo ayudo y me repliego con él”, tercia Tunini. El proyectil había atravesado la pantorrilla de Poggi, sin alcanzar el hueso.
Figueroa siguió disparando hasta que se le trabó el fusil. Afortunadamente, sus camaradas, particularmente el sargento Guillén, dispersos fuera del puente y cubiertos por las rocas, hacían fuego graneado contra la colina, por lo cual los disparos de las dos ametralladoras y los fusiles ingleses también se desviaban hacia ellos.
Cuenta Guillén: “Me hilacharon la capucha y la espalda de la campera, pero seguía tirando. El enfermero Moyano me sacó un montón de esquirlas del brazo y la espalda”.
“Cheto” Anadón le pidió a García Pinasco que le permita cargar contra los ingleses, pero el jefe de la sección lo frena, le dice que espere hasta que aclare
Mientras Figueroa se replegaba, escuchó varias explosiones y las ametralladoras enmudecieron. Era el bravo Anadón, abanderado de la 601, que con implacable puntería colocaba las granadas PDF del FAL en la posición del enemigo. Ya sólo disparaban sus fusileros.
“Cheto” Anadón le pide a García Pinasco que le permita cargar contra los ingleses, pero el jefe de la sección lo frena, le dice que espere hasta que aclare. Sin embargo, al llegar hasta la posición de García Pinasco, Figueroa grita: “¡Vamos a atacarlos a estos hijos de puta!” Experimentaba una gran excitación y bronca a la vez. Aunque no está de acuerdo, el jefe de sección accede. El capitán toma el mando y cruzan el puente para iniciar el asalto. Anadón hace formar en cadena a sus hombres: Vergara, Suarez, Quinteros y dos gendarmes del grupo Alacrán: Natalio Figueredo y Miguel Puentes. Empezaba a advertirse una tenue claridad.
“El objetivo era marchar a la carrera, rodearlos de ambos lados del promontorio, y aniquilarlos a todos, no dejarlos escapar”, rememora el capitán.
Cuando todo estaba listo, Figueroa levantó el brazo derecho e impartió la orden: “¡Al asalto, carajo, vamos a hacerlos mierda a estos hijos de puta!”. Los comandos arremetieron disparando su armamento en automático desde la cadera, con una cadencia de tiro parecida a la ametralladora y vociferando insultos para amedrentar a los británicos. El primero en llegar a la posición enemiga es el impetuoso teniente Anadón, pero comprueba que los paracaidistas ingleses habían huido precipitadamente, llevándose a sus heridos. El enemigo dejó abandonado armamento, equipos, radios, mochilas, carpas, claves de comunicaciones, vestimentas, boinas, guantes, una máquina de fotos y una pequeña bandera inglesa, que pasó a adornar como trofeo el puesto comando de la 601 en Puerto Argentino.
Garcia Pinasco recibió la orden de efectuar un golpe de mano contra el enemigo y emboscarlo
Ante la vertiginosa rapidez del ataque, los paracaidistas dejaron asimismo una radio encendida que utilizaban para comunicarse con el comando superior. Y en la posición había charcos de sangre. Más tarde los combatientes argentinos escucharon tráfico de comunicaciones enemigas, donde se solicitaban helicópteros para evacuar heridos. Al rato, a unos cuatro kilómetros visualizaron una bengala y el descenso de un Sea King con el distintivo blanco de sanidad.
Tras el combate, Guillén levanta al Indio Poggi, y este le dice: “Lavame la herida”. Guillén saca de su mochila una botella triángulo Margaret River y amaga tomársela. “¡Hdp -brama Poggi- no te tomes mi remedio!”.
Parte de los objetos de los paracaidistas ingleses que tomaron los comandos argentinos el 7 junio 1982 (Foto: Nicolás Kasanzew)
De más está decir que los comandos devoraron con fruición los exquisitos alimentos envasados abandonados por los hombres del 3er Batallón de Paracaidistas: compota de manzanas disecadas, chocolates, nueces, galletitas, pasas de uva.
Trago amargo para los brits, pitanza pantagruélica para los argies.
Aunque también hubo hiel para los nuestros. Gendarmería condecoró generosamente a sus dos hombres. Ejército, en cambio, ignoró olímpicamente a los comandos de la 601 que le habían brindado la victoria del Río Murrell.
jueves, 6 de junio de 2024
domingo, 5 de mayo de 2024
sábado, 9 de septiembre de 2023
Operación Alcázar: El casi motín y última resistencia en Puerto Argentino
Operación Alcázar: los comandos que planearon sacar Menéndez y hacer un contraataque “en serio” contra los ingleses
Los mayores Mario Castagneto y Aldo Rico idearon un plan para resistir el embate final inglés y, de ser necesario, morir peleando. Iban a tomar la casa del gobernador en Puerto Argentino y atrincherarse. Cómo le llegó esa información a Menéndez, la acción que tomó y la misión suicida a la que fueron enviados cuando la guerra ya se terminaba
Por Nicolás Kasanzew || Infobae
Mario Castagneto (tercero de izquierda a derecha) junto a integrantes del Grupo de Comandos 601
El jefe de la Compañía de Comandos 601consideraba que un contraataque era perfectamente posible. Mario Castagneto recorría permanentemente las posiciones y sabía de lo que hablaba. Pero los generales estuvieron siempre con los borceguíes lustrados, jamás se acercaron a recorrer los pozos de zorro de primera línea para calibrar la situación. De haberse animado a ensuciar su calzado, se hubieran anoticiado de que los soldados estaban enteramente dispuestos a jugarse. Siempre y cuando, claro está, los generales se pusieran al mando.
Si los de Malvinas no hubieran sido generales de escritorio, nada les hubiera impedido reunir a oficiales y suboficiales, incluyendo a aquellos que pululaban en el pueblo y en la retaguardia y, sumándoles a los comandos, lanzar ese contraataque que los ingleses tanto temían.
Pero Mario Benjamín Menéndez, jefe de la Guarnición Malvinas y gobernador del archipiélago, hacía gala de una indiferencia rayana en la resignación. Siempre me pareció que el general ya se había rendido internamente hacía mucho tiempo atrás.
El talentoso periodista Manfred Schönfeld, escribió después de la rendición:
“Faltó el último coraje personal en la conducción. Si hubo sentimientos humanitarios, si no se quiso exponer a la tropa a ser víctima de una carnicería generalizada –suponiendo que verdaderamente, el armamento del enemigo era tan superior que casi diez mil hombres no pudieron resistirlo siquiera un poco más– pero en fin, si hubo ese acto de compasión para con la masa de jóvenes civiles conscriptos, nadie hubiera impedido, sin embargo, a los oficiales superiores al mando de la guarnición, licenciar a sus tropas, ordenarles rendirse, dar a conocer amplia y profundamente tal decisión a los cuatro vientos –para evitar posibles represalias ulteriores contra la tropa inerme– y una vez hecho eso, atrincherarse un puñado de hombres cuyo honor profesional los hubiera obligado a semejante acto de heroísmo, alrededor de su bandera, y pelear por ella hasta morir. De haberse dado un gesto de esta naturaleza, hoy los argentinos andaríamos con la frente más alta, e incluso en aquellos hogares atribulados por la tragedia de la pérdida o la mutilación de un hijo se sentiría que ese sacrificio impuesto por el destino fue correspondido, fue igualado, sin que quedasen sueltos los cabos de la duda y de la incertidumbre sobre la justificación del sacrificio”.
Sin embargo, hubo dos oficiales que quisieron hacer exactamente lo imaginado por Schonfeld: atrincherarse con un puñado de hombres y vender cara la derrota. Eran los jefes de las Compañías de Comandos 601 y 602, mayores Mario Castagneto y Aldo Rico.
La iniciativa partió del primero, quien le planteó a Rico la idea de preparar la última resistencia en Puerto Argentino. La operación se llamaría “Alcázar”, un término muy caro a Castagneto, ya que evocaba la heroica resistencia del asediado Alcázar de Toledo en 1936. El jefe de la 602 no estaba muy convencido, pero finalmente accedió ante el ímpetu y la convicción irreductible de Castagneto.
Bastante antes del arribo de Rico a Malvinas, el jefe de la 601 había anticipado que ese momento podía llegar. Y su idea era atrincherarse en la casa del gobernador. Es que en una campaña, lo que simboliza el triunfo es la conquista del objetivo estratégico; en este caso la ciudad de Puerto Argentino. Pero el enemigo no podría cantar victoria, mientras la casa del gobernador no estuviese en su poder.
Desde tiempo atrás, Castagneto creía que iba a ser necesaria una resistencia final, sin posibilidades de éxito tal vez, pero que encarnara el deseo de combatir hasta la muerte. Erróneamente se dijo luego que la idea era resistir casa por casa, pero Castagneto nunca lo imaginó así. Por empezar, era imposible con los efectivos de que disponía en aquel momento. Contaba sólo con unos sesenta hombres, ya que había perdido gente que tenía en la Gran Malvina. Sumados a los comandos de Gendarmería y los de Rico no superaban un total de noventa o cien. Pero sobre todo, Castagneto no quería escudarse en la población civil, contra la cual los ingleses no iban a disparar.
Discretamente, ambos mayores y sus jefes de sección reconocieron por dentro y por fuera la casa del gobernador, para determinar la mejor manera en que podía ser defendida. Y por expresa orden del jefe de la 601, a la que se plegó Rico, a partir del 5 de junio los comandos, tanto de Ejército, como de Gendarmería realizaron un relevamiento completo del poblado: tipos de casas, particularidades de los terrenos baldíos, lugares para hacer voladuras o tender trampas, vías de repliegue, cantidad de radios y vehículos de toda clase. Sin pedir permiso a la superioridad.
Es evidente que para Castagneto era una cuestión de honor mostrar a los ojos del mundo entero que los cuadros argentinos eran capaces de combatir hasta la muerte, aunque no tuvieran posibilidades de triunfo.
Lamentablemente, Menéndez tenía una idea bien distinta del sentido de la vida militar.
Sólo quedaba la opción de desplazarlo. Pero, ¿quién tenía la talla suficiente para conducir a los cuadros a un sacrificio heroico? Las miradas de Castagneto y Rico convergieron sobre el teniente coronel Mohamed Alí Seineldín. Por su prestigio, porque no estaba comprometido directamente en el combate, porque su regimiento estaba en las cercanías, parecía la persona más adecuada para ponerse al frente de la defensa de Puerto Argentino.
De ahí que, a renglón seguido de la reunión de camaradería de los integrantes de ambas Compañías de Comandos, el domingo 6 de junio ambos oficiales visitaron a Seineldín en su amplia casamata subterránea de las posiciones del Regimiento 25 y le ofrecieron un plan: apartar a Menéndez y que él se ponga al frente de una defensa en serio. Inesperadamente, el Turco rechazó de plano la propuesta. Adujo que no se podía alterar la cadena de mandos de esa manera, que era una falta de disciplina.
Años más tarde, sin embargo, no tuvo los mismos miramientos al liderar, al menos formalmente, las asonadas de 1988 y 1990. Si bien decepcionados por la actitud de este jefe, Castagneto y Rico no abandonaron la idea de una postrera defensa de Puerto Argentino: la encabezarían ellos mismos. Al parecer, no los amilanaba siquiera que sus actitudes fueran pasibles de consejo de guerra y fusilamiento inmediato.
Pero la intención de resistir llegó al conocimiento de Menéndez, y abruptamente todos los comandos fueron sacados de Puerto Argentino en el anochecer del 13 de junio. Se les dijo que del otro lado de Wireless Ridge, donde estaban los tanques de combustible, en la península de Freycinet, desembarcaron comandos del SAS y había que neutralizarlos. En realidad, mandaron allí un rejuntado, ya que la 602 había perdido parte de su capacidad militar y la 601 estaba desparramada, tenía gente en Howard, que no había logrado cruzar a Soledad.
Los comandos pasaron la noche bajo la nieve, mirando con los visores nocturnos, pero el SAS nunca apareció. Y a eso de las cuatro de la mañana Castagneto los impone de una nueva orden que acababa de recibir: ocupar una posición de bloqueo al oeste de la península de Cambers, en dirección a Monte Longdon, para evitar el avance de los ingleses, que venían de superar al Regimiento 7. Se trataba lisa y llanamente de una misión suicida. Unos cuarenta hombres sin armamento pesado eran ubicados a la intemperie frente a la artillería británica y dos o tres de sus batallones. “No me pregunten el por qué de esta orden”, se atajó Castagneto. Pero cuando el capitán Ricardo Frecha, que tenía con él una relación especial más allá de la profesión, lo agarra en un aparte, el mayor le dice: “No quieren que estemos en Puerto Argentino y hagamos la Operación Alcázar”.
Para evitar eso, los mandaban a una misión suicida.
“Ponernos en esa posición de bloqueo era una locura –me comenta Frecha–. Pero te aseguro que de ahí no nos íbamos a mover, moriríamos allí. Castagneto moría ahí, Rico moría ahí, yo moría ahí. Pensaba en mi esposa: bueno, ella va a poder rehacer su vida, es una linda mujer, todo pasará para ella. ¿Y mis hijos? ¡Los dejo huérfanos! ¿Trascenderé en ellos? Pero no había marcha atrás. Milagrosamente, la guerra terminó esa madrugada, y pararon todo”.
Ese día Castagneto agotó las baterías, llamando por radio para que los cruzaran nuevamente a Puerto Argentino. Quería volver para poner en práctica la Operación Alcázar. Y no hubo manera. Recién cuando escuchó por la radio militar que la rendición estaba acordada, después de unos cuarenta llamados que había hecho pidiendo que mandaran el barquito para cruzarlos, vio al Forrest que salía de enfrente a recogerlos,
El jefe de comandos nunca imaginó que la rendición se produciría en forma tan precipitada y sin haber ofrecido la resistencia final. Él había propuesto lo que haría cualquier soldado verdaderamente profesional: combatir sin parar. Su postura era, asimismo, altamente espiritual: pensaba en el juicio de la Historia, antes que en la propia supervivencia.
Sin embargo, no necesariamente la iniciativa de Castagneto iba a ser coronada con la muerte de todos los valientes atrincherados. En 1984, ese brillante intelectual que fue Manfred Schönfeld, me decía: “No acepto de modo alguno la típica excusa de que Menéndez estaba preocupado por su tropa. Hay ejemplos en la historia de cómo resuelve eso un oficial pundonoroso. Si entre esa muchachada se hubiese corrido la voz ‘¡El general en persona está lanzándose al ataque! ¡Carga frente a nosotros contra el enemigo!’ eso los hubiera galvanizado. Porque no hay soldado; ni profesional, ni conscripto, que resista eso. Y eso es lo que debiera haber hecho el general Menéndez. También, si se hubiera atrincherado en la casa del gobernador con cuadros, anunciando a los cuatro vientos que ha licenciado a su tropa, especialmente a los conscriptos, pero que él de ahí no se mueve, que tendrán que sacarlo muerto, yo me juego la cabeza, conociendo como creo conocer a los ingleses, en cuyo país viví nueve años seguidos, que si él hace eso, los ingleses se frenan. Si llega el mensaje a Londres –y a todo el orbe–: ‘El hombre no se va a rendir. Habrá que pasarlo a cuchillo a él y a sus doscientos selectos. ¿Qué hacemos? ¿Vamos a pasar por unos monstruos? ¿Cinco mil hombres vamos a masacrar a doscientos, cuando ellos con sus diez mil respetaron a nuestros ochenta Marines que estaban antes del 2 de abril?’ –me juego nuevamente la cabeza que la respuesta iba a ser: ‘Negocie con el hombre’. Y entonces, cuando se negocia, algo se saca. Algo más honorable, más digno. Pero irse así al mazo, es lamentable. Demostrativo de que ese general evidentemente no domina su oficio, ni tampoco tiene las cualidades esenciales del militar, que son el coraje y el espíritu de sacrificio”.
Después de todo, los jefes están justamente para hacer esa clase de gestos, interpretando la necesidad histórica. Menéndez, en cambio, no se rindió el 14 de junio. Ya había llegado rendido a las islas el 7 de abril.
sábado, 15 de julio de 2023
viernes, 14 de julio de 2023
jueves, 13 de julio de 2023
jueves, 22 de junio de 2023
martes, 28 de junio de 2022
domingo, 12 de junio de 2022
sábado, 9 de octubre de 2021
Malvinas: Roy Fonseca y Altamirano se encuentran para recordar la escaramuza de Puerto Howard
Se enfrentaron en Malvinas y se reencontraron 35 años después
El santotomesino Francisco Altamirano y Roy Fonseca, de Sri Lanka, combatieron a tiros durante la guerra que Argentina y Gran Bretaña libraron en 1982. Se volvieron a ver hace unos meses en las islas Seycheles, en un encuentro que fue conmovedor y sanador.
Roy y Francisco, durante el reencuentro que protagonizaron el año pasado, en las Islas Seycheles. El inglés había conservado durante 35 años la boina de combate que Francisco le obsequió al terminal la guerra. Crédito: Gentileza Eduardo Rotondo
Agustín Vázquez || El Litoral (www.ellitoral.com)
Los soldados argentinos que combatieron en las Islas Malvinas en 1982 ejemplifican la imagen viviente de los centinelas que ofrendaron sus cuerpos frente a un enemigo que vino a quitarles un pedazo de soberanía, de tierra y de vida. Desde el 2 de abril hasta el 14 de Junio, dos países lucharon con valiente determinación y resolución. Balas argentinas y británicas cruzaron por los aires con destinos fatales, aunque en muchos casos un azaroso destino cuestionó los tiempos de la muerte.
Hace treinta y cinco años, una mañana del 10 de junio de 1982, dos enemigos se encontraron en el campo de batalla, dando lugar a una hermandad que nació entre la pólvora y la sangre. El relato que sigue es una muestra de los caóticos momentos de un enfrentamiento que devino en un abrazo muchas décadas después. Los protagonistas son dos jóvenes soldados, uno santotomesino y otro de Sri Lanka. Francisco Altamirano y Roy Fonseca. Cuando conocí la historia, decidí intentar propiciar el reencuentro de ambos veteranos.
Primer encuentro
Esa mañana de junio, una patrulla de la Compañía de Comandos 601 se aproximaba cautelosamente por una ladera rodeada por formaciones rocosas en la zona denominada “Many Branch Point”, un puesto de observación al norte de Port Howard (Puerto Mitre), el mayor establecimiento de la isla Gran Malvina. Al mando del teniente primero José Duarte, un grupo de cuatro hombres retornaba de una misión de observación. Detrás le seguían el sargento primero Eusebio Moreno, el sargento ayudante Francisco Altamirano y el cabo primero Roberto Ríos. De repente oyeron voces; durante unos segundos dudaron si eran civiles Kelpers. Hasta que Altamirano observó un movimiento unos metros adelante. Un gorro de lana marrón -parecido al que usaban los marinos argentinos- se elevó por entre las piedras.-“¡Alto!, ¿son argentinos?”, gritó Altamirano con todas sus fuerzas.
La distante cabeza volvió a perderse entre las piedras, para dar rienda suelta a una agresiva respuesta. Ráfagas de calibre 5.56 despejaron cualquier duda para los comandos argentinos, quienes se vieron envueltos en un feroz intercambio de fuego con el enemigo inglés. La intensidad del enfrentamiento fue descomunal, atroz... se entrecruzaban voces en español e inglés. “Fueron minutos donde no hubo miedo, ansiedad, nada... solo cargar y disparar”, confiesa Altamirano. La potencia de fuego confundió al enemigo, quien pensó que se trataba de un grupo mayor. Esto produjo un cambio mortal para el esquema británico; se movieron (mientras continuaban disparando) en busca de mejores posiciones o resguardo. Dos figuras fueron divisadas, corriendo hacia abajo. De repente uno de ellos cayó hacia adelante, contorsionando su cuerpo en clara evidencia de haber recibido varios disparos. Su compañero, levantó las manos en señal de rendición.
-“¡Se rinden!, no tiren más!”, gritó Altamirano a Duarte, quien a su vez alzó la voz pidiendo un alto al fuego.
Sin bajar sus fusiles, los comandos de la 601 avanzaron rápidamente hacia donde estaba el enemigo. El soldado inglés comenzó a caminar hacia los argentinos, con sus manos levantadas. Cara a cara, respirando aceleradamente, dos historias chocaron por primera vez. Altamirano lo revisó, lo desarmó y lo llevó prisionero. Era el cabo primero Roy Fonseca, de ascendencia srilanqués, quien integraba las filas del Special Air Service (SAS).
Al llegar a la compañía, Altamirano contó: -“Matamos a un soldado, tuvimos un combate y matamos a un hombre, matamos un soldado”, repitió, intentando no quebrarse.
Posteriormente, una patrulla de reconocimiento argentina volvió a la zona del combate para llevarse el cadáver del capitán John Hamilton, también del SAS (encontraron la chapa de identificación dentro de la chaqueta). Su cuerpo fue llevado en una camilla hasta Puerto Howard, donde se le asignó cristiana sepultura en una ceremonia religiosa efectuada al resguardo de una improvisada capilla. Moreno y Altamirano pasaron a rezar y darle un último adiós al hombre que enfrentaron en combate. No obstante, cuando ingresaron vieron una imagen que no esperaban: dos bultos (envueltos en sacos plásticos negros), uno grande y otro más chico, acaparaban la escena. El otro cuerpo que esperaba sepultura era de un joven soldado argentino del Regimiento de Infantería 5 (RI 5) que había muerto de inanición. La memoria golpea una vez más: -“Hasta el día de hoy recuerdo con tristeza y dolor esa imagen. Ver soldados argentinos deambulando buscando algo de comida, flacos como zombies, desesperados revolviendo la basura. Es incomprensible como los altos mandos o jefes de sección no fueron capaces de velar por sus hombres”, sentencia Francisco Altamirano, casi llorando de bronca e impotencia. “Hubo 15 casos de desnutrición severa en el hospital de Puerto Yapeyú, mientras unos galpones llenos de suministros estaban reservados y nunca fueron repartidos.”
La sepultura de Hamilton fue llevada a cabo con honores militares en el cementerio local. Una bandera del Reino Unido cubrió el féretro y una guardia argentina acompañó el proceso hasta el lugar del descanso final.
Francisco Altamirano (primero desde la izquierda) previo a una misión durante el conflicto bélico por las Islas Malvinas.
La rendición argentina
Unos días después, el 14 de junio, fue declarada la rendición argentina en Puerto Argentino. Una valerosa pero costosa campaña había llegado a su fin.El 15 de junio comenzó con una orden urgente para Altamirano y Moreno. Debían armar una pequeña pista para helicópteros ya que volaría hasta Puerto Howard un aparato inglés trayendo oficiales enviados para la rendición definitiva de la guarnición argentina.
El coronel Mabragaña aguardaba a la comitiva británica al lado de la pista, acompañado por Roy Fonseca a su derecha. El saludo entre el jefe del Regimiento 5 y el oficial enemigo se hizo de manera cordial, casi ceremonial, y le presentó al prisionero que había sido capturado cinco días antes.
Poco a poco, numerosos efectivos británicos coparon Puerto Howard, con pequeñas tanquetas “Scorpion” acechando desde las colinas e ingresando al asentamiento. La rendición argentina se había consumado y las armas fueron puestas sobre el terreno. Casi 1000 soldados (conscriptos, suboficiales y oficiales) marcharon al cautiverio del enemigo.
“Nos informaron que debíamos dejar el armamento en un lugar determinado, pero nosotros decidimos desactivar nuestros fusiles, retirar los percutores o partes importantes del interior de las armas. Dejar inactivo la mayor cantidad de nuestros elementos para que no sirviera a los ingleses. Creo que ahí fue cuando tomamos consciencia plena de que todo había terminado. Un manto de tristeza se posó sobre nosotros y pensé ¿de que sirvió todo esto?”, recuerda Altamirano sobre aquellas horas finales.
La labor restante de destrucción del equipo transcurrió en una escuelita cercana que obraba de alojamiento a los comandos. Metódicos y serenos, cada uno de ellos estaba a solas con sus pensamientos, con sus demonios y sus tristezas. La moral de la tropa sangraba de dolor por lo que vendría, lo que no fue y por el retorno a casa sin victorias. Altamirano miraba en los rostros de sus camaradas la desazón y la congoja de ya no poder hacer nada más.
Segundo encuentro
Un suave golpe en su hombro lo despertó del leve transe que lo había poseído. “Che Mono, te busca Roy”, le dijeron. El cabo primero Fonseca recordaba el nombre de Francisco luego de una visita que él y Moreno le habían hecho en la improvisada celda de prisión que lo retuvo desde el 10 de junio hasta el final de las hostilidades. Fonseca tampoco olvidó la generosidad de Altamirano, que le proveyó de un par de medias secas, cigarrillos y un pulover que tenía en su mochila para combatir mejor el frío. Un gran corazón, un inmenso espíritu de humanidad era palpable en las pequeñas y grandes acciones de solidaridad que su captor tuvo con el prisionero.“¡Francis, Francis!”, oyó a sus espaldas. Altamirano volteo y miró a su antiguo enemigo. Lo que escuchó en ese momento lo guardó por mucho tiempo cerca del corazón, asimilando un antídoto para contrarrestar el virus de la derrota y el dolor.
“Very good Francis, very good. Don’t worry, war is politics, only politics. Goodbye”
Se saludaron, pero mientras Roy se alejaba a la distancia, Francisco lo llamó. Se sacó su boina de comando y se la entregó con lágrimas en sus ojos. “For you, souvenir”, alcanzó a decir Altamirano en un inglés entrecortado por la emoción.
“Nunca más supe nada de él”, dijo Francisco Altamirano al concluir la entrevista. Era el 11 de enero de 2017 y en unos meses se conmemorarían treinta y cinco años desde aquella despedida.
Uno de los protagonistas de la historia es de la ciudad de Santo Tomé. En la fotografía, Francisco Altamirano es uno de los que está parado, el segundo desde la izquierda. Foto: Gentileza
Vuelta de página
La posguerra fue un camino tortuoso para los veteranos de Malvinas. De más está decir la total y absoluta falta de contención psicológica, económica y política que sobrevoló cada día de sus vidas por muchos años. Cientos de suicidios dieron evidencia de ello.Altamirano, Moreno, Ríos y Duarte siguieron sus carreras en el Ejército Argentino, luchando como pudieron con las visiones del pasado, las preguntas sin responder o los incontables interrogantes tras el enfrentamiento con Hamilton y Fonseca. La culpa de haber matado un hombre es una mochila que llevan a cuesta, aunque se entiendan las circunstancias de una guerra y el paso de los años.
En marzo del año 2000, el suboficial mayor Francisco “Mono” Altamirano pasó a retiro del Ejército tras treinta y cinco de servicio a la patria. Era tiempo de dar una vuelta de página en un capítulo que cerraba sus puertas, aunque una figura del pasado estaba presente de tanto en tanto, revoloteando entre dudas y misterios. ¿Qué habrá pasado con aquel soldado inglés?
Fonseca, en las Seychelles
La República de las Seychelles es un grupo de 115 islas ubicadas en el océano Índico, al noreste de Madagascar. Lejos del frío malvinense y de la dura turba de Puerto Howard, un hombre mira el atardecer desde el balcón su casa. Su pelo gris y un sendo bigote le confieren una peculiar imagen. Él también tiene recuerdos que lo absorben y le impiden cicatrizar heridas que todo combatiente posee.Roy Fonseca se alejó del Special Air Service muchos años después de finalizada la guerra y tras haber luchado en diversos frentes de combate. Prefirió continuar su vida en el sector privado, aventurándose en diversos rubros tales como fundar una compañía de seguridad privada en 1993 y en la gestión de su restaurante familiar “Marie-Antoinette”, establecido en 1972 por su madre Kathleen. Se casó y tuvo dos hijos.
Todo ha cambiado para este viejo soldado; playas paradisíacas lo acompañan cada día y reemplazan antiguos campos de batalla por aguas cristalinas y verdes palmeras. Ha sentido la presencia de la muerte en varias oportunidades, de cerca respirándole o en camaradas que han caído en combate. Cierra los ojos y puede ver al capitán Hamilton tendido a su lado, desangrándose rápidamente y sin posibilidad de hacer nada por él. Las balas silbando alrededor y rebotando en las piedras cercanas. Roy Fonseca siente una dolorosa carga por no haber podido hacer nada por su compañero. A pesar de ello, sintió un alivio reparador cuando logró retornar, luego de varios años, al lugar donde murió Hamilton.
Tercer encuentro
Larga y extensa fue la búsqueda del veterano inglés y antiguo miembro del SAS, pero tras unos meses pude contactarme con Roy Fonseca. Lo primero que hice fue relatarle el encuentro que mantuve con Francisco Altamirano a comienzos del año pasado. Su sorpresa fue total; estaba asombrado de saber que su antiguo enemigo y captor se hallaba con vida. Las maravillas de la tecnología dieron cabida a un contacto más personal que se materializó a través del Whatsapp. El celular estalló de mensajes y, a miles de kilómetros de distancia, en la localidad de Santo Tomé (Provincia de Santa Fe) esas noticias llegaron al oído del veterano argentino dispuesto a poner en marcha una travesía que le permitiese cerrar memorias oscuras de un pasado atado a Malvinas.La ayuda de otro gran amigo, Elio Musuruana, fue fundamental para concretar el reencuentro en las Islas del Océano Índico. Elio es instructor de buceo y, desde la Escuela de Buceo del Club Regatas de Santa Fe, habían elegido Seychelles como destino para la expedición anual. Hacia allí partió Francisco, junto a 40 buzos santafesinos que formaron parte de la delegación. Ninguno de ellos sabía la increíble historia de la que serían testigos.
El avión pisó el Aeropuerto de Mahé la noche del 10 de noviembre. Un caluroso descenso dio la bienvenida al grupo de argentinos. Entre la multitud, unas manos se alzaron a la vista de Francisco. El encuentro, postergado por tres décadas, estaba a escasos pasos de distancia.
“Sentí una enorme emoción. Lo vi parado y acelere mis pasos para darle un abrazo que tenía guardado por 35 años. Fue inexplicable”, afirma Altamirano.
Los días que siguieron en Seychelles estuvieron cargados de momentos imborrables. El más significativo fue el 12 de noviembre durante el denominado “Remembrance Day” (Día del Recuerdo o, también, Día de la Amapola), una conmemoración por los muertos de todas las guerras (especialmente la Primera Guerra Mundial). Ese domingo en Seychelles, la solemne jornada comenzó con una misa en St Paul’s Cathedral y finalizó en el cementerio de Mont Fleuri, el más grande de Victoria. Allí se dio lugar a una ofrenda para los caídos, acompañado por significativos discursos de Roy y Francisco, ambos recordando la memoria de los veteranos, sin olvidarse del capitán John Hamilton.
Ante la vista de todos los presentes, Roy detuvo sus palabras por unos instantes, se acercó a Francisco y sacó un objeto que dejó sin aliento al suboficial argentino. Como en una máquina del tiempo, unas lágrimas cayeron por sus mejillas al ver lo que sus manos ahora sostenían: era la boina de comando que 35 años atrás le había entregado como “souvenir” tras la rendición argentina en Puerto Howard. El “Mono” intentó hablar pero no pudo, solo dio una frágil explicación para sus compañeros de buceo que lo miraban: “Esta era mi boina...”.
Algo del pasado estaba concluido; una actitud que lo ayudó a cerrar heridas y encontrar respuestas muy lejos de casa, en una isla perdida en la inmensidad del Océano Indico.
Esa fue también mi misión, desde un humilde lugar, intentan ayudar a que dos partes puedan formar un todo nuevamente. Atestiguamos una historia de superación y resiliencia, de tabúes y fantasmas, de muerte y perdón. Sin embargo, la verdad final la conocen solo ellos dos, sus protagonistas, y está bien que así sea. Un gran relato solo se ve completo si dejamos algo en el aire, en el infinito de la imaginación y la duda. Eso nos permitirá seguir buscando, como Francisco y Roy, que impulsaron sus vidas en pos de un abrazo sanador.
viernes, 13 de agosto de 2021
domingo, 25 de julio de 2021
jueves, 15 de julio de 2021
domingo, 4 de julio de 2021
Malvinas: Tte 1° Martiniano Duarte comenta el rol de los Comandos del Ejército
martes, 29 de junio de 2021
sábado, 26 de junio de 2021
Malvinas: El combate sobre el río Murrell
Contraemboscada sobre el puente Murrell
FuentePuente sobre el río Murrell hoy
La batalla en el Puente Murrell fue una emboscada que tuvo lugar la noche del 6 y 7 de junio por parte de tropas británicas que sorprendió a un grupo de comandos de la 601ª Compañía de Comando. Los argentinos se habían propuesto explorar el puente sobre el río Murrell. El enfrentamiento duró aproximadamente 40 minutos sin registrar bajas, terminando con la retirada de las fuerzas británicas, dejando atrás una enorme cantidad de cartografía; documentos; un comunicador de radio y una bandera del Reino Unido. [2]
Combate del puento Murrell | ||||
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Parte of sitio a Puerto Argentino | ||||
Fecha | 6-7 Junio de 1982 | |||
Lugar | río Murrell, al este de la isla Soledad, Islas Malvinas | |||
Resultado | victoria argentina | |||
Beligerantes | ||||
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Comandantes | ||||
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Unidades militares | ||||
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Fuerzas en combate | ||||
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Bajas | ||||
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Introducción
A fines de mayo de 1982, varios paracaidistas del 3er Batallón de Paracaidistas (Compañía D, 3 PARA), comandados por el Capitán Matthew Selfridge y los Ingenieros Paras del Capitán Robbie Burns, fueron transportados a Estancia House para asentarse en el río Murrell. [3]En contraste, la Compañía Helitransportada B del Mayor Oscar Ramón Jaimet, que tenía patrullas avanzadas alrededor de la cresta de La Silla (La Silla) cerca del Puente Murrell, y el Pelotón de Fusileros del Subteniente Aldo Eugenio Franco, tuvieron un breve intercambio. de fuego con los paracaidistas de Selfridge después de que uno de sus soldados descubriera su presencia. [4]
El 4º pelotón del 3 PARA del teniente Ian Bickerdike estableció una base de patrulla cerca del puente Murrell durante la noche del 3 de junio, pero pronto fueron descubiertos al amanecer por el capitán Carlos Alfredo López Patterson y los hombres del segundo teniente del pelotón de fusileros. Miguel Mosquera Gutiérrez en Dos Hermanas Norte, quien dispersó a los paracaidistas con fuego de ametralladora y apoyo de los morteros del teniente Luis Carlos Martella. [5] Según el cabo Ned Kelly:
El comandante del pelotón estaba a 300 metros del puente, a unos 600 metros detrás de nosotros. Cuando le pedí que nos sacara, se negó, diciendo que el fuego enemigo no era efectivo. Le dije que debería llevar su maldito trasero a nuestro lado del río y probarlo porque nos parecía bastante efectivo. Tenía una patrulla de seguridad a 500 metros de distancia en terreno muerto. Los argentinos comenzaron a golpearlos con morteros, persiguiéndolos hasta nuestras posiciones. Entonces su artillería entró en acción. [6]Luego de ambas retiradas, los Capitanes Selfridge y Burn marcharon con varios hombres a la zona del río Murrell con el fin de conquistar el área del puente [7], estableciendo las patrullas del Sargento Ian Addle y el Cabo Peter Higgs en el lugar junto con algunos Ingenieros. Paras, quienes fueron reforzados la noche del 6 al 7 de junio por patrullas pertenecientes a Peter Hadden Cabos Mark Brown y Company D. [8]
Para entonces, el mayor Jaimet, jefe de la posición antitanques en el valle entre las montañas Longdon y Dos Hermanas, también había informado de la presencia de tropas enemigas a lo largo del río Murrell. Eso hizo pensar a los jefes de las fuerzas especiales argentinas en Puerto Argentino que había una buena oportunidad para realizar una redada exitosa contra el Puente Murrell.
Ante esto, el Mayor Mario Luis Castagneto, creyendo que el número de paracaidistas era mínimo, envió una patrulla de 11 hombres de la Compañía Comando 601 y dos miembros de la brigada de Gendarmería Nacional, con el fin de realizar una emboscada contra los británicos. [9] Para esta operación se convocó al teniente primero Fernando García Pinasco, quien se encargó de cruzar el río Murrell antes de llegar al puente, para sorprender a los británicos donde menos lo esperaban.
Los comandos Frecha, Elmiger, Anadón, Llanos y Brizuela luego de la contraemboscada en el puente Murrell.
El mayor Ricardo Mario Cordón (segundo jefe del Regimiento de Infantería 4) recibió la orden de apoyo a la fuerza de mando y en la noche del 6 al 7 de junio, el cabo Oscar Nicolás Albornoz Guevara junto con ocho soldados conscriptos (incluido Orlando Héctor Stella, el operador de radio) de la Compañía C en Dos Hermanas, cruzaron el río Murrell y llegaron a la retaguardia de la posición enemiga en el Puente Murrell donde observaron varios vehículos británicos, pero la patrulla argentina pronto fue atacada por el pelotón de morteros 3 PARA. y tuvo que retirarse. [10]
El combate
El operativo se inició la noche del 6 de junio. La primera parte del operativo consistió en tomar al segundo jefe de la Compañía de Mandos 601, Capitán Rubén Teófilo Figueroa, como oficial adjunto del Puesto de Mando de su unidad. Al llegar a los puestos de la Compañía B del Mayor Jaimet, García Pinasco decidió dejar uno de los Land Rover a cargo del Sargento Alarcón Ferreyra para servir como oficial de enlace de la artillería argentina en Puerto Argentino.Al llegar al puesto de mando entre las montañas Longdon y Dos Hermanas, el mayor Jaimet confirmó que no se había detectado ningún movimiento enemigo sobre el objetivo y que el área parecía despejada. Por eso, quince minutos después retomaron la marcha por un campo minado, guiados por el teniente Marcelo Alejandro Anadón.
Bordearon el río hasta llegar a un recodo que formaba a tres kilómetros de las posiciones argentinas. En ese lugar, el grupo se dividió en dos, una patrulla de exploración integrada por el Teniente Anadón, el Sargento Primero Ramón Vergara y el Sargento José Rubén Guillén, que tendría que cruzar la parte baja del río para continuar el movimiento a lo largo del río. ribera opuesta (poniente) y el grueso de la tropa, que lo haría por la misma ruta, evitando ser un objetivo rentable ante posibles emboscadas. Luego de una hora y media de marcha, el teniente Anadón ordenó un alto porque algo parecía brillar en la distancia. Guillén comentó que podría ser el reflejo de la luna en el agua, por lo que continuaron su marcha. El resplandor en cuestión era el reflejo de la luna en el poncho impermeable de un paracaidista.
Río Murrell cerca de su naciente
Figueroa, por su parte, designó cuatro comandos para cruzar la río y se colocan en el otro lado como un avance, dejando atrás el escalón de asalto y reserva. Cruzó el puente y se quedó con sus hombres detrás de un montículo de piedras que les serviría de protección. Luego regresó y le ordenó a Anadon que se les uniera. El oficial obedeció y seguido por el sargento primero Vergara llegó donde estaba la vanguardia. Por su parte, García Pinasco y el Sargento Guillén, se dirigieron hacia las piedras mencionadas, a la izquierda del puente y desde allí apuntaron con sus rifles, comprobando que era una buena ubicación. Cuando los argentinos menos lo esperaban, comenzó la pelea. En plena oscuridad, los paracaidistas del capitán Matthew Selfridge abrieron fuego desde la elevación rocosa que ocupaban a 70 metros frente al puente, lo que obligó a la gente de García Pinasco a tirarse al suelo y responder. Eran las 6:45 a.m.
Hubo un primer momento de sorpresa pero una vez superado, se generó un violento intercambio de disparos que saturó el lugar de trazadores. El ayudante del sargento Rubén Poggi, García Pinasco y el primer sargento Miguel Ángel Tunini cruzaban el puente a toda velocidad cuando Poggi recibió un disparo en la pierna y resultó herido. Mientras Tunini intentaba ayudarlo, el sargento Guillén disparó con su ametralladora MAG mientras sus compañeros lo hacían desde distintas posiciones. Esto distrajo la atención de los británicos quienes, forzados por la situación, cambiaron la orientación de sus armas tratando de neutralizarla, lo que alivió la situación de los comandos avanzados, que quedaron peligrosamente expuestos, permitiéndoles una mejor cobertura.
Anadón verificó por radio que todo el personal estaba bien y mucho más aliviado, se movió con el Sargento 1er Ramón Vergara hacia otra leve ondulación del terreno, desde donde disparó una granada de rifle PDEF de 40 mm que cayó en medio de la posición principal británica. .
Los comandos argentinos lanzaron el contraataque, primero Figueroa, quien, disparado de adrenalina, inició una carrera sumamente imprudente, sin dejar de disparar, seguido de García Pinasco, Anadón y detrás de ellos, Vergara, Suárez, Quinteros y dos comandos de la Gendarmería Nacional, Asistente. Sargento Natalio Jesús Figueredo y Sargento Miguel Víctor Pepe.
Los comandos se apresuraron hacia las posiciones de ametralladoras enemigas, gritando pidiendo aliento mientras los reclutas del teniente Luis Carlos Martella en Dos Hermanas Norte abrían fuego efectivo con sus morteros contra los paracaidistas que ahora se retiraban. [11] [12] En la corrida, Duckling superó a sus compañeros y fue el primero en llegar a la posición británica para entonces, había sido abandonado.
Según el cabo Mark Hunt:
Vimos bastantes personas en el valle que venían hacia nosotros y las alcanzamos. Tenían un apoyo de fuego masivo con ametralladoras calibre .50 y 7.62 mm y nos hicieron explotar, llovió a balazos y nos obligaron a retroceder. [13]
Tras la retirada de las fuerzas británicas, se constató que habían abandonado mucho equipo: ocho sacos de dormir, igual número de mochilas, dos cascos de acero, una boina con la insignia del 3 Para, una cámara con su medio rollo usado, una radio PRC-351 encendida y una bandera del Reino Unido.
Una vez ocupado el campamento, el teniente Anadón, como oficial de comunicaciones, pasó la frecuencia al suboficial de enlace e hizo lo propio con la capital, estableciendo contacto con el capitán Pablo Llanos. Y fue el propio Llanos quien les informó que minutos antes se había capturado una desesperada solicitud de auxilio, a través de la cual el enemigo solicitó con urgencia la presencia de un helicóptero para evacuarlos.
Los comandos no tardaron en corroborar la información ya que poco después de cortar, vieron una bengala blanca a lo lejos y casi de inmediato un Sea King que aterrizó en el suelo para evacuar inmediatamente a los británicos, pero no ante un miembro de la patrulla de Hadden por error. abrió fuego contra los hombres del sargento Pettinger. [14] Por tal motivo, se decidió cargar el equipo capturado y se retiraron a una distancia de 500 metros, donde encontraron un grupo de rocas que les brindaron refugio seguro.
Tras apostar guardia, García Pinasco, Anadón y Tunini regresaron a la zona de combate para registrar sus alrededores en busca de los heridos y algún otro material abandonado. Pero no encontraron nada, evidencia clara de que el helicóptero enemigo había evacuado a todos los miembros de la patrulla avanzada y que la zona estaba desierta.
El único comando argentino herido fue el sargento asistente Rubén Poggi, quien fue evacuado en motocicleta a la parte trasera donde fue atendido por el capitán médico Pablo Llanos.
La patrulla de comandos argentinos permaneció en su lugar toda la mañana, observando el movimiento enemigo entre las montañas de Kent y Estancia. Los comandos argentinos solicitaron fuego de artillería para vencer las posiciones enemigas y el fuego argentino cayó alrededor del pelotón de Royal Marines del teniente Andy Shaw del 45 Commandos Battalion, quienes fueron enviados a lanzar un todoterreno Land Rover parado en Mount Kent. [15] Los hombres de Teniente Shaw se vieron obligados a abandonar el vehículo cerca de la cima del monte Kent cuando fue atacado por la artillería argentina. [16]
Poco después del anochecer, la Sección de Asalto 3 bajo el mando del capitán Jorge Eduardo Jándula tomó la posición del Puente Murrell y preparó otra emboscada en la noche del 7 al 8 de junio. Durante su estadía allí, los comandos argentinos descubrieron otra posición británica evacuada, que había escapado a la atención de los hombres del capitán Figueroa. [17]
Versión británica
Mientras los británicos avanzaban desde su cabeza de puente en San Carlos, comenzaron a encontrar las defensas argentinas exteriores en las colinas alrededor de Puerto Argentino. El 3 Para tomó una derrota hacia el norte y a fines de mayo había avanzado hacia la casa de Estancia. Desde allí, enviaron patrullas especializadas de la compañía D para explorar las posiciones enemigas en el Monte Longdon, su objetivo esperado en las próximas batallas. Sin embargo, hubo un problema de que el viaje desde Estancia tomaba varias horas cada noche, por lo que se estableció una base de patrullas en Murrel Bridge aproximadamente a la mitad del camino.
Fotos capturadas a los paracaidistas que huyeron del Puente Murrell
En el lado argentino pronto se advirtió que las unidades en las posiciones en las colinas circundantes no estaban capacitadas tanto en entrenamiento como en moral para realizar su propio patrullaje. Por lo tanto, las unidades de comando del ejército, normalmente utilizadas para el reconocimiento profundo, tenían que asumir esta tirada. Pudieron hacerlo con cierto efecto y en las primeras horas del 7 de junio una de esas patrullas se acercaba al puente Murrel.
Equipo capturado a los paracaidistas que huyeron del Puente Murrell
Después de varias noches exitosas en el área, la patrulla del sargento Addle acababa de llegar al acantilado en la orilla occidental del río que habían estado usando como base. Aquí se reunieron con algunos otros miembros de la compañía Patrols y se dispusieron a pasar la noche. En un corto espacio de tiempo, un centinela informó que se movían figuras cerca del puente. Los Paras se abrieron y un confuso tiroteo se desarrolló en la oscuridad con pequeñas armas, ametralladoras y fuego LEY intercambiado. La patrulla del Comando fue muy agresiva y antes del amanecer había obligado a los Paras a retirarse, teniendo que dejar atrás gran parte de su equipo. La noche siguiente, los paras regresaron con mayor fuerza, pero su equipo se había ido. A partir de entonces, las patrullas tuvieron que montarse desde más cerca de sus propias líneas. Freedman en su libro [18] (p. 503) comenta brevemente la escaramuza añadiendo erróneamente la suma de 5 bajas del lado argentina sin bajas propias.
Documental
El 2 de abril de 2017 se estrenó el documental independiente "The Battle of Murrell Bridge", estrenado en conmemoración del Día de los Veteranos y los Caídos en la Guerra de Malvinas. El trabajo se basa en los testimonios de los integrantes de la Compañía de Mandos 601 del Ejército Argentino. [18]Referencias
- Según "Incursiones de los comandos" (Clío, 1983) había 13 comandos argentinos.
- [Combates del 4, 5, 6 y 7 de junio | https://www.infanteria.com.ar/combates-del-4-5-6-y-7-de-junio-en-malvinas/]
- Cita para el capitán Matthew Selfridge, junio de 1982
- Aldo Franco (Mission Malvinas Band of Brothers)
- «Habían venido durante la noche, hasta habíamos oído un motor, porque venían en vehículos parecidos a los jeeps ... Habíamos oído el ruido de los motores y no los habíamos podido ver. .... Fue un rechazo total a esa infiltración que fue de doce a quince personas. En realidad, había más porque había muchos con otros vehículos, un poco más atrás. "Así pelearon, Carlos M. Túrolo, p.66, Editorial Sudamericana, 1982
- Las cicatrices de la guerra, Hugh McManners, págs. 162-163, HarperCollins, 1993
- No llores por mí, sargento mayor, Robert McGowan, Jeremy Hands, Futura, 1997
- «El 6 de junio, dos patrullas al mando de los cabo Brown y Haddon se reunieron 200 yardas al norte del puente Murrell y observaron una patrulla enemiga cruzando el horizonte al este del río. Mientras los hombres del 3 PARA observaban, dos tropas enemigas revisaron el puente antes de unirse a las demás. En ese momento las patrullas abrieron fuego, matando a cinco argentinos. Cuando el resto huyó, fueron inmediatamente bajo fuego de mortero y artillería desde una base enemiga en el Monte Tumbledown y se vieron obligados a emprender una rápida retirada, abandonando sus mochilas y radio pero evitando víctimas. El puesto fue registrado dos días después por 3 PARA pero no había rastro del equipo ». Grupo de trabajo, David Reynolds, pág. 179, Sutton, 2002
- Según "Incursiones de los comandos" (Clío, 1983) había 13 comandos argentinos.
- ¡Volveremos!, Jorge R. Farinella, p. 125, Editorial Rosario, 1984
- "Los veteranos de Sunderland Falklands recuerdan la batalla del monte Longdon". Archivado desde el original el 15 de abril de 2017. Consultado el 20 de abril de 2020.
- "El jefe de los comandos era el mayor Castagneto, y la compañía era 601. Estos comandos pasaron por nuestra posición, para consultarnos sobre el lugar exacto. Esa noche estuvimos atentos al operativo. Serían las dos o las tres de la tarde. mañana. Mañana cuando vimos que se producía el encuentro. Aunque estaban lejos, tres o cuatro kilómetros, vimos el encuentro, los disparos, el rastro de munición que se ve por la noche ... Entonces comenzamos a apoyar desde nuestro posiciones con ametralladoras antiaéreas y morteros de 81. ... En realidad iban a ese puente sobre un riachuelo que estaba a tres o cuatro kilómetros de nuestra posición ... ”Así lucharon, Carlos M. Túrolo, Editorial Sudamericana , mil novecientos ochenta y dos
- «La Guerra de Malvinas: Paracaidista lo suficientemente cerca de las tropas argentinas les oyó hablar antes del ataque». Archivado desde el original el 7 de abril de 2017. Consultado el 20 de abril de 2020.
- Estaba patrullando con el cabo Pete Hadden cuando otro grupo de hombres emergió de la penumbra. Se había acordado un pasillo prohibido para evitar incidentes azul sobre azul, pero Terry había llevado al grupo de Hadden a través de él. Al reconocer la patrulla que se acercaba, el sargento John Pettinger le dijo a su equipo que mantuviera el fuego. Pero Terry no fue tan cauteloso y disparó varias rondas de rifle al 'enemigo'. Invasión 1982: La historia de los isleños de las Malvinas, Graham Bound, p. 189, Casemate Publishers, 2007
- El Landrover fue finalmente encontrado por 2 Troop y los libros de códigos y las radios fueron recuperados y devueltos debidamente a sus propietarios. Las raciones y la bebida que también encontraron no lo eran. El Landrover estaba salpicado de metralla y había alrededor de 10 agujeros de proyectil en el área circundante, y claramente todavía estaba bajo observación porque la patrulla sufrió un disparo de artillería preciso cuando se retiraron. The Yompers: Con 45 Commando en la Guerra de las Malvinas, Ian Gardiner, Pen & Sword, 2012
- El Landrover errante era un vehículo del Escuadrón Aéreo de la Brigada que había sido plantado inadvertidamente en las laderas del monte Kent, a la vista de las posiciones argentinas en Stanley. Los argentinos reaccionaron muy rápido, provocando de inmediato un bombardeo de artillería sobre el vehículo, aunque el helicóptero salió ileso. The Yompers: Con 45 Commando en la Guerra de las Malvinas, Ian Gardiner, Pen & Sword, 2012
- Sin más noticias, por la tarde fueron relevados por el tercer tramo comandado por el primer teniente González Deibe, quien estuvo acompañado por el capitán Jándula, para mantener la emboscada. Este último permaneció hasta el día siguiente -martes 8 de junio-, pero con ningún otro hecho que el descubrimiento por el teniente Elmíger de otro puesto de observación construido en la otra orilla del río Murrell, traicionado por los paquetes de alimentos empaquetados existentes ". Comandos en Acción, Isidoro J. Ruiz Moreno, Emecé, 1986
- Freedman, L. The Official History of the Falklands Campaign: War and diplomacy, Volumen 2
Bibliografía
Ruiz Moreno, Isidoro (2016). Comandos en acción (2ª edición). Buenos Aires: Claridad. ISBN 978-950-620-312-2.sábado, 12 de junio de 2021
Malvinas: El capitán Sergio Fernández derriba un Harrier desde el hombro
Harrier derribado desde el hombro
El 19 de mayo, a sabiendas de que se avecinaba el desembarco inglés en la isla Soledad (ocurrió dos días después) los generales Menéndez y Parada enviaron al grueso de la Compañía de Comandos 601 a la isla Gran Malvina. ¿Por qué y para qué? Supuestamente porque al norte de Howard el radar Rasit había detectado movimientos sospechosos, que nunca se comprobaron. Los comandos del mayor Mario Castagneto estaban furiosos. “Nos mandaron a correr sombras”, me decía el entonces teniente primero Sergio Fernández. “Eramos la reserva para actuar en el momento del desembarco. Estabamos preparados para atacar a los británicos ni bien pisaran tierra. Y nos rifaron”.
Ya los habían rifado en una ocasión anterior, cuando Menéndez los obligó a custodiar su puesto de comando, - distrayéndolos de sus misiones específicas - ante rumores de un golpe de mano inglés, que nunca ocurrió.
Frustrado por haber perdido la oportunidad de llevar a los hombres de su sección al combate, el Gallego Fernández no imaginaba que se iba a destacar por un hecho único en la historia militar argentina.
Durante tres años, desde el 79, había sido jefe del curso de lanzamisiles portátiles Blow Pipe, de fabricación británica. Una suerte de bazuca modernizada, de tres kilómetros de alcance, que dispara un misil de 14 kilos, a velocidad Mach 1, guiado manualmente después de los 400 metros, con lo cual no se lo puede interferir con contramedidas electrónicas, ni con chaff.
Cuando Castagneto tiene la idea de crear una Sección de Emboscada Antiaérea, manda a Férnandez para que hable con el general Jofre en Stanley House, la casa de gobierno. En Malvinas el Ejército tenía tan sólo tres unidades de lanzamiento y seis misiles, en tanto que en el continente había 20 y 120 respectivamente. Se imponía traer ese armamento al campo de batalla. Pero al Caballo Jofre no le interesó la iniciativa: “No, es mucho problema, nos arreglamos con lo que hay”.
El 21 de mayo se apostaron con sus Blow Pipe cerca del puesto comando del Regimiento 5 de Infantería, en Puerto Howard, rebautizado Yapeyú, el capitán Ricardo Frecha, el Gallego Férnandez y el cabo primero Jorge Martínez.
1- Y muy pronto, a unos cuatro kilometros de distancia, avistan un Sea Lynx.
-¿Qué sentiste en ese momento?
-El adrenalinómetro se puso en rojo…
Pero el helicóptero no se acercó lo suficiente. Poco después, Fernández divisó un avión a reacción. Su reloj marcaba las diez menos cinco. La mira del Blow Pipe, de diez aumentos, no se prestaba a error: era la silueta inconfundible de un Harrier.
Frecha autoriza el tiro. El avión venía frontal sobre el agua y como los comandos se habían ubicado sobre una elevación, estaban parejos en altitud. Fernández decide tirarle desde lo más lejos posible, antes que descargue sus bombas. Pero de repente el Harrier quiebra la trayectoria sobre su derecha, hace un giro sobre las lomas y se pierde: los misiles no lo alcanzan.
Los comandos recargan y casi inmediatamente ven aparecer desde el sur lo que creyeron era un segundo Harrier; años después comprobaron que se trataba del mismo. Ahí Fernández decide cambiar de criterio: lo dejará acercar lo más posible.
-Eso implicaba mayor riesgo…
-A esa altura uno ya estaba jugado y sin fichas. El miedo aparece el algún momento de reflexión, no cuando estás enfocado.
-Y vos lo estabas.
- Lo único que tenía en la cabeza era: “¡Hijo de puta, te la voy a poner en el blanco del ojo!”
Cuando la máquina se empezó a colocar transversal, el Gallego disparó. Un segundo después, ante los ojos del comando, el avión caía en vivo y en directo, hecho una bola de humo y de fuego. Esos ojos también advirtieron el paracaídas desplegado del piloto.
-¿Qué te pasó por dentro?
- Estaba feliz por haber hecho bolsa al avión y doblemente feliz porque el inglés se había eyectado. Yo sólo buscaba neutralizar al Harrier.
Una balacera espectacular acompaño la explosión del cazabombardero: los efectivos del Regimiento 5 le tiraban con ametralladoras, fusiles y hasta pistolas.
Todo sucedió a una velocidad vertiginosa. Del disparo al impacto, pasaron menos de dos segundos. Del impacto a la eyección, menos de cinco.
2- El piloto Jeff Glover cayó al agua a unos 1800 metros de donde estaban los apuntadores de Blow Pipe: ahora urgía evitar que se ahogara. Corriendo, trotando, caminando por un terreno desconocido, sorteando los campos minados argentinos, frenados por el peso de sus fusiles y cargadores, los comandos se dirigieron al lugar. Demoraron unos 45 minutos en llegar, pero - de purísima casualidad - el único bote de todo Puerto Yapeyú estaba amarrado justo frente al lugar en que cayó Glover. Y el cabo primero Eduardo Ibarra, del Regimiento 5, viendo que el piloto flotaba moviendo un solo brazo, embarcó en él con un soldado para recuperarlo.
En la playa lo esperaban los comandos. Fernández le tendió la mano a Glover para ayudarlo a bajar y al verlo morado de frío, lo abrigó con su campera de duvet. En el puesto principal de socorro, adonde lo llevó en su moto el comando-médico Llanos para ser atendido, el piloto británico no se quedó atrás en materia de caballerosidad. Al enterarse que se necesitaba sangre para un soldado herido del 5, ofreció la suya.
Al día siguiente, un helicóptero lo evacuó de la Gran Malvina. Férnandez se acercó a despedirlo.
-Soy el que te derribó.Tras varios intentos fallidos, recién en el 2016 volvieron a encontrarse. Glover formaba parte de la tripulación VIP de un jerarca de Medio Oriente que había llegado a Buenos Aires de incógnito.
-Me place estar vivo.
-A mi también que lo estés.
Un desayuno de cuatro horas en el Hotel Alvear sirvió para reconstruir minuciosamente lo que había acontecido aquel 21 de mayo en Puerto Yapeyú. En una reunion subsiguiente, en La Biela, se sumó el comando Llanos. Aclararon algunos tantos. “Sentí un bang grande, pero el ruido de armas portátiles se percibe como un granizo, y no experimenté eso”, comentó entre otras cosas Glover.
-Pero, Gallego, y emocionalmente, ¿cómo fue ese reencuentro?
-Fuerte. Era el abrazo que nos teníamos que dar dos tipos que casi nos matamos entre nosotros. Y si Dios quiso que sobrevivieramos, fue para que seamos mejores.
Créditos a @nkasanzew