1971, en el submarino Tipo Guppy IA USS "Chivo" se iza por primera vez
el pabellón argentino al ser bautizado como ARA "Santiago del Estero"
para la Armada Argentina.
Operación Corina: El intento de hundimiento del ARA Santiago del Estero
El 4 de marzo de 1973, en un operativo clave para la seguridad nacional, la Policía de la Provincia de Buenos Aires frustró una de las conspiraciones subversivas más peligrosas de la época: la llamada “Operación Corina”. El objetivo de este grupo extremista, perteneciente a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), era hundir el submarino ARA "Santiago del Estero" en la Base Naval de Mar del Plata y ejecutar ataques coordinados en diversos puntos estratégicos de la ciudad. Este atentado formaba parte de un plan más amplio para sembrar el caos en el país en vísperas de las elecciones generales del 11 de marzo de 1973. Sin embargo, una investigación meticulosa y la rápida acción policial lograron desarticular la célula terrorista antes de que pudiera llevar a cabo su cometido.
El submarino GUPPY IA S-22 ARA "Santiago del Estero" S-22, ex-USS
"Chivo" SS-341, en navegación. El ARA "Santiago del Estero" se incorporó
a la Armada Argentina y se desprogramó en 1981. No obstante ello dió
servicio de guerra en 1982, durante el Conflicto del Atlántico Sur, al
ser empleado como señuelo cuando sigilosamente se lo remolcó fuera de la
Base Naval Mar del Plata y se lo ocultó, para sembrar desconcierto en
el enemigo y hacerlo creer que el submarino estaba operando en alta mar.
El allanamiento que desbarató la operación tuvo lugar en un chalet ubicado en la esquina de Matías Strobel y Blas Parera, en pleno Parque Luro. Allí, efectivos de la Unidad Regional IV detuvieron a ocho miembros de las FAR, un grupo que, aunque se presentaba como defensor del proletariado, estaba compuesto en su mayoría por individuos provenientes de familias acomodadas, con formación universitaria y sin una conexión real con la clase obrera. Entre los capturados figuraban Jesús María Aguinagale, Daniel Roque Armengol, Osvaldo Alfredo Lenti, María Cristina Bonfiglio de Armengol y Beatriz Mariana Quiroga de Porfirio, entre otros. En el lugar se incautó un importante arsenal de guerra: subfusiles UZI, pistolas Browning, revólveres Rubí calibre .32, escopetas recortadas y grandes cantidades de municiones y explosivos. Muchas de estas armas habían sido robadas en asaltos previos a bancos y dependencias policiales, lo que evidenciaba el nivel de organización del grupo.
Pero lo más revelador fue la documentación hallada en el chalet. Croquis, mapas y planos detallaban con precisión los objetivos de la operación, incluyendo la Base Naval de Mar del Plata, el puerto y los depósitos de combustible de YPF. También se identificaron otros blancos secundarios, como la Comisaría 1ª de Necochea, que planeaban tomar para apoderarse del armamento policial. El plan consistía en ejecutar estos ataques de manera simultánea el 11 de marzo, coincidiendo con las elecciones nacionales, con el objetivo de generar una crisis de seguridad y socavar la estabilidad del país.
En la Argentina de hoy, los mismos terroristas que el gobierno, la Justicia y los medios han convertido en "víctimas", honrándolos con monumentos y reconocimientos oficiales, fueron los responsables del asesinato de Dora Elcira Cucco de Araya. Su único "crimen" fue estar en su puesto de diarios trabajando aquella mañana del 10 de abril de 1974 en Rosario. En esa transitada calle, se convirtió en víctima de una emboscada terrorista destinada a asesinar a dos efectivos del Ejército Argentino. Mientras a sus asesinos se les otorgaron indemnizaciones, homenajes y honores de Estado, Elcira y su familia fueron condenados al olvido, ignorados hasta el día de hoy.
El 10 de abril de 1972, en Rosario, un grupo de aproximadamente 15 extremistas de las FAR emboscó y asesinó al general de División Juan Carlos Sánchez, jefe del II Cuerpo de Ejército. Ese mismo día, la subversión también ejecutó a Oberdán Sallustro. Entre los atacantes se encontraban algunos de los militantes que, un año después, serían capturados en Mar del Plata el 4 de marzo de 1973, cuando planeaban atacar la Base Naval y hundir el submarino S-22 ARA "Santa Fe". En el atentado contra el general Sánchez, también resultó gravemente herido el suboficial del Ejército Berneche, quien conducía el vehículo oficial, y fue asesinada Dora Elcira Cucco de Araya, una civil inocente que simplemente se encontraba en el lugar equivocado.
El ataque al ARA "Santiago del Estero" era el núcleo central de la operación. El submarino, adquirido por la Armada Argentina en 1971, era un sumergible de la clase Balao, modernizado con tecnología Guppy IA para optimizar su rendimiento en combate. Su destrucción habría significado un golpe devastador para la capacidad operativa de la flota argentina en un contexto de Guerra Fría, donde las Fuerzas Armadas del país jugaban un papel clave en la estrategia hemisférica. Según la información recopilada, tres miembros del grupo habían recibido entrenamiento especializado en buceo y planeaban colocar una carga explosiva bajo el casco del submarino. Durante meses, habían realizado prácticas nocturnas en aguas cercanas, ensayando maniobras de aproximación con gomones y estudiando los movimientos de la guardia naval.
El operativo policial permitió la detención de uno de los buzos encargados de la incursión, Alfredo Ruscio, quien confesó que la célula estaba lista para actuar y solo esperaba la orden de sus superiores. Esta declaración activó un protocolo de emergencia en Mar del Plata. Se reforzó la seguridad en la Base Naval, el puerto, las comisarías y otros puntos estratégicos, incluyendo el Mar del Plata Golf Club, señalado en los documentos incautados como un posible blanco secundario. La policía intensificó los controles en toda la ciudad, consciente de que parte del grupo aún estaba en fuga y podía intentar llevar a cabo otras acciones.
Gracias a estas medidas preventivas, el atentado fue completamente frustrado. La captura del grupo y la confiscación del material bélico impidieron que la operación siguiera adelante, evitando lo que habría sido uno de los peores ataques contra la infraestructura militar del país. Sin embargo, la historia no terminó ahí.
Apenas unos meses después, en una decisión que dejó en evidencia la fragilidad del Estado ante la amenaza terrorista, los detenidos fueron liberados por el gobierno de Héctor Cámpora. Este indulto masivo, que incluyó a cientos de militantes subversivos encarcelados, permitió que muchos de ellos volvieran a la clandestinidad y retomaran sus actividades delictivas. Varios de los implicados en la “Operación Corina” participaron en atentados posteriores, demostrando que la lucha contra el terrorismo en Argentina estaba lejos de haber terminado.
La gloriosa Policía de la Provincia de Buenos Aires, implacable contra
el enemigo terrorista castroguevarista de la Nación Argentina, los
políticos argentinos desde 1983 a hoy con su revanchismo ideológico la
han corrompido, degenerado, desarmado, desarticulado y desautorizado
hasta convertirla en una inerte agencia de seguridad apenas útil para
cumplir demagogicos fines políticos. Desde ya, ¡no a la inmensa mayoría
de sus integrantes!, que hoy en defensa de la Patria siguen poniendo la
cara y el pecho contra la delincuencia.
El contexto en el que se gestó este plan terrorista no puede entenderse sin analizar el panorama global de la época. Durante los años 70, Argentina se convirtió en un escenario clave dentro de la Guerra Fría, con grupos revolucionarios apoyados por potencias comunistas y un Estado que, en muchos casos, oscilaba entre la represión y la permisividad. Documentos desclasificados años después confirmaron que organizaciones como las FAR y Montoneros operaban con financiamiento y entrenamiento provenientes de Cuba, Checoslovaquia y la Unión Soviética. Su objetivo no era solo la lucha contra el gobierno de turno, sino la instauración de un régimen revolucionario mediante la violencia y la destrucción de las instituciones republicanas.
Operación Manuel en el servicio checoslovaco
Copia del informe de marzo de 1967 de la Inteligencia del StB (Státní
bezpečnost: Seguridad del Estado) de Checoslovaquia A-00921/10-67,
escrito tres años después de iniciada la "Operación Manuel", a modo de
balance, por la Administración Primera, con copia al Comité Central del
Partido Comunista Checoslovaco, Octavo Departamento, donde se especifica
los objetivos y alcance de la misma (destruir todos los nacionalismos y
democracias latinoamericanas por medio de la destrucción institucional,
en especial sus Fuerzas Armadas y de Seguridad), la captación,
reclutamiento, entrenamiento y equipamientos de subversivos, su comando y
financiación, etc., ¡y existiendo otros 10.000 documentos similares hoy
desclasificados por la República Checa!!!, que era la intermediaria
operativa entre la URSS y Cuba, de donde se dirigían las operaciones
terroristas que se ejecutaban en Argentina, y sin lugar a dudas prueban
que eramos atacados subversivamente y genocidamente por agentes de una
superpotencia mundial y varias otras naciones.
Transcripción en checo:
Zpráva 27.10.1966
Akce MANUEL – perspektiva.
V průběhu svého pobytu v Francii SVISTO hovořil v tom smyslu, že nadále bude při vysílání lidí do LA dbát především na kvalitu. Z jeho vysvětlení vyplývá, že ztráta osob, vyslaných v rámci akce MANUEL, bude klesat a navrhl, že v současné a další práci (vyladit po sřízení technické součásti) na přípravu tematické zprávy slova smyslu.
Pokud se týká akce MANUEL, chceme tuto i nadále realizovat co nejlépe v souladu s připomínkami (k časovým) k technice hlášení přechodů a ke kategorii „Mastníků akce“, která se mění na rezidenturu krátkého setonu telegramem č. …, což bylo rozváděné s kádrem jednajícím RICHARD, jenž projevil pro tyto přecházející plně pochopení. Jako pochopitelně všem těm, dočasně termíny hlášení přechodu, za níž se mají i lo. odbor, že v rámci sotva politicky dojdete. Byl v řádu byl dobré vztah ze strany rezidentury na dodržování těchto termínů alespoň u těch nejdůležitějších případů, kteří jsou z hlediska majitelůvání technické dokumentace a tím v Maďarsku poměrně komplikovanější než je normální přechod.
Souvislosti se skora uvedeným prohlášením JURA 1 v souvislosti – podobnými zprávami z rezidentury na další perspektivu hlášení přechodu, které jsme formě pochopitelně, že hlášení přechodu vůbec důležitá násobně přihlášeného počtu osob, které snad obětují několik půl roku nebo 1 roku přejdou Francii a jejich zprávy bude třeba zajistit vratné jako u jako deset.
Závěrem, bude tuto otázku při nejbližší vhodné příležitosti zjemnit, bude o tom především informován, a to hlásit hlavní závady plánů i potřeb technického zabezpečení a pak hlásit na příslušnou akci v centrále a v určitka orgánech.
Traducción al castellano:
Informe 27.10.1966
Operación MANUEL – perspectiva.
Durante su estancia en Francia, SVISTO habló en el sentido de que, en el futuro, al enviar personas a LA (Latinoamérica), se prestará especial atención a la calidad. De su explicación se desprende que la pérdida de personas enviadas en el marco de la operación MANUEL disminuirá y propuso que en el trabajo actual y futuro (después del ajuste de la parte técnica) se prepare un informe temático con este propósito.
En lo que respecta a la operación MANUEL, queremos seguir llevándola a cabo de la mejor manera posible, de acuerdo con las observaciones sobre los plazos y la técnica de informes de cruces, así como con la categoría de la "Operación Mastníků", que está siendo modificada en la residencia mediante un telegrama corto n.º …, lo cual se discutió con el agente RICHARD, quien mostró plena comprensión para estos cruces. Como es comprensible para todos los involucrados, los plazos temporales de los cruces deben ser coordinados con el departamento correspondiente, ya que dentro del marco político apenas se logrará algo. Hubo una buena relación desde la residencia en cuanto al cumplimiento de estos plazos, al menos en los casos más importantes, que desde el punto de vista de la gestión de la documentación técnica en Hungría resultan significativamente más complicados que un cruce normal.
En relación con la reciente declaración de JURA 1 y otras comunicaciones similares de la residencia sobre la perspectiva futura de los informes de cruces, se entiende claramente que la importancia de estos informes aumenta proporcionalmente con el número de personas registradas. Se estima que algunas de estas personas podrán cruzar a Francia en un período de medio año o un año, y será necesario asegurar sus informes de manera similar a los casos anteriores.
En conclusión, este asunto se aclarará en la próxima oportunidad adecuada. Se informará sobre ello principalmente para reportar los principales problemas de planificación y las necesidades de apoyo técnico, y posteriormente se reportará la acción correspondiente en la central y en los órganos pertinentes.
Operación Corina
El caso de la “Operación Corina” es solo un reflejo de la guerra no declarada que se libraba en Argentina en aquellos años. La lucha entre las fuerzas del Estado y las organizaciones armadas se intensificó con el tiempo, derivando en una espiral de violencia que dejó miles de muertos y desaparecidos. La liberación de los responsables de este atentado frustrado no solo representó un acto de impunidad, sino que también sentó un peligroso precedente que debilitó la capacidad del país para enfrentar la amenaza terrorista.
En el Dique número 2 del Arsenal Naval Puerto Belgrano, el dique más
grande de todo Latinoamérica, advertimos la presencia de los submarinos
tipo Guppy de la Armada Argentina ARA "Santiago del Estero" y ARA "Santa
Fe", ambos en plena carena.
A medida que la década del 70 avanzaba, los ataques contra objetivos militares y civiles se volvieron cada vez más frecuentes. Secuestros, asesinatos y atentados con explosivos marcaron la agenda del país, generando un clima de inseguridad que llevó al endurecimiento de las políticas de seguridad y al enfrentamiento abierto entre el Estado y las organizaciones insurgentes. Para 1976, Argentina entraría en una nueva etapa, en la que la respuesta a la subversión pasaría a ser liderada por las Fuerzas Armadas en un conflicto que cambiaría para siempre la historia del país.
Hoy, el intento frustrado de hundir el ARA "Santiago del Estero" sigue siendo un símbolo de un tiempo en el que la nación se debatía entre el orden y el caos, entre la democracia y la violencia política. La historia de la “Operación Corina” no solo es un recordatorio del peligro que representaban estos grupos extremistas, sino también una advertencia sobre las consecuencias de la impunidad y la falta de una política clara para enfrentar el terrorismo.
El submarino "Santiago del Estero" ingresa a la Base Naval. Al fondo se
advierten las instalaciones del Mar del Plata Golf Club, ambos
objetivos de la genocida organización caatroguevarista FAR (Fuerzas
Armadas Revolucionarias), en marzo de 1973 (Foto del diario La Nación).
Las preguntas que quedan abiertas son muchas. ¿Hasta qué punto las decisiones políticas de aquella época contribuyeron a prolongar el conflicto? ¿Qué papel jugaron los intereses extranjeros en la radicalización de los grupos armados? ¿Ha aprendido Argentina de su pasado o sigue repitiendo los mismos errores?
Lo cierto es que, cinco décadas después, las cicatrices de aquella lucha siguen presentes en la memoria del país. La “Operación Corina” fue solo uno de los tantos episodios de una guerra interna que dejó marcas imborrables en la historia argentina, y cuyo legado aún genera debate en la actualidad.
El atentado al ARA "Santísima Trinidad"
El submarino ARA "Santiago del Estero" precedió a destructor ARA "Santìsima Trinidad" como blanco estratégico a batir por el extremismo, aunque en 1973 la Policía Bonaerense evitó que ello tenga lugar. El destructor D-2 ARA "Santísima Trinidad", contratado en 1969 por la Armada Argentina y AFNE para su construcción en Argentina, era la nave de su tipo más avanzada del mundo en esas fechas, y cuando nadie creía que Argentina pudiese dar un salto tecnológico de tal envergadura, ello tuvo lugar, y Argentina se transformó en la primer nación latinoamericana en construir una nave de combate lanzamisiles y portahelicópteros.
Construido entre 1972 y 1977, su construcción se vio demorada por un atentado terrorista castroguevarista que, mientras la nave se hallaba en armado a flote, la dañó seriamente y hundió parcialmente en 1975 (22 de agosto de 1975, terroristas montoneros intentan destruir al destructor ARA "Santísima Trinidad", no lo logran por las armas en esa oportunidad, pero sí logran destruirlo 28 años más tarde, haciéndose pasar por peronistas para alcanzar el poder político; posteriormente un oficial de la Armada Argentina afectado al proyecto, el Capitán de Fragata Bigliardi, fue asesinado por la misma organización extremista que intentaba por todos los medios que tal proyecto no se concretase nunca.
Finalmente el buque entró en servicio operativo en el año 1977, a tiempo de participar en las operaciones navales que casi desatan una lamentable guerra con Chile en 1978. En 1982 este destructor fue la nave insignia de nuestra Armada durante la "Operación Rosario" para recuperar nuestras islas Malvinas; durante ese conflicto también fue buque escolta del portaaviones ARA "25 de Mayo" que durante los días 1 y 2 de mayo de 1982 se lanzó en persecución de la Task Force británica, que rehuyó el combate; participando el resto del conflicto en constantes patrullajes del Mar Argentino a espera de lanzar el planificado contraataque naval argentino de finales de junio o principios de julio, cuando la Flota británica impostergablemente debía retirarse sin relevo del teatro de operaciones, acción que nunca se pudo concretar debido a la caída de Puerto Argentino y el posterior derrocamiento del presidente don Leopoldo Fortunato Galtieri.
Todavía continuó operando hasta 1987, fecha en que su operatividad se vio mermada debido a su origen británico y el embargo a que Argentina se veía sometida, debiendo canibalizarse algunas partes para proveer repuestos a su gemelo ARA "Hércules". Radiado de servicio, se lo mantuvo en reserva varios años a espera de una modernización y reactivación que nunca llegó. Finalmente, y en momentos que miembros de la misma organización mafiosa terrorista castroguevarista que en los años 70s tanto esfuerzo hizo en destruir la nave, fracasando siempre, ahora formando parte del gobierno estaban a cargo del Ministerio de Defensa, y al destructor que ni la subversión al servicio de la URSS, Checoslovaquia y Cuba pudo hundirlo en guerra irregular contra Argentina, ni la Flota más experimentada y una de las más poderosas del mundo en guerra abierta tampoco pudo destruir en 1982, arteramente fue destruida por los políticos argentinos otrora miembros de tal organización terrorista que en el abandono garantizaron su pérdida.
Hace 50 Años, el 3 de Octubre de 1969, se ejecutó la primera misión de combate del sistema de armas Hercules y de Fuerzas Paracaidistas Argentinas, Saltando sobre las sierras cordobesas en misión de búsqueda y destrucción de fuerzas extremistas castroguevaristas. "...con el cuerpo confiado en la tela, puesta el alma en las manos de Dios..."
Otra de las tantas injusticias cometidas en Argentina es la total y lamentable falta de reconocimiento hacia la que fue la primera y única misión de combate aerotransportada a gran escala de las fuerzas paracaidistas y del Sistema de Armas Hércules en su rol primario de transporte paracaidista en el país. Esta operación involucró a la IV Brigada Aerotransportada del Ejército Argentino, con base principal en la provincia de Córdoba, y al Grupo 1 de Transporte de la I Brigada Aérea de la Fuerza Aérea Argentina, con asiento en la Base Aérea de El Palomar, provincia de Buenos Aires.
Este hecho, de enorme relevancia en la historia del paracaidismo militar argentino, ha sido ignorado porque tuvo lugar en un contexto político que no encaja dentro del "Relato" oficial. Sin embargo, lejos de restarle importancia, este marco particular resalta aún más la labor de los paracaidistas del Ejército Argentino, tanto por las limitaciones técnicas con las que debieron operar como por las circunstancias tácticas y políticas en las que la misión se llevó a cabo con éxito. A continuación, y basándonos en parte del testimonio del investigador Alberto N. Manfredi, se expondrán las razones detrás de este silenciamiento histórico.
El hecho en cuestión comenzó en la madrugada del 3 de octubre de 1969, cuando 360 paracaidistas de la IV Brigada Aerotransprotada aguardaban, en medio de gran silencio formados junto a la pista de la Escuela de Aviación Militar, listos para abordar los 3 nuevos aviones de transporte y carga Lockheed C-130E Hércules con que contaba entonces la Fuerza Aérea Argentina, matriculados TC-61, TC-62 y TC-63, y que se hallaban estacionados sobre la cabecera norte, delante de 6 Douglas DC-3/C-47 Skytrain/Dakota, alineados inmediatamente detrás.
Los hombres con su equipo de salto completo, se hallaban expectantes, atentos a las directivas de los suboficiales, listos para ponerse en movimiento ni bien se impartiera la orden de embarcar, mientras el sol se elevaba por el horizonte, iluminando débilmente el cielo despejado.
Sin embargo aquellos no eran los únicos efectivos que iban a intervenir. A no mucha distancia de la pista, en el patio de armas, otros 540 efectivos abordaban los 18 camiones militares estacionados frente a la comandancia, en tanto oficiales y suboficiales iban y venían impartiendo órdenes a la vista de las máximas autoridades de la unidad. Muchos de ellos, tropa y mandos, habían participado en los recientes sucesos de violencia que tuvieron a la ciudad de Córdoba como escenario en el mes de mayo y aún sentían sobre sí el peso de aquella responsabilidad. Como sus camaradas en la cabecera de la pista, llevaban sus uniformes de campaña, sobre los cuales lucían insignias y distintivos, cargando el equipo de combate, las mochilas y los fusiles de asalto FAL III Para 50-63 y 50-64 calibre 7.62×51 mm, entre otro armamento, con los que se disponían a entrar en acción.
Si bien todo ese movimiento era parte de los ejercicios de salto anuales, programados a comienzos de año, en esa oportunidad movía al comando una acción de índole militar pues se tenía información muy firme de que el mismo grupo subversivo que había asaltado uno de los depósitos de armas del Regimiento de Infantería 1 “Patricios”, en la Guarnición Campo de Mayo, el 5 de abril, iba a copar la cercana localidad cordobesa de La Calera, y en base a ello se había planificado una operación en pinzas, que comprendía el factor sorpresa por medio de un asalto aéreo, coordinado con un despliegue terrestre destinado a bloquear cualquier tipo de posible retirada enemiga que se podría llegar a dar. Desde los agitados días del “Cordobazo”, se venían sucediendo hechos que tenían en permanente vilo al gobierno: el incendio de los supermercados Minimax, en Buenos Aires y sus alrededores; el asesinato del dirigente sindical peronista Augusto Timoteo Vandor, el 30 de junio de ese mismo año, la agitación en las fábricas y las universidades, todo parecía indicar que algo raro se estaba gestando. Las guarniciones militares se mantenían en permanente estado de alerta y las Fuerzas de Seguridad estaban listas para actuar, igual que en los días previos a la revolución de septiembre de 1955, cuando esa misma zona de Córdoba se transformó en uno de sus principales campos de batalla.
A esa altura la tropa ya había sido informada que la operación iba en serio, que no era un simple ejercicio, y la ansia propia de todo despliegue que se realiza, dio paso a la incertidumbre y la tensión propia de quien ahora se dirige hacia lo inesperado, y con posibilidad cierta de combate. Impartidas por fin las órdenes, los hombres comenzaron a abordar, acomodándose en el interior de las aeronaves. Y cuando los relojes marcaron la hora programada, los pilotos dieron potencia a sus motores y siguiendo las indicaciones de los señaleros, comenzaron a carretear, los pesados Hércules en primer lugar y los veteranos Douglas detrás.
Las aeronaves despegaron una tras otra en dirección a Alta Gracia y, a mitad de camino entre la capital provincial y Los Olivares, viraron hacia el noroeste, trazando una amplia elipse en dirección a San Antonio de Arredondo y Villa Independencia. En su recorrido, dejaron a la derecha los campos de Malagueño y a la izquierda, Falda del Carmen.
Al sobrevolar Pampa de Achala y las Altas Cumbres, cambiaron de rumbo hacia el norte. A 2.000 metros de altura, comenzaron a cruzar Traslasierra con destino a Villa Carlos Paz. Al llegar al lago San Roque, pusieron proa a la capital provincial y, manteniendo una velocidad constante de 320 km/h, iniciaron un descenso gradual.
Mientras tanto, en la Escuela de Tropas Aerotransportadas, una columna motorizada avanzaba por las calles internas de la unidad hasta incorporarse a la Ruta 20. Al cruzar los portones, los vehículos giraron a la izquierda, dejando a su derecha el Barrio Aeronáutico y su instituto universitario. Luego, tomaron dirección norte hacia La Calera, ascendiendo la zona serrana por la Ruta 55.
Cuando las aeronaves dejaron atrás Traslasierra, los paracaidistas recibieron la orden de ponerse de pie y alinearse junto a las compuertas. Los Hércules descendieron sus rampas traseras y los soldados se ubicaron al borde del fuselaje, listos para saltar.
La formación aérea se desplegó en abanico, rodeando la localidad por el norte, el centro y el sur, mientras los camiones repletos de tropas se aproximaban desde el este. La población, ajena a lo que estaba por suceder, comenzaba su jornada sin imaginar que una fuerza subversiva estaba a punto de lanzar un ataque.
A bordo de los aviones, los soldados fijaban la vista en la luz roja, esperando con tensión el cambio a verde. Sus pulsaciones se aceleraron cuando los oficiales abrieron las compuertas y alzaron la mano derecha, sincronizando sus relojes.
Uno de los Hércules se dirigió al norte, el segundo continuó su trayectoria por el centro y el tercero viró hacia el sur, cada uno escoltado por dos DC-3/C-47. En tierra, los camiones se dispersaron hacia el este, algunos siguiendo el antiguo camino de tierra que conducía a las terrazas de la Estanzuela, mientras otros avanzaban por el norte y el centro de la localidad para bloquear los accesos.
Tan pronto como se detuvieron, los soldados descendieron rápidamente y, siguiendo las órdenes, tomaron posiciones estratégicas, cerrando caminos y estableciendo piquetes para asegurar el área. Para ese momento, las Fuerzas de Seguridad locales, pertenecientes a la Policía de la Provincia de Córdoba, ya habían sido alertadas. De inmediato, ordenaron a la población permanecer en sus casas o lugares de trabajo, restringiendo al máximo la circulación en las calles.
A mitad de camino entre el lago San Roque y La Calera, la luz verde se encendió y los paracaidistas comenzaron a saltar. Por el norte lo hicieron luego de sobrepasar Villa El Diquecito y por el sur en inmediaciones de las mencionadas terrazas de la Estanzuela. Los lugareños los vieron descender lentamente, apenas mecidos por el viento y tocar tierra uno tras otro, para recoger sus paracaídas y apresurarse a tomar posiciones. Sería la primera y única vez en la historia militar argentina, que los paracaidistas actuaban como tales en una acción de guerra. Siguiendo las instrucciones, se desplegaron por el terreno y de esa manera, comenzaron a rodear la localidad, cortando las vías de comunicación y peinando el área para dar con los sediciosos. Cuando el sol comenzaba a caer, sus mandos llegaron a la conclusión de que el sector se hallaba despejado y a las 19:00 horas levantaron el dispositivo y retornaron a sus bases, dejando piquetes en los caminos y puestos de guardia en los principales accesos a la población. Este relato novelado, está basado en hechos reales. Efectivamente, el 3 de octubre de 1969, 900 paracaidistas del Ejército Argentino fueron movilizados ante una falsa alarma. Las últimas semanas, los servicios de seguridad habían detectado movimientos extraños tanto en la Capital Federal como en diversos puntos del país y de esa manera, pudieron determinar que un grupo subversivo estaba a punto de copar La Calera. Las fuentes, que se repiten unas a otras, sostienen que el total de los paracaidistas saltó desde aviones Hércules C-130E y Douglas DC-3/C-47 pero solo una parte lo hizo porque en aquellos días se carecía de capacidad para una operación de semejante envergadura. El resto lo hicieron por vía terrestre y de ese modo, lograron cercar la zona y peinar sus alrededores además de efectuar requisas en viviendas particulares, tanto en el casco urbano como en el área rural.
Desde ya, la información que manejaban las fuerzas del orden no estaban para nada erradas, y tal operación seguramente impidió que la localidad sea asltada por fuerzas extremistas, ya que la historia demostró que bien se había previsto lo que iba a tener lugar en ese mismo sitio, en menos de un año. Es así que nueve meses después, un unidad de asalto de la organización mafiosa terrorista castroguevarista Montoneros, se apoderaría de la población, tomaría por sorpresa la Subcomisaría de la Policía de la Provincia de Córdoba, la central telefónica, las oficinas del correo y la sede municipal, para asaltar la sucursal del Banco Provincia y huir posteriormente con 4.000.000 $, tiroteándose con un efectivo de la Policía cordobesa que inesperadamente apareció en la localidad y fue herido de bala (por segunda vez, ya que en un asalto al Banco efectuado en 1969 por los terroristas, ya había sido herido), siendo que a continuación el grupo extremista realizó una ordenada fuga, como bien y al detalle hemos ya descrito con anterioridad (1 de julio de 1970, subversivos montoneros a sangre y fuego copan la localidad cordobesa de La Calera.
El impacto de estos acontecimientos no pasó desapercibido. En primer lugar, motivó una nueva movilización de los paracaidistas del Ejército Argentino, quienes, en esta ocasión, emprendieron por vía terrestre un operativo en busca de los insurgentes. A pesar de los esfuerzos, la operación no logró su objetivo, aunque quedó documentada en algunas de las imágenes aquí presentadas.
Paralelamente, un agente de policía de apellido Ambrosio, junto a un vecino de la localidad, emprendió valientemente la persecución de un grupo de extremistas. Lograron interceptar a tres de ellos, quienes habían sustraído un automóvil Rambler, dando lugar a un enfrentamiento en el que los insurgentes resultaron heridos y capturados.
Para ese momento, la Guerra Antisubversiva en Argentina ya había sido reactivada. Sus orígenes se remontaban a 1959, con la acción del estadounidense John William Cooke, un comunista infiltrado en el peronismo, quien, tras recibir entrenamiento y armamento en Cuba, dio origen a la organización Uturuncos. Su accionar violento tuvo su primera víctima fatal el 12 de marzo de 1960: la niña de tres años Guillermina Cabrera Rojo. Aunque para 1961 la organización había sido prácticamente desarticulada, la actividad extremista resurgió en 1964 con el Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), integrado por combatientes cubanos y argentinos entrenados en la isla caribeña.
El 18 de abril de 1964, en el marco de esta nueva ofensiva terrorista, fueron asesinados tres trabajadores argentinos. Entre ellos, el primer uniformado caído en estas circunstancias, el gendarme Juan Adolfo Romero. Más tarde, en su intento de esconderse de la persecución de Gendarmería Nacional, los extremistas dieron muerte a Pascual B. Vázquez, capataz de un obrador. En el enfrentamiento que siguió, los insurgentes tomaron como rehén al hijo del capataz, el pequeño Froilán Vázquez, de solo seis años. Para proteger su vida, los gendarmes cometieron el error de permitir la fuga de los agresores, pero el niño no sobrevivió: el capitán cubano Hermes Peña, miembro del EGP, lo asesinó con dos disparos en la nuca. Poco después, Peña murió a causa de las heridas sufridas en el enfrentamiento.
El EGP fue finalmente desarticulado, con sus integrantes capturados o dispersos en los montes de Salta. Sin embargo, la reanudación de la actividad extremista en 1969 fue solo un preludio de la escalada de violencia que marcaría los años siguientes, dejando miles de muertos, heridos y mutilados, además de severos daños materiales y un profundo impacto económico, social y político en el país.
¿Qué ocurrió con los aviones que hicieron historia en Argentina?
No se dispone de información precisa sobre los DC-3/C-47 utilizados en esta operación en particular. Sin embargo, se sabe que la Fuerza Aérea Argentina operó un total de 55 unidades de estos modelos a lo largo de 49 años, integrados en las Brigadas Aéreas II, III, IV, V, VI y VII, así como en la Escuela de Aviación Militar y los Áreas Material Río IV y Quilmes.
El primer DC-3 llegó al país en 1941, cuando un ejemplar de Air France quedó en Argentina tras la capitulación de Francia ante Alemania, siendo incorporado por la Aeronáutica Militar con la numeración 169. Posteriormente, en 1947, ya con la Fuerza Aérea Argentina constituida, arribó un lote de 16 unidades provenientes del stock estadounidense. A estos se sumaron 12 ejemplares adquiridos en Brasil en 1960, conocidos como "bananeros". En 1966, la Fuerza Aérea recibió los DC-3 dados de baja por Aerolíneas Argentinas, junto con dos C-47 especializados en misiones de búsqueda y rescate en climas fríos (HC-47), equipados con esquíes retráctiles y tanques de combustible adicionales.
Estos aviones cumplieron un rol clave en la Antártida hasta la apertura de la pista de la Base Marambio, momento en el que fueron reemplazados por los Lockheed C-130E a partir de 1970. Posteriormente, los HC-47 fueron transformados en aviones de transporte convencionales. Finalmente, el último DC-3/C-47 en servicio en la Fuerza Aérea Argentina fue dado de baja el 28 de diciembre de 1990.
El Ejército Argentino recibió algunos de los DC-3/C-47 que llegaron al país en 1960. Sin embargo, con excepción del matriculado AE-100, debió transferir casi todas las unidades a la Fuerza Aérea poco tiempo después. Por su parte, la Armada Argentina también operó 14 aeronaves de este modelo, incorporadas entre 1946 y 1948, las cuales prestaron servicio en la 2ª Escuadrilla del Comando de Transportes Navales hasta su retiro en 1979.
Para el momento en que se llevó a cabo esta operación de asalto aerotransportado, la Fuerza Aérea Argentina contaba en servicio con un número estimado de entre 21 y 28 DC-3/C-47. De las 55 unidades recibidas a lo largo de los años, 25 ya habían sido dadas de baja, y otras 11 fueron retiradas a lo largo de 1969. Se tiene certeza de que al menos dos unidades fueron desprogramadas antes del 3 de octubre de ese año, y otras dos en diciembre. Es posible que los siete restantes, junto con los dos HC-47, no estuvieran disponibles para la misión del 3 de octubre. Aunque no se conoce con precisión cuántos de estos aviones estaban operativos en ese momento, se ha confirmado que seis DC-3/C-47 acompañaron a los tres Hércules en la operación.
Los Lockheed C-130E fueron, simultáneamente, los Hércules con la vida operativa más intensa y los únicos de los 15 ejemplares de cinco variantes (2 C-130B, 3 C-130E, 7 C-130H, 2 KC-130H y 1 L-100-30) operados por la Fuerza Aérea Argentina en sufrir bajas en combate con un alto costo en vidas humanas. En total, 13 hombres —6 de Gendarmería Nacional y 7 de la Fuerza Aérea Argentina— cayeron en acto de guerra a bordo de estos aviones.
Los tres C-130E (posteriormente denominados "Super E" o C-130H) fueron los primeros Hércules incorporados por la Fuerza Aérea Argentina en 1969, con matrículas TC-61, TC-62 y TC-63. Su llegada revolucionó el transporte aéreo militar del país y les valió el apodo extraoficial de Las Tres Marías, en referencia a la constelación de tres estrellas fácilmente visible desde la Tierra. Con un extenso historial de misiones de guerra, paz y ayuda humanitaria, además de su participación en vuelos de abastecimiento a la Antártida, estos aviones marcaron un hito en la historia de la aeronáutica argentina. Todos fueron asignados al Grupo 1 de Transporte (inicialmente Grupo II) de la I Brigada Aérea, con base en El Palomar, provincia de Buenos Aires.
El TC-62: Una vida operativa breve, pero trascendental
De los tres, el TC-62 tuvo la trayectoria más corta, ya que fue derribado en combate apenas seis años después de su incorporación, durante un ataque enemigo en el marco de la lucha contra la insurgencia.
En su breve servicio, el TC-62 alcanzó varios hitos. Apenas llegado a la Fuerza Aérea, el 1 de marzo de 1969 realizó un vuelo de reconocimiento en la Antártida Argentina, sobrevolando la isla Decepción y las bases Brown, Matienzo, Petrel y Esperanza, además del futuro emplazamiento de la Base Marambio. En esa misión, también efectuó lanzamientos de carga y correspondencia sobre las bases Matienzo y Petrel.
El 14 de abril de 1969, escoltó en un vuelo de apoyo a un DHC-6 Twin Otter (matrícula T-85), equipado con esquí-ruedas y destinado a operaciones en la Antártida. Su función fue suministrar información meteorológica en ruta, facilitando el anavizaje del Twin Otter en la Base Aeronaval Petrel y su posterior reconocimiento visual y fotográfico de la meseta de la isla Vicecomodoro Marambio. Días después, el 23 de abril, brindó el mismo apoyo en el regreso del T-85, que en esa ocasión viajó junto a otro Twin Otter de la Armada Argentina, matrícula 1-F-1.
El 5 de agosto de 1969, el TC-62 partió de Comodoro Rivadavia, sobrevoló la meseta de la isla Vicecomodoro Marambio y la Base Aeronaval Petrel, y regresó en vuelo directo a El Palomar. Luego, el 3 de octubre de 1969, participó junto a los TC-61 y TC-63 en la primera y única misión de combate paracaidista de los Hércules en Argentina, desplegando, junto a seis aviones DC-3/C-47, a 360 paracaidistas del Ejército Argentino en una operación de búsqueda y destrucción en los alrededores de La Calera, Córdoba.
El 9 de octubre de 1969, sobrevoló la meseta de la isla Vicecomodoro Marambio y lanzó suministros para la Patrulla Soberanía, encargada de construir la primera pista de tierra en el continente antártico. Posteriormente, el 30 de junio de 1970, participó en la primera evacuación aeromédica desde la Antártida, transportando dos helicópteros Hughes 369HM (matrículas H-31 y H-33), que permitieron la evacuación del jefe de la Estación Científica Almirante Brown.
El 17 de mayo de 1971, el TC-62 marcó otro récord al realizar el primer vuelo directo entre Buenos Aires (El Palomar) y la Base Marambio, cubriendo 3.265 km en 6 horas y 45 minutos. El 17 de agosto de 1972, arrojó dos toneladas de carga sobre la Estación Aeronaval Petrel y aterrizó en la Base Marambio, donde realizó otra misión de rescate. En esa ocasión, desembarcó los helicópteros Hughes 369HM (matrículas H-32 y H-33), que al día siguiente evacuaron a un paciente desde la Base Esperanza hasta Marambio, regresando luego al continente.
El trágico final del TC-62
El 28 de agosto de 1975, el TC-62 fue derribado durante un atentado terrorista en el marco del Operativo Independencia, la campaña militar para erradicar al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y otras organizaciones subversivas que intentaban establecer una "zona liberada" en Tucumán.
Ese día, la aeronave transportaba efectivos de Gendarmería Nacional que regresaban a sus hogares tras haber asistido a la población civil en una inundación. A las 13:00 horas, bajo el mando del Vicecomodoro Héctor A. Cocito, el Mayor Carlos J. Beltramone, el Capitán Francisco F. Mensi y los Suboficiales Mayores Fortunato Barrios, José Perisinotto y Clyde Pardini, además del Cabo Principal Eduardo Fattore, el TC-62 inició la carrera de despegue en el aeropuerto de Tucumán.
Sin que las fuerzas de seguridad lo advirtieran, un vehículo identificado con los logos de Agua y Energía estaba estacionado a poca distancia de la pista, operado por un militante montonero infiltrado en la estación aérea. Desde allí, se coordinó la activación de una carga explosiva oculta en un túnel bajo la pista, en el marco de la llamada Operación Gardel, un atentado planificado por Montoneros.
El explosivo, compuesto por una semiesfera de 10 kg de TNT, 60 kg de diametón y 90 kg de amonita dispuestos en forma de cono, estaba conectado a un cable de 250 metros que lo vinculaba con una batería de 12V en el vehículo. La detonación fue activada por control remoto en el momento exacto en que el Hércules pasaba sobre la alcantarilla, provocando una explosión devastadora.
Este atentado marcó la única pérdida de un C-130 argentino en un ataque directo. La tragedia dejó como saldo la muerte de toda la tripulación y de los gendarmes que transportaba. El ataque evidenció el nivel de infiltración y la capacidad operativa de las organizaciones subversivas en aquel período, siendo un hito en la escalada de violencia que afectó al país en los años siguientes.
En el preciso momento en que el TC-62 iniciaba su despegue, alcanzando una velocidad de 200 km/h y habiendo recorrido aproximadamente 800 metros desde la cabecera 18, la carga explosiva fue detonada. La explosión, de gran potencia, impactó de lleno en la aeronave cuando esta apenas se había elevado a unos pocos metros del suelo, envolviéndola en llamas y provocando su caída inmediata. Eran las 13:05 horas.
Según el testimonio de un tripulante que logró sobrevivir, en el instante previo a la detonación percibió cómo la pista parecía levantarse, formando un hongo negro de escombros compuesto por bloques de concreto y tierra. La explosión se produjo entre 100 y 150 metros por delante de la aeronave, con un desfase de apenas dos segundos.
El piloto, en un intento instintivo de recuperar el control, intentó ascender, pero la potencia del avión no fue suficiente para ejecutar la maniobra. La onda expansiva golpeó al Hércules en actitud ascendente, cuando se encontraba a una altura estimada de entre 12 y 15 metros. Como resultado, la aeronave se inclinó sobre su derecha, comenzó a incendiarse y cayó violentamente sobre la pista, deslizándose alrededor de 400 metros antes de detenerse.
Dentro de la cabina y la bodega de carga, la confusión era total. Los ocupantes, aturdidos por la explosión y el impacto, no lograban comprender lo que estaba ocurriendo. En cuestión de segundos, el interior del avión se llenó de humo y fuego, desatando el caos entre quienes aún permanecían con vida.
A bordo del TC-62 viajaban 114 efectivos del Equipo de Combate San Juan de la Gendarmería Nacional Argentina, quienes se dirigían a la provincia de San Juan. El compartimiento de carga estaba completamente ocupado cuando se produjo la explosión.
El atentado dejó un saldo de 6 gendarmes fallecidos y más de 60 heridos, de los cuales 9 sufrieron heridas de gravedad. Además, 6 miembros de la tripulación de la Fuerza Aérea Argentina resultaron heridos, entre ellos el Vicecomodoro Héctor A. Cocito, quien años más tarde rendiría homenaje al sistema de armas Hércules en una emotiva declaración: Ver video.
Tras ser alcanzado por la explosión, el TC-62 se precipitó a tierra y se destrozó al impactar contra la pista. El fuselaje se partió, lo que permitió que muchos tripulantes y pasajeros lograran escapar, mientras el avión quedaba envuelto en llamas.
En las zonas cercanas, especialmente en las inmediaciones del Barrio San Cayetano, se desataron escenas de pánico entre los vecinos, alarmados por la potente detonación. Los restos de la aeronave quedaron dispersos en un radio de aproximadamente 300 metros, mientras que el fuselaje principal ardía a un costado de la pista, envuelto en una densa columna de humo negro visible desde varios kilómetros de distancia.
Poco después, los tanques auxiliares de combustible y los pertrechos militares transportados a bordo comenzaron a explotar en cadena, lo que complicó gravemente las labores de los bomberos y rescatistas. A pesar de las condiciones extremas, estos lucharon contra el fuego e hicieron todo lo posible por asistir a los sobrevivientes atrapados entre los restos del Hércules en llamas.
Muchas vidas fueron salvadas gracias a la valentía y el esfuerzo de bomberos, vecinos de la zona, tripulantes del Hércules y gendarmes que, tras lograr escapar inicialmente, regresaron una y otra vez para rescatar a sus compañeros atrapados entre los restos del avión en llamas.
Entre estos actos heroicos, destacó la acción del Gendarme Raúl Remberto Cuello, quien, habiendo salido ileso del Hércules, regresó en múltiples ocasiones al interior del fuselaje para socorrer a sus compañeros. En su último intento, quedó atrapado por las llamas y perdió la vida por asfixia.
Los gendarmes fallecidos en el derribo del Hércules TC-62 fueron:
Sargento 1° Pedro Yáñez
Sargento 1° Juan Riveros
Gendarme Marcelo Godoy
Gendarme Juan Argentino Luna
Gendarme Evaristo Gómez
Gendarme Raúl Remberto Cuello
El contexto legal y político de la época
En el momento del atentado, Argentina se encontraba en un Estado de Guerra legal y constitucional. Esto fue consecuencia de la declaración de guerra realizada en 1974 por las organizaciones Montoneros-JP y ERP-PRT contra el Estado argentino. En respuesta, el gobierno de la entonces presidenta María Estela Martínez de Perón y el vicepresidente provisional en ejercicio Ítalo Argentino Luder, ambos elegidos democráticamente con el 62% de los votos, emitieron los Decretos 261/75, 2770/75, 2771/75 y 2772/75 en febrero de 1975, estableciendo formalmente la lucha contra la insurgencia.
Estos decretos fueron ratificados por unanimidad en ambas Cámaras del Congreso de la Nación Argentina, legitimando la respuesta del Estado ante la escalada de violencia. Sin embargo, años después, con la llegada de la democracia en 1983, el gobierno de Raúl Ricardo Alfonsín emitió los Decretos 157/83 y 158/83, los cuales, de manera controvertida, desconocieron la validez de aquellas decisiones, permitiendo así el enjuiciamiento de quienes participaron en la lucha contra la subversión durante el conflicto.
Este cambio de criterio jurídico y político sigue siendo motivo de debate en la historia argentina, marcando un punto de inflexión en la interpretación legal de los acontecimientos de aquellos años.
Casi siete años después, en junio de 1982, en plena Guerra de Malvinas, otro C-130E (ya convertido en H), el TC-63, sufriría un destino similar al del TC-62. Esta aeronave formaba parte de los 11 Hércules de la I Brigada Aérea de El Palomar que participaron activamente en el conflicto, desempeñando misiones esenciales para el abastecimiento y apoyo logístico de las tropas argentinas en las islas.
El 1° de junio de 1982, el TC-63 recibió la Orden Fragmentaria 2258, que lo asignaba a una de las peligrosas misiones conocidas como "Vuelos Locos". Sin armamento, sin sistemas de autodefensa y sin escolta, debía operar en una zona de altísimo riesgo, tal como los Hércules habían hecho en múltiples ocasiones, violando el bloqueo aéreo enemigo para abastecer a las tropas en Malvinas.
La misión del TC-63 consistía en un reconocimiento naval sobre una posición extremadamente peligrosa, ubicada 100 km al norte de la desembocadura del Estrecho de San Carlos, donde se concentraban las fuerzas aeronavales británicas. A las 6:30 de la mañana, despegó de Comodoro Rivadavia con el indicativo "Tiza", tripulado por siete valientes aviadores:
Capitán Rubén Martel (piloto)
Capitán Carlos Krause (copiloto)
Vicecomodoro Hugo Meisner (navegador)
Capitán Miguel Cardone
Capitán Carlos Cantezano
Suboficial Principal Julio Lastra
Suboficial Ayudante Manuel Albelos
El Hércules volaba a una velocidad promedio de 590 km/h, manteniéndose a la menor altitud posible para evitar la detección enemiga. Durante su patrulla, ascendía periódicamente para realizar barridas de radar y luego volvía a descender para continuar su recorrido a ras del mar.
El ataque británico
A las 10:35 horas, mientras realizaba una de sus barridas de radar a 40 km del Estrecho de San Carlos, el TC-63 fue detectado por la fragata HMS Minerva, que de inmediato transmitió la información a una Patrulla Aérea de Combate (PAC) británica en la zona.
La patrulla estaba integrada por dos cazas BAe FRS-1 Sea Harrier de la Royal Navy, pertenecientes al 801 Squadron de la Fleet Air Arm. Sus pilotos eran:
Lt. Cdr. Nigel David "Sharkey" Ward (Sea Harrier XZ451)
Lt. Steve Thomas
Ambos cazas estaban finalizando su patrulla y contaban con poco combustible, por lo que fueron vectoreados de inmediato hacia el Hércules. Ward utilizó el radar Blue Fox de su Sea Harrier para localizar al TC-63, pero las nubes dificultaban la identificación visual. Ante esta situación, decidió descender mientras Thomas se mantenía a unos 900 metros de altitud.
En pocos segundos, Ward avistó al Hércules volando a muy baja altura, aproximadamente 60 metros sobre el mar y en rumbo oeste. La tripulación del TC-63 ya sabía que había sido detectada, pero desconocía que el ataque era inminente. Según los reportes, la aeronave mantuvo su rumbo recto y nivelado, sin realizar maniobras evasivas.
Según relató posteriormente el Teniente Steve Thomas, uno de los pilotos británicos involucrados en el ataque:
"Sharkey (Ward) lo tomó en su radar; el avión iba rumbo al oeste. Pensamos que podría ser un C-130H por su baja velocidad. Ward descendió (entre nubes) para atacar. Yo permanecí sobre la capa, a 3.000 pies, en caso de que el avión ascendiera por sobre ella. Luego, Ward informó que tenía un Hércules a la vista, a una distancia de aproximadamente seis millas, y descendí para reunirme con él. Salí de las nubes justo a tiempo para ver un misil saliendo de su avión, y al frente divisé al Hércules volando a 200 pies, en vuelo recto y nivelado."
En ese momento, Ward disparó su primer misil, pero debido a la gran distancia y la falta de energía, el proyectil perdió impulso y cayó al mar sin alcanzar el objetivo.
Ante esto, Ward se acercó aún más y lanzó un segundo misil, que impactó entre los dos motores derechos del Hércules, provocando de inmediato un incendio en la aeronave. Sin embargo, el TC-63continuaba en vuelo, resistiendo el ataque.
Decidido a asegurar la destrucción del avión argentino, Ward, a pesar de la escasez de combustible que ya comprometía su propia seguridad, se aproximó aún más y vació sus cañones Aden de 30 mm sobre el Hércules.
Finalmente, el TC-63 entró en una espiral descontrolada hacia la izquierda. En su caída, el ala tocó el mar, lo que provocó que el avión girara sobre sí mismo y se desintegrara al impactar contra el agua.
Muchos han cuestionado la pasada final con cañones sobre el TC-63, argumentando que, dado el grave daño que ya había sufrido, sus pilotos probablemente habrían intentado un amerizaje de emergencia en el mar. Aunque esta maniobra era prácticamente suicida debido al fuerte oleaje, representaba su única posibilidad de supervivencia. En ese escenario, si lograban sobrevivir al impacto, podrían haber evacuado la aeronave y esperado un eventual rescate por parte de las fuerzas británicas.
Sin embargo, en el contexto de la guerra, no había margen para riesgos. Tanto los Sea Harrier como los aviones argentinos habían demostrado su capacidad de soportar daños extremos y continuar en vuelo, por lo que dejar a un Hércules averiado sin asegurarse de su destrucción no era una opción táctica viable. Además, los Sea Harrier ya estaban con el combustible al límite, lo que les impedía seguir a la aeronave o correr el riesgo de ser interceptados por Mirage IIIEA o Dagger A argentinos, que en cualquier momento podrían aparecer en la zona.
En una situación similar, cualquier piloto interceptor argentino habría hecho lo mismo. De hecho, el 21 de mayo de 1982, la fragata HMS Ardent fue devastada en el Estrecho de San Carlos por repetidas oleadas de A-4P, A-4Q y Dagger A argentinos. Aunque el buque ya estaba en llamas y prácticamente perdido, los ataques continuaron hasta aniquilarlo junto con gran parte de su tripulación, incluso cuando la nave ya no tenía capacidad de defensa.
A pesar de ello, en Gran Bretaña nadie acusó de asesinos a los pilotos argentinos que, cumpliendo con su deber, aniquilaron al enemigo en combate. El caso de los Sea Harrier contra el TC-63 no fue diferente: en la guerra, la misión no se considera cumplida hasta que el objetivo ha sido completamente neutralizado.
Horas después de perder contacto con el TC-63, un Lear Jet de la Fuerza Aérea Argentina, pilotado por el Vicecomodoro Rodolfo De La Colina, despegó en una misión de búsqueda y reconocimiento. A bordo lo acompañaba el Comodoro Ronaldo Ferri, quien, ante la pérdida de una de sus aeronaves, decidió abandonar su puesto de mando para colaborar directamente en la operación de localización, a pesar del alto riesgo de emboscada por parte de aviones británicos.
Este hecho desmiente, como en tantas otras ocasiones, el mito de que los mandos argentinos no asumieron riesgos durante la guerra. A pesar de ser conscientes de la presencia de Patrullas Aéreas de Combate (PAC) enemigas, decidieron llevar adelante la misión.
Sin embargo, mientras intentaban identificar la zona del derribo, fueron interceptados por cazas británicos, lo que los obligó a retirarse antes de poder confirmar la ubicación exacta de los restos del TC-63.
Trágicamente, seis días después, el 7 de junio de 1982, el Vicecomodoro Rodolfo De La Colina también perdería la vida, cuando el Lear Jet en el que volaba fue derribado por un misil antiaéreo Sea Dart, disparado desde un buque británico.
De los "Tres Marías", que tuvieron su bautismo de combate hace exactamente 50 años, solo el TC-61 logró sobrevivir. A diferencia de sus dos compañeros, este Hércules sigue en servicio, siendo el más longevo de todos los operados por la Fuerza Aérea Argentina.
El TC-61 llegó al país en noviembre de 1968 y, al igual que el TC-62 y el TC-63, fue asignado a la I Brigada Aérea, inicialmente en el Grupo II de Transporte, Escuadrón de Transporte Aerotáctico, a partir del 23 de diciembre de ese año. Posteriormente, pasó a integrar el Escuadrón I, Grupo I de Transporte de la misma brigada.
Su historial de servicio es extenso. Participó en la primera misión de combate del Sistema de Armas Hércules y en la única operación paracaidista de combate llevada a cabo por fuerzas aerotransportadas argentinas, el 3 de octubre de 1969.
Un año después, el 11 de abril de 1970, marcó un hito en la historia de la aviación argentina al convertirse en el primer C-130 Hércules en aterrizar en la pista recién construida de la Base Aérea Vicecomodoro Marambio, de 1.200 metros de longitud. Desde ese momento, se convirtió en un pilar fundamental del puente aéreo entre el continente y la Antártida Argentina.
A lo largo de su carrera operativa, también participó en la Guerra Antisubversiva. En 1977, fue actualizado al estándar C-130H, y un año después operó activamente durante la crisis con Chile de 1978.
En 1982, el TC-61 fue desplegado una vez más en combate, cumpliendo misiones esenciales durante la Guerra de Malvinas, consolidando su legado como una de las aeronaves más importantes en la historia de la Fuerza Aérea Argentina.
Ya avanzado el siglo XXI, la flota de Hércules C-130 de la Fuerza Aérea Argentina, que en su momento de mayor capacidad llegó a operar 15 unidades, alcanzó su punto más alto en 2001, con 13 aeronaves simultáneamente operativas.
Sin embargo, tras la crisis política de diciembre de ese año y la posterior llegada al poder de un sector político hostil a las Fuerzas Armadas y de Seguridad, estas instituciones fueron objeto de un desmantelamiento sistemático, y el Sistema de Armas Hércules no fue la excepción.
Como consecuencia de años de desinversión y falta de mantenimiento, la disponibilidad operativa de la flota se redujo drásticamente, al punto que, para fines de 2015, solo una aeronave permanecía en servicio.
Si bien Argentina ingresó al programa del avión de transporte multiusos brasileño EMBRAER EMB KC-390, a través de la empresa FAdeA (Fábrica Argentina de Aviones), como socio de riesgo y comprometiéndose a adquirir seis unidades para la Fuerza Aérea Argentina, hasta la fecha no ha cumplido con dicho compromiso y no ha realizado ningún pedido formal del KC-390.
Ante la necesidad de mantener operativa su flota de transporte estratégico, se hizo imperiosa la modernización de los C-130 Hércules en servicio. Esta actualización incluyó mejoras en sus capacidades operativas, permitiendo:
Búsqueda y rescate de personas en mar o tierra, tanto de día como de noche.
Optimización de rutas de vuelo, facilitando trayectos más directos hacia zonas de emergencia.
Mayor precisión en el lanzamiento de cargas y personal.
Para ello, en 2013, los gobiernos de Estados Unidos y Argentina acordaron un programa de "remoción de obsolescencias", destinado a la modernización de cinco Hércules C/KC-130H aún en servicio en la Fuerza Aérea Argentina.
Este contrato, valuado en aproximadamente 75 millones de dólares, no incluyó al Hércules L-100-30, que hasta el momento sigue fuera del plan de actualización.
El acuerdo fue firmado con la empresa estadounidense L-3, lo que permitió la capacitación de técnicos argentinos en la integración y operación de nuevas tecnologías, otorgando a FAdeA experiencia en el área y el desarrollo de nuevas capacidades en mantenimiento y modernización de aeronaves.
Como parte del programa, se envió un avión KC-130H matriculado TC-69 a Estados Unidos, donde sirvió como prototipo de modernización. Al mismo tiempo, en Argentina, se trabajó en la actualización de otro Hércules, seleccionado entre los más veteranos en servicio: el TC-61, último superviviente del trío original de C-130E y segunda aeronave en completar el proceso de modernización.
Las mejoras implementadas en los Hércules incluyeron:
Nuevos sistemas de comunicación satelital.
Radar de última generación.
Instalación de visión electroóptica e infrarroja.
Panel de instrumentos digital, con seis pantallas multifunción.
Sistema digital de indicador de combustible y control electrónico de hélices.
Modificación del sistema de iluminación de cabina, compartimiento de carga y exterior para hacerlo compatible con equipos de visión nocturna.
Este proceso permitió estandarizar y renovar la flota de C-130H/KC-130H, asegurando su operatividad y mejorando sus capacidades para misiones de transporte, reabastecimiento, búsqueda y rescate.
Los trabajos de modernización, una vez iniciados, se completaron en un plazo de 10 meses y requirieron la participación de más de 150 técnicos e ingenieros de FAdeA. A lo largo de 47.000 horas de trabajo, la empresa estatal logró cumplir en tiempo y forma con los requerimientos de la Fuerza Aérea Argentina, consolidando su capacidad para llevar adelante este tipo de proyectos.
De esta manera, a finales de 2016, el TC-61 se convirtió en el primer avión de transporte de la Fuerza Aérea Argentina modernizado íntegramente en el país, a través de la Fábrica Argentina de Aviones "Brigadier General San Martín" S.A..
El Hércules recibió las mismas actualizaciones que previamente había incorporado el TC-69, modernizado en la sede de L3 en Waco, Texas. Durante ese proceso en EE.UU., técnicos de FAdeA participaron activamente, adquiriendo conocimientos y experiencia que luego permitieron replicar el programa de modernización en Argentina, marcando un hito en la industria aeronáutica nacional.
Entre 2017 y 2019, se llevó a cabo la modernización de otros tres Hércules, con los dos últimos ingresando a FAdeA para completar el proceso. Esto permitió extender la vida útil de la flota de transporte de la Fuerza Aérea Argentina por al menos 20 años más, dotándola de equipamiento de última generación para misiones de carga, abastecimiento, exploración, búsqueda y rescate en condiciones extremas.
Sin embargo, la modernización no incluyó sistemas de contramedidas defensivas, dejando a los Hércules vulnerables en entornos hostiles.
El TC-61, último sobreviviente del trío de Hércules que en 1968 revolucionaron el transporte aéreo militar en Argentina, continúa en servicio y se estima que podrá operar por al menos dos décadas más, manteniendo su legado al servicio de la Patria.
La memoria selectiva en la historia argentina
Desde hace décadas, en Argentina los actos de gloria y honor en defensa de la Patria han sido valorados según la conveniencia política del momento. Los hechos históricos, sus protagonistas y sus significados han sido ignorados, tergiversados o directamente negados, dependiendo de los intereses del poder de turno.
Se suele olvidar que las libertades y la institucionalidad —aun corrompidas y degradadas— son el resultado del sacrificio de hombres que defendieron el país en diferentes escenarios, enfrentando amenazas internas y externas. Desde las luchas contra el dominio español, pasando por la defensa de la soberanía en la Vuelta de Obligado, la Conquista del Desierto, los conflictos contra las invasiones extranjeras y la lucha contra la insurgencia en los años 70, hasta la Guerra de Malvinas, todos fueron combates en defensa de la Nación, más allá de que los resultados hayan sido victorias o derrotas.
Hoy, en el 50° aniversario del Bautismo Operativo Paracaidista del Ejército Argentino y del bautismo de combate del Sistema de Armas Hércules, aquellos pioneros que, el 3 de octubre de 1969, saltaron desde los Hércules y Skytrain/Dakota al grito de:
"Con el cuerpo confiado en la tela, puesta el alma en las manos de Dios..."
son ignorados.
No solo por el estamento político y los medios de comunicación, sino también por el pueblo argentino, la comunidad paracaidista y, lo que es aún más grave, por el mismo Ejército Argentino y los mandos de la IV Brigada Aerotransportada, que han dejado en el olvido a quienes escribieron una página fundamental en la historia de la fuerza.
Así, la memoria de aquellos que arriesgaron sus vidas en defensa del país parece desvanecerse, del mismo modo en que muchos argentinos han olvidado la responsabilidad que conlleva el ejercicio del poder y el destino de la Nación.
Y después esos mismos olvidadizos son los que preguntan ¿y los militares, y la policía, y la justicia dónde están?... Pues donde los han puesto, fuera de todo proceso social y nacional que no esté ligado con un interés político-ideológico en particular.