El clima de violencia estaba instalado en la Argentina, incitado por el oficialismo desde su llegada al poder.
En 1951, ante las inminentes elecciones del 11 de noviembre, un grupo de altos jefes militares encabezados por el general Benjamín Menéndez, comenzó a intrigar secretamente para derrocar a Perón. Sin embargo, como las idas y vueltas y los conciliábulos se hicieron extremadamente largos, algunos de ellos comenzaron a impacientares.
Entre los conspiradores se encontraban los generales Eduardo Lonardi, Pedro Eugenio Aramburu y Eneas Colombo, los coroneles Juan Carlos Lorio y Arturo Ossorio Arana y los tenientes coroneles Bernardino Labayru, Luis Leguizamón Martínez y Emilio Bonnecarrere.
El nombramiento del general Aramburu como agregado militar de la embajada argentina en Brasil inquietó notablemente los ánimos e hizo creer a los conjurados que las autoridades se habían percatado de algo. Por esa razón, a partir de ese momento, los hechos se precipitaron.
Perón pronuncia un discurso
El general Menéndez, por entonces retirado, decidió actuar de inmediato y por esa razón, en la madrugada del 28 de septiembre, después de sincronizar movimientos con sus pares de la Marina y la Fuerza Aérea, se apersonó vestido con su uniforme de combate en la Escuela de Caballería de Campo de Mayo (a la que pertenecía) y contactó a los capitanes y tenientes que lo seguían, entre ellos Julio Alsogaray y Alejandro Agustín Lanusse, para concentrarlos en el Regimiento 8 de Caballería con la misión de tomar la unidad.
Posesionados de la misma, los alzados abordaron los blindados y los ubicaron frente al Casino de Oficiales, iniciando un violento tiroteo que acabó con la vida del cabo Miguel Farina, perteneciente a las fuerzas leales al gobierno, y dejó herido al capitán Rómulo Félix Menéndez, hijo del jefe rebelde.
Eran las 07.25 cuando el coronel Dalmiro Videla Balaguer, director del Liceo Militar, llamó a sus superiores para advertirles que en el cercano regimiento acontecían hechos irregulares. En vista de ello, el general Franklin Lucero, ministro de Ejército, adoptó una serie de medidas urgentes tendientes a neutralizar el movimiento.
Frente del Jockey Club sobre la calle Florida
Al frente de tres tanques, cinco semiorugas y varios camiones con tropas a bordo, Menéndez partió de Campo de Mayo en dirección a la Base Aérea de El Palomar, que para ese entonces había sido copada por los brigadieres Guillermo Zinny y Samuel Guaycochea.
Mientras eso acontecía en el noroeste del Gran Buenos Aires, desde Villa Reynolds, provincia de San Luis, despegaron aviones caza de la V Brigada Aérea, que a las órdenes del vicecomodoro Jorge Rojas Silveyra, debían volar hacia Buenos Aires para atacar a a las fuerzas rebeldes. Para entonces, la Base Aeronaval de Punta Indio se hallaba en poder del capitán de navío Vicente Baroja quien, de acuerdo a planes preestablecidos, abordó un monoplaza AT-6 y seguido por el capitán de corbeta Siro de Martini despegó hacia el Aeroparque con la misión de impedir que Perón se fugara de la capital.
Al llegar a destino, se produjo una breve escaramuza cuando los aviadores rebeldes vieron que en la pista principal un transporte De Havilland Dove iniciaba su carreteo con la aparente intención de huir.
Creyendo que a bordo se encontraba el primer mandatario, Baroja se dirigió resueltamente hacia él para arrojarle sus dos bombas de 50 kilogramos, sin alcanzarlo. Detrás suyo, Siro de Martini abrió fuego con sus cañones perforando la cola del aparato pero el mismo, hábilmente piloteado por el comodoro Luis A. Lapuente, levantó vuelo y a muy baja altura, se escabulló por entre los edificios de Barrio Norte, en dirección sudoeste.
Para entonces, los accesos a la Capital Federal se hallaban bloqueados con camiones, ómnibus y barricadas en tanto el Ejército había montado puestos de vigilancia en diferentes puntos de la ciudad.
A esa altura Menéndez comprendió que las unidades que debían plegarse al alzamiento se habían mantenido quietas y que la asonada había fracasado pero, decidido a todo, se dirigió hacia Buenos Aires para acabar con Perón o morir en el intento. Sin embargo, a la altura de San Isidro, su columna se detuvo, falta de combustible y por esa razón, no le quedó más remedio que capitular y entregarse a las autoridades, a sabiendas de que podía ser fusilado. La revolución había fracasado.
Cuando la noticia se difundió, muchos de los complotados escapaban a bordo de un transporte de la Fuerza Aérea desde El Palomar, con destino a Uruguay, seguido por Baroja y De Martín en sus respectivos aviones. Finalizaba de esa manera el primer alzamiento contra el régimen peronista, fallido preludio de lo que iba a suceder cuatro años después.
Al día siguiente, el mismo presidente, en un agresivo discurso pronunciado ante una rugiente multitud, anunció desde los balcones de la Casa de Gobierno, el establecimiento del estado de guerra interna en todo el ámbito de la Nación y el fusilamiento de los jefes alzados, amenaza que finalmente, no cumplió.
Gral. Benjamín Menéndez
Benjamín Menéndez, un bravo general de Caballería que recién egresado del Colegio Militar, había tomado parte activa en la conquista del Chaco, fue enviado al penal de Tierra del Fuego, donde quedó detenido junto a sus seguidores. De acuerdo a algunas versiones, Eva Perón aconsejó a su marido insistentemente que pasase a los rebeldes por las armas pero aquel desestimó el pedido por considerarlo poco prudente.
Lamentablemente, la violencia no terminó allí.
El 15 de abril de 1953 Perón pronunciaba otro de sus encendidos discursos frente a la masa que se había reunido en Plaza de Mayo cuando estallaron tres artefactos de alto poder que mataron a seis manifestantes y dejaron a otros noventa y tres con heridas de distinta consideración.
Ante la gravedad de esos hechos, el mandatario volvió a azuzar a la turba vociferando frases tan violentas que aquella, enardecida, se encaminó en gran número hacia diferentes puntos de la ciudad para atacar las sedes de los partidos opositores. Ese día, fueron incendiadas la Casa del Pueblo, baluarte del Partido Socialista, sobre avenida Rivadavia; la Casa Radical, que se alzaba en la calle Tucumán; la central del Partido Demócrata (Conservador), en Rodríguez Peña 525, y finalmente, la sede del aristocrático Jockey Club, sobre la calle Florida, que ardió por espacio de dos días.
Entre las obras de arte que se perdieron en aquella luctuosa jornada figuran la biblioteca de la Casa del Pueblo que incluía colecciones donadas por el mismísimo Juan B. Justo; objetos de valor histórico del Partido Demócrata Nacional y los tesoros del Jockey Club entre los que destacaban la Diana Cazadora de Falgueriés, adquirida especialmente para esa institución por Aristóbulo del Valle (se la hizo rodar por las escaleras del salón principal), numerosos cuadros, entre ellos el de su fundador, el Dr. Carlos Pellegrini, obra de Bonnet que databa de 1908 y parte de su gran biblioteca, una de las más completas de la ciudad de Buenos Aires.
Nada hicieron los bomberos para apagar los incendios, salvo resguardar los edificios vecinos. Tampoco hizo nada la policía ya que los vándalos actuaron con total impunidad, destruyendo todo lo que encontraron a su paso.
Al día siguiente, el Dr. Manuel V. Ordóñez, que había viajado expresamente a Roma para referir lo que estaba ocurriendo en la Argentina, fue recibido por el Papa Pío XII quien, lo primero que le dijo al verlo fue:
Lo que el Santo Padre y buena parte de la opinión pública ignoraban era que, para fortuna de la posteridad, una parte de aquella colección y varios volúmenes de la biblioteca habían sido rescatados de las llamas y puestos a resguardo.
A partir de entonces, las frases de Perón se tornaron cada vez más violentas y brutales: “¡Yo les pido que no quemen más ni hagan nada más de esas cosas porque cuando haya que quemar, voy a salir a la cabeza de ustedes a quemar! ¡Entonces, si fuera necesario, la historia recordará la más grande hoguera que haya encendido la humanidad hasta nuestros días!” (7 de mayo de 1953); “¡Me piden que de leña…¿por qué no empiezan a darla ustedes?!”;“¡Vamos a tener que volver a la época de andar con alambre de fardo en el bolsillo!” o “¡Por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos!”.
Ese era el ambiente que imperaba en Buenos Aires cuando se desataron los sucesos que a continuación vamos a relatar. Expresiones tan irresponsables no hicieron más que precipitar los hechos y llevar a la sociedad argentina al caos y el enfrentamiento civil. El régimen se debilitaba lentamente y la tensión comenzaba a adueñarse de la sociedad.
Esta antigua fotografía muestra el accionar de los bomberos sobre la sede incendiada del Jockey Club
La Casa del Pueblo - Sede del Partido Socialista después del ataque
Posesionados de la misma, los alzados abordaron los blindados y los ubicaron frente al Casino de Oficiales, iniciando un violento tiroteo que acabó con la vida del cabo Miguel Farina, perteneciente a las fuerzas leales al gobierno, y dejó herido al capitán Rómulo Félix Menéndez, hijo del jefe rebelde.
Eran las 07.25 cuando el coronel Dalmiro Videla Balaguer, director del Liceo Militar, llamó a sus superiores para advertirles que en el cercano regimiento acontecían hechos irregulares. En vista de ello, el general Franklin Lucero, ministro de Ejército, adoptó una serie de medidas urgentes tendientes a neutralizar el movimiento.
Frente del Jockey Club sobre la calle Florida
Al frente de tres tanques, cinco semiorugas y varios camiones con tropas a bordo, Menéndez partió de Campo de Mayo en dirección a la Base Aérea de El Palomar, que para ese entonces había sido copada por los brigadieres Guillermo Zinny y Samuel Guaycochea.
Mientras eso acontecía en el noroeste del Gran Buenos Aires, desde Villa Reynolds, provincia de San Luis, despegaron aviones caza de la V Brigada Aérea, que a las órdenes del vicecomodoro Jorge Rojas Silveyra, debían volar hacia Buenos Aires para atacar a a las fuerzas rebeldes. Para entonces, la Base Aeronaval de Punta Indio se hallaba en poder del capitán de navío Vicente Baroja quien, de acuerdo a planes preestablecidos, abordó un monoplaza AT-6 y seguido por el capitán de corbeta Siro de Martini despegó hacia el Aeroparque con la misión de impedir que Perón se fugara de la capital.
Al llegar a destino, se produjo una breve escaramuza cuando los aviadores rebeldes vieron que en la pista principal un transporte De Havilland Dove iniciaba su carreteo con la aparente intención de huir.
Creyendo que a bordo se encontraba el primer mandatario, Baroja se dirigió resueltamente hacia él para arrojarle sus dos bombas de 50 kilogramos, sin alcanzarlo. Detrás suyo, Siro de Martini abrió fuego con sus cañones perforando la cola del aparato pero el mismo, hábilmente piloteado por el comodoro Luis A. Lapuente, levantó vuelo y a muy baja altura, se escabulló por entre los edificios de Barrio Norte, en dirección sudoeste.
Para entonces, los accesos a la Capital Federal se hallaban bloqueados con camiones, ómnibus y barricadas en tanto el Ejército había montado puestos de vigilancia en diferentes puntos de la ciudad.
A esa altura Menéndez comprendió que las unidades que debían plegarse al alzamiento se habían mantenido quietas y que la asonada había fracasado pero, decidido a todo, se dirigió hacia Buenos Aires para acabar con Perón o morir en el intento. Sin embargo, a la altura de San Isidro, su columna se detuvo, falta de combustible y por esa razón, no le quedó más remedio que capitular y entregarse a las autoridades, a sabiendas de que podía ser fusilado. La revolución había fracasado.
Cuando la noticia se difundió, muchos de los complotados escapaban a bordo de un transporte de la Fuerza Aérea desde El Palomar, con destino a Uruguay, seguido por Baroja y De Martín en sus respectivos aviones. Finalizaba de esa manera el primer alzamiento contra el régimen peronista, fallido preludio de lo que iba a suceder cuatro años después.
Al día siguiente, el mismo presidente, en un agresivo discurso pronunciado ante una rugiente multitud, anunció desde los balcones de la Casa de Gobierno, el establecimiento del estado de guerra interna en todo el ámbito de la Nación y el fusilamiento de los jefes alzados, amenaza que finalmente, no cumplió.
Gral. Benjamín Menéndez
Benjamín Menéndez, un bravo general de Caballería que recién egresado del Colegio Militar, había tomado parte activa en la conquista del Chaco, fue enviado al penal de Tierra del Fuego, donde quedó detenido junto a sus seguidores. De acuerdo a algunas versiones, Eva Perón aconsejó a su marido insistentemente que pasase a los rebeldes por las armas pero aquel desestimó el pedido por considerarlo poco prudente.
Lamentablemente, la violencia no terminó allí.
El 15 de abril de 1953 Perón pronunciaba otro de sus encendidos discursos frente a la masa que se había reunido en Plaza de Mayo cuando estallaron tres artefactos de alto poder que mataron a seis manifestantes y dejaron a otros noventa y tres con heridas de distinta consideración.
Ante la gravedad de esos hechos, el mandatario volvió a azuzar a la turba vociferando frases tan violentas que aquella, enardecida, se encaminó en gran número hacia diferentes puntos de la ciudad para atacar las sedes de los partidos opositores. Ese día, fueron incendiadas la Casa del Pueblo, baluarte del Partido Socialista, sobre avenida Rivadavia; la Casa Radical, que se alzaba en la calle Tucumán; la central del Partido Demócrata (Conservador), en Rodríguez Peña 525, y finalmente, la sede del aristocrático Jockey Club, sobre la calle Florida, que ardió por espacio de dos días.
Entre las obras de arte que se perdieron en aquella luctuosa jornada figuran la biblioteca de la Casa del Pueblo que incluía colecciones donadas por el mismísimo Juan B. Justo; objetos de valor histórico del Partido Demócrata Nacional y los tesoros del Jockey Club entre los que destacaban la Diana Cazadora de Falgueriés, adquirida especialmente para esa institución por Aristóbulo del Valle (se la hizo rodar por las escaleras del salón principal), numerosos cuadros, entre ellos el de su fundador, el Dr. Carlos Pellegrini, obra de Bonnet que databa de 1908 y parte de su gran biblioteca, una de las más completas de la ciudad de Buenos Aires.
Nada hicieron los bomberos para apagar los incendios, salvo resguardar los edificios vecinos. Tampoco hizo nada la policía ya que los vándalos actuaron con total impunidad, destruyendo todo lo que encontraron a su paso.
Al día siguiente, el Dr. Manuel V. Ordóñez, que había viajado expresamente a Roma para referir lo que estaba ocurriendo en la Argentina, fue recibido por el Papa Pío XII quien, lo primero que le dijo al verlo fue:
-¿Sabe usted lo que ha ocurrido?
-No, Su Santidad – respondió Ordóñez.
-Han incendiado la biblioteca del Jockey Club – respondió consternado el Pontífice agregando – Estoy profundamente apesadumbrado. Se han perdido obras de incalculable valor allí.
Lo que el Santo Padre y buena parte de la opinión pública ignoraban era que, para fortuna de la posteridad, una parte de aquella colección y varios volúmenes de la biblioteca habían sido rescatados de las llamas y puestos a resguardo.
A partir de entonces, las frases de Perón se tornaron cada vez más violentas y brutales: “¡Yo les pido que no quemen más ni hagan nada más de esas cosas porque cuando haya que quemar, voy a salir a la cabeza de ustedes a quemar! ¡Entonces, si fuera necesario, la historia recordará la más grande hoguera que haya encendido la humanidad hasta nuestros días!” (7 de mayo de 1953); “¡Me piden que de leña…¿por qué no empiezan a darla ustedes?!”;“¡Vamos a tener que volver a la época de andar con alambre de fardo en el bolsillo!” o “¡Por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos!”.
Ese era el ambiente que imperaba en Buenos Aires cuando se desataron los sucesos que a continuación vamos a relatar. Expresiones tan irresponsables no hicieron más que precipitar los hechos y llevar a la sociedad argentina al caos y el enfrentamiento civil. El régimen se debilitaba lentamente y la tensión comenzaba a adueñarse de la sociedad.
Esta antigua fotografía muestra el accionar de los bomberos sobre la sede incendiada del Jockey Club
La Casa del Pueblo - Sede del Partido Socialista después del ataque