viernes, 4 de mayo de 2012

Ópticas: DLC-11AD-3X para gente pesada

Nueva mira holográfica DLC-110AD-3X 
por G-LOC 

 

Las empresas ADS y B.E. Meyers presentaron sus nuevas miras de punto rojo DLC-110AD-3X para armas colectivas. La nueva mira incluye la opción de mira con zoom de 3 aumentos. La mira puede ser instalada en ametralladoras calibre 7,62mm y 12,7mm. Las miras de punto rojo permiten que el soldado tire com los dos ojos abiertos y mantenga la consciencia situacional alrededor, cansando menos la visión. El objetivo puede ser adquirido más fácilmente teniendo que alinear apenas dos puntos, la mira y el blanco, al contrario de tres puntos (alza, masa y blanco). 

 



Forças Terrestres

Cargadores: Tipos y características

Los cargadores
Junto con la munición, son los verdaderos "Talones de Aquiles" de las armas automáticas y semiautomáticas
 
Autor: Tomás Cappi 

Complementos infaltables e insustituibles, que pueden, ante una determinada falla o algún deterioro, convertir al Arma más eficiente en un elemento totalmente inútil e incapaz de cumplir con la función para la que fue creada. 

Los Cargadores representan una parte esencial del Arma. Por medio de estos complementos, el Tirador puede alimentar a su Arma de forma rápida. Son algo más que simples contenedores de munición. Son elementos activos que empujan los cartuchos para que entren en el Arma y la alimenten. Además pueden formar parte integrante del Sistema de Seguro (Seguro de Cargador: el Arma no dispara si no tiene colocado el Cargador), y por otra parte, al vaciarse permiten bloquear el cierre de la corredera, avisando al Tirador que se ha agotado la munición. A excepción de peines descartables y cintas, se recargan y reutilizan. 

Por su ubicación respecto al Arma, pueden diferenciarse dos tipos básicos de Cargadores: los que forman parte de la propia estructura del Arma, también conocidos como fijos, y los extraíbles. Partiendo de esta división y en función de su diseño, pueden diferenciarse varios tipos de Cargadores. Los más importantes, teniendo en cuenta su utilización actual son: Rectos y Curvos (de simple y doble hilera), tubulares, de tambor y tipo cinta. 

Algunas referencias históricas 
Los peines pueden considerarse los primeros Cargadores de la Historia. Estos particulares dispositivos permitían al Tirador agrupar un pequeño número de cartuchos para la carga de los primeros rifles de pólvora sin humo. El legendario rifle estadounidense M1 Garand fue uno de los que utilizaba este tipo de Cargador. Su principal inconveniente llegaba cuando se vaciaba el peine, ya que tras el último disparo el peine saltaba del Arma produciendo un notable ruido que podía alertar al enemigo de que su oponente se había quedado sin munición. 

Actualmente, los peines, también conocidos como clips, se utilizan en la mayoría de los Cargadores empleados en los rifles de asalto militares. Estos dispositivos permiten al Tirador cargar su Arma con múltiples cartuchos a la vez.

Tipos de cargadores 

Cargadores de caja rectos y curvos (de simple y doble hilera) 

  
Cargadores rectos: En línea (arriba) y tresbolillo (abajo). A pesar de tener dimensiones similares, las capacidades difieren notoriamente debido a las diferencia de diseño. En el primer caso 9 cartuchos y en el segundo 17 

Se trata del tipo de Cargador más popular y utilizado en los rifles modernos y la mayoría de Armas Cortas. Los Cargadores de Caja almacenan la munición en una columna recta o curva, simple o doble, apilando los cartuchos uno encima del otro. Este hecho permite que las balas de los cartuchos almacenados puedan montar una punta dura y con forma cónica, lo que contribuye a aumentar la precisión del Arma. Los cuerpos de este tipo de Cargadores pueden formar parte del Arma o bien ser totalmente desmontables. 

Los Cargadores internos aparecen en numerosos rifles de cerrojo previos a la Segunda Guerra Mundial, así como en algunos modernos rifles de cerrojo destinados a la caza. Por otro lado, los desmontables, permiten al Tirador cargar o descargar al Cargador fuera del Arma. Cuando el Cargador se vacía, elTirador sólo tiene que retirarlo del Arma y sustituirlo por otro que esté lleno. Este hecho acelera notablemente el proceso de recarga del Arma, lo que permite al Tirador disponer de un gran cantidad de munición en un corto período de tiempo. Es de hacer notar que esta maniobra puede ser realizada mediante técnicas apropiadas (entrenamiento exhaustivo mediante) y desarrolladas especialmente a tal fin, con lo que se puede lograr disminuir el tiempo empleado en forma considerable. 

Esto puede ser realizado con ambas manos o con una sola (hábil o no hábil) en caso de que el Tirador se encuentre imposibilitado o herido. 

En caso de que el Arma utilice munición con reborde es necesario que el Cargador sea ligeramente curvo. En determinadas armas es posible unir dos o más cajas de Cargadores desmontables, lo que aumenta enormemente la capacidad de fuego disponible. Esto puede realizarse simplemente mediante el uso de cinta aisladora plástica o de ciertos accesorios fabricados a tal efecto. 

Constan de cuatro partes principales: 

  • Cuerpo: Contiene los cartuchos y guía el muelle. Los labios son parte de él, y consisten en un doblez en la parte superior que impide que los cartuchos salgan hacia arriba por la fuerza del muelle pero permite su extracción si se empujan desde el culote hacia adelante. Esta acción es realizada por el block de cierre en el movimiento que forma parte del ciclo de alimentación.
  • Elevador: Es una simple pieza metálica o plástica que permite que el muelle empuje uniformemente los cartuchos. En Cargadores de doble hilera, guía la introducción de los dos primeros cartuchos para que queden correctamente orientados. En algunos modelos, el elevador tiene la función secundaria de bloquear la corredera del Arma cuando se ha agotado la munición. Esto permite darse cuenta que se ha agotado la munición antes de que sea demasiado tarde. En la mayor parte de las Armas actuales, además permite que cuando se inserte un Cargador lleno no sea necesario volver a montar el Arma siendo suficiente con pulsar el botón de desbloqueo.
  • Resorte o Muelle: Como su nombre indica, es un resorte de considerable longitud que empuja al elevador y consecuentemente a los cartuchos contra los labios del Cargador. Con respecto al muelle o resorte es muy importante hacer notar el tema tan mentado del ?cansancio? o fatiga que puede sufrir, debido a estar sometido a su máxima compresión durante un prolongado período de tiempo. Este es un hecho real y no debe ser menospreciado. Hay quienes para evitarlo, o mejor dicho minimizarlo, cargan el Cargador con una cantidad menor de cartuchos. En mi modesta opinión me parece que es desperdiciar justamente una de las características más importantes de nuestra Arma: la capacidad de su Cargador. Creo que cuando un Cargador ha llegado al término de su vida útil, es simplemente hora de cambiarlo. Además si consideramos el costo en relación con el costo de la munición, podemos decir que a lo largo del servicio que nos ha prestado, su valor ha sido ampliamente amortizado.
  • Base: Es una pieza de metal o plástico que encaja en las guías de la parte inferior del cuerpo del Cargador. Su función es cerrar la parte inferior del cuerpo y soportar el empuje del muelle hacia abajo en contraposición a la elevación de los cartuchos. Generalmente son desmontables.
 
Despiece de un Cargador donde se pueden apreciar las distintas partes que lo componen: cuerpo, resorte, elevador y base 

Existen como complemento, unos útiles para facilitar el relleno de los Cargadores vacíos. No son parte de los complementos habituales y están pensados para llenar varios Cargadores sucesivamente, evitando así la fatiga del Tirador. La excepción son los Cargadores circulares, que suelen llevar una "llave", separada o formando parte integrante del mismo, para tensar y bloquear el muelle. La introducción de cartuchos se facilita enormemente al no tener que luchar contra el potente resorte espiral que poseen. 

 
Cargadores calibre .22: Carabina Halcón 20 cartuchos, resorte en espiral (arriba), Pistola Ballester Molina 10 cartuchos, resorte en zig-zag (centro), pistola Bersa 10 cartuchos, resorte en espiral (abajo) 
 
Cargadors de pistola Glock .45 ACP, de 13 y 28 cartuchos 
 
Este curioso cargador hace pensar seriamente en su utilidad práctica pero funciona a la perfección haciendo bajar el centro de gravedad del arma 
 
Cargadores rectos tipo tresbolillo. Sus dimensiones son similares sin embargo el de la izquierda (Glock 45) tiene capacidad de 13 cartuchos. El del centro (Tanfoglio .45), 10 cartuchos. El de la derecha (Bersa 9mm) de 17 cartuchos. 

Cargadores tubulares 

Este tipo de Cargador era el utilizado por los primeros rifles de repetición, sobre todo, por los modelos de palanca y algunos semiautomáticos. Consiste un tubo en el que se almacena la munición. Este tubo suele ir colocado en paralelo debajo del cañón. Este tipo de Cargador suele aparecer fijado al Arma, lo que significa que no pude desprenderse fácilmente. 

 
En estos Cargadores la munición no permite el diseño rectilíneo. Munición con vainas cónicas o con reborde generan la necesidad de diseños curvos. La excepción es el caso del modelo central (Cargador de fusil FAL, 20 cartuchos 7.62 x 51 mm.), es recto aunque la vaina de su munición es cónica. La solución a este problema es que su base es inclinada, no en ángulo recto 

Hoy en día, todavía pueden encontrarse numerosos Cargadores tubulares, sobre todo en escopetas y aquellas Armas que utilizan munición con punta chata. Este es un requisito fundamental para evitar el riesgo de percusión en forma accidental por un golpe, caída o producto del mismo retroceso. En el caso de los rifles .22 con este tipo de cargador, no existe riesgo debido a que la munición es de fuego anular. 

Cargadores de tambor 

Este tipo de Cargadores son utilizados en numerosas ametralladoras ligeras, subfusiles y escopetas, el Cargador de tambor presenta un aspecto exterior cilíndrico e interior en espiral, en donde se almacenan los cartuchos de forma paralela al eje de rotación. Su diseño permite mayor capacidad de almacenamiento en comparación con los Cargadores rectos o curvos, sin que por ello sus dimensiones aumenten excesivamente. Ahora bien, su complejo sistema de funcionamiento puede provocar algunos problemas de fiabilidad. Muchas Armas alimentadas con Cargadores de Tambor no pueden cargarse con Cargadores convencionales, como por la escopeta DAO-12. 

El más conocido de los Cargadores de este tipo, es el del subfusil Thompson. El Thompson es un Arma de gran calidad pero de caro mecanizado y muy pesada. Con el gran Cargador circular y sus 50 cartuchos calibre .45 ACP dentro, debía ser incómodo de manipular. A cambio su estabilidad en ráfagas era notable. La versión militar llevaba un Cargador recto convencional (de 20 / 30 cartuchos), aunque podía usar ambos tipos. Cuenta con una manivela tensora -para cargar- la guía espiral para los cartuchos y el rotor cargado con un muelle espiral cuyas 6 aspas empujan los cartuchos. Es de hacer notar que también se fabricaron para 100 cartuchos. 

Los Cargadores de Tambor tienen una gran capacidad para el tamaño que ocupan (Generalmente 50 a 150 cartuchos) pero por esa misma razón son muy pesados (especialmente llenos) y necesitan medios mecánicos para tensar el poderoso muelle necesario para mover tal cantidad de cartuchos. 

Cargadores de tipo cinta 

Utilizados en la mayoría de ametralladoras modernas, en este tipo de Cargadores, los cartuchos aparecen totalmente unidos. La Cinta alimenta al Arma al mismo tiempo que los eslabones que unen los cartuchos se desarman o bien son expulsados por el lado opuesto de la recámara. Aventajan en capacidad a todos los otros tipos de Cargadores. 

Conclusión 

Desgraciadamente, los Cargadores no pueden hacerse de cualquier longitud que necesitemos. 

Cuanta mayor capacidad poseen, más potente debe ser el muelle (y más si además tiene que forzar los cartuchos a través de una curva bastante cerrada). 

El resultado es que debe realizarse un gran esfuerzo para introducir los últimos cartuchos en el Cargador. A menudo son necesarios útiles especiales para llenarlos. 

Esta misma fuerza es la que ejerce el cartucho contra los labios del Cargador. Cuando supera un cierto nivel, el Arma no tiene suficiente energía para extraer el cartucho. Imponderables como una carga ligeramente menos potente producirán el encasquillamiento. Excepcionalmente, la corredera puede abollar un cartucho cuando solo tiene fuerza para extraerlo parcialmente. 

Lógicamente, la correcta limpieza de un Cargador tan grande es imprescindible para que funcione eficazmente. También pecan por el extremo contrario. Cuando quedan pocas balas en el Cargador, el muelle ejerce poca fuerza. Es casi imprescindible que sea así, pues es la única forma que la tensión sea razonable cuando está lleno. Esto puede provocar problemas de alimentación con los últimos cartuchos del Cargador, especialmente si ha estado mucho tiempo lleno y el muelle ha perdido tensión. 

Son frecuentes los casos de Armas con Cargadores de gran capacidad en que al final debió admitirse que la única forma de que funcionasen sin problemas era no rellenarlos al máximo de su capacidad. 

Por último, cabe destacar también que a partir de cierto tamaño, las ventajas de la capacidad se anulan con los inconvenientes del elevado peso y volumen. Por todo ello es raro encontrar hoy en día cargadores de más de 20-30 cartuchos. Quedarán para el recuerdo y como codiciado botín de todo coleccionista de Armas que se precie de tal. 

Y por sobretodo recordemos que los Cargadores son elementos "DESCARTABLES", al término de su vida útil, no deben ser reparados ni reciclados, sino "REEMPLAZADOS". Nuestra vida y/o las de las Personas que tengamos a nuestro cargo pueden depender de esta decisión. 

Nota: Mi especial agradecimiento a mis Amigos de "Armería El Rafa", que con su inestimable colaboración, hicieron posible la realización de este Artículo. 

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jueves, 3 de mayo de 2012

Malvinas: El ARA Sobral sobrevive a los Skua

… Y no pudieron hundirlo


por Rubén Durán

Este 3 de mayo se cumplen 30 años del ataque de naves de la Royal Navy contra una pequeña embarcación argentina, que pese a haber sido impactada por devastadores misiles y haber perdido a su comandante, pudo mantenerse a flote y navegar de regreso al continente, en contra de todos los pronósticos.




El aviso ARA “Alférez Sobral” es un pequeño buque destinado a misiones de apoyo a la flota de la Armada Argentina que durante los comienzos de la Guerra de Malvinas se encontraba en la zona de operaciones realizando misiones de patrulla, rescate y salvamento al noroeste del archipiélago.

En esa zona lo sorprendió el inicio de las hostilidades del 1 de mayo de 1982, cuando la aviación y la armada británicas atacaron a las tropas argentinas acantonadas en Puerto Argentino y provocaron la reacción de la Fuerza Aérea Argentina (FAA), que lanzó varias incursiones contra el enemigo, algunas de ellas exitosas, pero al costo de varias pérdidas.

Una de esas bajas fue un bombardero Canberra MK 62 que fue derribado por los Se Harriers de la Royal Navy y cuya tripulación fue vista eyectándose de su avión en llamas sobre la Zona de Exclusión británica.

Suponiendo que esos aviadores se hallaban con vida en medio de las heladas aguas del Atlántico, el aviso “Alférez Sobral” recibió la orden de dirigirse a la zona de la caída para intentar un rescate.

Al mando de esa unidad se encontraba el Capitán de Corbeta Daniel Gómez Roca, un salteño de 39 años que de inmediato puso proa hacia el sector indicado, a pesar de saber que en el mismo podría estar parte o el grueso de la Task Force despachada por Londres para volver a invadir las Malvinas.

Las probabilidades de supervivencia de la nave no eran las mejores, ya que se trataba de un buque construido en 1944, armado con un cañón de 40 mm y dos de 20 mm y sin la electrónica necesaria para afrontar un combate con alguna unidad naval o aérea moderna.

El ARA Alférez Sobral llegó a la zona asignada recién a la noche del 2 de mayo, cuando ya se conocía lo sucedido con el crucero ARA General Belgrano, otro venerable recuerdo de la II Guerra Mundial que servía bajo la bandera argentina.

Aunque presentían que podían estar cerca de la flota británica, Gómez Roca y su tripulación ignoraban que el radar del destructor HMS Coventry ya los había detectado y había dado la alerta al portaviones HMS Hermes, buque insignia de la Task Force, que despachó un helicóptero de transporte Sea King para verificar la presencia del intruso.

En medio de la oscuridad austral los tripulantes del Sobral oyeron la aproximación de la aeronave y Gómez Roca ordenó de inmediato que todos ocupen sus puestos de combate, mientras disponía el cambio de rumbo para abandonar la zona de peligro.

El Sea King no representaba en sí una amenaza seria para la nave argentina, pero su sobrevuelo de reconocimiento anticipaba una reacción armada por parte de los ingleses. 

Efectivamente, un par de helicópteros de ataque Sea Linx, armados con los aún experimentales misiles Sea Skua,  partieron de los destructores HMS Coventry y Glasgow para dar caza al Sobral.

Helicóptero Sea Linx HAS.2 con misil Sea Skua. Malvinas 1982 (Imperial War Museum)


A bordo del aviso argentino todos y cada uno de sus tripulantes se hallaban en sus puestos, esperando el próximo paso del enemigo. Lamentablemente, la ausencia de un moderno sistema de detección los obligaba a asumir el combate casi a ciegas.

El primer golpe llegó a eso de las 2 de la mañana, cuando por estribor se divisaron unas luces similares a unas bengalas: eran los primeros Sea Skua que disparaba la Royal Navy en combate.

Uno de los proyectiles impactó contra una de las lanchas de salvamento, destruyéndola y proyectando una lluvia de esquirlas que hirieron a parte de la tripulación y dañaron el sistema de comunicaciones de la nave. Otro misil pasó a pocos metros del puente, provocando que el encargado de uno de los cañones de 20 mm disparara contra el mismo, creyendo que se trataba de un avión.

En el breve instante de calma que sobrevino, Gómez Roca le ordenó a su segundo, el Teniente de Navío Sergio Bazán, que bajara hasta el puesto de radio para que informara sobre el ataque, mientras disponía la inversión del rumbo para estabilizar la nave y ofrecer un mejor campo de tiro para sus pocas armas.

Capitán de Corbeta Sergio Gómez Roca y Capitán de Navío Sergio Bazán, comandante y segundo oficial, respectivamente, del ARA Sobral.

La maniobra y el oleaje imperante en la zona confundieron a los radares ingleses que vieron desaparecer al buque de sus pantallas, por lo que asumieron que lo habían hundido. Sin embargo, los helicópteros siguieron en la zona, ante la posible presencia de otra nave.
Los sensores de los Sea Linx volvieron a detectar al Sobral unos minutos después y abrieron fuego nuevamente.

No se sabe si el comandante Gómez Roca o alguno de los que se hallaba en el puente pudieron ver la aproximación del misil, ese es un dato que se llevaron a la eternidad.

Una violenta explosión estremeció al aviso y destruyó la totalidad del puente, provocando la muerte instantánea del capitán y de otros siete tripulantes. Bazán se salvó porque el médico lo había detenido en el camino para revisarle la herida sufrida durante el primer ataque.

De esta forma, el Capitán de Corbeta Sergio Gómez Roca se convirtió en el primer comandante de nacionalidad argentina de la Armada en morir en combate.

El cuarto de radio también había sido afectado por el impacto del Sea Skua, y sólo se pudo rescatar a un sobreviviente, el cabo Enríquez, gravemente herido.

Objetivo: Salvar el buque y regresar a casa


Bazán logró subir hasta el puente y descubrió una imagen desoladora:

“No había nadie. Todo estaba destruido. En un sector vi fuego, sólo fuego. Entonces me di cuenta que todos los que estaban en ese lugar estaban muertos”.

 Las muertes no eran el único problema del buque, ya que el mismo se había quedado sin gobierno y el incendio generado por el incendio amenazaba con expandirse por toda la superestructura.

No hubo tiempo para echarse a llorar por los caídos, Bazán asumió el mando de ese despojo flotante  y los equipos de control de daños entablaron un duro combate contra las llamas, mientras el personal de máquinas logró restablecer precariamente un sistema de gobierno.

Una vez que el fuego pareció estar dominado surgió un nuevo problema: La explosión había destruido todo el instrumental de navegación, tan vital para orientarse en alta mar y tan necesaria para regresar al continente.

Los sobrevivientes se las tuvieron que ingeniar para resolver ese problema recurriendo a los conocimientos básicos de la marinería, tomando en cuenta la dirección de las olas, que antes del segundo ataque venían del norte. Para calcular la velocidad, los maquinistas se basaban en las vueltas que daba el eje de la hélice.

Precisamente hacia el norte se dirigió el Sobral con sus 52 tripulantes vivos, que esperaban la llegada del golpe final de los británicos que nunca llegó. Después de navegar durante un día con ese rumbo, Bazán ordenó desviarse hacia el oeste, en dirección al continente.

De entre los restos del puente se pudo rescatar la rosa del compás magnético, inexplicablemente intacta, que fue colocada en la proa entre las dos cadenas de las anclas y que junto a dos brújulas de infantería de marina se convirtió en el improvisado instrumental que los guiaría a su destino.

En ese momento tan difícil y en medio de constantes rebrotes de los incendios a bordo, el Teniente Juan Carlos Casal y tres tripulantes solicitaron permiso para izar la bandera de guerra. Como el palo mayor había sido derribado por el ataque, los marinos la izaron en la pluma y formaron frente a ella, rindiendo honores a los caídos y a la insignia nacional, en un gesto que muchos asumieron como un acto de despedida.

La Fuerza Aérea al rescate

De esta forma, el barco comenzó a aproximarse a la Argentina continental, sin saber que desde la misma se había organizado una operación de búsqueda y rescate que involucraba a aeronaves de la Armada y la Fuerza Aérea, además de embarcaciones civiles.

El 4 de mayo, el Primer Teniente de la Fuerza Aérea  Miguel Lucero, a los mandos de un helicóptero Bell 212, partió de una base en Comodoro Rivadavia para participar en las tareas de búsqueda del aviso ARA Alférez Sobral, que había sido declarado como desaparecido por la Armada, en la creencia de que el mismo sólo tenía fallas en su sistema de comunicación.

Aviones de ala fija, con mayor autonomía que el helicóptero, extendían su área de exploración en busca del Sobral, pero con resultados negativos, debido a las condiciones climáticas adversas. Por ese motivo se les ordenó regresar a base.

Mientras tanto, a bordo del aviso herido las cosas no parecían ir mejor, ya que comenzaron a surgir dudas sobre la exactitud de la navegación, temiendo que el barco se encuentre en una posición muy diferente de la calculada. Para colmo, se generaron nuevos incendios entre las ruinas del puente, obligando a los agotados tripulantes a seguir luchando para que las llamas no terminen de devastar la frágil embarcación.

El 5 de mayo, Lucero y su equipo despegaron de Puerto Deseado a las 08:30 de la mañana y se dirigieron hacia el sur. Después de una hora se cruzaron con el buque Cabo San Antonio de la Armada Argentina y con algunos pesqueros.

Otra aeronave la Fuerza Aérea, un Fokker F-27, había detectado una embarcación que no respondía a los mensajes radiales, por lo que comunicó la novedad al continente.

El helicóptero de Lucero se dirigió hacia el lugar indicado por el F-27, que se encontraba como a una hora y media de vuelo. Pasado ese tiempo, el aviador pudo ver medio de la bruma un pequeño punto perdido en el mar que navegaba a la deriva.

Era cerca del mediodía cuando los cansados ojos de los sobrevivientes del Sobral vieron aparecer a lo lejos un helicóptero que se aproximaba a ellos.

De inmediato partieron dos bengalas  que fueron avistadas por Lucero, que aceleró en dirección al buque.
El ARA Alférez Sobral visto desde el aire (Revista Gente Nº 878)

A medida que el helicóptero se acercaba, sus tripulantes pudieron ver la cubierta superior arrasada del aviso, y recién tomaron conciencia de lo que había sucedido.

“Desde arriba pude observar la alegría de la tripulación. Empezaron a revolear las mantas, a saludarnos y a abrazarse entre ellos”, recordaba el suboficial auxiliar Horacio Raúl Deseta, un paracaidista de rescate de la FAA que participó de ese encuentro.

Precisamente fue Deseta el primero descender sobre el Sobral, suspendido del cable de la grúa del helicóptero que permanecía en vuelo estacionario a doce o quince metros de altura.
La operación no era nada sencilla, ya que había muchos cables y antenas esparcidas por la cubierta del barco. Deseta hizo señas a sus compañeros para que lo depositaran en una pequeña área sobre la popa.

Cuando el rescatista fue depositado en ese lugar, los marinos se acercaron para ayudarlo a sacarse el arnés y abrazarlo con lágrimas en los ojos. Pero no había tiempo que perder, Deseta le preguntó a Bazán por los heridos, y éste le señaló que el más grave era el cabo primero Enríquez, por lo que debía ser rescatado en primer lugar.


Suboficial Auxiliar de la Fuerza Aérea Horacio Deseta (Revista Gente Nº 878)

El suboficial aeronáutico pidió al helicóptero que le envíen una camilla para la evacuación, pero surgió otro problema: fuertes ráfagas de viento azotaban la cubierta y hacían imposible el ascenso del herido. Valiéndose de unas cuerdas, Deseta improvisó un arnés de izado para la camilla, donde ya se había colocado a Enríquez.

De esta forma se lo pudo subir al helicóptero, y luego se hizo lo mismo con otros dos lesionados, siendo todos trasladados al hospital de Puerto Deseado. Deseta se quedaría con los heridos menos graves, los muertos y el resto de la tripulación del Sobral.

Más tarde se completaría el traslado de los lesionados y los cadáveres al ARA Cabo San Antonio, un buque de desembarco de tanques de la Armada que se encontraba en la zona y que también remolcaría al Sobral hasta Puerto Deseado, donde llegaría durante la tarde de ese día, con toda su tripulación formada sobre la cubierta y con la bandera ondeando desafiante en su improvisado mástil.

 La Guerra de Malvinas no significaría el final de la carrera del ARA Alférez Sobral, ya que el mismo sería reconstruido en las instalaciones de la Armada en Puerto Belgrano y volvería a prestar servicios en el Atlántico Sur. Posteriormente, en 2010 recibiría como nuevo destino el apostadero de  la Base Naval Mar del Plata.

El  ARA Alférez Sobral se despide de Ushuaia para dirigirse a Mar del Plata, en febrero de 2010 (Gaceta Marinera Digital)

Fuentes:

. Historia de la Fuerza Aérea Argentina- Tomo VI- Vol. 1- Dirección de Estudios Históricos- 1998.-
. La Guerra de las Malvinas- Versión Argentina- Ed. Fernández Reguera- 1987.
. La Batalla por las Malvinas- M. Hastings y S. Jenkins- Ed. Emecé Editores- 1984.
. Revista Gente Nº 878- 1982- Ed. Atlántida.
. Biografía del Capitán de Fragata Sergio Gómez Roca- Lic. Benicio Oscar Ahumada- Departamento de Estudios Históricos Navales de la Armada Argentina.

Historia argentina: Los preparativos británicos a las Invasión de 1806

Preparación de las Invasiones Inglesas



3 de Mayo de 1803. En el edificio de la legación británica en París, arden las luces a altas horas de la noche. El embajador, Lord Charles Whitworth, realiza los últimos preparativos para abandonar la capital francesa. La guerra entre su país y Francia es ya un hecho prácticamente consumado. Nuevamente las dos grandes potencias se lanzarán a la lucha, para decidir, en un último y gigantesco choque, cuál habrá de ejercer la supremacía en el mundo.

Poco antes de la medianoche arriba a la embajada un funcionario del gobierno francés. Trae un urgente mensaje del Ministro de relaciones exteriores, Charles Maurice de Talleyrand-Périgord. Este solicita a Whitworth una entrevista que deberá tener lugar a la tarde siguiente, y en la que habrán de tratarse asuntos de extrema importancia. El embajador británico cree descubrir en la solicitud un rayo de esperanza. Todavía es posible, a último momento, preservar la paz.


William Pitt, primer Ministro de Gran Bretaña, y Napoleón, Emperador de Francia. se disputan el dominio del mundo. Grabado de 1805

A la hora señalada se realiza la reunión. Talleyrand, sin rodeo alguno, expone su propuesta: Napoleón Bonaparte ofrece a Gran Bretaña una salida honrosa. El centro de la disputa, la isla de Malta, llave estratégica del Mediterráneo, será evacuada por las fuerzas británicas que la ocupan. Pero al retirarse los británicos, Malta quedará bajo el control de Rusia, país que habrá de garantizar que la isla no sirva a los intereses bélicos de Francia ni de Inglaterra. Whitworth escucha atentamente al Ministro, y luego, sin vacilación, da su respuesta:

-Señor ministro, mí país considera a Malta como una posición clave para su seguridad. Nuestras tropas deberán, por lo tanto, permanecer en la isla por un plazo no inferior a diez años...

Talleyrand, eludiendo una contestación concreta, incita al embajador a transmitir al gabinete de Londres la propuesta de Napoleón. Maestro en el arte de la persuasión, Talleyrand consigue su propósito. Whitworth abandona el despacho del Ministro resuelto a apoyar la negociación. De ello depende que la guerra sea evitada.

7 de mayo de 1803. El gabinete británico, presidido por Henry Addington, Vizconde de Sidmouth estudia el despacho de Whitworth con la proposición francesa. La discusión es breve. Para los Ministros británicos no hay posibilidad alguna de transigir. El ofrecimiento sólo constituye, a su juicio, una nueva treta de Napoleón para ganar tiempo hasta que su flota, que se halla en las Antillas, alcance la costa europea. Addington imparte entonces una orden terminante, que deberá ser transmitida inmediatamente a la embajada en París: la propuesta queda desechada. Los franceses deben aceptar, como única salida, que las fuerzas inglesas permanezcan en Malta por un plazo de diez años. Si se niegan a ello, Whitworth deberá abandonar París en el término de treinta y seis horas.

La suerte, para los británicos, está echada. En la noche del 11 de Mayo, Napoleón congrega a su consejo de gobierno en el palacio de Saint-Cloud. Tiene en sus manos la nota británica, y la da a conocer a los Ministros. Un silencio dramático sigue a sus palabras. Se procede entonces a votar para decidir la cuestión. De los siete miembros del consejo presentes, sólo Talleyrand y José Bonaparte se oponen a iniciar la lucha. La guerra, finalmente, está en marcha.

El 18 de Mayo el gobierno británico anuncia oficialmente la iniciación de las hostilidades. En esa misma jornada se produce el primer encuentro. Una fragata inglesa, tras corto cañoneo, apresa cerca de la costa de Bretaña a una nave francesa. A partir de ese momento, y durante más de diez años, la paz no volverá a reinar en Europa. Dentro del torbellino de acontecimientos generados por ese conflicto habrá de producirse el movimiento de la emancipación americana.

La guerra que se inicia no tarda en envolver también a España. En un principio el Rey, Carlos IV, y Manuel Godoy, su primer Ministro, tratan de mantenerse al margen de la lucha, eludiendo las obligaciones de la alianza con Francia. Con tal fin, y como precio por su neutralidad, ofrecen a Napoleón la firma de un tratado por el cual se comprometen a entregarle un subsidio mensual de 6.000.000 de francos. Napoleón, que trabaja ya febrilmente en la organización de la invasión a Inglaterra, acepta el trato. Sin embargo, los británicos están resueltos a impedir que España sostenga una “guerra a medias”, y la obligarán a definirse.

El 7 de Mayo de 1804, William Pitt (hijo), el “piloto de las tormentas”, asume nuevamente la jefatura del gobierno inglés. Once días más tarde Napoleón toma el título de Emperador de los franceses. Los dos hombres que simbolizan la voluntad de predominio de sus respectivas naciones quedan así enfrentados. Para, Pitt ha llegado el momento del choque definitivo, y está decidido a sostener una lucha sin cuartel hasta alcanzar la victoria absoluta. Napoleón y su imperio deben ser destruidos, para que se restablezca nuevamente el “equilibrio europeo” que permitirá a Gran Bretaña proseguir sin traba alguna su engrandecimiento. Así, al recibir al embajador español en Londres, le manifiesta en forma categórica:

- La naturaleza de esta guerra no nos permite distinguir entre enemigos y neutrales... la distancia que separa a ambos es tan corta que cualquier acontecimiento inesperado, cualquier recelo o sospecha, nos obligará a considerarlos iguales.

Esta velada amenaza no tardó en traducirse en una agresión concreta. E1 pretexto lo dan los informes que envía el almirante Alexander Cochrane, señalando la concentración de fuerzas navales francesas en puertos españoles. El 18 de Septiembre de 1804, el gobierno inglés envía al almirante William Cornwallis, jefe de la flota que bloquea el puerto francés de Brest, la orden de capturar a las naves españolas que, procedentes del Río de la Plata, conducen a Cádiz los caudales de América. Cornwallis destaca inmediatamente a cuatro de sus más veloces fragatas para que partan a la caza de los barcos españoles.


El Embajador británico en París, Lord Charles Witworth, frente a Napoleón.

El 5 de Octubre de 1804 se produce el encuentro. Avanzando a través de la niebla, las naves inglesas interceptan a su presa a veinticinco leguas mar afuera de Cádiz. Se entabla entonces un breve y violento combate, en el transcurso del cual explota y se va a pique una de las fragatas españolas, la "Mercedes". A su bordo perece doña María Josefa Balbastro y Dávila, esposa del segundo jefe de la flotilla española, capitán Diego de Alvear. Este último, que viaja en la fragata “Clara”, salva su vida junto a su hijo, Carlos María, el futuro general Alvear, guerrero de la independencia argentina.

La lucha finaliza con la rendición de los tres barcos españoles que escapan a la destrucción. Estas naves, cargadas con más de 2.000.000 de libras en barras de oro y plata, son conducidas al puerto de Plymouth. Este es el primer golpe de los ingleses, y provoca una violenta reacción en España. En la misma Gran Bretaña, el inesperado ataque da lugar a una terminante condena por parte de Lord William Wyndham Grenville, quien no vacila en declarar:

-¡Trescientas víctimas asesinadas en plena paz! Los franceses nos califican de nación mercantil, ellos pretenden que la sed del oro es nuestra única pasión; ¿no tienen acaso el derecho de considerar que este ataque es el resultado de nuestra avidez por el oro español?"

El golpe de mano contra las fragatas, empero, no es más que el principio de una serie de ataques que se suceden rápidamente. Frente a Barcelona, el almirante Nelson captura a otros tres barcos españoles; y en las aguas de las islas Baleares, naves inglesas asaltan a un convoy militar y apresan a todo un regimiento de soldados españoles que se dirige a reforzar la guarnición de Mallorca. Frente a la agresión, España no puede dejar de responder con la guerra. Eso es, precisamente, lo que Pitt pretende.

12 de octubre de 1804. En una lujosa mansión de campo situada en las afueras de Londres, se realiza una entrevista que tendrá decisivas consecuencias para el futuro del Río de la Plata. Allí se encuentran reunidos el primer ministro William Pitt, Henry Melville, primer Lord del Almirantazgo, y el Comodoro Home Popham.

La lucha contra España es ya, para los dirigentes británicos, una realidad, aun cuando no se haya todavía concretado la ruptura de las hostilidades. La reunión, por lo tanto, tiene por fin analizar los posibles planes de acción contra las posesiones españolas en América. Por ello allí se encuentra Popham. Este, junto con Francisco Miranda, ha trabajado intensamente en la elaboración de proyectos destinados a operar militarmente en tierras americanas para separar a las colonias españolas de la metrópoli. Pitt y Melville escuchan atentamente los informes de Popham y se muestran de acuerdo con sus propósitos. Un punto, sin embargo, preocupa a Pitt. Desea tener la seguridad de que, en caso de que la guerra prevista contra España no llegue a estallar, Miranda no llevará adelante la operación. Popham responde categóricamente:

-Mirando, a quien conozco muy bien, no violará jamás su compromiso. Respetará hasta el fin la palabra empeñada. En esta forma concluyó la discusión. Popham recibió de sus superiores la orden de redactar detalladamente el proyecto y presentarlo en el término de cuatro días a Lord Melville.

Así nació el célebre “Memorial de Popham”, punto de partida del ataque británico a Buenos Aires en Junio de 1806. Al recibir la noticia, Miranda se reunió con Popham y, valiéndose de documentos y mapas, procedió junto con él a completar el memorial. El objetivo principal eran Venezuela, y Nueva Granada,, en donde Miranda se proponía desembarcar y lanzar el grito de independencia. Popham a su vez, introdujo en el proyecto una operación secundaria, dirigida contra el Virreinato del Río de la Plata, al que atacarla utilizando una fuerza de 3.000 hombres. Propuso también que tropas traídas de la India y Australia actuasen en el Pacífico contra Valparaíso, Lima y Panamá. Miranda ejercería el mando de las fuerzas que operarlas en Venezuela, y Popham tomaría a su cargo la jefatura de la expedición contra Buenos Aires.

Los propósitos del plan estaban claramente definidos: la idea de conquistar a América del Sur quedaba completamente descartada, pues el objetivo era promover su emancipación. Se contemplaba, sin embargo, “la posibilidad de ganar todos sus puntos prominentes, estableciendo algunas posesiones militares". El mercado americano, a su vez, sería abierto al comercio británico.

El 16 de Octubre, puntualmente, Popham y Miranda hicieron entrega al Vizconde de Melville del memorial. Este lo halló satisfactorio, pero se abstuvo de expresar una opinión definitiva acerca de la realización del proyecto, ya que Inglaterra enfrentaba en ese momento una gravísima amenaza, que la obligaba a concentrar todas sus fuerzas. En la otra orilla del Canal de la Mancha, en el campo militar de Boulogne, Napoleón había alistado un ejército de casi 200.000 soldados. El emperador estaba decidido a realizar lo que parecía Irrealizable: la invasión a las Islas Británicas. “Puesto que puede hacerse... ¡debe hacerse!”, había manifestado, en orden categórica, a su Ministro de Marina. Al conjuro de esa directiva, en todos los puertos de la costa francesa los astilleros trabajaban febrilmente en la construcción de miles de embarcaciones destinadas a asegurar el paso del ejército a través del canal. En uno de sus despachos, Napoleón definió claramente su inconmovible resolución: “¡Seamos dueños del canal durante seis horas, y seremos dueños del mundo!”

El peligro de un desembarco francés era, por lo tanto, inminente.

Dentro del clima de extrema alarma creado por esa situación, era inevitable que los planes de Popham y Miranda fuesen dejados de lado. Otro hecho no menos importante vino a sumarse para contribuir al definitivo aplazamiento de las expediciones proyectadas. Rusia, inició gestiones ante el gobierno británico para formar una nueva coalición de las potencias europeos contra Napoleón. Sin embargo, como condición de esa alianza, el Zar Alejandro I exigió que se intentase atraer también a España a la coalición. Pitt se vio así obligado a suspender toda acción contra las colonias de América.

Esa actitud fue mantenida aún después de que España hubo declarado formalmente, el 12 de Diciembre de 1804, la guerra a Gran Bretaña. De nada valieron los insistentes reclamos que Miranda hizo llegar a Pitt. Este se mantuvo imperturbable, y comunicó al general venezolano que la situación política de Europa no había alcanzado todavía el grado de madurez necesaria para iniciar la empresa.

Corre el mes de Julio de 1805. Miranda, completamente desilusionado ante el fracaso de sus gestiones, resuelve abandonar Gran Bretaña y dirigirse a EE.UU., donde confía en que habrá de recibir ayuda para llevar adelante la cruzada emancipadora. Popham, a su vez, ha perdido toda esperanza. Se encuentra prestando servicios en el puerto de Plymouth, alejado de Londres y de sus contactos con los altos dirigentes de la política, inglesa. Para ese hombre aventurero, la inacción, sin embargo, no puede prolongarse.

Llegan así a su conocimiento secretos informes acerca de la debilidad de las fuerzas que defienden a la colonia holandesa de Cabo de Buena Esperanza, en el extremo sur del continente africano. Esas noticias bastan para que el marino conciba una nueva y audaz empresa. Sin tardanza se dirige a Londres, y allí se entrevista con uno de los miembros del gabinete. Para Popham es necesario, y así lo manifiesta, aprovechar la extraordinaria oportunidad que se presenta y, mediante un sorpresivo ataque, adueñarse de la colonia mencionada.

Enterado, Pitt resuelve poner inmediatamente en marcha la operación. Esta vez, a diferencia de lo acaecido con los proyectos americanos, el primer ministro no muestra vacilación alguna. Sin duda, Cabo de Buena Esperanza constituye un punto vital para Gran Bretaña, pues domina la ruta de comunicación marítima con sus posesiones en la India. Para los ingleses es imprescindible que esa posición estratégica no caiga en manos de los franceses que, se sabe, han destacado fuerzas navales en el Atlántico sur.


Retrato de William Pitt

El 25 de Julio de 1805 son cursadas, bajo el rótulo de “muy secretas”, las instrucciones pertinentes al general David Baird, quien ha sido designado jefe de las fuerzas de ataque. Seis regimientos de infantería y uno de caballería, con un total de casi 6.000 soldados, son destinados a la expedición. Popham recibe el mando de la flotilla de escolta, integrada por cinco naves de guerra.

Cuatro días más tarde, Popham sostiene una última entrevista con Pitt. El marino ha recibido, entretanto, nuevos y confidenciales informes. Un poderoso comerciante de Londres, Thomas Wilson, le comunica que tiene positivas noticias de que Montevideo y Buenos Aires se hallan prácticamente desguarnecidas, y que bastará una fuerza de mil soldados para concretar la conquista de ambas plazas.

En la conversación que mantiene con Pitt, Popham lo pone al tanto de los datos señalados. El primer ministro, empero, manifiesta al comodoro que, en vista de la posición adoptada por Rusia, que exige que España sea atraída a las filas de la coalición contra Napoleón, no puede autorizar ninguna acción hostil contra las colonias de América. Concluye, sin embargo, con una declaración que tendrá decisiva influencia en la conducta posterior de Popham. Estas fueron las palabras de Pitt:

-Pese a ello, Popham, y en caso de que fracasen las gestiones que estamos realizando con España, estoy resuelto a volver a adoptar su proyecto.

Así, el Comodoro partió a unirse con sus barcos, convencido de que no pasaría mucho tiempo antes de que Pitt le hiciese llegar la orden de atacar a Buenos Aires. Al embarcarse en Portsmouth en su buque insignia, el “Diadem”, Popham lleva en su equipaje una copia del memorial que, en Octubre de 1804, redactara junto con Francisco Miranda. El plan, después de todo, habrá de realizarse en cuanto surja la oportunidad favorable.

11 de Noviembre de 1805. La población del puerto brasileño de Bahía se congrega en los muelles y presencia el inesperado arribo de la fuerza expedicionaria británica. Popham desciende a tierra y obtiene allí, además del agua y los alimentos que necesita para su escuadra, nuevos informes que confirman los que ya ha recibido en Londres. El Río de la Plata carece de fuerzas militares suficientes para resistir un asalto llevado con decisión y audacia. Un inglés que acaba de arribar a Bahía, procedente de Montevideo, no vacila en declarar a Popham: "Si se realiza el ataque, los mismos habitantes de la ciudad obligarán a la guarnición española a capitular sin disparar un solo tiro ...”

Cuando Popham abandona la costa brasileña y enfila hacia Cabo de Buena Esperanza, ya ha decidido, prácticamente, intentar la empresa. Sólo falta ahora que la situación en Europa dé el giro necesario para que las autoridades de Londres depongan su negativa a la realización del ataque.

La noticia de la recalada de la flota inglesa en Bahía no tarda en difundirse. En Buenos Aires cunde la alarma, y el Virrey Rafael de Sobremonte moviliza a todas las fuerzas para enfrentar la invasión, que considera inminente. En EE.UU., a su vez, los diarios, basándose en rumores y erróneos informes, se adelantan a los acontecimientos y, cuatro meses antes de que las tropas británicas desembarquen en el Río de la Plata, publican la noticia de que Buenos Aires ya ha sido conquistada por Popham y Baird.

La agresión, no obstante, todavía no habría de producirse. Desviándose de las costas americanas, los ingleses se dirigieron a Cabo de Buena Esperanza, donde arribaron en los primeros días de enero de 1806. La conquista de la colonia se obtuvo fácilmente, tras derrotar a las fuerzas holandesas en corto combate. Quedaba así cumplida la misión. Popham, impaciente, se mantiene entonces a la espera de los informes de Europa, dispuesto a lanzarse sobre el Río de la Plata apenas las circunstancias se lo permitan.

En el mes de Febrero llegan a manos del comodoro los partes de la extraordinaria victoria obtenida por el Almirante Nelson en Trafalgar. Las flotas de Francia y de España han sido eliminadas como fuerzas combativas, en una jornada de lucha que asegura, en forma definitiva, la supremacía de Gran Bretaña en todos los mares. Pero ese triunfo se ve contrarrestado, poco después, por la aplastante derrota que, en Austerlitz Napoleón inflige a los ejércitos austriacos y rusos. La nueva de esta última batalla la obtiene Popham el 4 de Marzo de 1806, a través de la tripulación de una fragata francesa que los ingleses capturan frente a Cabo de Buena Esperanza.

Un hecho concreto se deriva, sin embargo, de estos dos acontecimientos. España ha quedado definitivamente ligada a su alianza con Napoleón, y ya no existe posibilidad alguno, de atraerla a las filas de la coalición que, prácticamente, ha dejado de existir. Popham, por lo tanto, está en libertad de acción para llevar adelante sus planes.


Henry Melville, primer Lord del Almirantazgo.

El comodoro resuelve entonces obrar. Thomas Waine, capitán del “Elizabeth”, un buque negrero norteamericano que ha realizado varios viajes a Buenos Aires y Montevideo, le confirma las noticias sobre la debilidad de las fuerzas que defienden ambas plazas. No hay, en consecuencia, que perder más tiempo. El 9 de Abril Popham envía una carta al almirantazgo en la que comunica que ha decidido no permanecer inactivo en Cabo, pues allí ya ha desaparecido todo peligro, y que parte con sus naves a operar sobre las costas del Río de la Plata.

Al día siguiente Popham se hace a la vela, pero poco después debe interrumpir la navegación al amainar el viento. Aprovecha entonces la circunstancia para exigir resueltamente al general Baird que secunde sus planes, facilitándole un contingente de tropas. Los informes del capitán norteamericano y los que obtiene de un marinero inglés que ha vivido ocho años en Buenos Aires le sirven como poderoso argumento en la discusión que mantiene con su colega. Finalmente, Baird, convencido de que ya nada detendrá a Popham en su aventura, decide darle el apoyo que solicita.

Queda así resuelto el ataque a Buenos Aires. El 14 de Abril de 1806 zarpan de Ciudad del Cabo los barcos de Popham, escoltando a cinco transportes en los que viajan más de 1.000 soldados, comandados por el general Guillermo Carr Beresford. Veterano de muchas campañas, Beresford es, por su resolución y coraje, el hombre indicado para intentar el plan. Como principal fuerza de asalto, el jefe británico cuenta con los efectivos del aguerrido regimiento escocés 71.

Durante seis jornadas la flota navega sin inconvenientes, rumbo al oeste. El 20 de Abril, sin embargo, se desencadena un violento vendaval y los barcos se dispersan, perdiéndose contacto con uno de los transportes de tropas. Popham, para cubrir la pérdida, se dirige a la isla Santa Elena, donde solicita y obtiene del gobernador británico un refuerzo de casi 300 hombres. Antes de abandonar la isla, el marino envía una última carta al almirantazgo para justificar, nuevamente, su conducta. A esa nota adjunta el célebre memorial que, en 1804, presentara a Pitt. Esa es la prueba de que la expedición no responde a una decisión improvisada, sino que es el resultado de un plan ya estudiado por el gobierno británico. La conquista de Buenos Aires, señala Popham, dará a los ingleses la posesión del "centro comercial más importante de toda Sud América".

Se inicia entonces la larga travesía. Una fragata, la “Leda”, se adelanta al grueso de la flota y navega velozmente hacia las costas americanas, con la misión de reconocer el terreno. La aparición de esa nave, que se presenta ante la fortaleza de Santa Teresa, en la Banda Oriental, el 20 de Mayo de 1806, da la primera alarma a las autoridades del Virreinato.

13 de Junio de 1806. Desde hace cinco jornadas la flota británica se encuentra en las aguas del Río de la Plata. Popham y Beresford están ahora reunidos a bordo de la fragata “Narcissus”, junto con sus principales lugartenientes. Los dos jefes británicos han convocado a una junta de guerra, para tomar la resolución definitiva acerca de cuál será el objetivo de ataque. Hasta ese momento, Beresford ha sostenido la conveniencia de ocupar en primer término a Montevideo, pues esta plaza cuenta con poderosas fortificaciones que serán de gran utilidad para la reducida fuerza invasora, si se produce una violenta reacción de la población del Virreinato. Popham, sin embargo, está resuelto a atacar directamente a Buenos Aires, y tiene en su favor un argumento extraordinariamente convincente. Gracias a los informes de un escocés, que viajaba en un barco capturado por los ingleses pocos días antes, se sabe que en Buenos Aires se encuentran depositados los caudales reales destinados a ser enviados a España. La perspectiva de echar mano al tesoro disipa, finalmente, todas las dudas. Además, la conquista de Buenos Aires, capital del Virreinato, tendrá, a juicio de Popham, una influencia mucho mayor sobre el ánimo de la población de la colonia que la captura del puesto secundario de Montevideo. Con extrema audacia, el marino británico decide así jugarse el todo por el todo.

22 de Junio de 1806. Al caer la tarde fondea en el puerto de la Ensenada de Barragán, a pocos kilómetros al este de Buenos Aires, una embarcación española. El comandante de la nave trae alarmantes noticias que no tardarán en llegar a conocimiento del Virrey Sobremonte. Los barcos ingleses se dirigen hacia Ensenada, lo que indica que el ataque será descargado contra la capital del Virreinato. Sobremonte, al recibir el informe, ordena inmediatamente el envío de refuerzos a la batería de ocho cañones emplazada en la Ensenada, y designa al oficial de marina Santiago de Liniers para que se haga cargo de la defensa de la posición. Liniers parte sin tardanza para asumir el nuevo comando.

A partir de ese momento, los acontecimientos se precipitan. El 24 de Junio, y ante la llegada de nuevos informes que señalan la aparición de las naves inglesas frente a la Ensenada, Sobremonte lanza un bando convocando a todos los hombres aptos para empuñar las armas a incorporarse en el plazo de tres días a los cuerpos de milicias. Pese a la gravedad de la situación, esa noche el Virrey asiste, junto con su familia, a una función que se realiza en el teatro de Comedias. Su aparente serenidad, sin embargo, pronto habrá de desvanecerse por completo.

En medio de la representación irrumpe en el palco del Virrey un oficial que trae urgentes pliegos enviados por Liniers desde la Ensenada. Los ingleses, esa mañana, acaban de realizar un amago de desembarco, aproximando a tierra ocho lanchas cargadas de soldados. El ataque, sin embargo, no se concretó, lo que induce a Liniers a señalar en su despacho que la flota enemiga no está integrada por unidades de la Marina real inglesa, sino “por despreciables corsarios, sin el valor y resolución para atacar, propios de los buques de guerra de toda nación”.

Sobremonte, sin embargo, no participa del juicio de Liniers. Abandona inmediatamente el teatro, sin aguardar a que concluya la función, y se dirige rápidamente a su despacho en el Fuerte. Allí redacta y firma una orden disponiendo la concentración y el alistamiento de todas las fuerzas de defensa. Para no provocar la alarma en la ciudad, que duerme ajena al inminente peligro, dispone que no sean disparados los cañonazos reglamentarios, y envía partidas de oficiales y soldados a comunicar verbalmente la orden de movilización a los milicianos.

Llega así la mañana del 25 de Junio. Frente a Buenos Aires aparecen, en línea de batalla, los barcos ingleses. En el Fuerte truenan los cañones, dando la alarma, y una extrema confusión se extiende por toda la ciudad. Centenares de hombres acuden desde todos los barrios hacia los cuarteles, donde se ha comenzado ya a repartir, en medio de un terrible desorden, las armas y equipos.

Poco después de las 11, y ante la sorpresa de Sobremonte, las naves enemigas se hacen nuevamente a la vela y ponen rumbo hacia el sudeste. El Virrey cree que los ingleses han renunciado al ataque. Pronto, sin embargo, sale de su engaño. Desde Quilmes resuena el cañón de alarma, anunciando que allí se ha iniciado el desembarco.

Al mediodía del 25 de Junio, ponen pie en tierra, en la playa de Quilmes, los primeros soldados británicos. La operación de desembarco continúa sin oposición alguna durante el resto de la jornada. Hombres y armas son conducidos en un incesante ir y venir a tierra, por veinte chalupas. Al llegar la noche, Beresford pasa revista a sus hombres bajo una fría llovizna que no tarda en convertirse en fuerte aguacero. Son sólo 1.600 soldados y oficiales, y cuentan, como único armamento pesado, con ocho piezas de artillería. Sin embargo, esa reducida fuerza está integrada por combatientes profesionales, para los cuales la guerra no es más que un oficio. Veteranos de cien combates, están resueltos, al igual que su jefe, a tomar por asalto una ciudad cuya población supera los 40.000 habitantes. Esa es la orden, y habrán de cumplirla, enfrentando cualquier riesgo.

Con la llegada del día, Beresford ordena a sus tropas aprestarse para el ataque. A las once los tambores inician su redoble, y las banderas son desplegadas al viento. Desde lo alto de la barranca que enfrenta la playa, el subinspector general de las tropas, coronel Pedro de Arce, enviado por Sobremonte a contener a los ingleses, observa el desplazamiento de las fuerzas enemigas. Con paso acompasado, y acompañados por los aires marciales de los gaiteros, los británicos avanzan hacia el bañado que los separa de Arce y sus 600 milicianos. Estos últimos, armados con unas pocas carabinas, espadas y chuzas, se agrupan detrás de los tres cañones con los cuales se proponen rechazar el asalto británico.


Avance de las tropas inglesas sobre Buenos Aires, en momentos de cruzar el Riachuelo. Grabado inglés de la época.

El choque, en esas condiciones, no puede tener más que un resultado. Marchando a través de los pajonales, las compañías del regimiento 71 escalan resueltamente la barranca y, a pesar de las descargas de los defensores, ganan la cresta y los arrollan, poniéndolos en fuga.

A partir de ese momento el caos se desencadena en las fuerzas de la defensa de Buenos Aires, Integradas en su casi totalidad por unidades de milicianos carentes de toda instrucción militar. Falla la conducción, en la persona de Sobremonte, quien, abrumado por la derrota de sus vanguardias, sólo atina a amagar un débil intento de resistencia en las márgenes del Riachuelo. Concentra allí tropas y hace quemar el Puente de Gálvez (actual puente Pueyrredón) que, por el sur, da acceso directo a la ciudad. Esa posición, sin embargo, no será sostenida. Ya en la tarde del mismo día 26 de Junio, Sobremonte se entrevista con el Coronel Arce, y le manifiesta claramente que ha resuelto emprender la retirada hacia el interior.

Beresford, por el contrario, actúa con toda la energía que exigen las circunstancias. Después del combate de Quilmes sólo da a sus tropas dos horas de descanso, y, a continuación, emprende con tenacidad la persecución del enemigo derrotado. No logra, sin embargo, llegar a tiempo para impedir la destrucción del Puente de Gálvez, pero, el 27 de Junio, somete las posición de los defensores en la otra orilla a un violento cañoneo, y los obliga a retirarse. Se arrojan entonces al agua varios marineros y traen de la margen opuesta botes y balsas, en los cuales cruza la corriente una primera fuerza de asalto.

Así se conquista un punto de apoyo. Beresford ordena entonces tender inmediatamente un puente improvisado, valiéndose de las embarcaciones, y el resto de sus tropas cruza rápidamente el Riachuelo. Ya nada podrá impedir el avance británico sobre el centro de la ciudad capital del Virreinato.

Sobremonte ha presenciado, desde la retaguardia, las acciones que culminan con el abandono de la posición del Puente de Gálvez. En ese momento se encuentra al frente de las fuerzas de caballería que, con la llegada de refuerzos provenientes de Olivos, San Isidro y Las Conchas, suman cerca de 2.000 hombres. Rehúye, sin embargo, el combate, y emprende la retirada hacia la ciudad por la "calle larga de Barracas" (actual avenida Montes de Oca).

Los que no están al tanto de los planes del Virrey suponen que ese movimiento tiene por fin organizar una última resistencia en el centro de Buenos Aires. No obstante, al llegar a la "calle de las Torres" (actual Rivadavia), en vez de dirigirse hacia el Fuerte, Sobremonte dobla en sentido contrario y abandona la capital. Su apresurada marcha, a la que no tarda en incorporarse su familia, continuará en sucesivas etapas hasta concluir finalmente en la ciudad de Córdoba.

Mientras tanto, en Buenos Aires reina una espantosa confusión. Desde el Riachuelo afluyen, en grupos desordenados, las unidades de milicianos que, sin disparar prácticamente un solo tiro, han sido obligadas a retirarse, después de la retirada del Virrey.

El Fuerte se convierte entonces en centro de los acontecimientos que culminarán con la capitulación. Allí se encuentran reunidos los jefes militares, los funcionarios de la Audiencia, los miembros del Cabildo y el Obispo Lué.

Totalmente abatidos, después de recibir la noticia de la retirada de Sobremonte, los funcionarios españoles aguardan la llegada de Beresford para rendir la plaza. Tienen la impresión de que, en la hora más difícil, el jefe del Virreinato y representante del monarca los ha abandonado.

Poco después de mediodía arriba al Fuerte, con bandera de parlamento, un oficial británico enviado por Beresford, Este expresa que su jefe exige la entrega inmediata de la ciudad y que cese la resistencia, comprometiéndose a respetar la religión y las propiedades de los habitantes.

Los españoles no vacilan en aceptar la intimación, limitándose a exponer una serie de condiciones mínimas en un documento de capitulación que envían a Beresford sin tardanza. Así, Buenos Aires y sus 40.000 habitantes son entregados a 1.600 Ingleses que sólo han disparado unos pocos tiros.

El audaz golpe planeado por Popham ha dado pleno resultado. La ciudad está en sus manos, y los británicos sólo han tenido que pagar, como precio por la extraordinaria conquista, la pérdida de un marinero muerto. Las restantes bajas de las fuerzas de Invasión sólo suman trece soldados heridos y uno desaparecido.

Beresford marcha ya resueltamente sobre el Fuerte. En el camino recibe las condiciones escritas de capitulación que le hacen llegar las autoridades españolas. El general sólo detiene su avance unos minutos, para leer los pliegos, y luego manifiesta autoritariamente al portador del documento:

-Vaya y diga a sus superiores que estoy conforme y firmaré la capitulación en cuanto dé término a la ocupación de la ciudad... ¡Ahora no puedo perder más tiempo!

A las 4 de la tarde desembocan en la Plaza Mayor (actual Plaza de Mayo) las tropas británicas, mientras cae sobre la ciudad una fuerte lluvia. Los soldados ingleses, a pesar de su agotamiento, desfilan marcialmente, acompañados por la música de su banda y sus gaiteros. El general Beresford trata de dar la máxima impresión de fuerza y ha dispuesto que sus hombres marchen en columnas espaciadas. La improvisada artimaña, empero, no puede ocultar a la vista de la población el reducido número de las tropas invasoras que se presentan ante el Fuerte.

El General británico, acompañado por sus oficiales, hace entonces entrada en la fortaleza, y recibe la rendición formal de la capital del Virreinato. Al día siguiente, flamea ya sobre el edificio la bandera inglesa. Durante cuarenta y seis jornadas, la enseña permanecerá allí como símbolo de un intento de dominación que, sin embargo, no llegará a concretarse.

Efectivamente. Ninguno de los dos jefes británicos considera que la empresa ha concluido. A pesar del acatamiento formal que les prestan las autoridades, saben que la indignación cunde en el pueblo al verificar que la ciudad ha sido capturada por un simple puñado de soldados.

La resistencia, que no tardará en organizarse, sólo podrá ser enfrentada mediante la llegada de los refuerzos que Beresford y Popham se apresuran a solicitar al gobierno de Londres.

Historiador del País