sábado, 23 de julio de 2016

Tácticas de infantería: La guerra de trincheras (II)

Guerra de trincheras 
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Wikipedia 

Geografía 
La naturaleza confinada, estática y subterránea de la guerra de trincheras fue desarrollando su peculiar forma de geografía propia. En la zona del frente, la infraestructura convencional de transportes mediante carreteras y rieles fue reemplazada por una serie de trincheras y el uso de vergones ligeros. La ventaja crítica que suponía el hecho de situarse en las zonas geográficas de mayor altitud implicaba que las pequeñas colinas o elevaciones ganaran una importancia estratégica enorme. Muchos suaves valles o colinas eran tan sutiles que podrían haber pasado desapercibidos hasta que la línea del frente no llegó a establecerse en ellos. Algunas colinas se denominaban mediante su altura en metros, como la Colina 60. Una granja, un molino o el esqueleto de un árbol se convertían en foco de lucha simplemente porque eran las características identificables del terreno más grandes. Sin embargo, no le llevaba mucho tiempo a la artillería arrasarlo, de forma que se acababa convirtiendo en un simple nombre en un mapa. 

 
Tropas de asalto alemanas entrenándose con un Flammenwerfer cerca de Sedán, Francia, mayo de 1917. 

A las características del campo de batalla se les podían dar nombres descriptivos ("Bosque Polígono"), nombres curiosos ("Valle Salchicha"), el nombre de una unidad o el de un soldado. También se solían añadir complementos con referencias a la muerte ("El risco del hombre muerto"). Igualmente había sistemas de trincheras con nombres como "El Tablero de Ajedrez", por el esquema que dibujaban. Los australianos, en la batalla de la granja Mouquet, llegaron a llamar a los lugares como "puntos" ("Punto 81" o "Punto 55"), por la falta de referencias y de avances en el terreno. 
Las trincheras enemigas que se convertirían en objetivos necesitaban asimismo un nombre. Algunas se llamaban por algún acontecimiento observado, como "La Trinchera de los Oficiales Alemanes", por haber visto a un grupo de oficiales en ese lugar, o la "Trinchera de las Raciones", por haber avistado las partidas que llevaban las raciones a los soldados. Los británicos les daban en algunos casos un toque alcohólico ("Trinchera Cerveza", "Trinchera Bitter" o "Trinchera Pilsen", por ejemplo). A otras trincheras se les denominaba según su función en el sistema ("Trinchera Intermedia"). 
Algunas secciones del sistema de trincheras británico recibían nombres del juego del Monopoly. Las divisiones regulares solían utilizar el nombre de sus unidades y los australianos usaban nombres de soldados. 

La vida en las trincheras 

 
Trinchera francesa, Verdún, 1916 

El tiempo que pasaba un soldado concreto en el frente era normalmente breve; desde un día hasta dos semanas antes de ser relevado. El Batallón 31 de las tropas australianas pasó una vez 53 días en el frente en Villers Bretonneux, aunque eso era una rara excepción. El tiempo que dedicaba al año un soldado británico se podía dividir de esta forma: 

15% línea del frente 
10% línea de apoyo 
30% línea de reserva 
20% resto 
25% otros (hospital, viajando, permisos, entrenamiento, etc.) 

Incluso cuando estaban en el frente, el soldado normalmente sólo era llamado a luchar un puñado de veces al año: realizando un ataque, defendiendo la posición o participando en una escaramuza. La frecuencia del combate sería mayor en el caso de las tropas de élite. 

 
"Estudiando francés en las trincheras", The Literary Digest, 20 de octubre, 1917. 

Algunos sectores del frente veían muy poca actividad a lo largo de la guerra, haciendo que su vida en las trincheras fuera comparativamente fácil. Cuando el primer Cuerpo Anzac llegó a Francia en abril de 1916, tras la evacuación de Galípoli, se les destinó a un sector relativamente pacífico en el sur de Armentières para aclimatarse. Otros sectores estaban en un estado permanente de actividad bélica. En el frente oeste, Ypres era siempre un infierno, especialmente para los británicos situados en el saliente. Sin embargo, los sectores más pacíficos también sumaban bajas diarias por disparos de francotiradores, artillería y gas. En los primeros seis meses de 1916, antes de la ofensiva del Somme, los británicos no se habían embarcado en ninguna batalla significativa en ese sector, y sin embargo habían sufrido 107.776 bajas. 
Un sector del frente se asignaba al cuerpo de un ejército, que normalmente tenía tres divisiones. De estas, dos ocuparían sectores adyacentes en el frente, y la tercera estaría descansando en la retaguardia. Esto se replicaría a lo largo de la estructura del ejército de forma que en cada división de primera línea, que normalmente tenía tres brigadas de infantería, dos ocuparían el frente y una tercera estaría en reserva. Dentro de cada brigada en la línea del frente, que normalmente tenía cuatro batallones (regimientos en el caso de Alemania), dos estarían en el frente y dos en reserva. Y lo mismo ocurriría con las compañías y los pelotones. La rotación sería más frecuente en las divisiones más pequeñas de la estructura militar. 

 
Chateau Wood, Ypres, 1917 

Durante el día, los francotiradores y los observadores de la artillería en globos hacían que el movimiento fuese peligroso, por lo que las trincheras estaban normalmente en silencio. Por ello, las trincheras estaban más activas durante la noche, cuando la cobertura de la oscuridad permitía el movimiento de las tropas y de los suministros, el mantenimiento y la expansión del alambre de espino y el sistema de trincheras, y el reconocimiento de las defensas enemigas. Los puntos de escucha en tierra de nadie intentaban detectar patrullas enemigas y partidas de trabajo, así como indicios de un posible ataque. 
Se llevaban a cabo escaramuzas (pequeños ataques sin intención de conquistar el terreno) con el fin de capturar prisioneros y "botín" (cartas y otros documentos con información sobre la unidad que ocupaba la trinchera opuesta). A medida que la guerra seguía adelante, estas escaramuzas se convirtieron en parte de la política general llevada a cabo por los británicos, con la intención de mantener el espíritu de lucha de las tropas, y para impedir a los alemanes ocupar la tierra de nadie. Ese dominio se consiguió a un coste muy alto, y los estudios británicos tras la guerra concluyeron que los beneficios probablemente no valieron el coste. 
A comienzos de la guerra se preparaban estos pequeños ataques por sorpresa, particularmente lo hacían los canadienses, pero el incremento de la vigilancia hizo que la sorpresa fuese difícil a medida que la guerra avanzaba. En 1916, las operaciones eran ejercicios muy bien planeados, con armas combinadas, y que suponían la cooperación entre la infantería y la artillería. Comenzaría con un bombardeo intenso de la artillería con el fin de evacuar o matar a la guarnición de la trinchera del frente y cortar el alambre de espino. Luego se trasladaba el bombardeo, haciendo una especie de caja o cordón que impidiese un contraataque contra la infantería. 

La muerte en las trincheras 
La intensidad de la guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial suponía que alrededor del 10% de los soldados murieran en la batalla. En comparación, el 5% moría en las Guerras de los Bóer y el 4,5% en la Segunda Guerra Mundial. En el frente oeste, la cifra se elevaba al 12%, mientras que la proporción total de tropas que se convertían en bajas (muertos o heridos) era del 56%. Considerando que para cada hombre de infantería en la primera línea había unos 3 soldados de apoyo (artillería, suministros, sanidad, etc.), era muy improbable que un soldado sobreviviese a la guerra sin haber recibido algún tipo de herida. Es más, muchos soldados fueron heridos varias veces en el curso del servicio. 
Los servicios médicos eran primitivos, y los antibióticos todavía no se habían descubierto. Heridas relativamente pequeñas podían ser mortales por culpa de infecciones y gangrena. Los alemanes registraron que un 12% de las heridas en las piernas y un 23% de las de los brazos ocasionaban la muerte del herido, principalmente por infección. Los estadounidenses constataron que el 44% de las bajas que desarrollaron gangrena terminaron muriendo. La mitad de los heridos en la cabeza murieron y sólo un 1% de los heridos en el abdomen sobrevivieron. 
Tres cuartas partes de las heridas ocasionadas en la guerra procedieron del fuego de artillería. Las heridas de ese tipo eran normalmente más problemáticas que una herida de bala: la herida era menos limpia y tenía más probabilidades de infectarse. Esto triplicaba la probabilidad de muerte por herida en el pecho cuando la herida era de artillería. Además, la explosión de artillería también podía matar a través del traumatismo provocado por la onda expansiva. Por último, a las heridas físicas se añadían los daños psicológicos, siendo muy habitual el trastorno por estrés postraumático en el caso de personas que hubiesen soportado un bombardeo prolongado. 
Como en otras muchas guerras, el principal asesino en la Primera Guerra Mundial eran las enfermedades. Las condiciones sanitarias de las trincheras eran muy pobres, y solía haber numerosos casos de disentería, tifus y cólera. Muchos soldados sufrían problemas parasitarios y sus infecciones relacionadas. Además, otro caso habitual de muerte era por culpa de las temperaturas, dado que dentro de las trincheras en invierno era muy habitual encontrarse bajo cero. 
El enterramiento de un muerto era un lujo que ninguno de los bandos solía poder permitirse. Los cuerpos permanecían en tierra de nadie hasta que la línea del frente se desplazaba, y para entonces los cuerpos solían estar inidentificables. En algunos campos de batalla, los cuerpos no se enterraron hasta después de la guerra, y en el frente oeste todavía siguen apareciendo restos en los campos en donde se libraron las batallas. 

 
Transportando cuerpos, Passchendale, agosto de 1917 

En varios momentos durante la guerra, sobre todo al principio, se organizaban vías oficiales para que se pudiesen recoger a los heridos en tierra de nadie y para poder enterrar a los cadáveres. Sin embargo, lo habitual era que los altos mandos no aprobasen ningún alto en la ofensiva por razones humanitarias, y por ello ordenaban a las tropas no permitir a nadie recoger los cuerpos en tierra de nadie. En cualquier caso, los soldados solían ignorar esta orden en las trincheras, porque sabían del beneficio mutuo que suponía permitir esas operaciones. Con ello, tan pronto como cesaban las hostilidades, salían partidas a recoger a los heridos, marcadas con banderas con una Cruz Roja, y a veces intercambiaban con los enemigos unos heridos por otros. Había ocasiones en las que este alto el fuego extraoficial se utilizaba para hacer un reconocimiento o reforzar una guarnición. 
Una tregua muy famosa fue la tregua de Navidad entre soldados británicos y alemanes en invierno de 1914, en el frente cercano a Armentieres. Los soldados alemanes comenzaron a cantar villancicos y pronto los soldados dejaron las trincheras. Los soldados de ambos bandos intercambiaron regalos e historias, e incluso jugaron algunos partidos de fútbol. Sin embargo, los generales de los ejércitos desaprobaban estas treguas, y los británicos llegaron a organizar un consejo de guerra a varios de sus soldados.


Las armas de la guerra de trincheras 

Armas de infantería 

El soldado de infantería común tenía cuatro armas a su disposición en las trincheras: el fusil, la bayoneta, la escopeta y la granada. 
 
Lee-Enfield Rifle No. 4 Mk I. 

El fusil británico estándar era el .303 (7,7 mm) Short Magazine Lee-Enfield (SMLE), diseñado originalmente como una carabina para la caballería, con un alcance máximo de 1.280 m (1.400 yd), aunque su alcance efectivo estaba más cercano a las 180 m (197 yd). El entrenamiento británico enfatizaba el disparo rápido más que la puntería. A comienzos de la guerra, los británicos fueron capaces de derrotar a los alemanes en la batalla de Mons y en la primera batalla de Ypres mediante los disparos de fusil en masa. No obstante, a medida que la guerra de trincheras se fue desarrollando, la posibilidad de reunir una línea de fusileros era rara. 
Por su parte, los alemanes contaban con el 8 mm (.312 in) Mauser Gewehr 98 (G98), que era tan bueno o incluso mejor que el británico en lo que respecta a fiabilidad, alcance y precisión. Estaba, sin embargo, menos preparado para el fuego rápido, debido a que admitía la mitad de balas que el fusil británico. 
 
Fusil alemán Mauser Gewehr 98 

Los fusiles franceses (Lebel) y rusos (Mosin-Nagant) eran en general inferiores a los alemanes y británicos en la mayoría de los campos, y especialmente en fiabilidad y acabado. 
El soldado británico estaba equipado con una espada-bayoneta de unos 53 cm (21 in), que era demasiado larga para ser empleada, particularmente en combates cuerpo a cuerpo. No obstante, usar la bayoneta era más seguro que disparar un fusil en esos momentos, puesto que en una mêlée (combate cuerpo a cuerpo inesperado) se podía herir o matar a un compañero en lugar de al enemigo. Los registros británicos muestran que sólo el 0,3 % de las heridas eran causadas por bayonetas, aunque un ataque con bayoneta era muy probable que acabase con la muerte del enemigo. Una carga con bayoneta podía ser efectiva para inducir el terror en las filas enemigas y animarles a huir o a rendirse. Se utilizaba mucho para rematar a enemigos heridos durante un avance, ahorrando munición a la vez que se reducía la posibilidad de ser atacados desde la retaguardia. Los soldados imperiales ingleses también llevaban su propia bayoneta M1898 "Butcher-blade" (filo de carnicero), que era un arma mortal en campo abierto, pero que también planteaba muchas dificultades de uso en las estrechas trincheras. 
Muchos soldados preferían un arma tipo espada corta o incluso herramientas de construcción de trincheras antes que la bayoneta. En ese caso afilarían el final del cuchillo para que fuese tan efectivo como una bayoneta, mientras que su longitud más corta los hacía más manejables en las trincheras. Estas herramientas también podían usarse para cavar una vez se hubiese tomado una trinchera. 
Dado que las tropas a menudo no estaban equipadas adecuadamente para la guerra de trincheras, en las primeras batallas eran habituales las armas improvisadas, como puñales de madera o mazas metálicas, así como todo tipo de cuchillos cortos e incluso puños americanos. A medida que la guerra siguió adelante se fue mejorando el equipamiento y se desecharon este tipo de armas improvisadas. 
Las escopetas las utilizaron principalmente los americanos en el frente oeste. En lugar de una única bala a gran velocidad, la escopeta dispara un número mayor de bolas de metal llamadas perdigones. Si bien uno solo de esos balines causa mucho menos daño que una bala de rifle, la carga estándar de un cartucho de escopeta solía causar muchas heridas graves a corta distancia, incrementando las posibilidades de una herida que dejase al enemigo fuera de combate. Una escopeta cargada con cartuchos era un arma formidable a corto alcance, hasta el punto de que Alemania hizo una protesta formal sobre su uso el 14 de septiembre de 1918, estableciendo que "todo prisionero al que se le encuentre en su poder ese tipo de armas o munición pone en riesgo su vida" (aunque esta amenaza aparentemente no llegó a llevarse a cabo). Los militares estadounidenses comenzaron a usar escopetas de cartuchos modificadas especialmente para la guerra de trincheras, con cañones más cortos, cargadores más largos, sin seguro, y a menudo se equipaban con protectores del calor y con enganches para bayoneta que utilizaban la bayoneta M1917. Todavía existen descendientes de esta arma, en la forma de la escopeta de combate, y su prima la escopeta antidisturbios. También se sabe que los ANZAC y algunos soldados británicos emplearon la escopeta de cañón recortado en los saqueos nocturnos, por su poco volumen, efectividad en el cuerpo a cuerpo y facilidad de uso dentro de la trinchera. Sin embargo, esta práctica no era oficial, y se utilizaban escopetas civiles alteradas para su nuevo uso. 
La granada, por su parte, se convirtió en la principal arma de la infantería en la guerra de trincheras. Ambos bandos fueron rápidos a la hora de entrenar escuadrones especialistas en bombardeos. La granada permitía al soldado atacar al enemigo sin exponerse directamente, y no requería la precisión del rifle para matar a un hombre. Los alemanes y turcos estaban bien equipados con granaderos desde el comienzo de la guerra, pero los británicos habían dejado de utilizarlos en la década de 1870 y no esperaban una guerra de asedio, con lo que al principio de la guerra los soldados tuvieron que improvisar bombas sobre la marcha, con lo que fuese que tuviesen a su disposición. A finales de 1915, los ingleses introdujeron una granada de mano propia, la Mills bomb, y a finales de la guerra se habían usado 75 millones de ellas. 

Ametralladoras 
La ametralladora es posiblemente el arma más característica de la guerra de asedio, con la imagen de oleadas de infantería siendo abatidas por ráfagas de balas. Los alemanes ya habían empleado esta arma con anterioridad; en 1904 cada regimiento estaba equipado con una, y el personal que la manejaba eran unidades de infantería de élite. Después de 1915, el MG 08/15 era el estándar en el ejército alemán. Su número pasó a formar parte del idioma alemán, con el significado de "llanura arrasada". En Galípoli y en Palestina los turcos aportaban la infantería, pero normalmente eran los alemanes quienes manejaban las ametralladoras. 
El alto mando británico era más reacio a acoger este armamento, supuestamente por considerarlo "poco deportivo" y por pensar que animaba a la lucha defensiva, por lo que tardaron más que los alemanes en adoptarla. El mariscal de campo Sir Douglas Haig dijo en 1915: "The machine gun is a much overrated weapon; two per battalion is more than sufficient" (La ametralladora es un arma muy sobrevalorada; dos por batallón es más que suficiente),1 lo cual acabó en un número récord de bajas británicas. 
En 1915 se formó el Cuerpo de Ametralladoras, con la finalidad de proveer de suficientes equipos de ametralladoras pesadas al ejército. Fueron los canadienses los mejores en este campo, siendo los pioneros en técnicas como el fuego indirecto (pronto adoptadas por todos los ejércitos aliados) bajo la guía de un antiguo oficial de la reserva del ejército francés, el Mayor General Raymond Brutinel. Para satisfacer la demanda, la producción de la ametralladora Vickers se contrató con compañías de los Estados Unidos. Para 1917, todas las compañías de las fuerzas británicas estaban equipadas con cuatro ametralladoras ligeras Lewis, lo que incrementó significativamente su poder de fuego. 
 
Ametralladora Vickers 

La ametralladora pesada era un arma de especialista, y en una guerra de trincheras se utilizaba de manera científica, con campos de fuego calculados cuidadosamente, de forma que en el momento en que se tuviese noticia de una explosión en el lugar exacto, se dirigiese contra el parapeto enemigo o contra la zona de alambrada destruida. También podía emplearse como artillería ligera, bombardeando trincheras distantes. Estas armas necesitaban un equipo de unas ocho personas para moverlas, mantenerlas y tenerlas abastecidas de munición. 

Morteros 
Los morteros eran armas que lanzaban proyectiles a una distancia relativamente corta y con trayectoria en forma de parábola. Fueron utilizados ampliamente como forma de atacar las trincheras frontales y cortar las alambradas en preparación de un asalto. En 1914, los británicos lanzaron un total de 545 bombas de mortero. En 1916 lanzaron más de 6.500.000. 
El principal mortero británico era el mortero Stokes, que era el precursor del mortero moderno. Era un mortero ligero, pero fácil de usar, y capaz de mantener una velocidad de disparo muy alta gracias al propulsor que se adhería a la bomba. Para disparar un mortero Stokes se dejaba caer la carga en un tubo, y entraba automáticamente en ignición en el momento en que golpeaba el disparador del fondo. 
Los alemanes empleaban una variedad de morteros. Los más pequeños eran lanzagranadas (Granatenwerfer) que disparaban bombas de racimo. Los morteros medianos recibían el nombre de lanzaminas (Minenwerfer), llamados "minnies" por los británicos. El mortero pesado se llamaba Ladungswerfer y lanzaba "torpedos aéreos" que contenían unos 90 kg de carga, a una distancia de más de 915 m (1.001 yd). El vuelo del misil era tan lento que los hombres que se encontraban en el objetivo podían intentar buscar refugio. 

Artillería 
La artillería dominaba el campo de batalla en la guerra de trincheras, del mismo modo que la fuerza aérea domina la guerra moderna. Un ataque de infantería raramente tenía éxito si se hacía más allá de la línea que cubría su artillería de apoyo. Además de disparar a la infantería enemiga, la artillería se enzarzaba en batallas con el enemigo para intentar de destruir sus baterías de cañones. 
La artillería disparaba principalmente bombas de fragmentación, explosivas o, más adelante en la guerra, de gas. Los británicos también experimentaron con bombas incendiarias que hiciesen arder los bosques y las ruinas. 
 
Cargando un obús 

Los tipos de artillería eran de dos clases: cañones y obuses. Los cañones disparaban balas de alta velocidad sobre una trayectoria plana y a menudo se utilizaban para lanzar bombas de fragmentación y cortar la alambrada enemiga. Los obuses lanzaban el obús sobre una trayectoria alta, de forma que cayesen contra el suelo. Eran la artillería normalmente de mayor tamaño: el obús alemán de 420 mm pesaba 20 t y podía lanzar un obús de una tonelada a una distancia de 10 km. 
Una característica crítica de las piezas de artillería modernas era el mecanismo de recarga hidráulico, que permitía que el cañón no tuviese que bajarse para recargarlo después de cada disparo. Inicialmente cada cañón necesitaba registrar su objetivo, lo cual alertaba al enemigo del inminente ataque. Hacia el final de 1917, las técnicas habían evolucionado de forma que no fuese necesario. 

Gas 
El gas lacrimógeno lo emplearon los franceses por primera vez en agosto de 1914, pero sólo servía para dejar al enemigo momentáneamente fuera de combate. En abril de 1915 los alemanes utilizaron por primera vez el cloro en la segunda batalla de Ypres. Una dosis lo suficientemente grande podía matar, aunque el gas era fácil de detectar tanto por el olfato como por la vista. Por otro lado, los que no morían por la exposición podían sufrir daños pulmonares permanentes. 
El fosgeno, usado por primera vez en 1915, era el gas más mortífero empleado en la Primera Guerra Mundial. Era 18 veces más poderoso que el cloro y mucho más difícil de detectar. Sin embargo, el gas más efectivo era el gas mostaza, introducido por Alemania en julio de 1917. No era tan mortífero como el fosgeno, pero era difícil de detectar y permanecía en la superficie del campo de batalla y con ello podía causar bajas durante un período más prolongado. Las quemaduras que producía eran tan terroríficas que era muy raro que un herido por exposición al gas mostaza pudiera volver a estar capacitado para luchar de nuevo. Sólo el 2 % de los heridos por gas mostaza morían, principalmente por infecciones secundarias. 
El primer método de empleo del gas era soltarlo desde un cilindro cuando el viento era favorable. Esta técnica era obviamente muy peligrosa, tanto por los eventuales cambios en el viento como por la posibilidad de que los cilindros fueran rotos en un bombardeo (puesto que era necesario ponerlos en la primera línea de batalla). Más tarde el gas se lanzaba mediante la artillería o del fuego de mortero. 

Cascos 
Durante el primer año de la Primera Guerra Mundial, ninguna de las naciones combatientes equipaba a sus tropas con cascos de acero. Los soldados que iban a la batalla utilizaban simples gorros de tela o de cuero que no ofrecían ninguna protección a las heridas por armas modernas. Las tropas alemanas empleaban el tradicional Pickelhaube de cuero (gorro terminado en un pico), con una cubierta de tela para proteger el cuero de las salpicaduras de lodo. Cuando la guerra entró en la fase de guerra de trincheras, el número de heridas letales que las tropas recibían por la fragmentación se incrementó dramáticamente. 
 
Casco alemán Pickelhaube 

Los franceses fueron los primeros en ver la necesidad de una mayor protección, e introdujeron los cascos de acero en el verano de 1915. El casco Adrian (diseñado por August-Louse Adrian) reemplazaba el tradicional quepis, y fue después adoptado por los ejércitos belga e italiano. 
 
Casco Adrian de la infantería francesa 

Más o menos por esas fechas los británicos también estaban desarrollando sus propios cascos. El diseño francés fue rechazado por no ser lo suficientemente fuerte y por ser difícil de producir en masa. El modelo que finalmente se aprobó fue el casco Brodie (diseñado por John L. Brodie). Tenía un ala más ancha para proteger al soldado de objetos que cayesen desde el cielo, pero ofrecía menos protección a la altura del cuello. Cuando los estadounidenses entraron en la guerra, eligieron este diseño. 
 
Casco de diseño Brodie de las fuerzas estadounidenses 

El tradicional pickelhaube fue reemplazado por el M1916 Stahlhelm (literalmente casco de acero) en 1916. Algunas tropas de élite italianas emplearon también un casco derivado de los modelos de la Antigua Roma. 
 
Casco alemán modelo M1916 con pintura de camuflaje 

Sin embargo, ninguno de estos diseños estándar podía proteger la cara o los ojos. Se diseñaron protectores especiales para los artilleros, y los belgas probaron gafas de protección para proteger los ojos. 

Alambradas 
El uso del alambre de espino era decisivo a la hora de ralentizar a la infantería a través del campo de batalla. Sin él la infantería más rápida (o la caballería) podría cruzar las líneas y llegar a las bases y artillería enemiga. Una vez ralentizados, era más probable que acabasen abatidos por la artillería o por los defensores de infantería. Liddell Hart identificó el alambre de espino y la ametralladora como los elementos que había que vencer para poder recuperar la guerra móvil. 
Las alambradas normalmente se construían por la noche en los sectores activos. 

Fuerza aérea 
La finalidad principal de las aeronaves en la guerra de trincheras era el reconocimiento y la observación de la artillería. El papel de los cazas era proteger a las aeronaves de reconocimiento amigas y destruir las enemigas, o al menos impedirles la libertad de movimientos. Esto suponía conseguir la superioridad aérea mediante la destrucción también de los cazas enemigos. Las aeronaves de localización seguirían la caída de las bombas durante el registro de la artillería. Las de reconocimiento harían un mapeo de las trincheras enemigas (primero con dibujos a mano, y más tarde con fotografías), un seguimiento del movimiento de tropas, y la localización de las baterías de artillería enemigas para su destrucción con bombardeos. Los pilotos más ingeniosos llevaban ladrillos con ellos para dejarlos caer sobre el enemigo en sus vuelos. 

Otras armas 
Los alemanes utilizaron lanzallamas (Flammenwerfer) durante la guerra, pero dado que la tecnología todavía estaba en sus comienzos, su valor era sobre todo psicológico. cuando se desarollo mas la guerra se usaron los aviones con misiles con aletas para que caigan de punta. 

Minas 
Ambos bandos se verían envueltos en grandes competiciones de minados y contraminados. La tierra seca del Somme estaba especialmente preparada para la construcción de zapas. Sin embargo, con la ayuda de las bombas era también posible excavar en terrenos como Flandes. Había compañías especialistas en tunelados, normalmente formadas por personas que tenían experiencia civil como mineros de carbón, que construían túneles dentro de la tierra de nadie y debajo de las trincheras enemigas. Estas minas se rellenaban entonces de explosivos y eran detonadas, produciendo un gran cráter. Con ello se perseguían dos propósitos: destruir la trinchera enemiga y, gracias al montículo que producía alrededor del cráter, servir como "trinchera" cercana a la línea enemiga. Por ello, cuando se detonaba una mina, los dos bandos corrían para ocupar y fortificar el cráter. 
Si los mineros detectaban un túnel enemigo, normalmente cavarían un contra-túnel, llamado camouflet, que sería detonado en un intento de destruir el otro túnel antes de tiempo. Asimismo se realizaban escaramuzas nocturnas con la finalidad expresa de destruir los trabajos enemigos. En alguna ocasión, los túneles se encontraban y se producía la lucha bajo tierra. 
Estas actividades servían igualmente para poder mover a las tropas sin ser vistas. En una ocasión se trasladó una división entera a través de túneles interconectados sin que pudiesen ser observados por los alemanes. 
Los británicos hicieron detonar una serie de minas el 1 de julio de 1916, el primer día de la Batalla del Somme. Las minas más grandes contenían 24 t de explosivos, y fueron detonadas cerca de La Boiselle, lanzando la tierra hasta 1.220 m (4.003 ft) de altura. 
A las 5.10 del 7 de junio de 1917, los británicos detonaron 19 minas para lanzar el ataque que comenzó la Batalla de Messines. La mina media contenía 21 t de explosivos, y las más grandes (a 38 m (42 yd) por debajo de St. Eloi) tenían el doble de esa cantidad. La fuerza combinada de explosivos llegó a sentirse supuestamente en Inglaterra. Las pérdidas entre los alemanes fueron de unos 10.000 hombres. El General Sir Charles Harrington comentó: 
"No sé si cambiaremos la historia mañana, pero con seguridad alteraremos la geografía". 
Se desplegaron otras tres minas en Messines que no fueron detonadas debido a que cambió la situación táctica. Una estalló durante una tormenta eléctrica en 1955, y las otras permanecen bajo tierra al día de hoy. 
Los cráteres que dejaron éstas y otras minas en el frente oeste todavía son visibles.



Batallas

Estrategia
La guerra de trincheras se centra en dos principios fundamentales: guerra de desgaste y batallas de ruptura. La guerra de desgaste es el procedimiento de infligir bajas progresivamente al enemigo hasta que finalmente sea incapaz de continuar la guerra. Las batallas de ruptura buscan un enfrentamiento decisivo, en el cual las posiciones enemigas sean penetradas por las fuerzas atacantes, explotando las fuerzas de refresco dicha brecha (posiblemente la caballería). Ambos tipos de batallas se libraron en el frente oeste: los alemanes intentaron romper la situación en Ypres en abril de 1915, utilizando por primera vez el gas venenoso, mientras que el Comandante en Jefe de las fuerzas británicas, el General Douglas Haig, buscó la victoria en el Somme en 1916 y en Flandes en 1917. La batalla de desgaste más famosa en el oeste fue la Batalla de Verdún, en donde el único propósito alemán era "desangrar al ejército francés hasta que se quedase blanco".

Tácticas
Las tácticas en las primeras fases de la Primera Guerra Mundial eran parecidas a las del siglo XIX, con la infantería avanzando en grupos de formaciones compactas buscando resolver la batalla mediante la bayoneta. La aparición de armas automáticas hizo que estas tácticas fuesen ineficaces y muy costosas.

Pueblo de Passchendaele, antes y después de la tercera Batalla de Ypres

El papel de la artillería cambió dramáticamente durante la guerra. Originalmente los cañones de campaña estaban situados con las unidades de infantería, disparando directamente a objetivos visibles. Se desarrollaron una variedad de usos para el fuego indirecto, incluyendo bombardeos que buscaban matar o dejar fuera de combate a las tropas enemigas a través de la tierra de nadie, y la utilización de bombardeos para cortar alambradas, que buscaban dejar el paso libre a través del alambre de espino.
Los bombardeos aliados se fueron sofisticando a comienzos de 1917. Se desarrollaron dos tipos de bombardeos: en el primero, el bombardeo seguía a la infantería siempre por delante, protegiéndola de los defensores en un ataque. La segunda bombardeaba una "caja", dejando protegido y aislado al interior de la misma mediante una muralla de explosiones. Estos bombardeos se aplicaron con éxito en batallas a gran escala e incluso en escaramuzas. Otro tipo de bombardeo se centraba en un primer objetivo, y luego se elevaba para caer en un segundo objetivo más apartado. Sin embargo, este bombardeo normalmente esperaba mucho de la infantería, y el resultado final solía ser que la artillería iba más rápida que los atacantes y les dejaba sin protección. Esto llevó al uso del bombardeo rodante, que se elevaba más frecuentemente pero en escalones más pequeños, moviéndose tan lentamente que los atacantes podían moverse de cerca por detrás.
La infantería atacante en la primera parte de la guerra estaba cargada habitualmente con herramientas de fortificación (bolsas de arena, picos y palas, así como alambre de espino). Con ello buscaban fortificar las trincheras capturadas para un contraataque. Los alemanes enfatizaron mucho el contraataque para recuperar el terreno perdido, lo cual comenzó a ser muy costoso a partir de 1917, cuando los británicos empezaron a limitar sus avances con el fin de ser capaces de anticipar contraataques desde una posición de fuerza.

Comunicaciones
La mayor dificultad a la que se enfrentaba una fuerza de ataque en una batalla de trincheras eran las comunicaciones. La tecnología inalámbrica estaba todavía en sus comienzos, por lo que los métodos existentes eran el teléfono, el telégrafo óptico, las lámparas de señalización, las palomas mensajeras y los corredores, y ninguno de ellos era del todo fiable. El teléfono era el más efectivo, pero las líneas eran extremadamente vulnerables a los bombardeos, por lo que solían cortarse pronto en la batalla. Como forma de luchar ante esto, las líneas de teléfono se montaban en una figura en escalera, de forma que tuviesen muchos caminos redundantes. Las bengalas y los cohetes se usaban para señalizar que se había alcanzado un objetivo, o para solicitar un soporte de artillería que ya había sido predispuesto de antemano.
No era inusual que un comandante de batallón o de brigada tuviese que esperar dos o tres horas para conocer algo del proceso de un ataque, y para entonces cualquier decisión basada en el mensaje estaría probablemente ya desfasada. También pasaría un período similar para transmitir las noticias a una división y al centro de mando. Consecuentemente, el resultado de muchas batallas de trincheras las decidían los comandantes de las compañías o de los batallones, con las decisiones que tomaban en el mismo momento de la lucha.

Rompiendo el punto muerto
A través de la Primera Guerra Mundial, los principales combatientes poco a poco fueron buscando alguna vía para romper el punto muerto en el que se encontraban en la guerra de trincheras, comenzando con los franceses y los alemanes, y con los británicos y las fuerzas del imperio también contribuyendo al aprendizaje colectivo.
Con la retirada de Rusia de la guerra, los alemanes fueron capaces de reforzar su frente Oeste con tropas del frente Este. Esto les permitió sacar a unidades de la línea de combate y entrenarlas en nuevos métodos y tácticas como tropas de asalto (Sturmtruppen). Los nuevos métodos implicaban a hombres lanzándose al ataque en pequeños grupos, usando cualquier cobertura que hubiese a su disposición, y desplegando fuego de cobertura para otros grupos de la misma unidad a medida que avanzaban. Las nuevas tácticas (que buscaban conseguir la sorpresa acabando con posiciones enemigas atrincheradas) debían dejar de lado los puntos fuertes y atacar los puntos más débiles de la línea enemiga. Adicionalmente, se dieron cuenta de la inutilidad de crear un gran y detallado plan de operaciones desde la distancia, optando en su lugar por emplazar a oficiales jóvenes en el lugar para que ejercitasen su iniciativa. Estas tácticas demostraron ser muy exitosas en la ofensiva de primavera de 1918 contra las fuerzas aliadas.
Los británicos habían ido aprendiendo lecciones tácticas ya desde la Batalla del Somme en 1916. Se dieron cuenta de la necesidad de introducir unidades como el pelotón o la sección, como resultado de su experiencia en esa batalla, y el énfasis se trasladó desde la compañía (150-200 hombres) como unidad básica de maniobra al pelotón de aproximadamente unos diez hombres. El uso más exitoso de las nuevas tácticas de infantería combinadas con los nuevos procedimientos de artillería se consiguió en la Batalla del Risco de Vimy en abril de 1917.
Asimismo se desarrolló el carro de combate en el período de entre guerras, como forma de moverse por terrenos arrasados por el fuego enemigo. En la Primera Guerra Mundial todavía no llegaron a emplearse de forma efectiva en sus primeras acciones, y también fallaron como medio de transporte de personal.
En el último año de la guerra, las tropas aliadas en Europa aplicaban lo que se conoció como tácticas de fuerzas combinadas, incorporando la cooperación entre infantería, artillería, ametralladoras, carros armados y carros de combate, usando comunicación sin cañones en algunos casos y utilizando pequeños grupos de hombres como unidad táctica básica para las maniobras.
Entre las dos guerras mundiales, estas técnicas sirvieron para que J.F.C. Fuller y B.H. Liddell Hart desarrollaran teorías sobre un nuevo tipo de guerra. Estas ideas también las desarrollaron los alemanes, y las pusieron en práctica en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Las nuevas tácticas también abrieron la vía para el éxito de la guerra táctica en 1938-1945, y el enfoque en pequeños equipos semiautónomos ejercitando su propia iniciativa en el campo de batalla, y que predominan en la guerra moderna.
El atrincheramiento siguió siendo un método valioso para reforzar los obstáculos naturales en líneas de defensa. Al comienzo de la Batalla de Berlín, la última gran batalla europea de la Segunda Guerra Mundial, los rusos atacaron a través del río Oder a las tropas alemanas atrincheradas en Seelow. El atrincheramiento permitió a los alemanes sobrevivir el bombardeo de la concentración de artillería más grande de la historia, y también les permitió infligir a los soviéticos decenas de miles de bajas, gracias a la tierra pantanosa que había entre el río y las alturas, antes de tener que retirarse al Oeste.

La guerra de trincheras posterior a 1945
La guerra de trincheras volvió a aparecer en algunos momentos posteriores de la Guerra de Corea (1950-1953) y en algunos lugares y combates de la Guerra de Vietnam (1964-1975).
Durante la Guerra Fría, las fuerzas de la OTAN se entrenaban de forma rutinaria para luchar contra trabajos de fortificación denominados "Sistemas de trincheras de estilo soviético", que recibían el nombre por los complejos sistemas de fortificaciones de campaña creados por el Pacto de Varsovia, una extensión de las prácticas de atrincheramiento soviéticas desarrolladas en el Frente Oriental de la Segunda Guerra Mundial.
El ejemplo más citado de ejemplo de guerra de trincheras posterior a la Primera Guerra Mundial es la Guerra Irán-Iraq, en donde ambos ejércitos tenían un gran número de infantería con pequeñas armas modernas, pero muy poco blindaje, aviación y entrenamiento en armas combinadas. El resultado fue muy parecido a la Primera Guerra Mundial, con la utilización de trincheras y de armas químicas.
Otro ejemplo de trincheras fue la Guerra entre Etiopía y Eritrea de 1998-2002. El frente en Corea y las líneas frontales entre Pakistán e India en Cachemira son dos ejemplos de líneas de demarcación formadas mediante kilómetros de trincheras uniendo puestos fortificados (y en el caso de Corea, rodeadas por millones de minas terrestres).

Bibliografía

-Canfield, Bruce N. (May 2004). Give Us More Shotguns. American Rifleman.
-Dupuy, Trevor N.. Evolution of Weapons and Warfare.
-Dupuy, Trevor N. (1979?). Numbers, Predictions, and War. Bobbs-Merrill.
-Fitzsimmons, Bernard, general editor (with Bill Gunston, Ian Hogg, & Anthony Preston). Encyclopedia of 20h Century Weapons and Warfare. 24 volumes.
-Gudmundsson, Bruce I (1989). Stormtroop Tactics: Innovation in the German Army, 1914-1918. [2].
-Haber, L. F. (1986). The Poisonous Cloud: Chemical Warfare in the First World War.
-Herwig, Holger H. (2001). Operation Michael: The "Last Card". German Spring Offensive in 1918 [3] (en PDF).
-Palazzo, Albert (2000). Seeking Victory on the Western Front: The British Army and Chemical Warfare in World War I. [4].
-Sheffield, G. D. (2000). Leadership in the Trenches: Officer-Man Relations, Morale and Discipline in the British Army in the Era of the First World War.
-Smith, Leonard V. (1994). Between Mutiny and Obedience. The Case of the French Fifth Infantry Division during World War I.
-Winter, Denis. (1978). Death's Men: Soldiers of the Great War. ISBN 0-14-016822-2.


Notas y referencias
-eNotes.com (Ed. Jason M. Everett. Thomson Gale) (2006). "1916." The People's Chronology.. [1].

Enlaces externos

-The Trench, programa de la BBC sobre la Primera Guerra Mundial
-The Diggers
-Information on Australian World War 2 Fortifications
Johnson, Patrick, In Depth: A century of mud and fire, BBC News, 27 de junio de 2006





Diplomacia argentina: La Patagonia y del estrecho de Magallanes

Las relaciones con los demás países americanos durante las presidencias de Mitre y Sarmiento
Chile y el problema de la Patagonia y del estrecho de Magallanes





Aparte de lograr la alianza antihispánica, el enviado chileno José Victorino Lastarria traía a Buenos Aires el objetivo secundario de llevar a cabo lo estipulado por el artículo 39º del tratado de 1856 de paz, amistad, comercio y navegación entre la Argentina y Chile, que proponía o bien la negociación diplomática directa o bien el arbitraje como mecanismos para saldar el conflicto sobre la Patagonia y el estrecho de Magallanes. Pero Lastarria, procediendo más allá de sus instrucciones, propuso al gobierno argentino en febrero de 1865 una transacción que implicaba renunciar a las 9/10 partes de la Patagonia, a cambio de que el gobierno argentino reconociera al chileno la posesión de las 2/3 partes del Estrecho de Magallanes, toda la Tierra del Fuego y la faja que quedaba al sur de la línea imaginaria que se extendía desde Bahía San Gregorio hasta el grado 50 de latitud sur y desde allí hasta el paralelo de Reloncaví. (1) El memorándum que Lastarria envió a la cancillería chilena el 22 de febrero de 1865 permite conocer el contenido de la propuesta. En él decía lo siguiente:
La transacción sería ventajosa para nosotros porque no son sostenibles nuestros títulos a la Patagonia, y aunque lo fueran, no debemos hacernos ilusiones creyendo que aquella extensión sea otra cosa que tierras primitivas, incultivables y de todo punto ingrata a los hábitos y aspiraciones de la industria.
Nuestro límite en el Estrecho hasta la bahía Gregorio nos deja en él una extensión necesaria y aún mayor que la que necesitamos, para nuestra seguridad y para la ocupación de nuestro territorio austral, y como nuestra colonia allí necesita los territorios adyacentes, propongo que nos den el cuadrilátero que formaría una línea que se prolongase desde aquella bahía hasta el grado 50 en dirección recta, al norte, sin embargo, de que nos bastaría con el triángulo que formase esta línea, si se prolongase desde el mismo paraje al punto de intersección del grado 50 con la línea de nuestro límite oriental en la cordillera... Este será el último término de la transacción si no admiten el otro.
En cuanto a nuestro límite oriental al norte del grado 50 hasta el paralelo del cerro Reloncaví, propongo una línea en la base de las ramas exteriores orientales de la cordillera, con ánimo de cederles en este punto y fijar una línea en las alturas culminantes que determinan corrientes, como la tenemos en el resto de la cordillera que no está en disputa. Al sur del grado 50, el límite correría por una de las líneas propuestas para dejar territorios adyacentes a la colonia de Magallanes. (2)
José Victorino Lastarria



Lastarria estaba personalmente convencido de que Chile no poseía derechos válidos sobre la Patagonia y así se lo hizo saber al jurista chileno Miguel Luis Amunátegui, quien justificaba los derechos chilenos sobre la Patagonia y Magallanes. Decía Lastarria:

Siento saber por su carta del 14 que Ud. se ocupa en probarme que somos dueños de la parte austral del continente americano. Semejante tarea es completamente inútil y no servirá más que para que Ud. luzca su ingenio. Puede ser que no sepa yo como Ud., pero el estudio que he hecho de la cuestión me da la convicción invencible de que no somos dueños de la Patagonia (...). (3)
Finalmente, las gestiones negociadoras de Lastarria fracasaron por partida doble, pues fueron rechazadas tanto por el gobierno argentino como por el chileno. En el primer caso, el rechazo provenía del hecho de que la diplomacia argentina no aceptaba siquiera poner sobre la mesa de negociaciones la región patagónica. De acuerdo con el historiador chileno Encina, la política exterior de la Argentina apuntaba en este conflicto limítrofe a cerrar a Chile la posibilidad de acceder al Atlántico. En su opinión, contra los deseos de los "americanistas" chilenos de cerrar el conflicto limítrofe, la intención del gobierno argentino era proseguir una política de aplazamiento indefinido de las negociaciones, en espera de que el crecimiento económico argentino en relación a su vecino o una circunstancia adversa para Chile permitiese al gobierno argentino imponer su punto de vista sin necesidad de recurrir a las armas. (4)
En el caso del gobierno chileno, la oposición de aquellos de sus miembros convencidos de la importancia de la región patagónica quitó posibilidad a las gestiones de Lastarria. Además el hecho de que el gobierno chileno desaprobara las negociaciones de Lastarria pero no repudiara formalmente sus acciones constituyó un error que la Argentina explotaría frecuentemente en las negociaciones futuras, presionando a Chile para que abandonara sus reclamos sobre la Patagonia. Esta semidesautorización por parte del entonces canciller chileno Alvaro Covarrubias a Lastarria fue planteada en los siguientes términos:
las bases propuestas por V.S., están lejos de ser ventajosas, y por mucho que hubiéramos de restringir nuestras exigencias, no podríamos renunciar, en ningún caso, al dominio de todo el Estrecho de Magallanes y de las tierras adyacentes. (5)
La débil respuesta de Covarrubias a Lastarria dejó la puerta abierta para una polémica entre ambos. Lastarria respondió al canciller chileno en una nota del 2 de mayo de 1865 defendiendo su misión en los siguientes términos:

Respecto del dominio de la Patagonia, V.S. cree que nuestros títulos al dominio de la parte austral del continente son mucho más sólidos que los que puede alegar el gobierno argentino y que, por tanto, están lejos de ser ventajosas las bases propuestas por mí. Yo adopté esas bases porque estoy persuadido de que no tenemos tales títulos, pues que aun el señor Amunátegui, tratando de probar ese dominio, no emplea como medio de prueba sino puras inducciones, fundadas en la interpretación que da muy ingeniosamente a los documentos oficiales antiguos que señalan el límite austral de Chile en el estrecho de Magallanes (...) Si no son otros los títulos que tenemos para reclamar la parte de la Patagonia que se extiende al sur del grado 50, como V.S. me lo ordena, es necesario que reconozcamos entre nosotros que dichos títulos no merecen el nombre de tales, y que, si ellos no son bastantes para darnos derechos a reclamar de San Luis, de Córdoba y de Buenos Aires, tampoco lo son para autorizarnos a reclamar la Patagonia desde dicho grado al sur, mucho menos cuando desde ese paralelo, en que se encuentra el puerto de Santa Cruz, hasta la boca del Estrecho, hay además otros muchos varios puertos que los argentinos navegan y en los cuales esta República (Argentina) ejerce jurisdicción.
En cuanto al dominio de todo el Estrecho, a mí me parece inútil reservárselo a Chile, porque ese dominio no nos daría la posesión exclusiva ni nos salvaría de que las demás naciones del mundo nos forzaran a respetar las leyes de libre navegación; por eso no había trepidado en ceder a la Argentina la parte de ese Estrecho que corre desde la Bahía Gregorio al oriente. (6)
El ofrecimiento de "renuncia" de la región patagónica por parte de Lastarria al gobierno de Mitre no constituyó un gesto aislado del diplomático chileno, sino que estaba de acuerdo con toda una línea que Encina llama “corriente conciliadora o americanista”. Esta había nacido, en el caso chileno, junto a los primeros incidentes entre autoridades chilenas y mendocinas por la cuestión de los potreros cordilleranos en marzo de 1845; se había congelado durante los reclamos de Rosas al dominio del estrecho de Magallanes en diciembre de 1847 (efectuados como réplica a la ocupación chilena de Fuerte Bulnes en 1843) y había renacido con la agresión del gobierno español a los países de América del Sur entre 1864 y 1867. Cabe recordar al respecto que tanto el bombardeo de Valparaíso y del Callao en 1866 como la instauración del Imperio de Maximiliano de Habsburgo en México habían estimulado el americanismo en muchos países latinoamericanos como reacción a la intervención española y francesa.
Este sentimiento americanista, por el cual la Argentina y Chile debían hermanarse y resolver de una vez y para siempre sus conflictos limítrofes, era un sentimiento que Lastarria compartía con otros miembros destacados de la clase política chilena, tales como Barros Arana, Matta, Vicuña Mackenna -éste tenaz crítico de Amunátegui-. Estos nombres tendrían un importante papel en las negociaciones con la Argentina. Para estos "americanistas" la posibilidad de guerra con la Argentina resultaba equivalente a una locura y, a diferencia del futuro canciller Adolfo Ibañez, percibían que la incorporación de la Patagonia a Chile sería un factor de debilitamiento del poder económico chileno. Encina, citando al "americanista" Vicuña Mackenna, afirma que la incorporación de la Patagonia, percibida como "tierra maldita",



sería arruinar a Chile, contrariar al menos su desarrollo. En esos momentos nos faltaban brazos, capital y cerebro para explotar nuestro valle central, pidiendo a gritos riego artificial; (...). En el norte, la minería clamaba por capitales y brazos. Con estos antecedentes, la mayor insensatez que se podía cometer era reñir con la Argentina por una comarca estéril, maldita por la naturaleza, donde nuestra escasa población y nuestros más escasos capitales se consumirían a fondo perdido. (...)
Luego, después, dejarían nuestro flanco abierto oriental a las acometidas de un vecino, que ya no sería nuestro hermano, sino nuestro rival. Sin la Patagonia, Chile proseguiría su firme y segura expansión, libre de rivales. Con la Patagonia, a menos de dejarla como una cosa perdida, su crecimiento se debilitaría, como consecuencia del desgaste que importaba la anexión de un territorio, donde todo lo que se invirtiese sería agua vertida en un tonel sin fondo (...). (7)

Pero paralelamente a la existencia de esta corriente americanista mencionada por Encina se produjo el creciente fortalecimiento de un sentimiento nacionalista en ambos países, provocado por el resultado exitoso de las guerras en que Chile y la Argentina participaron. El conflicto de la Triple Alianza -la Argentina, Brasil y Uruguay- contra Paraguay, y el de la Cuádruple Alianza -Chile, Perú, Ecuador y Bolivia- contra España si bien obligaron a la Argentina y Chile a aplazar sus problemas territoriales, produjeron el mencionado efecto que sería disfuncional para la solución del conflicto limítrofe.
Por otra parte, Rauch señala como un dato interesante que existen indicios de que el gobierno chileno asistió con hombres y armas modernas a Felipe Varela -el montonero que intentó desafiar al gobierno de Mitre- en su invasión a La Rioja. Este hecho y otros posteriores en que el gobierno chileno intentó sacar provecho de los compromisos externos y los problemas internos del gobierno argentino -en la década de 1860, la Guerra del Paraguay y el conflicto entre el gobierno central y las montoneras provinciales; en la década de 1870, las invasiones indígenas y la posibilidad de guerra con el gobierno de Brasil- demostrarían según este autor que el gobierno de Chile, motivado por la disputa limítrofe, intentó desestabilizar a la Argentina y aprovechó esas circunstancias para comenzar la exploración y asentamiento en la costa patagónica. (8)

NOTAS
Francisco A. Encina, La cuestión de límites entre Chile y la Argentina desde la independencia hasta el tratado de 1881, Santiago de Chile, Nascimento, 1959, p. 131.

Nota de José Victorino Lastarria, 22 de febrero de 1865, citada en Legación de Chile en las Repúblicas de la Plata y Brasil, tomo III, citado a su vez en ibid., pp. 25-26.

Domingo Amunátegui Solar, Archivo epistolar de Don Miguel Luis Amunátegui, Santiago, 1942, pp. 166-167, cit. en F.A. Encina, op. cit., p. 29 y en George Victor Rauch, The Argentine-Chilean boundary dispute and the development of the Argentina armed forces: 1870-1902, Ph.D. dissertation, New York University, 1989, p. 52 y nota 30, pp. 70-71.

F.A. Encina, op. cit., pp. 21-26 y 133-134.

Covarrubias a Lastarria, citado en ibid., p. 26.

Lastarria a Covarrubias, 2 de mayo de 1865, cit. en ibid., pp. 27-28.

Ibid., pp. 129-130.

Ver G.V. Rauch, op. cit., pp. 54-55.

Historia de las Relaciones Internacionales de Argentina 

Aviones argentinos: Pictorial del IAe.37 Ñancú



Pictorial del IAe. 37 Ñancú