miércoles, 7 de mayo de 2025

Royal Navy: ¿Necesita realmente dos portaaviones?

¿Necesita Inglaterra dos portaaviones?





El gobierno del Reino Unido ha reafirmado la relevancia estratégica de los portaaviones para la defensa nacional, pero los próximos recortes presupuestarios, derivados de las medidas de ahorro impuestas por el Tesoro, podrían poner en entredicho el futuro operativo del HMS Queen Elizabeth y el HMS Prince of Wales.

Aunque se señala que la economía británica crece a un ritmo superior al de otros miembros del G7 (una afirmación discutida por diversos analistas), la narrativa oficial del nuevo gobierno laborista insiste en la existencia de un “agujero negro” fiscal de 22.000 millones de libras (equivalente a unos 28.500 millones de dólares). Este déficit, unido a un clima de pesimismo respecto a las perspectivas económicas, podría provocar recortes significativos en el presupuesto de defensa.

Si estos ajustes se concretan, todas las ramas de las Fuerzas Armadas buscarán recortar costos donde sea viable, lo que afectaría también a la Marina Real. La posibilidad de suspender o aplazar adquisiciones está sobre la mesa, y la flota no sería la excepción. La baja actividad operativa reciente de ambos portaaviones, junto con los problemas mecánicos que han experimentado y que requieren costosas reparaciones, aumentan la probabilidad de que uno de ellos sea relegado a un estado de “alta preparación”, lo que en la práctica equivaldría a dejarlo fuera de servicio bajo un término más diplomático.

Consultado por la oposición conservadora sobre el posible impacto de la Revisión Estratégica de Defensa en la operatividad de los portaaviones, Luke Pollard, Secretario de las Fuerzas Armadas, declaró el 24 de octubre de 2024 que “las capacidades de los portaaviones son fundamentales para la defensa nacional”. Sin embargo, también enfatizó “la importancia del poder naval en un sentido más amplio”, destacando el desempeño de la Marina Real durante la crisis de los ataques hutíes a buques mercantes en el Mar Rojo antes de 2024.

En esa operación, la Marina Real se basó principalmente en sus destructores Tipo 45, que lograron un desempeño destacado con la neutralización de múltiples drones y misiles antibuque disparados contra embarcaciones civiles. La ausencia operativa de un portaaviones de la clase Queen Elizabeth en ese contexto, pese a su cercanía geográfica y su teórica capacidad de proporcionar cobertura aérea, no pasó desapercibida.

Para 2025, el HMS Prince of Wales está programado como buque insignia del próximo despliegue del Grupo de Ataque de Portaaviones (CSG), cuyo destino es la región del Indo-Pacífico. Esta operación, aún sujeta a la confirmación de suficientes buques escolta y unidades de apoyo, se llevará consigo la mayoría de los cazas F-35B disponibles en el Reino Unido, dejando al HMS Queen Elizabeth en una situación de vulnerabilidad estratégica. Sin un ala aérea embarcada, un portaaviones se convierte básicamente en un blanco flotante de gran tamaño.

La rotación de dos buques en ciclos de desmantelamiento parcial no sería una práctica nueva para la Marina Real. La clase Albion, compuesta por el HMS Albion y el HMS Bulwark, sigue este esquema desde 2010: cada buque pasa varios años fuera de servicio, siendo reactivado gradualmente cuando llega su turno para operar. Este modelo reduce costes operativos y permite redistribuir la tripulación, un aspecto crítico dada la presión de personal que enfrenta la Marina.

En enero de 2024 se informó que el número de nuevos marineros de reemplazo había caído un 22,1% en el año hasta marzo de 2023, reflejando problemas estructurales de reclutamiento y carga laboral. Con una dotación aproximada de 700 efectivos por portaaviones, la clase Queen Elizabeth representa una parte significativa del personal naval británico. En enero de 2024, la Marina Real y los Royal Marines sumaban apenas 31.910 efectivos, cifra considerablemente menor a los niveles de hace una década.

El primer despliegue operativo del CSG británico tuvo lugar en 2021, y habrá un intervalo de cuatro años antes del siguiente despliegue previsto en 2025. Esto sugiere que uno de los portaaviones podría pasar períodos prolongados en estado de preparación reducida, alternando entre operaciones limitadas en Europa y entrenamientos bajo la OTAN.

Ante un eventual requerimiento de proyección aérea, el Reino Unido puede recurrir a sus bases soberanas en Chipre o a instalaciones aliadas en Omán y Emiratos Árabes Unidos, opciones viables para operaciones en Oriente Medio y el norte de África.

La falta de un portaaviones británico para cubrir la retirada del USS Gerald R. Ford y su grupo de ataque del Mediterráneo en 2024, tras la escalada bélica entre Israel y Hamás en octubre de 2023, refuerza la percepción de que el gobierno británico opta por soluciones de bajo perfil. Esto pese a que uno de los principales argumentos para construir estos portaaviones fue precisamente su capacidad de integrarse en operaciones conjuntas con la Marina estadounidense.

Ambos buques de la clase Queen Elizabeth han enfrentado continuos problemas desde su entrada en servicio. En 2020, el HMS Prince of Wales sufrió graves inundaciones debido a una rotura en el sistema contra incendios, lo que causó daños importantes en los cuadros eléctricos. En 2022, durante una travesía hacia la costa este de EE.UU., se detectó un fallo crítico en la hélice de estribor, lo que obligó al buque a regresar para reparaciones, proceso que duró meses.

En mayo de 2023, se reveló que de los 1.251 días desde su puesta en servicio, el HMS Prince of Wales había estado solo 267 días en el mar, un rendimiento operativo muy bajo (apenas un 21,3% de su tiempo activo). En 2024, el HMS Queen Elizabeth también presentó problemas mecánicos, obligándolo a retirarse de un importante ejercicio de la OTAN.

Todo indica que se está preparando el terreno para justificar el desmantelamiento o la reducción operativa de uno de estos portaaviones. Este debate ya se planteó durante la fase de construcción, cuando se barajó cancelar la construcción del HMS Prince of Wales o convertirlo en un portahelicópteros para sustituir al HMS Ocean. Qué sucederá en 2025 está por verse.

Una modernización en profundidad podría dar una nueva vida al HMS Queen Elizabeth, pero los costes estimados son elevados, y parece poco probable que se destine una gran inversión a un buque cuya viabilidad a medio plazo está en entredicho.

Basado en el artículo de Nikolai Yevtushenko || Revista Militar

ARA: Lanzamiento de un Aspide Mk.1 desde una Meko 360

martes, 6 de mayo de 2025

Malvinas: El ataque de los A-4Q del 9 de Mayo


El ataque de los A-4Q

@mauroacuatrero


El 9 de mayo de 1982, los ocho aviones A-4Q Skyhawk pertenecientes a la Escuadrilla Aeronaval de Ataque EA33 (Unidad Táctica 80.2.3) desembarcaron del portaaviones ARA "25 de Mayo" (POMA) y aterrizaron en la Base Aeronaval Comandante Espora, ubicada en las cercanías de Bahía Blanca. Esta maniobra formó parte de un proceso de reorganización y adaptación a la nueva situación operativa tras la intensificación del conflicto en el Atlántico Sur.

Posteriormente, el 14 de mayo de 1982, la unidad fue redesplegada a la Base Aeronaval Río Grande, en la provincia de Tierra del Fuego. Desde esta posición estratégica, los A-4Q fueron preparados para llevar a cabo operaciones ofensivas contra unidades de superficie británicas dentro del Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS).

La Flotilla Aeronaval de Ataque se estructuró en dos divisiones principales: la 1ª División, al mando del Capitán de Corbeta (CC) Castro Fox, y la 2ª División, bajo la conducción del Capitán de Corbeta (CC) Philippi. Cada división estaba compuesta por dos secciones operativas de tres pilotos cada una, conformando así un esquema flexible que permitía mantener la continuidad de las operaciones aéreas. En cada rotación, seis de los ocho A-4Q se armaban con bombas de 250 kg para misiones de ataque, mientras que los dos aviones restantes permanecían en condición de reserva, listos para ser utilizados en caso de necesidad operativa o averías.

El 21 de mayo de 1982 tuvo lugar una de las acciones más destacadas. Ese día, la Sección 1 de la 2ª División, comandada por CC Philippi, despegó para ejecutar un ataque aéreo sobre la fragata británica HMS Ardent. Los aviones involucrados en la misión fueron los A-4Q con matrículas 307, 312 y 313. La operación se desarrolló bajo fuerte hostigamiento enemigo, con intensa oposición por parte de los cazas británicos Sea Harrier (SHAR).

Durante el ataque, los aviones 307 y 314 fueron derribados en combate por los Sea Harrier. En ese trágico enfrentamiento, el Teniente de Navío (TN) Márquez, piloto del A-4Q matrícula 314, perdió la vida, convirtiéndose en una figura emblemática y recordada con honor en la historia de la aviación naval argentina. Su sacrificio y valentía quedaron grabados para siempre en la memoria colectiva, marcando un capítulo imborrable en la epopeya de la Fuerza Aeronaval durante el conflicto de Malvinas.





Durante la misma operación del 21 de mayo de 1982, el Teniente de Navío (TN) Arca, piloto del A-4Q matrícula 312, logró escapar tras recibir impactos considerables por parte de la artillería de 30 mm de los Sea Harrier británicos. Aunque su avión quedó seriamente dañado, Arca consiguió mantener el control lo suficiente para regresar y eyectarse en las inmediaciones de Puerto Argentino.

La rápida intervención del helicóptero UH-1H matrícula AE-424, perteneciente al Batallón de Aviación de Combate 601 y comandado por el Capitán de Corbeta (CT) Svendsen, permitió rescatar al piloto con éxito. En tanto, el A-4Q 312, que aún continuaba en vuelo sin control tras la eyección, fue identificado como una amenaza potencial por las fuerzas propias y finalmente destruido por la artillería de defensa aérea argentina para evitar riesgos mayores.

Posteriormente, la Sección 2 de la 2ª División, al mando del TN Rótolo, realizó una segunda incursión decisiva sobre la HMS Ardent, asestándole el golpe final que provocó su hundimiento. Esta acción consolidó uno de los mayores éxitos tácticos de la aviación naval argentina durante el conflicto.

Sin embargo, estos logros también vinieron acompañados de nuevas pérdidas. El 23 de mayo de 1982, durante otro ataque llevado a cabo por la 1ª División, se produjo la pérdida del A-4Q matrícula 306 y su piloto, en un combate nuevamente caracterizado por la defensa británica.

Como consecuencia de estos enfrentamientos y las pérdidas sufridas, la Flotilla Aeronaval de Ataque quedó reducida a solo cuatro aeronaves operativas: las matrículas 301, 302, 305 y 308. A pesar de esta merma significativa en su capacidad, la unidad continuó cumpliendo su misión en condiciones extremadamente adversas, demostrando la resiliencia y compromiso de sus tripulaciones durante el conflicto.



EA33: 3era Escuadrilla de Caza y Ataque
POMA: portaaviones ARA 25 de Mayo
UT: unidad de tareas

Los ojos en el cielo del Ejército Argentino

lunes, 5 de mayo de 2025

Tácticas antibuque: La grave amenaza de los enjambre de misiles

Enjambres de misiles: La peor amenaza para los portaaviones

Los portaaviones son objetivos enormes, tanto en sentido literal como figurado. En sentido literal, los portaaviones miden un quinto de milla de largo.


por Arí Hashomer || en Zona de guerra




La tecnología antibuque avanzada, como drones y misiles, cuestiona la viabilidad futura de los portaaviones.



La vulnerabilidad creciente de los portaaviones frente a misiles y drones

La viabilidad de los portaaviones, símbolos del poder naval estadounidense, está siendo cuestionada debido a los avances en la tecnología antibuque, como los drones y los misiles. Estos buques enormes y costosos son cada vez más vulnerables a ataques más baratos y sofisticados, particularmente de adversarios como China. En un posible conflicto, la pérdida de un portaaviones sería un golpe significativo, tanto estratégico como psicológico.

Si los portaaviones se vuelven obsoletos, la Armada podría recurrir a buques más furtivos y ágiles, como submarinos y destructores, para mantener su dominio marítimo. A pesar de la importante inversión en nuevas clases de portaaviones, la Armada podría adaptarse y encontrar nuevas formas de proyectar poder si fuera necesario.

Los portaaviones definen el poder de la Marina de Estados Unidos en la actualidad. Pero la Marina existe desde hace 230 años (248 si contamos la Marina Continental) y durante la gran mayoría de ese tiempo, el servicio marítimo no contó con portaaviones. Si los portaaviones se vuelven obsoletos, la Marina probablemente se adaptará y perdurará.



Algunos expertos cuestionan la viabilidad de los portaaviones en los entornos de combate contemporáneos. Gracias a los recientes avances en las tecnologías antibuque, se podrían utilizar equipos relativamente baratos y de baja tecnología para contener o incluso destruir buques de superficie avanzados.

Los drones, por ejemplo, se pueden desplegar en enjambres. Han causado problemas a los buques de guerra estadounidenses exponencialmente más caros y sofisticados en la costa de Yemen. Los misiles antibuque se han vuelto cada vez más eficaces y tienen el potencial de apuntar a los portaaviones y destruirlos.

Los portaaviones son objetivos enormes, tanto en sentido literal como figurado. En sentido literal, los portaaviones miden un quinto de milla de largo. Llevan 5.000 marineros y 100 aviones, y cuestan miles de millones de dólares por unidad. En sentido figurado, los portaaviones son el símbolo del poderío naval y la fortuna general de una nación. Derribar un portaaviones en la era moderna sería una victoria de una importancia que es difícil de calcular.

La estrategia de Estados Unidos ante una posible guerra con China




En una posible guerra contra China, Estados Unidos dependería de los portaaviones para desplegar su poder aéreo en toda la región del Indopacífico. Sin duda, los chinos utilizarían su arsenal de misiles antibuque, así como su creciente flota de submarinos, portaaviones y buques de superficie, para atacar a los portaaviones estadounidenses.

La pérdida de un solo portaaviones sería devastadora para cualquier esfuerzo bélico estadounidense. Francamente, el público estadounidense probablemente no esté preparado para las bajas que implicaría el hundimiento de un portaaviones: potencialmente el doble de vidas que las que se perdieron el 11 de septiembre.

Si por alguna razón la Armada de Estados Unidos tuviera que dejar atrás el portaaviones, el proceso sería engorroso y probablemente lo haría con gran renuencia. En la actualidad, la Armada ha invertido recursos considerables en su flota de portaaviones, una inversión que se ajusta a un tipo de buque que es, sin duda, la piedra angular del servicio.

Posibles adaptaciones de la Armada de Estados Unidos sin portaaviones

Un portaaviones de la clase USS Ford. Foto: Contramaestre de 3ª clase Riley Mc / Dominio público

La Armada confía en que los portaaviones sean los buques del futuro. Pero podría seguir adelante si es necesario y, si el servicio marítimo se enfrenta a una amenaza existencial, se adaptará en consecuencia. El cambio podría consistir en un cambio hacia buques más pequeños, más elegantes y más furtivos.

Más submarinos, por ejemplo, o destructores, buques que serían más difíciles de atacar con drones y misiles antibuque por parte del enemigo, y más difíciles de localizar en primer lugar. La Armada confía en que los portaaviones sean los buques del futuro. Por eso se sienten cómodos invirtiendo 13.000 millones de dólares por barco en el nuevo portaaviones de clase Ford.

Pero si por alguna razón la Armada necesitara dejar atrás el emblemático portaaviones, encontraría la manera.

CAE: Sembrado de buzos en San Rafael con los nuevos 407

Ejercicio de sembrado de buzos en Mendoza

EA




La Sección de Aviación de Ejército de Montaña 8, con sus nuevos helicópteros Bell 407 GXi, brindó apoyo a las ejercitaciones de la Compañía de Ingenieros de Buzos de Ejército 601 en el dique “Los Reyunos”, en la zona de San Rafael.




 

Guerra de Secesión: El segundo sitio del Yorktown – 1862 (1/2)

El segundo sitio del Yorktown – 1862

Parte 1 || Parte 2
Weapons and Warfare




 

Cuando el general McClellan escribió su informe oficial sobre la campaña de la península un año después, seguía indignado. Calificó la retención del Primer Cuerpo de McDowell como un “error fatal” que hizo imposible ejecutar las “rápidas y brillantes operaciones” que había planeado meticulosamente. Lo describió como un golpe sin precedentes en la historia militar, acusando a “un grupo de villanos despiadados” en Washington de conspirar deliberadamente para sacrificarlo a él y a su ejército por la causa del abolicionismo.

McClellan creía que el Primer Cuerpo fue retenido para evitar que capturara Richmond y pusiera fin a la rebelión antes de que los abolicionistas pudieran cambiar el propósito de la guerra de reunificar la Unión a abolir la esclavitud. Afirmó que esta conspiración surgió de la “estupidez y maldad” de sus enemigos en el gobierno. Aunque su teoría de la conspiración no tenía base, McClellan la creía fervientemente. No estaba dispuesto a reconocer sus propios fracasos y culpó a otros, incluido el secretario de Guerra Stanton, a los republicanos radicales e incluso al presidente Lincoln, a quien consideraba un instrumento de Stanton.

McClellan también afirmó erróneamente que contener a McDowell descarriló el rápido comienzo de su campaña. En verdad, ya había detenido el progreso al decidir sitiar Yorktown en lugar de flanquear al enemigo. Su decisión de atrincherarse dictó el ritmo lento de la campaña, no la ausencia del Primer Cuerpo. Según su propio plan, las divisiones de McDowell no habrían llegado a Fort Monroe durante semanas, y su idea original de flanquear Yorktown fue abandonada una vez que se comprometió a asediar.

El 6 de abril de 1862, comenzaron los esfuerzos de reconocimiento con el globo Intrepid, pilotado por Thaddeus S. C. Lowe, y los observadores terrestres exploraron las defensas de Yorktown. Algunos generales, incluido Charles S. Hamilton, presionaron para que se hiciera un reconocimiento en fuerza, creyendo que las defensas enemigas tenían debilidades. Sin embargo, McClellan y sus asesores, entre ellos Fitz John Porter y el ingeniero John Barnard, descartaron la idea por considerarla temeraria. No obstante, el general William F. "Baldy" Smith actuó de forma independiente y ordenó al brigadier Winfield Scott Hancock que investigara la línea del río Warwick. Hancock identificó un punto vulnerable, pero las órdenes de McClellan de detener la acción ofensiva llegaron antes de que se pudiera aprovechar la oportunidad. Smith lamentó que un retraso de sólo dos horas podría haber puesto fin al asedio en su primer día.

Irónicamente, este asalto abortado proporcionó a McClellan información que utilizó para justificar el asedio. Los soldados confederados capturados exageraron su fuerza, afirmando que 40.000 hombres defendían la línea, y que los refuerzos elevaban el total a 100.000. McClellan se tomó en serio esta desinformación e informó a Washington de que sus fuerzas estaban en inferioridad numérica y solicitó más hombres y artillería pesada. Cuando el presidente Lincoln lo instó a atacar, advirtiéndole que la demora favorecería al enemigo, McClellan desestimó la sugerencia, e incluso se burló del presidente en una carta a su esposa.

Mientras tanto, el general confederado Magruder luchaba por mantener su farol. Informó al general Lee que las fuerzas de la Unión habían identificado puntos débiles en su línea y que los refuerzos llegaban demasiado lentamente para hacer frente a la amenaza. A pesar de estas dificultades, la farsa de Magruder continuó deteniendo el avance de la Unión, ya que la vacilación de McClellan y su dependencia de las tácticas de asedio prolongaron la campaña innecesariamente.
Sin embargo, el príncipe Juan no era de los que mostraban abiertamente sus preocupaciones. Con su uniforme completo, con su personal y su escolta, recorrió sus líneas de un extremo a otro, irradiando confianza, animando a sus tropas, luciendo en cada centímetro como un comandante general, o más exactamente en sus circunstancias, en cada centímetro como un actor principal.

Richmond estaba a casi sesenta millas de la escena del conflicto en Yorktown, pero ya había una sensación palpable de crisis en la capital confederada. Se impuso la ley marcial en la ciudad, se prohibió la venta de licor y se cancelaron todos los permisos militares. Se convocó a más milicianos estatales para complementar la media docena de unidades de milicia que ya servían con magruders en la península. Las mujeres de Richmond, respondiendo a un llamado de las autoridades, cosieron 30.000 sacos de arena para los defensores de Yorktown en treinta horas. El Congreso Confederado, reunido en el Capitolio del Estado de Virginia, debatió un proyecto de ley revolucionario para reclutar hombres en el ejército, y el ayuntamiento de Richmond asignó fondos para reforzar las defensas de la ciudad.
Según un periódico sureño, la situación en Yorktown era “tremenda… porque lo que estaba en juego era enorme, y era nada menos que el destino de Virginia”. El editor llegó a comparar el ejército que McClellan estaba reuniendo para marchar sobre Richmond con la Grande Armée que Napoleón había reunido para marchar sobre Moscú cincuenta años antes.

El ánimo de la capital mejoró considerablemente cuando el ejército de Joe Johnston empezó a llegar desde Rapidan. Un desfile constante de las tropas de Johnston comenzó a atravesar la ciudad el 6 de abril, el mismo día en que Magruder comentó
lo lento que le estaba llegando la ayuda. Si bien no hubo un anuncio oficial del hecho, era obvio para todos que el ejército estaba en marcha para encontrarse con McClellan en la península, y los ánimos se elevaron.

“Richmond es una masa de soldados viva y en movimiento, y hoy las calles no muestran nada más que un flujo continuo en su camino hacia Yorktown: infantería, caballería y artillería”, escribió un soldado de Mississippi a su casa.
Los ciudadanos llenaban las ventanas que daban a Main Street y se alineaban en las aceras para
animar a columna tras columna mientras se dirigían a la estación del ferrocarril del río York o a los muelles de Rocketts para pasar por el río James. Las mujeres
les daban la bienvenida con comida, bebidas y ramos de flores. Los hombres respondían
con el grito rebelde, y las bandas de regimiento tocaban “The Bonnie Blue Flag” y
“Maryland, My Maryland” y “Dixie”. El extravagante Robert Toombs, uno de los
fundadores de la Confederación y ahora brigadier del ejército de Johnston, era especialmente notable. Con un aire revolucionario, luciendo un sombrero negro holgado y una bufanda roja, condujo a cada regimiento de su brigada por turnos ante la multitud que lo vitoreaba frente al Hotel Spottswood, asegurándose de que todo Richmond supiera que la brigada de Toombs se dirigía a la guerra.



Las dos primeras brigadas llegaron a Yorktown el 7 de abril, y una tercera al día siguiente. El día 10 llegó otra brigada, y el día 11, tres más. Para esa fecha, la fuerza del general Magruder ascendía a 34.400 hombres, dos veces y media más que la de una semana antes, cuando los federales iniciaron su marcha sobre Yorktown, y finalmente empezó a respirar mejor. El príncipe Juan se expresó completamente sorprendido de que su oponente hubiera “permitido que transcurrieran días
sin un asalto”, pero, no obstante, estaba debidamente agradecido. Joe Johnston estaba igualmente sorprendido. Después de inspeccionar la línea de Warwick y escuchar lo que Magruder tenía que decir sobre esos primeros días del asedio, le dijo al general Lee: "Nadie más que McClellan podría haber dudado en atacar".

El 11 de abril, siguiendo el ejemplo del general Magruder en el acantilado, el Merrimack apareció de repente de entre la neblina matinal y avanzó lenta y amenazadoramente hacia el escuadrón federal en Hampton Roads. “Se oyó el grito: ‘¡Ahí viene el Merrimack!’”, escribió un cronista del Norte.
“… La dispersión de buques que se produjo fue todo un espectáculo:
las radas estaban llenas de transportes de todo tipo, a vapor y a vela, y los que estaban más arriba se pusieron en marcha a toda prisa”. El Monitor y sus consortes se prepararon para la batalla, tratando de atraer al monstruo más profundamente en la rada para dar a los buques que embestían el espacio en el mar que necesitaban para hacer sus ataques contra el enemigo. Por el contrario, el comandante del Merrimack, el oficial de bandera Josiah Tattnall, estaba decidido a atraer al Monitor hacia las estrechas aguas de la bahía superior, enfrentarse a él allí y capturarlo. Sabía de los Yankee Rams y se le oyó decir que no iba a salir a aguas enemigas "para que le dieran puñetazos. La batalla debe librarse allí arriba".

Fue idea de Tattnall que los marineros de sus cañoneros de escolta se acercaran al acorazado Yankee, lo abordaran, atascaran la torreta con cuñas, lo cegaran arrojando una lona húmeda sobre la cabina del piloto y ahumaran a su tripulación arrojando desechos de algodón empapados en trementina por los ventiladores. Tattnall esperaba perder la mitad de sus cañoneros en el intento; el oficial de bandera Goldsborough esperaba perder la mitad de su escuadrón de embestidas si se enfrentaba.
Hora tras hora, los contendientes fintaban, se desafiaban e intercambiaban disparos al azar a larga distancia, pero ninguno de los comandantes renunciaría a su plan táctico y, por fin, el Merrimack regresó a su guarida en Norfolk. El enfrentamiento se repetiría varias veces en las semanas siguientes. Con la sola amenaza, el Merrimack logró proteger Norfolk, sellando el paso al James y neutralizando todos los buques de guerra importantes de la escuadra federal.

El general Johnston llegó por primera vez a Richmond desde el Rapidan el 12 de abril, donde fue recibido por el presidente Davis con nuevas órdenes. El Ejército de la Península de Magruder y el mando de Huger en Norfolk se incorporaron así al mando de Johnston, que en estas órdenes se denominó oficialmente Ejército de Virginia del Norte. Esto debería haberlo convertido, a los ojos de la historia, en el famoso primer comandante del más famoso de los ejércitos confederados, pero Joe Johnston
nunca sería un general bendecido por la fama, y ​​su nombre, en contraste con el de Robert E. Lee, nunca se asociaría automáticamente con ese gran ejército. El propio Johnston prefirió seguir llamando a su mando Ejército del Potomac, como si fuera un desafío deliberado al ejército federal del mismo nombre. Algunos de los que se comunicaron con Johnston en estas semanas utilizaron un nombre para su ejército y otros, otro; Jefferson Davis incluso se dirigió a él como comandante del Ejército de Richmond. A pesar de estas excentricidades, a la mayoría de la gente le parecía más conveniente llamar al ejército que ahora defendía Yorktown el Ejército de Virginia del Norte.

Joseph E. Johnston era un hombre de naturaleza crítica, rara vez satisfecho con sus circunstancias, siempre calculando primero los riesgos antes que las ganancias. Se contaba una historia sobre él en una salida de caza de urogallos antes de la guerra.
Johnston era conocido por ser un tirador de primera, pero en la caza, no parecía poder encontrar el momento perfecto: los pájaros volaban demasiado alto o demasiado bajo, los perros no estaban bien posicionados y las probabilidades de un tiro seguro nunca eran las correctas. Sus compañeros dispararon sin parar y terminaron el día con la bolsa llena; Johnston quedó en blanco. "Era demasiado quisquilloso, demasiado difícil de complacer, demasiado cauteloso..."

Lo mismo se podría decir de él cuando inspeccionó la línea del general Magruder en Yorktown. Johnston dijo que, sin duda, había que elogiar a Magruder por sus esfuerzos, pero todo estaba mal en su posición: la línea estaba incompleta y mal trazada; era puramente defensiva, sin posibilidades de una ofensiva; la artillería era inadecuada; los federales, con su superioridad naval y armamentística, seguramente doblarían uno o ambos flancos. En la mañana del 14 de abril, Johnston estaba de regreso en Richmond y entregaba su sombrío informe al presidente Davis. Quería abandonar Yorktown inmediatamente y retroceder a Richmond, para poder luchar mejor contra el ejército enemigo. Davis convocó un consejo de asesores para abordar esta cuestión trascendental. Hizo que el general Lee y el secretario de Guerra Randolph se unieran a ellos, mientras que Johnston trajo a sus dos generales superiores, Gustavus W. Smith y James Longstreet. En la oficina del presidente en la Casa Blanca confederada, desde las once de la mañana hasta la una de la mañana siguiente, con sólo un descanso para la hora de la cena, los seis debatieron la estrategia adecuada para enfrentar a los invasores.

En conjunto, poseían un notable conocimiento personal del general que se les oponía. Lee había estado al mando del joven teniente McClellan en el Cuerpo de Ingenieros durante la Guerra Mexicana, y Longstreet también lo había conocido en el antiguo ejército. Joe Johnston había sido amigo íntimo de McClellan en la década anterior a la guerra, y G. W. Smith su amigo más cercano.
Como oficial subalterno, McClellan fue el protegido del entonces secretario de guerra Jefferson Davis. El señor Davis, recordó Longstreet, tomó nota especial de los “altos logros y capacidad” del general McClellan.

Repitiendo sus argumentos para abandonar la línea de Yorktown, Johnston instó a que todas las fuerzas de su mando y las de Magruder en la península y las de Huger en Norfolk, reforzadas por tropas de guarnición de las Carolinas y Georgia, se concentraran en Richmond para una batalla decisiva contra el ejército invasor. Alternativamente, propuso dejar que Magruder mantuviera Yorktown durante el mayor tiempo posible mientras el resto del ejército marchaba hacia el norte para amenazar a Washington y (como lo expresó Longstreet) "llamar a McClellan a su capital". Longstreet predijo que McClellan, siendo un ingeniero militar de mente cautelosa, no estaría preparado para asaltar Magruder antes del 1 de mayo. Smith agregó su apoyo al plan de Johnston y presionó firmemente para una invasión del Norte que no se detendría en Washington sino que continuaría hasta Baltimore, Filadelfia y Nueva York.

Randolph y Lee tomaron una táctica opuesta. Randolph señaló que renunciar a Yorktown también significaría renunciar a Norfolk y su importante astillero, donde se estaban construyendo acorazados y cañoneras y donde estaba basado el Merrimack. Lee se sumó al argumento de seguir manteniendo la península inferior, principalmente por el tiempo que les permitiría ganar: tiempo para completar la difícil transformación del ejército voluntario de un año de la Confederación en un ejército “para la guerra”; tiempo para comenzar a ampliar ese ejército mediante la ley de reclutamiento que estaba siendo aprobada por el Congreso; y tiempo para impedir el llamado de refuerzos de otras áreas. Advirtió que despojar inmediatamente a las Carolinas y Georgia de tropas conduciría muy probablemente a la pérdida de Charleston y Savannah. En cualquier caso, dijo Lee, la península inferior era muy adecuada defensivamente para luchar contra los yanquis.

El debate continuó hora tras hora hasta que se agotaron todos los argumentos -y todos los participantes- y entonces el Sr. Davis anunció su decisión. Johnston debía trasladar el resto de su ejército (las tropas de Smith y Longstreet) a Yorktown y resistir allí durante el tiempo que fuera posible. Cualquiera que fuera lo que el general McClellan consiguiera en la península, tendría que luchar por ello. Joe Johnston aceptó la decisión sin protestar. Más tarde escribió que sabía que Yorktown sólo podría mantenerse durante un tiempo antes de que el gobierno aceptara su plan de replegarse sobre Richmond; eso, dijo, “me hizo reconciliarme un poco con la necesidad de obedecer la orden del presidente”.

Los dos ejércitos se atrincheraron y el asedio de Yorktown se convirtió en una rutina a veces mortal, pero más a menudo aburrida. Los refuerzos aumentarían el número de hombres involucrados a 169.000, y los federales disfrutaron de una superioridad final de casi exactamente dos a uno. En el lado confederado, los reductos y trincheras de Magruder, incluidos algunos cavados por primera vez por los casacas rojas de Cornwallis en 1781, se ampliaron y profundizaron y se reforzaron los puntos débiles, utilizando mano de obra esclava obtenida de las plantaciones de la península. Al comenzar sus fortificaciones y líneas de trincheras desde cero, las tropas federales tuvieron que hacer gran parte del trabajo pesado, que se multiplicó por la decisión de McClellan de colocar 111 de las piezas de asedio más grandes del arsenal de la Unión para abrirse paso a través de las defensas de Yorktown.

McClellan explicó que tenía una opción: un acceso “bloqueado por un obstáculo infranqueable bajo fuego” –el río Warwick– “y otro que es transitable pero completamente barrido por la artillería. Creo que tendremos que elegir lo segundo y reducir su artillería al silencio”. Le pidió a su esposa sus libros sobre el asedio de Sebastopol en Crimea, que había estudiado intensamente. Al planificar el asedio de Yorktown, le dijo: “Creo que estoy evitando los errores de los aliados en Sebastopol y preparando silenciosamente el camino para un gran éxito”.

Día tras día, en un punto u otro del terreno en disputa en este paisaje enormemente marcado por las cicatrices, se producían intercambios entre piquetes, tiradores o artilleros. “Apenas hay un minuto en el día en que no se pueda oír ni el estampido de una pieza de campaña ni la explosión de un proyectil, ni el estallido de un fusil”, escribió el teniente coronel Selden Connor del 7.º de Maine.
En una carta a su casa, el teniente Robert Miller, del 14.º Regimiento de Luisiana, describió una de estas oleadas de disparos. Los proyectiles yanquis, escribió, “nos llegan unos segundos antes del estallido… de modo que lo primero que oímos de ellos es un silbido agudo, distinto a todo lo que usted o yo hemos oído antes, seguido del chasquido agudo de la bomba, el silbido de las pequeñas bolas como abejorros, y después el estallido… pero todo se produce casi al mismo tiempo, por lo que se necesita un oído muy fino para distinguir cuál es el primero”.
El teniente Miller contó 300 proyectiles disparados contra su sector en un período de veinticuatro horas; milagrosamente, las únicas bajas fueron tres hombres heridos.

“Creo que si hay alguien en el mundo que cumple el mandato del Apóstol de ‘todo lo soporta’ y ‘todo lo soporta’, ese es el soldado”. Así, Wilbur Fisk, del 2.º Regimiento de Vermont, iniciaba su carta semanal al periódico de su ciudad natal el 24 de abril. En el mejor de los casos, la vida en las trincheras significaba un aburrimiento sin fin. “Este es el lugar más aburrido que he visto nunca, nada que te saque de la monotonía opresiva salvo una falsa alarma ocasional…”, escribió con amargura Oscar Stuart, del 19.º Regimiento de Mississippi, después de tres semanas en las filas. “Me temo que nos quedaremos en este pantano abominable durante mucho tiempo sin luchar”. Otro de Mississippi, Augustus Garrison, dijo que después de un tiempo los chicos empezaron a desear una herida superficial agradable y segura, una que los llevara a casa y “que pudieran mostrarles a las chicas”. Su amigo Pink Perkins recibió su herida superficial, señaló Garrison, al ser cortado en la cadera por un trozo de proyectil, “lo cual fue muy doloroso pero que no pudo mostrarle a ninguna de las hermosas”.

La vida en las trincheras era peor durante los períodos de clima miserable que marcaron estas semanas de abril. Los soldados enviaban cartas a casa con las fechas “Camp Muddy” y “Camp Misery”. Un georgiano de la brigada de Toombs, que había marchado tan alegremente por Richmond unos días antes, registró en su diario una noche oscura en particular en la que su brigada tuvo que agacharse durante doce horas en una trinchera anegada hasta las rodillas en el barro y el agua mientras una lluvia fría caía sobre ellos sin cesar. En mitad de la noche, se oyó una alarma y muchos disparos, y al amanecer descubrieron a dos de sus hombres gravemente heridos y uno muerto, los tres, se decidió, muertos a tiros accidentalmente por sus camaradas. “Fue una noche que recordaré durante mucho tiempo, no solo yo, sino todos los que estábamos en ese agujero desagradable”, escribió.

La mayoría de las veces, los asesinatos eran aleatorios y sin propósito. Otro diarista, el teniente Charles Haydon del 2.º de Michigan, estaba fuera de servicio un día y muy por detrás de las líneas cuando vio a un soldado que caminaba solo y sin rumbo por un campo vacío. Sin previo aviso, un proyectil estalló sobre la cabeza del hombre y lo mató instantáneamente. Fue el único proyectil confederado disparado a una milla de ese lugar durante todo el día. “Algunos hombres parecen nacidos para que les disparen”, decidió Haydon.

Sin duda, la tarea de asedio más peligrosa era la línea de piquetes avanzada, que exigía mantener una estrecha vigilancia sobre el enemigo y, al mismo tiempo, evitar convertirse en el objetivo de un francotirador. El capitán William F. Bartlett del 20.º Regimiento de Massachusetts, al mando de una compañía asignada al servicio de piquetes cada tres días, expresó una queja universal cuando lo calificó de “una tarea muy desagradable. No hay gloria en que te dispare un piquete detrás de un árbol. Es una lucha india normal”. Cuatro días después de escribir esto, Bartlett sufrió una destrozada rodilla por la bala de un tirador y tuvieron que amputarle la pierna.

Al principio del asedio, los tiradores de la Unión tenían una clara ventaja en esta contienda mortal, y cualquier rebelde que se mostrara podía recibir una bala. Entre las unidades del Ejército del Potomac había un regimiento de tiradores reclutados por el coronel Hiram Berdan que contenía tiradores expertos armados con rifles especiales, entre ellos, finamente elaborados y equipados con miras telescópicas. “Nuestros tiradores de primera hacen travesuras con ellos cuando salen a la luz del día”, le dijo uno de los hombres de Berdan a su esposa.

domingo, 4 de mayo de 2025

FAA: GOE estrenando nuevo equipo norteamericano

Hace un año el GOE de la Fuerza Aérea Argentina estrenaba sus nuevos sistemas de armas Daniel Defense DDM4A1 RIS III, DDMK18 RIS III, y sus ametralladoras M249P adquiridas en la senda de modernizacion y estandarización del Comando Conjunto de Fuerzas de Operaciones Especiales.

sábado, 3 de mayo de 2025

Malvinas: El controvertido hundimiento del ARA Gral Belgrano

El hundimiento del General Belgrano: un capítulo polémico en la historia naval


El 2 de mayo de 1982, el submarino británico HMS Conqueror hundió al crucero argentino ARA General Belgrano. Se trata de uno de los incidentes más controvertidos de la historia naval.

El suceso, que provocó la pérdida de más de 300 vidas, desató acalorados debates sobre la legalidad y proporcionalidad del ataque.


Las Malvinas

La Guerra de las Malvinas estalló en 1982 cuando Argentina, bajo la junta militar encabezada por el general Leopoldo Galtieri, invadió las Islas Malvinas, un territorio británico de ultramar. El conflicto se desarrolló en un contexto de disputas históricas y ambiciones políticas. Argentina había reclamado durante mucho tiempo la soberanía sobre las Malvinas, basándose en precedentes históricos y la proximidad geográfica. Los británicos, por otro lado, mantuvieron su soberanía sobre las islas y han estado presentes allí desde el siglo XIX.

ARA General Belgrano.

Históricamente, las Islas Malvinas han sido objeto de reclamos territoriales en pugna entre Argentina y el Reino Unido. Las islas están ubicadas en el Océano Atlántico Sur, aproximadamente a 300 millas (480 kilómetros) de la costa de América del Sur. Constan de dos islas principales, Malvina Oriental y Malvina Occidental, junto con numerosas islas más pequeñas.

El gobierno británico, a 12.800 kilómetros de distancia, bajo el mando de la primera ministra Margaret Thatcher, respondió rápidamente a la invasión argentina. Se envió una fuerza de tareas militares, compuesta por buques de guerra, tropas y apoyo aéreo, para recuperar las islas. El conflicto marcó el primer enfrentamiento militar importante entre dos potencias modernas desde la Segunda Guerra Mundial.

El contexto histórico y político que rodeó la Guerra de las Malvinas proporciona un marco para comprender las circunstancias que llevaron al hundimiento del Belgrano.

El General Belgrano

La Armada Argentina jugó un papel importante en la Guerra de las Malvinas, siendo el crucero General Belgrano uno de sus activos clave. El Belgrano, originalmente un buque de la Armada de los Estados Unidos llamado USS Phoenix, fue adquirido por Argentina en 1951 y sirvió como un orgulloso símbolo del poder naval del país.


El USS Phoenix en Pearl Harbor, 1941.

Como buque de guerra de la Segunda Guerra Mundial, el General Belgrano poseía una considerable potencia de fuego y capacidades. Era un crucero armado con quince cañones de 6 pulgadas, torpedos y defensas antiaéreas. El barco tenía una larga y distinguida historia, incluida su participación en la Batalla del Río de la Plata durante la Segunda Guerra Mundial.

El hundimiento del Belgrano

A fines de abril, la fuerza de tareas británica llegó a las Islas Malvinas e implementó una Zona de Exclusión Total (TEZ). En virtud de esta medida, la Marina Real designó un área que abarca 200 millas náuticas (230 millas, 370 km) desde el centro de las Malvinas como parte de la zona de conflicto activo. Se comunicó un mensaje claro a todos los barcos y aeronaves, independientemente de su nacionalidad, de que ingresar a la TEZ implicaba el riesgo de ser atacado sin previo aviso.

Un mapa de las Malvinas, que muestra la Zona de Exclusión Total.

En la tarde del 2 de mayo de 1982, el submarino británico HMS Conqueror, bajo el mando del capitán Christopher Wreford-Brown, había estado siguiendo al crucero argentino durante algún tiempo, monitoreando sus movimientos y evaluando las posibles amenazas a las fuerzas navales británicas. El Belgrano estaba acompañado por dos destructores. Los tres buques estaban fuera de la ZTE y se dirigían hacia el oeste, alejándose de las Malvinas.

Alrededor de las 15:00 horas, el HMS Conqueror disparó tres torpedos Mark VIII hacia el crucero argentino. Dos de los torpedos impactaron con éxito al Belgrano, causándole graves daños.

El HMS Conqueror regresa de las Malvinas.

Como consecuencia de los impactos de los torpedos, el Belgrano comenzó a hacer agua rápidamente. Los esfuerzos por controlar la inundación y estabilizar el buque se vieron obstaculizados por la magnitud de los daños sufridos. El crucero se inclinó hacia babor y a las 16:24 horas, el capitán del Belgrano dio la orden de abandonar el buque.

Los dos barcos que estaban con el Belgrano no supieron qué había pasado con el buque y continuaron su rumbo hacia el oeste.


Durante los dos días siguientes se realizó un esfuerzo de rescate para salvar a los sobrevivientes: barcos argentinos y chilenos sacaron del mar a 772 hombres.

El número exacto de víctimas del naufragio del Belgrano es tema de debate. Las cifras oficiales indican que 323 marinos argentinos perdieron la vida en el incidente.

Controversia

El hundimiento del General Belgrano ha sido objeto de mucho debate y controversia, incluidas discusiones sobre la legalidad y la clasificación del ataque como crimen de guerra.

Desde la perspectiva británica, el hundimiento del Belgrano se consideró una acción militar legal. El gobierno británico justificó el ataque basándose en la amenaza potencial que el crucero representaba para sus fuerzas navales. Argumentaron que el Belgrano era un objetivo militar legítimo y que su hundimiento era una respuesta proporcionada para garantizar la seguridad de sus propias fuerzas.

Por otra parte, los críticos de la acción británica sostienen que el hundimiento del General Belgrano constituyó un crimen de guerra. Sostienen que el ataque violó el principio de proporcionalidad, ya que la pérdida de vidas resultante del hundimiento superó la amenaza potencial que representaba el crucero en el momento del ataque. Argumentan que el barco se estaba alejando de la zona de conflicto y, por lo tanto, no representaba una amenaza inmediata para las fuerzas británicas.

La clasificación de un acto como crimen de guerra suele quedar dentro del ámbito de aplicación de los marcos jurídicos internacionales, como las Convenciones de Ginebra y el derecho internacional consuetudinario. Estos marcos establecen directrices y principios para la conducción de los conflictos armados y definen los crímenes de guerra como violaciones graves de esas normas.

El ARA General Belgrano se hunde tras el ataque.

En el caso específico del hundimiento del Belgrano, ningún tribunal internacional se ha pronunciado formalmente sobre si constituyó un crimen de guerra. Por lo tanto, la cuestión de si el hundimiento puede considerarse un crimen de guerra sigue siendo objeto de interpretación y debate jurídicos.

Es esencial reconocer que existen diferentes perspectivas e interpretaciones sobre la legalidad y la moralidad del ataque. Estos debates ponen de relieve las complejidades que rodean la aplicación del derecho internacional humanitario en los conflictos armados y los desafíos que plantea determinar la legalidad de las acciones militares, especialmente en situaciones dinámicas y de alta presión como las de guerra.


Conclusión

El conflicto de las Malvinas finalizó oficialmente el 14 de junio de 1982, con la rendición de las fuerzas argentinas. El conflicto duró un total de 74 días, del 2 de abril al 14 de junio de 1982. Después de una serie de enfrentamientos militares, que incluyeron batallas terrestres, enfrentamientos navales y ataques aéreos, las fuerzas británicas recuperaron con éxito las Islas Malvinas, poniendo fin de manera efectiva a las hostilidades. La junta militar argentina, al mando del general Leopoldo Galtieri, anunció la decisión de rendirse y las fuerzas británicas tomaron el control de las islas.

En el contexto de la historia naval, el hundimiento del General Belgrano es un triste testimonio del poder destructivo de la guerra moderna y del profundo costo humano que puede generar. Su legado perdura en forma de debates actuales sobre la ética militar, las reglas de enfrentamiento y el camino hacia la resolución de conflictos.

ARA: Los autores comentan "Cinco días decisivos"