viernes, 5 de marzo de 2021

FF.AA. Argentinas: ¿Una élite sin poder?

El Ejército Argentino actual: una elite sin poder

Por Máximo Badaró || Voces en el Fénix

A partir del retorno de la democracia y con el fracaso de la última insurrección en 1990, esta fuerza perdió la preeminencia política que la había caracterizado desde los años ’30. Minada por las sucesivas crisis económicas y los recortes presupuestarios, experimentó transformaciones internas que, sin embargo, no supusieron un proyecto integral de reforma.



¿Decadencia o reconversión?

La historia del Ejército Argentino en las últimas dos décadas podría leerse como la historia de una elite de poder en progresiva decadencia. Se trata de un proceso marcado por el debilitamiento de las prerrogativas políticas, el prestigio social y los recursos materiales con los que esta institución militar contó a lo largo de casi todo el siglo XX. Y también por la drástica pérdida de su influencia en los diversos ámbitos de la vida pública e institucional argentina donde los uniformados tuvieron una fuerte presencia: el gobierno, la seguridad, la defensa, la economía, la educación, la religión y múltiples dependencias de la burocracia estatal.

Luego de haberse consolidado como un actor clave de la vida nacional desde los años 1930 hasta la caída desordenada de la última dictadura, los militares intentaron encontrar su lugar en el nuevo escenario democrático. Hasta finales de la década de 1980, las autoridades del Ejército Argentino mantuvieron una postura defensiva y corporativa que buscaba garantizar su inserción en el nuevo régimen democrático sin que se produjesen grandes alteraciones en su vida institucional interna. Pero la determinación del gobierno de Carlos Menem en el sofocamiento del último levantamiento militar carapintada, el 3 de diciembre de 1990, que dejó numerosos muertos y heridos entre militares y civiles, puso en jaque este comportamiento corporativo. La reacción de Menem neutralizó las resistencias militares al control civil y redefinió radicalmente el vínculo del Ejército con el gobierno nacional.

Después del último levantamiento carapintada, Menem sometió al Ejército Argentino a un riesgoso juego de seducción, concesiones y castigos que, combinado con constantes ajustes presupuestarios, socavó las históricas resistencias de las jerarquías militares a subordinarse al poder político. De hecho, muchas de las transformaciones más profundas que el Ejército Argentino realizó en su estructura interna a partir de los años noventa respondieron al impacto que las rebeliones carapintada provocaron en su vida institucional. El fracaso del último levantamiento militar también desplazó al Ejército Argentino de los grandes escenarios de la vida política e institucional del país. Y esta pérdida de protagonismo se agudizó con el correr de los años.

Es cierto que entre 1990 y 2010 la Argentina vivió situaciones que colocaron a la institución militar en el centro de las tapas de los diarios, despertando alertas en diferentes sectores políticos y sociales del país: testimonios de militares sobre violaciones a los derechos humanos en los años setenta, declaraciones altisonantes de algunos jefes militares sobre aquel período o sobre las políticas de defensa de los gobiernos democráticos, el asesinato del soldado Omar Carrasco en 1994, relaciones turbias entre militares, políticos y empresarios, casos de espionaje militar ilegal y hechos de corrupción. Pero estas situaciones nunca alcanzaron la trascendencia política y pública que la “problemática” o la “cuestión” militar había tenido en la década de 1980.

En las últimas décadas las ambivalencias del campo político argentino ante las temáticas de la defensa resintieron los procesos de institucionalización de la conducción civil de las Fuerzas Armadas. En términos generales las políticas de defensa de los gobiernos democráticos han sido espasmódicas, cortoplacistas y oportunistas o impulsaron transformaciones que quedaron a mitad de camino, atrapadas en las contracciones ideológicas, el desinterés y las urgencias coyunturales de la vida política argentina. Estas indefiniciones políticas posibilitaron que, al menos hasta mediados de la década del 2000, las autoridades militares contaran con amplios márgenes de autonomía de los gobiernos civiles para implementar modificaciones en la vida interna de la institución militar. Entre estas modificaciones se destacan la incorporación de programas de formación universitaria en la educación militar; la apertura de todos los estamentos militares al ingreso de mujeres; la drástica reducción del recurso a los movimientos corporales como sanción disciplinaria; la flexibilización de los criterios de autoridad y disciplina entre las jerarquías; la reducción de los controles institucionales formales e informales de las relaciones entre la vida castrense y familiar de los uniformados.

Iniciadas a fines de la década de 1990, estas importantes transformaciones internas podrían interpretarse no solo como indicadores de la decadencia del poder político del Ejército Argentino, sino más bien como signos de su reconversión institucional. El Ejército buscaba activamente adaptarse a los nuevos escenarios políticos, sociales e institucionales para resguardar o acumular alguna cuota de influencia en las esferas de poder de la Argentina. Pero estas modificaciones internas no suponían un proyecto integral de reforma militar. Lo que prevaleció en las jerarquías militares fue una voluntad de cambio que no estuvo acompañada de proyectos sólidos y compartidos por todos los uniformados, y que dieron lugar a una combinación de reformas profundas y cambios cosméticos realizados a un ritmo desacompasado de marchas y contramarchas en el marco de recortes presupuestarios y crisis de reclutamiento, de una constante búsqueda de supervivencia institucional y de intentos de redefinición de su imagen pública.

Transformaciones por default

Los procesos de decadencia y de reconversión del poder del Ejército Argentino no respondieron únicamente a las políticas de los gobiernos democráticos o a las estrategias de cambio impulsadas por la institución militar, sino también, y sobre todo, a las diferentes coyunturas económicas y sociales de la Argentina. El Ejército no es una isla social ni un Estado dentro de un Estado, sino una institución que se nutre de los fuertes vasos comunicantes que la vinculan con la vida social y la estructura estatal del país. Por lo tanto, durante las últimas décadas los militares estuvieron expuestos a las crisis económicas, sociales e institucionales que afectaron al conjunto de la sociedad argentina. Para muchos militares, sobre todo para las generaciones más jóvenes, el aumento de su precariedad económica y profesional redundó en una mayor conciencia de su igualdad de estatus con la mayoría de los ciudadanos argentinos igualmente afectados por estas crisis.

Los avances en el reconocimiento de esta igualdad de estatus simbólico y moral entre Ejército y sociedad sembraron el terreno para una ciudadanización de los militares. Y si bien las transformaciones en el sistema educativo y disciplinario del Ejército, la incorporación de mujeres en sus filas y la mayor compatibilización de las exigencias profesionales con la vida familiar contribuyeron a este proceso, los mayores disparadores de la ciudadanización del personal militar fueron las crisis económicas e institucionales del país en las últimas décadas.

Si el Ejército Argentino ha cambiado esto se debió más a las transformaciones de la sociedad argentina que a sus políticas de reformas internas o a políticas gubernamentales.

La mayor o menor aceptación, tolerancia o rechazo que los militares manifiestan hacia el autoritarismo, la violencia y las visiones antidemocráticas están estrechamente asociadas al lugar que estas dimensiones ocupan en diferentes sectores de la sociedad argentina. Es difícil que una institución militar consustanciada con valores democráticos prospere en una sociedad en la que estos valores carecen de consenso y legitimidad. Del mismo modo, en la actualidad son sumamente escasas las posibilidades de supervivencia de una institución militar que se proponga atentar contra un sistema político que goce de consenso y legitimidad popular o que funcione de acuerdo con normas y valores radicalmente diferentes a los patrones culturales dominantes de la sociedad de la que los militares forman parte.

¿Una elite sin poder?

Para quienes reivindican la actuación del Ejército Argentino en diferentes momentos de la historia argentina, esta institución encarna valores morales asociados con la patria, la religión, el honor, el orden y la disciplina: el Ejército como una “reserva moral de la nación”, una imagen ampliamente difundida en la sociedad argentina, que surgió a comienzos del siglo XX, se consolidó en la década de 1960 y perduró sin grandes modificaciones hasta mediados de la década de 1980, cuando la restauración de un gobierno democrático reveló los crímenes cometidos por las fuerzas armadas argentinas durante la última dictadura militar y puso en crisis la asociación del Ejército con las ideas de moralidad y honor.

La concepción del mundo militar que asigna al Ejército una misión civilizadora y una superioridad moral respecto del resto de los ciudadanos también continúa teniendo cierta pregnancia en algunos sectores sociales y políticos de la Argentina, tal como lo atestiguan los pedidos para restablecer el servicio militar obligatorio como medida para paliarlas altas tasas de desocupación, la crisis educativa, las adicciones o las conductas delictivas entre los jóvenes, que suelen aparecer de tanto en tanto en el espacio público, sobre todo en tiempos de crisis económica.

El reconocimiento del Ejército Argentino como una institución de prestigio y exclusividad social también aparece en muchos grupos de los sectores bajos de las clases medias y los sectores populares, para quienes la incorporación a las filas militares muchas veces representa una vía de acceso rápido a una actividad laboral estable y la posibilidad de adquirir prestigio y reconocimiento social en su entorno social. Asimismo, para los sectores sociales que viven en lugares alejados de los centros urbanos, la imagen del Ejército también está asociada con la asistencia estatal, como la provisión de agua potable, medicamentos, mercaderías y materiales o con el socorro en situaciones de catástrofes naturales como inundaciones, sequías y terremotos.

Las representaciones que destacan la excepcionalidad moral, el prestigio y la exclusividad social del Ejército Argentino conviven con otras muy persistentes que lo asocian con la dictadura, el autoritarismo y el terrorismo de Estado, y que muchas veces también lo presentan como una organización aislada, cerrada, homogénea y elitista. A lo largo de su historia reciente el Ejército Argentino ha contribuido a la elaboración de esta última imagen y muchos sectores políticos y sociales lo han acompañado en esta tarea. Desde el restablecimiento de la democracia en 1983 hasta la actualidad, las autoridades militares argentinas no se han cansado de repetir que el Ejército es “uno e indivisible”, mientras los medios de comunicación, los análisis académicos y diferentes sectores de la sociedad argentina no han dudado en interpretar cualquier comportamiento de los militares como un reflejo de una supuesta mentalidad elitista y corporativa.

En el Ejército Argentino, el espíritu de elite y de distinción moral continúa estando presente, sobre todo en el cuerpo de oficiales. Y esta persistencia está ligada tanto a la historia y a las arraigadas tradiciones de esta institución, como al hecho de que la actividad militar posee particularidades que la distinguen de otras profesiones y actividades laborales, como es la posibilidad de perder la vida en su ejercicio y una formación profesional basada en las figuras del sacrificio personal en favor de entidades como la patria o la nación.

De todos modos, es importante señalar que en las últimas dos décadas la persistencia de esta concepción de la profesión militar se ha visto constantemente amenazada por las necesidades mundanas que impusieron en la vida cotidiana de las unidades militares las crisis salariales, la precariedad del equipamiento, las crisis de reclutamiento y las bajas de personal, entre otras dimensiones. Y a esto se agrega el hecho de que el Ejército Argentino es una institución cada vez más heterogénea y diversa tanto en términos de los orígenes de clase y género, de las trayectorias profesionales, las experiencias individuales y los arreglos familiares de sus integrantes como también de sus vínculos institucionales con diferentes sectores sociales. En la vida interna del Ejército resuenan las transformaciones, tensiones y dilemas sociales y culturales de la Argentina actual.

De allí que, si el Ejército Argentino actual tuviera que observarse bajo el prisma de su condición de institución de elite, la caracterización más apropiada sería la de una elite heterogénea y sin poder político. Se trata de una institución que se encuentra constantemente acechada por su impotencia. Esto responde al debilitamiento de su capacidad bélica, sus recursos económicos y materiales y su capacidad de influencia política y social, como también a los cambios en las estrategias de reproducción de poder de las elites sociales, políticas y económicas argentinas con las que el Ejército había establecido alianzas a lo largo de su historia.

En este contexto, las políticas gubernamentales y castrenses de formación de nuevas generaciones de militares han tenido que hacer frente a las frecuentes crisis de identidad profesional de los uniformados. Entre 2006 y 2010 el Ministerio de Defensa de la Argentina estuvo a cargo de la Dra. Nilda Garré. La mayoría de los análisis coinciden en señalar que su gestión produjo avances significativos en la institucionalización de la conducción civil de la defensa, contribuyendo a revertir la tendencia que habían mostrado las gestiones anteriores a delegar en los militares las funciones civiles del gobierno político de la defensa. Estos avances se manifestaron tanto en el plano normativo y político como en la injerencia de las autoridades civiles en el planeamiento, ejecución y control de diferentes aspectos de la vida interna de las instituciones militares, como la educación y las doctrinas, sobre las cuales las Fuerzas Armadas poseían un amplio margen de autonomía.

La temática de los derechos humanos y la figura del “ciudadano militar” fueron las principales herramientas conceptuales con las que la ministra Garré intentó modificar las normas, pautas culturales y tradiciones institucionales del ámbito militar. Mientras su gestión produjo importantes transformaciones en el plano político y doctrinario de la defensa, los avances en el plano material fueron más limitados: los salarios, el equipamiento y la capacidad operativa de las Fuerzas Armadas mantuvieron niveles sumamente críticos, con algunas excepciones en la revitalización de áreas de la industria aeronáutica y naval del sector militar.

El interrogante que todavía permanece abierto es el de saber si estas políticas han logrado reencantar la identidad militar. En el plano de sus vidas individuales y familiares, los hombres y las mujeres que integran el Ejército Argentino son ciudadanos plenos de la vida democrática de la Argentina. El desafío actual de las autoridades políticas y militares consiste en fortalecer los mecanismos institucionales que garanticen la ampliación de esta condición al plano profesional de la actividad militar.

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jueves, 4 de marzo de 2021

SGM: El uso de fusiles capturados por parte de los soviéticos

El uso de rifles y ametralladoras alemanas capturadas en la URSS

Revista Militar






En el momento del ataque a la URSS, las acciones del escuadrón de infantería de la Wehrmacht se basaron en la ametralladora MG34, que fue servida por tres personas. Los suboficiales podrían estar armados con metralletas MP28 o MP38 / 40, y seis tiradores con rifles K98k.

Cargador rifle K98k

Durante la Segunda Guerra Mundial, la mayor parte de los soldados de infantería alemanes estaban armados con rifles Mauser 7,92k de 98 mm, que en fuentes alemanas fueron designados como Karabiner 98k o K98k. En eso оружиеadoptado en 1935, se utilizaron las soluciones exitosas de los rifles Standardmodell (Mauser Modelo 1924/33) y el Karabiner 98b, que, a su vez, se desarrollaron sobre la base del Gewehr 98. A pesar del nombre Karabiner 98k, esta arma era en realidad un rifle de pleno derecho y no era mucho más corto nuestro "Mosinka".

En comparación con el Gewehr 98 original, que entró en servicio en 1898, el rifle K98k mejorado tenía un cañón más corto (600 mm en lugar de 740 mm). La longitud de la culata se redujo ligeramente y apareció un hueco para la manija del cerrojo doblada hacia abajo. En lugar de los giratorios Gewehr 98 de "infantería" en el K98k, el giratorio delantero se combina en una sola pieza con el anillo de culata trasero, y en lugar del giratorio trasero hay una ranura pasante en la culata. Después de cargar el cargador con cartuchos, comenzó a ser expulsado cuando se cerró el obturador. Se introdujo una nueva bayoneta SG 84/98, significativamente más corta y liviana que las bayonetas provistas para el Mauser 98. El rifle K98k estaba equipado con una baqueta corta. Para limpiar el orificio, se deben atornillar dos varillas de limpieza. La culata de madera tiene una empuñadura de semi pistola. La cantonera de acero está hecha con una puerta que cierra el compartimento para accesorios de armas. Para reducir el costo de fabricación, después de que Alemania entró en la guerra, las piezas de madera fueron reemplazadas por madera contrachapada.


Rifle K98k de 7,92 mm

Dependiendo de la versión y el año de producción, la masa del rifle fue de 3,8-4 kg. Longitud - 1110 mm. Para disparar desde el K98k se solía utilizar el cartucho sS Patrone de 7,92 × 57 mm, originalmente desarrollado para su uso a largas distancias, con una bala de punta pesada que pesaba 12,8 g. La velocidad de salida de la bala era de 760 m / s. Energía de boca - 3700 J. Dentro de la caja se encuentra un cargador de caja integral de dos filas con una capacidad de 5 cartuchos. El cargador se carga con cartuchos con el cerrojo abierto a través de la amplia ventana superior en el receptor de clips para 5 rondas o un cartucho cada uno. Las miras consisten en una mira delantera y una mira trasera de sector, ajustable en rango de disparo de 100 a 1000 metros.

Un tirador bien entrenado es capaz de realizar 12 tiros por minuto. El rango de tiro efectivo con miras mecánicas era de 500 m. Un rifle de francotirador con una mira telescópica podía alcanzar objetivos a una distancia de hasta 1000 m. Se seleccionaron rifles con mejor precisión de combate para montar las miras telescópicas.


Tirador armado con un rifle K98k con una mira telescópica ZF39 montada en él

Las más utilizadas fueron las miras ZF39 cuádruples o la ZF41 1943X simplificada. En 43, se adoptó la mira telescópica cuádruple ZF132. En total, se produjeron alrededor de 000 rifles de francotirador para las fuerzas armadas alemanas.

Durante la Segunda Guerra Mundial, se introdujo el lanzagranadas de rifle Gewehrgranat Geraet 42, que era un mortero de 30 mm unido a la boca del rifle. Las granadas acumulativas se dispararon con un cartucho de fogueo. El rango de visión de las granadas antitanque acumuladas fue de 40 m, penetración de armadura normal, hasta 70 mm.


Soldado de infantería alemán cargando una granada de rifle

Además de un mortero para disparar granadas, se podría colocar un silenciador HUB23 en la boca del rifle, junto con un cartucho especial de Nahpatrone. Las municiones con una velocidad de bala inicial de 220 m / s aseguraron una derrota segura de un objetivo de crecimiento a una distancia de hasta 200 m.

A finales de 1944, comenzó la producción de una versión simplificada del K98k, conocida como Kriegsmodell ("modelo militar"). Esta modificación tuvo una serie de cambios encaminados a reducir el costo y la intensidad laboral de la producción con cierto deterioro en la calidad de fabricación y acabado. El recurso del cañón también disminuyó y la precisión del disparo se deterioró. La producción de rifles K98k se llevó a cabo en diez empresas en Alemania, Austria y la República Checa. En total, de 1935 a 1945, se entregaron al cliente más de 14 millones de rifles.

El rifle K98k es uno de los mejores rifles de cerrojo estilo cargador. Tiene alta confiabilidad, durabilidad y larga vida útil, simplicidad y seguridad en el manejo. Durante la Segunda Guerra Mundial, los rifles K98k fueron ampliamente utilizados por todas las ramas de las fuerzas armadas alemanas en todos los escenarios de guerra donde participaron las tropas alemanas. Sin embargo, con todas sus cualidades positivas, a principios de la década de 1940, el rifle K98k como arma individual de infantería ya no cumplía completamente con los requisitos. No tenía la velocidad de disparo requerida y era un arma relativamente voluminosa y pesada para la guerra en áreas pobladas. La velocidad de disparo estaba limitada por la rapidez con la que el tirador podía accionar el cerrojo y cargar un cargador de 5 rondas. Sin embargo, estas deficiencias eran comunes a todos los rifles de cargador sin excepción. En parte, la baja tasa de fuego de combate del K98k fue compensada por el hecho de que los alemanes no dependían de rifles, sino de ametralladoras individuales para proporcionar la potencia de fuego de la unidad.

Aunque, según los expertos en armas, las MG-34/42 alemanas fueron las ametralladoras más exitosas de la Segunda Guerra Mundial, la apuesta por ellas como base de la potencia de fuego de la escuadra no siempre estuvo justificada. Con todas sus ventajas, estas ametralladoras alemanas eran bastante caras y difíciles de fabricar, por lo que siempre había escasez de ellas en el frente. El uso de ametralladoras capturadas en los países ocupados solo resolvió parcialmente este problema. Y las ametralladoras tenían una gran potencia de fuego, pero tenían un alcance corto. Dada la saturación de todo tipo de tropas con armas automáticas, era muy deseable equipar a la infantería con un rifle superior en cadencia de tiro al K98k.

Rifles automáticos y de carga automática

A fines de 1941, los rifles de carga automática de dos tipos ingresaron al ejército activo para las pruebas militares: G41 (W) y G41 (M), que eran muy similares en apariencia. El primero fue desarrollado por Carl Walther Waffenfabrik, el segundo por Waffenfabrik Mauser AG. La automatización del rifle funcionó eliminando parte de los gases de la pólvora. Los rifles de carga automática se dispararon con la misma munición que el rifle cargador K98k. Ambos rifles fallaron en las pruebas y fueron enviados para revisión.


Fusil de carga automática G41 (M)

Los rifles G41 (W) y G41 (M) demostraron ser sensibles al polvo. Sus partes móviles tuvieron que estar muy engrasadas. Como resultado de los depósitos de carbón en polvo, las piezas deslizantes se pegaron, lo que dificultó el desmontaje. A menudo se observó la quema del parallamas. Hubo quejas por sobrepeso y mala precisión de tiro.

En 1942, después de las pruebas militares, entró en servicio el rifle G41 (W). Se produjo en la planta de Walther en Zella-Melis y en la planta de Berlin-Lübecker Maschinenfabrik en Lübeck. Se hicieron más de 100 copias según datos estadounidenses.


Fusil de carga automática G41 (W)

El peso del rifle sin cartuchos fue de 4,98 kg. Longitud - 1138 mm. Longitud del cañón - 564 mm. Velocidad de salida de la bala: 746 m / s. Tasa de fuego de combate: 20 disparos / min. Los alimentos se suministraron desde un cargador integral de 10 rondas. Alcance de tiro efectivo - 450 m, máximo - 1200 m.

Pero, a pesar de la adopción y el lanzamiento a la producción en masa, muchas de las deficiencias del G41 (W) nunca se eliminaron y, en 1943, comenzó la producción del rifle G43 modernizado. En 1944, pasó a llamarse carabina Karabiner 43 (K43). En el G43, el ensamblaje de ventilación de gas fallido fue reemplazado por un diseño tomado del rifle soviético SVT-40. Comparado con el G41 (W), el G43 ha mejorado la confiabilidad y ha reducido el peso. Una parte importante de las piezas se realizó mediante fundición y estampación, la superficie exterior era muy rugosa.


Fusil autocargable G43 con mira telescópica

El peso del rifle G43 sin cartuchos es de 4,33 kg. Longitud - 1117 mm. Comida: de un cargador desmontable durante 10 rondas, que podría reponerse con clips durante 5 rondas sin quitarlo del arma. Algunos de los rifles tenían un cargador de caja de 25 cartuchos de la ametralladora ligera MG13. Gracias al uso de cargadores desmontables, la cadencia de fuego de combate aumentó a 30 rondas / min.


Rifle de carga automática G43 con un cargador de la ametralladora ligera MG13

La producción de rifles G43 se estableció en las empresas que anteriormente producían el G41 (W). En marzo de 1945, se entregaron un poco más de 402 rifles de carga automática. De acuerdo con los planes del mando alemán, se suponía que cada compañía de granaderos (infantería) de la Wehrmacht tenía 000 rifles de carga automática. Sin embargo, esto no se ha logrado en la práctica.

Aproximadamente el 10% de los G43 tenían miras telescópicas, pero los rifles de francotirador G43 eran significativamente inferiores en precisión de disparo a los rifles K98k. Sin embargo, en las batallas callejeras, donde el campo de tiro en la mayoría de los casos no era muy bueno, el G43 con miras de francotirador funcionó bien.

Un rifle automático alemán muy inusual es el FG42 (alemán: Fallschirmjägergewehr 42 - rifle de paracaidista, modelo 1942). Esta arma, creada para los paracaidistas de la Luftwaffe, también entró en servicio con unidades de rifle de montaña. Las copias individuales del FG42 estaban a disposición de los soldados más experimentados de la Wehrmacht y las tropas de las SS.

La automática del rifle FG42 funciona eliminando parte de los gases de la pólvora a través de un orificio transversal en la pared del cañón. El agujero del cañón se bloqueó girando el cerrojo, lo que se produce como resultado de la interacción de la ranura curvilínea del cerrojo y los planos biselados del portador del cerrojo cuando este último se mueve. Dos orejetas están ubicadas simétricamente frente al perno. La culata contiene un amortiguador que reduce el impacto del retroceso en el tirador. Al disparar, los cartuchos se alimentan desde un cargador de caja con una capacidad de 20 rondas con una disposición de dos filas, unida al lado izquierdo del rifle. El mecanismo de gatillo de tipo percutor permite un disparo único y automático.


Fusiles automáticos FG42 / 1 y FG42 / 2

La primera modificación FG42 / 1 tenía muchas desventajas: baja resistencia, baja confiabilidad y recursos insuficientes. Los tiradores se quejaron de la alta probabilidad de golpear los cartuchos gastados en la cara, la incomodidad de sostener el arma y la poca estabilidad al disparar. Teniendo en cuenta los comentarios identificados, se desarrolló un rifle automático FG42 / 2 más confiable, seguro y conveniente. Sin embargo, el costo de fabricación del rifle fue muy alto. Con el fin de optimizar el proceso de producción y ahorrar materiales escasos, se planeó cambiar al uso de estampación de chapa de acero. Era necesario reducir los costos de producción, ya que, por ejemplo, el laborioso receptor fresado estaba hecho de acero de alta aleación muy caro. Debido a los retrasos provocados por la necesidad de eliminar las deficiencias, la empresa Krieghoff comenzó a fabricar un lote de 2000 rifles recién a fines de 1943. Durante la producción en serie, se realizaron mejoras en el FG42 para reducir los costos, mejorar la usabilidad y mejorar la confiabilidad. La última modificación en serie fue el FG42 / 3 (Tipo G) con un receptor estampado.

Aunque el rifle FG42 / 3 seguía siendo caro y difícil de fabricar, tenía un rendimiento muy alto y era bastante fiable. El cañón y la culata estaban en la misma línea, por lo que prácticamente no había hombro de retroceso, lo que minimizaba el lanzamiento del arma al disparar. En gran medida, el retroceso se redujo mediante un supresor de destello compensador masivo, unido a la boca del cañón. Las miras consistían en una mira delantera fijada al cañón y una mira trasera ajustable colocada en el receptor. La mayoría de los rifles de serie estaban equipados con miras ópticas. Para el combate cuerpo a cuerpo, el rifle está equipado con una bayoneta de aguja integral de cuatro lados, que en la posición de almacenamiento se inclina hacia atrás y es paralela al cañón. El FG42 estaba equipado con bípodes plegables estampados con luz.

La masa del arma de la última modificación sin cartuchos fue de 4,9 kg. Longitud - 975 mm. Longitud del cañón - 500 mm. Velocidad de salida de la bala: 740 m / s. Alcance efectivo con mira mecánica: 500 m Cadencia de tiro: 750 disparos / min.

Por varias razones en Alemania, no fue posible establecer la producción en masa del FG42. En total, se realizaron unas 14 copias. El rifle automático FG000 comenzó a ingresar a las tropas demasiado tarde para demostrar plenamente sus cualidades y ventajas de combate. Sin embargo, el FG42 es un rifle automático interesante y único y una de las armas más interesantes diseñadas y producidas en el Tercer Reich.

Rifles de asalto automáticos intermedios

Incluso antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, a los diseñadores y militares de diferentes países les quedó claro que los cartuchos de rifle tienen un poder excesivo para resolver la mayoría de las tareas inherentes a las armas de infantería individuales. En 1940, los diseñadores de Polte Armaturen-und-Maschinenfabrik AG crearon proactivamente un cartucho con una dimensión de 7,92 × 33 mm, que después de ser puesto en servicio recibió la designación Kurzpatrone 7,9 de 43 mm (7,9 mm Kurz). Esta munición en términos de energía ocupaba una posición intermedia entre el cartucho de pistola Parabellum de 9 mm y el cartucho de rifle Mauser de 7,92 mm.


Cartuchos de 7,92 × 57 mm y 7,92 × 33 mm

La funda de acero de 33 mm de largo tenía forma de botella y estaba barnizada para evitar la corrosión. La munición en serie de 7,9 mm Kurz SmE pesaba 17,05 g. Peso de la bala - 8,1 g. Energía de boca - 1900 J.

Bajo el cartucho Kurz de 7,9 mm, el Tercer Reich desarrolló una serie de rifles de asalto (rifles de asalto), algunos de los cuales se llevaron a la etapa de producción en masa. En julio de 1942 tuvo lugar una demostración oficial de fusiles de asalto para el cartucho intermedio Maschinenkarabiner 42 (H) (MKb 42 (H)) y Machinenkarabiner 42 (W) (MKb42 (W)). El primero fue desarrollado por CG Haenel, el segundo por Carl Walther Waffenfabrik. La automatización de ambas muestras se basó en el principio de eliminar parte de los gases en polvo.


Metralleta experimentada MKb42 (W)

El ganador de la competencia fue revelado por pruebas militares en el Frente Oriental. Según sus resultados, sujeto a la eliminación de una serie de deficiencias y la introducción de ciertos cambios en el diseño, se recomendó la adopción del MKb42 (H). A medida que se hicieron cambios en el diseño del obturador, el mecanismo de disparo y la salida de gas, nacieron las “metralletas” MP43 / 1 y MP43 / 2. En junio de 1943, comenzó la producción en serie del MP 43/1. Hasta diciembre de 1943, cuando este modelo fue reemplazado en las instalaciones de producción con una modificación más avanzada, se produjeron más de 12 copias del MP 000/43. Incluso en la etapa de diseño del arma, se prestó mucha atención a su capacidad de fabricación y reducción de costos, para lo cual se utilizó el estampado en la fabricación del receptor y una serie de otras partes.


Metralleta con experiencia MKb42 (H)

El uso masivo del MP43 en el frente oriental comenzó en el otoño de 1943. Al mismo tiempo, se encontró que la nueva ametralladora combina las cualidades positivas de las ametralladoras y rifles, lo que permite aumentar la potencia de fuego de las unidades de infantería y reduce la necesidad de ametralladoras ligeras.

Después de recibir una opinión positiva del ejército en el campo, se tomó la decisión oficial de poner en servicio la nueva ametralladora. En abril de 1944, el nombre MP43 se cambió a MP44, y en octubre de 1944 el arma recibió el nombre definitivo: StG 44 (alemán Sturmgewehr 44 - "rifle de asalto 44").


Fusil de asalto StG 44

La masa del arma descargada era de 4,6 kg, con un cargador adjunto para 30 rondas: 5,2 kg. Longitud - 940 mm. Longitud del cañón - 419 mm. Velocidad de salida de la bala: 685 m / s. El alcance efectivo para disparos individuales es de hasta 600 M. La velocidad de disparo es de 550-600 disparos / min.

En general, el rifle de asalto StG 44 era un arma muy buena para los estándares de la Segunda Guerra Mundial. Era superior a las ametralladoras en precisión y alcance, penetración de balas y versatilidad táctica. Al mismo tiempo, el StG 44 era bastante pesado, los tiradores se quejaron de una vista inconveniente, la falta de guardamanos y la sensibilidad a la humedad y la suciedad. Varias fuentes no están de acuerdo en el número de MP43 / MP44 / StG 44 producidos, pero se puede afirmar con seguridad que durante la Segunda Guerra Mundial los alemanes produjeron más de 400 máquinas automáticas para un cartucho intermedio.

El uso de rifles y ametralladoras alemanas en el Ejército Rojo.

Los rifles de carga K98k capturados fueron utilizados por el Ejército Rojo desde los primeros días de la guerra. Estuvieron presentes en cantidades notables en las unidades que abandonaron el cerco en la batalla y entre los partisanos. Las primeras unidades armadas a propósito con rifles alemanes fueron las divisiones de la milicia popular, cuya formación comenzó a fines del otoño de 1941. Además de rifles de producción austriaca, francesa y japonesa, una parte importante de los cazas estaban armados con los alemanes Gewehr 1888, Gewehr 98 y Karabiner 98k. La mayoría de estos rifles, utilizados por los milicianos, fueron capturados durante la Primera Guerra Mundial o comprados por el gobierno zarista a los aliados. A principios de 1942, varias unidades regulares estaban armadas con rifles de cargador K98k, capturados en números notables durante la contraofensiva cerca de Moscú y en otros sectores del frente. Entonces, los soldados de la 116.a brigada de fusileros navales separada, formada en septiembre de 1942 en Kaluga a partir de los marineros de la flota del Pacífico, estaban armados con rifles alemanes.


Posteriormente, tras la saturación de las unidades de fusilería del Ejército Rojo con armas de producción nacional, los fusiles capturados permanecieron en servicio hasta el final de la guerra con unidades de retaguardia que no participaron directamente en las hostilidades, así como con señaladores, artilleros antiaéreos, artilleros y unidades de entrenamiento.


El uso masivo de rifles capturados en combate se vio obstaculizado por el suministro irregular de cartuchos de 7,92 mm. Después de que el Ejército Rojo tomó la iniciativa del enemigo, los alemanes, con fines de sabotaje, al retirarse, comenzaron a dejar cartuchos de rifle equipados con explosivos de alta potencia. Cuando se intentó disparar dicho cartucho, se produjo una explosión y el arma quedó inutilizable para su uso posterior, y el tirador podría resultar herido o incluso morir. Después de que tales incidentes se hicieron regulares, se emitió una orden que prohíbe el uso de cartuchos no probados recogidos en el campo de batalla.


Los soldados del Ejército Rojo perdieron una parte significativa de las armas pequeñas capturadas en batallas. Dado que los rifles capturados al enemigo a menudo no estaban documentados para nadie, no se trataron con el mismo cuidado que las armas normales. Incluso con fallas menores, los soldados del Ejército Rojo se separaron fácilmente de los rifles alemanes. La literatura de memorias describe casos en los que nuestros soldados en la ofensiva, incapaces de transferir las armas pequeñas arrojadas por los alemanes a los trofeos, los aplastaron. por tanques o detonado junto con las municiones que se van a destruir.

Según los datos de archivo, en el período de la posguerra, se encontraron más de 3 millones de rifles alemanes adecuados para su uso posterior en los almacenes soviéticos. De hecho, se capturaron muchos más, pero no todos los rifles se tuvieron en cuenta y se entregaron a las brigadas de trofeos, formadas oficialmente a principios de 1943.


Después de que los rifles K98k llegaron a los puntos de recolección de las armas capturadas, se enviaron a la retaguardia a las empresas dedicadas a la resolución de problemas y reparación. Si era necesario, se repararon los rifles de trofeo adecuados para su uso posterior, después de lo cual se tuvieron en cuenta y se conservaron. Además de los rifles, nuestras tropas capturaron alrededor de 2 mil millones de cartuchos de rifle de 7,92 mm, y el K98k alemán, transferido a bases de almacenamiento, se convirtió en reserva en caso de una nueva guerra.

Poco después del final de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética entregó algunas de las armas alemanas capturadas a los aliados de Europa del Este. Un gran lote de K98k capturado fue enviado al Ejército Popular Comunista de Liberación de China, que está librando una lucha armada con el Ejército Nacional Revolucionario del Kuomintang. Teniendo en cuenta el hecho de que en China desde la década de 1930, se ha llevado a cabo la producción con licencia de rifles y cartuchos alemanes de 7,92 mm, no hubo dificultades con el desarrollo del K98k entregado desde la URSS. Un número significativo de rifles K98k durante la Guerra de Corea estaban en las fuerzas armadas de la RPDC ya disposición de voluntarios chinos. El siguiente gran conflicto armado, donde se vieron los K98k alemanes capturados, fue la Guerra de Vietnam. A principios de la década de 1960, la URSS y la República Popular China donaron decenas de miles de rifles K98k y la cantidad requerida de cartuchos a las autoridades de la República Democrática de Vietnam. Además, los rifles que pertenecieron a la Wehrmacht en el pasado se suministraron a países árabes y se utilizaron en guerras con Israel.

Incluso teniendo en cuenta el hecho de que la Unión Soviética suministró muy generosamente a sus aliados rifles alemanes capturados de forma gratuita, muchos de ellos permanecieron en almacenes después del colapso de la URSS. Algunos de los rifles se enviaron a reciclar y otros se pusieron a la venta como arma de caza.


Carabina de caza KO-98M1

Una carabina de caza con cámara para el cartucho Mauser original de 7,92 × 57 mm, conocido como KO-98M1. KO-98 es una carabina con recámara de .308 Win (7,62 × 51 mm). VPO-115 - carabina con cámara para .30-06 Springfield (7,62 × 63 mm). Para disparar desde la carabina VPO-116M, se utiliza el cartucho .243 Winchester (6,2 × 52 mm).

Además de la tienda K98k, en la segunda mitad de la guerra, el Ejército Rojo capturó rifles de carga automática G41 (W) / G43 y rifles automáticos FG42. Sin embargo, al preparar esta publicación, no pude encontrar información sobre su uso en el Ejército Rojo. Aparentemente, si nuestros combatientes utilizaron rifles alemanes automáticos y de carga automática contra sus antiguos propietarios, fue irregular y por poco tiempo. Con mucha mayor probabilidad, se podrían encontrar dispositivos semiautomáticos entre partisanos o en servicio con grupos de reconocimiento y sabotaje lanzados a la retaguardia alemana. ¿Qué podemos decir sobre los rifles semiautomáticos y automáticos alemanes bastante caprichosos, cuando incluso nuestro SVT-40 de carga automática no era popular entre las tropas? Esto se debió al hecho de que, en comparación con los rifles semiautomáticos comprados en la tienda, requerían un mantenimiento más cuidadoso y una operación competente. Pero, curiosamente, se utilizaron rifles automáticos alemanes durante la guerra en el sudeste asiático. Varios FG42 fueron rechazados por los estadounidenses del Viet Cong.


Soldado estadounidense con un rifle automático FG42

Aunque el StG 44 no estaba a la altura de la perfección, para su época esta máquina era un arma bastante eficaz. A pesar de que el StG 44 a menudo fue criticado por la resistencia insuficiente de las piezas estampadas y un diseño complejo, en comparación con las ametralladoras, las ametralladoras alemanas para un cartucho intermedio eran populares entre nuestros soldados.


Hay muchas fotografías en la red, que datan de la segunda mitad de 1944, principios de 1945, en las que los soldados soviéticos están armados con StG 44.


Después del final de la Segunda Guerra Mundial, los rifles de asalto StG 44 estaban en servicio en varios países del bloque socialista. Entonces, las ametralladoras producidas en el Tercer Reich fueron utilizadas por los ejércitos de Hungría y Checoslovaquia hasta finales de la década de 1950, y por la Policía Popular de la RDA hasta principios de la década de 1970. El primer gran conflicto armado que involucró al StG 44 fue la Guerra de Corea. El Viet Cong utilizó varios rifles de asalto alemanes.


StG 44 capturado por los franceses en Argelia

A principios de la década de 1960, las tropas francesas que luchaban contra los insurgentes en Argelia capturaron varias docenas de StG 44 y sus cartuchos, con la marca del fabricante de municiones checoslovaco Sellier & Bellot.


También se suministraron rifles de asalto StG 44 a los movimientos de liberación nacional del África "negra". Las fotografías tomadas en las décadas de 1970 y 1980 muestran a militantes de varios grupos armados con StG 44. Se han registrado casos de uso de StG 44 por militantes sirios. Al parecer, estos rifles de asalto almacenados fueron incautados en 2012, junto con otras armas obsoletas.

COAN: Corsarios sobre la Patagonia

Corsarios en la Patagonia





1959-Los recordados Corsair F4U en la Estación Aeronaval Puerto Madryn. Desde un principio los Corsair fueron periódicamente desplegados a aeródromos de campaña secundarios a lo largo de toda la Patagonia, desde donde realizaban las más variadas misiones, producto de su amplia capacidad de armas. Entre una de ellas se encuentra la realizada en 1958 hacia la Estación Aeronaval Rio Gallegos, con motivo de los incidentes fronterizos con Chile, al año siguiente se desplegaron hacia la Estación Aeronaval Puerto Madryn y posteriormente a Comodoro Rivadavia, con motivo de la detección de un submarino no identificado en aguas argentinas, hecho que se reiteró en 1960, para lo cual los Corsarios operaron en configuración de patrulla, exploración y ataque antisubmarino, siendo equipados con carga de profundidad.

miércoles, 3 de marzo de 2021

Patagonia: La disputa argentino-chilena (1843-1881)


Argentina y Chile: La disputa por la Patagonia 1843-1881


Argentina and Chile: The Struggle for Patagonia 1843-1881
Author(s): Richard O. PerrySource: The Americas, Vol. 36, No. 3 (Jan., 1980), pp. 347-363
Published by: Academy of American Franciscan History
Stable URL: http://www.jstor.org/stable/981291




La estatua del Cristo de los Andes conmemora el fin de una controversia fronteriza de sesenta años que en varias ocasiones llevó a Argentina y Chile al borde de la guerra.1 La disputa resuelta amistosamente por el rey Eduardo VII de Inglaterra en 1902 surgió de el Tratado de 1881, en el que las dos naciones acordaron por primera vez los límites en la Patagonia, y en el Estrecho de Magallanes y Tierra del Fuego, que hoy damos por sentado. La disputa que precedió al Tratado de 1881 fue larga y amarga. Porque aunque la Patagonia y las áreas adyacentes eran indudablemente posesiones de la corona española, la negligencia oficial a lo largo del período colonial había negado a cualquiera de los estados sucesores un título claro sobre ellos basado en uti possidetis. 2

El Tratado de 1881 que reconoció la soberanía argentina sobre prácticamente toda la Patagonia es objeto de recriminaciones por parte de historiadores chilenos nacionalistas del siglo XX, entre los que destaca Francisco Encina.3 Argumentan que Chile tenía un derecho legal sobre la Patagonia, y que había el poder de hacer valer su derecho a ella. Contrastando el Chile del siglo XX, limitado en recursos, acorralado por la cordillera y ensombrecido por el enorme potencial de su vecino del oriente, con el predominio que gozó en el siglo XIX, argumentan que fue el Tratado de 1881 el que trastornó el equilibrio de poder en América del Sur. Por lo tanto, caracterizan ese tratado como una rendición, con la connotación de que se traicionó la primogenitura de Chile.


Examinar la validez de las respectivas afirmaciones históricas de las naciones, basadas en uti possidetis, está más allá del alcance de este artículo. Baste decir que ninguno de los dos tenía un título tan claro que estuviera dispuesto a arriesgarse a un arbitraje. El propósito aquí es más bien examinar si Chile realmente quería toda la Patagonia y si tomarla estaba dentro de sus posibilidades. El tema fue sugerido por primera vez por un estudio que reveló que para los líderes argentinos del siglo XIX, la "Conquista del desierto" del general Julio A. Roca de 1878 y 1879, que puso fin a la lucha centenaria con los indígenas por la posesión de la pampa. , tuvo una trascendencia estratégica como culminación de una contienda por el imperio con Chile, en la que el premio fue la Patagonia. La constitución chilena de 1833 estableció como fronteras nacionales Cabo de Hornos al sur y la cordillera de los Andes al este. Al al sur, Chile en realidad ocupaba solo hasta la línea del Río Bio-Bio, en Concepción, y puntos fuertes como Valdivia más allá. Los araucanos permanecieron virtualmente soberanos al sur del Bio-Bio, bloqueando la expansión como lo habían hecho sus ancestros durante tres siglos. El gobierno tenía pocos incentivos para eliminarlos, y el sentimiento popular, alimentado por la epopeya de Ercilla, reforzó la renuencia a hacerlo. Al este, la pampa y la Patagonia, pobladas por indios feroces, eran poco conocidas y consideradas de poco valor. La atención chilena, desde los primeros días de la colonia, se dirigió hacia el norte. Estaba Panamá, todavía un foco importante del comercio internacional. Estaba el Perú, al que Chile se proponía desafiar por la hegemonía comercial de la costa pacífica de América del Sur.5 La atención chilena se dirigió hacia el sur, hacia el estrecho, y hacia el este, hacia la Patagonia, con el advenimiento de la navegación a vapor. Los dos primeros vapores de la Pacific teamship Navigation Company, el Chile y el Perú, zarparon de Inglaterra a Valparaíso en 1840. En lugar de seguir la ruta de navegación alrededor del Cuerno, pasaron por el Estrecho de Magallanes, transformándolo dramáticamente en una importante vía fluvial internacional para la primera vez. Steam pronto desviaría a Valparaíso gran parte del tráfico que entonces pasaba por Panamá, ofreciendo a Chile la supremacía comercial a la que aspiraba. El control del estrecho de repente se volvió económica y estratégicamente vital para Chile. Sin embargo, otros también reconocieron su importancia. En las décadas de 1820 y 1830, las expediciones de Inglaterra y Francia habían estudiado la zona, y dado que ni Argentina ni Chile habían ocupado el estrecho, ni la Patagonia ni la Tierra del Fuego, la ocupación europea se consideraba inminente ”. Por lo tanto, Chile fundó Fort Bulnes en la península de Brunswick en 1843 para establecer su reclamo sobre el estrecho y el territorio adyacente en la Patagonia. El gobierno del presidente Manuel Bulnes no tenía ninguna duda de su derecho a ejercer la soberanía en las cercanías de Fort Bulnes, o de Punta Arenas en el lado oriental de la península de Brunswick, a la que trasladó la colonia en 1849. Pero específicamente renunció a cualquier derecho. para ejercer la soberanía sobre la parte oriental del estrecho. Su acción precipitada tenía como objetivo evitar la intervención europea, no provocar una disputa con Argentina.8



Examinar la validez de las respectivas afirmaciones históricas de las naciones, basadas en utipossidetis, está más allá del alcance de este artículo. Baste decir que ninguno de los dos tenía un título tan claro que estuviera dispuesto a arriesgarse a un arbitraje. El propósito aquí es más bien examinar si Chile realmente quería toda la Patagonia y si tomarla estaba dentro de sus posibilidades. El tema fue sugerido por primera vez por un estudio que reveló que para los líderes argentinos del siglo XIX, la "Conquista del desierto" del general Julio A. Roca de 1878 y 1879, que puso fin a la lucha centenaria con los indígenas por la posesión de la pampa. , tuvo una trascendencia estratégica como culminación de una contienda por el imperio con Chile, en la que el premio fue la Patagonia.
La constitución chilena de 1833 estableció como fronteras nacionales Cabo de Hornos al sur y la cordillera de los Andes al este. Al al sur, Chile en realidad ocupaba solo hasta la línea del Río Bio-Bio, en Concepción, y puntos fuertes como Valdivia más allá. Los araucanos permanecieron virtualmente soberanos al sur del Bio-Bio, bloqueando la expansión como lo habían hecho sus ancestros durante tres siglos. El gobierno tenía pocos incentivos para eliminarlos, y el sentimiento popular, alimentado por la epopeya de Ercilla, reforzó la renuencia a hacerlo. Al este, la pampa y la Patagonia, pobladas por indios feroces, eran poco conocidas y consideradas de poco valor.4 La atención chilena, desde los primeros días de la colonia, se dirigió hacia el norte. Estaba Panamá, todavía un foco importante del comercio internacional. Estaba Perú, al que Chile se proponía desafiar por la hegemonía comercial de la costa del Pacífico de América del Sur.5
La atención chilena se dirigió hacia el sur, hacia el estrecho y hacia el este, a la Patagonia, con la llegada de la navegación a vapor. Los dos primeros vapores de la Pacific teamship Navigation Company, el Chile y el Perú, zarparon de Inglaterra a Valparaíso en 1840. En lugar de seguir la ruta de navegación alrededor del Cuerno, pasaron por el Estrecho de Magallanes, transformándolo dramáticamente en una importante vía fluvial internacional para la primera vez. Steam pronto desviaría a Valparaíso gran parte del tráfico que entonces pasaba por Panamá, ofreciendo a Chile la supremacía comercial a la que aspiraba. El control del estrecho de repente se volvió económica y estratégicamente vital para Chile.6 Sin embargo, otros también reconocieron su importancia. En las expediciones de 1820 y 1830 de Inglaterra y Francia habían estudiado la zona, y como ni Argentina
ni Chile había ocupado el estrecho, ni tampoco la Patagonia ni la Tierra del Fuego, la ocupación europea se consideraba inminente ”. Por lo tanto, Chile fundó Fort Bulnes en la península de Brunswick en 1843 para establecer su reclamo sobre el estrecho y el territorio adyacente en la Patagonia. El gobierno del presidente Manuel Bulnes no tenía ninguna duda de su derecho a ejercer la soberanía en las cercanías de Fort Bulnes, o de Punta Arenas en el lado este de la península de Brunswick, a donde trasladó la colonia en 1849. Pero específicamente negó cualquier derecho a ejercer soberanía sobre la parte oriental del estrecho. Su acción precipitada tenía como objetivo evitar la intervención europea, no provocar una disputa con Argentina.8


Buenos Aires protestó, tardíamente, en 1847. Siguió un debate intermitente que culminó con la publicación en 1853 de los Títulos de la República de Chile a la Soberanía y Dominio del Extremo Sur del Continente Americano de Miguel Luis Amunnitegui que, en un alejamiento radical del posición tradicional chilena y de la Constitución de 1833, sostuvo que Chile tenía un reclamo válido, basado en documentos de la corona, no solo al estrecho en las cercanías de su colonia, sino también a toda la Patagonia.9 Con el informe de Amunitegui como base , el territorio de Magallanes,
de la cual la colonia de Punta Arenas era capital, pronto ampliado para incluir el Río Santa Cruz en el Atlántico.10 Los reclamos chilenos se extendieron hacia el norte hasta el Río Negro en el Atlántico, y el Río Diamante, en la latitud de Buenos Aires, en la cordillera ". La evidencia histórica y los argumentos expuestos en el libro de Amunaitegui proporcionó la base de la controversia que posteriormente se desató entre los dos países.

Cualquiera que sea la validez legal de los reclamos, la Constitución de 1833 al establecer la cordillera como límite, y el gobierno chileno en su abnegación en 1843 de la mitad oriental del estrecho, los había renunciado. El Tratado de 1856, básicamente un acuerdo comercial entre Argentina y Chile, fue utilizado por este último para reclamar sus derechos. En el artículo treinta y nueve de dicho documento, ambos países acordaron reconocer como límites los que cada uno poseía en el momento de la separación de España en 1810; para resolver pacíficamente las cuestiones que les conciernen; y, en caso de no llegar a un acuerdo, someter las cuestiones a arbitraje de una potencia amiga. Pero no establecieron cuáles eran los límites en 1810; o lo que cada uno reclamaba en 1856. Chile tenía así un nuevo comienzo en su juego de expansión territorial.12 Las negociaciones sobre la frontera se aplazaron hasta la década de 1870, cuando el ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Adolfo Ibáñez, inició conversaciones con el ministro argentino en Santiago, Félix. Frias. Ambos otorgaron gran importancia a la Patagonia, y las discusiones entre los negociadores y los sentimientos entre los países se tornaron cada vez más amargos a medida que avanzaba la década, y los llevó al borde de la guerra en 1878.
Sin embargo, a pesar de sus ambiciosos reclamos territoriales, Chile mostró sorprendentemente poco interés en la Patagonia. Punta Arenas, su instrumento de ocupación efectiva del estrecho, tenía sólo 202 almas en 1861. Era, además, una colonia penal, una base débil para un instrumento de imperio. Solo en la década de 1870 se colocó sobre una base segura, con la introducción de ovejas de las Malvinas. Pero incluso entonces sufrió de suficiente negligencia que su guarnición se rebeló en noviembre de 1877 al grito de "¡Viva los argentinos!" Chile no pudo ocupar el río Santa Cruz, que reclamaba para el límite norte del territorio de Magallanes en el Atlántico, mientras que la negligencia argentina podría haberle permitido hacerlo.

Tampoco ocupó ni siquiera el extremo atlántico del estrecho, que consideraba vital para su seguridad y desarrollo nacional, y que se convirtió en un tema central en las amargas disputas de la década de 1870.13 En contraste con la colonia en lucha en el estrecho, los chilenos claramente habían tomado posesión de las laderas orientales de los Andes en la década de 1870. La cordillera en la latitud de Buenos Aires, físicamente aislada por las áridas pampas y sus amos indios hostiles de la República Argentina, era geográfica y económicamente parte de Chile. Permaneció así hasta finales del siglo XIX. Así como los asentamientos del piedemonte oriental de Cuyo habían sido colonizados desde Chile en la época colonial, las migraciones continuaron cuando el lado oriental de la cordillera pasó a ser posesión, a su vez, del virreinato de La Plata y de la República Argentina. El flujo anual varió entre ochocientos y mil, incluso en 1879, y para ese año la población total era probablemente de unos treinta mil. Inicialmente congregados en la latitud de Buenos Aires, sus La tendencia de asentamiento fue progresivamente hacia el sur, y eventualmente entraron al Valle de Neuquén frente a la tierra araucana de Chile. Establecieron grupos de ranchos de ganado vacuno y ovino conocidos como "Chilecitos". Entre ellos vivían funcionarios chilenos, y tanto los chilenos como los indígenas de la cordillera reconocían su autoridad14.

Al sur del Valle de Neuquén se encontraba el otro gran afluente del Río Negro, el Limay y el lago Nahuel Huapi de donde fluye. los lagos se encuentra en el extremo norte de un gran corredor natural, el Pre-Depresión Andina, que conduce a lo largo del pie de los Andes hasta el estrecho. Descrita por primera vez por George Musters, quien la recorrió en 1869-7015, era la única ruta terrestre hacia el estrecho desde Chile o Buenos Aires. La parte más hospitalaria de la Patagonia, fue allí y en los fértiles valles que parten de ella hacia el desierto, donde vivía el grueso de la población indígena. La depresión preandina, y no la costa atlántica, fue la gran carretera norte-sur, y la clave para el control de la Patagonia por parte de Chile o Argentina. Su control de la Patagonia fue bloqueado por las tribus araucanas al sur del Bio-Bio. Las comunicaciones ilegales con el oriente no se extendían más allá del alto valle del Neuquén.17

En la vasta área entre la cordillera y el Atlántico y al sur de Punta Arenas, Chile trató de establecer su reclamo de ocupación efectiva asegurando el reconocimiento de su soberanía por parte de los indígenas. A los jefes se les otorgó rango, sueldo y regalos militares a cambio de tal reconocimiento. Sin embargo, los argentinos competían por su lealtad y los indios, consultando astutamente sus propios intereses, se enfrentaron unos a otros.18

Argentina no mostró mayor interés en la Patagonia que Chile Había una colonia argentina en el Río Negro en la década de 1840. Pero más al sur, la inhóspita costa atlántica había sido descuidada por el gobierno de Buenos Aires incluso bajo el Imperio español. Los observadores de principios del siglo XIX describieron a Argentina como definida por el Río de la Plata, la Cordillera y el Río Negro.19 El estrecho estaba aparentemente fuera de su alcance en la década de 1840. Incluso Domingo Faustino Sarmiento, un futuro presidente de Argentina entonces exiliado en Santiago, había aconsejado al gobierno chileno que fundara la colonia en el estrecho, y negó que su país tuviera motivos para desafiarla en 1847.20 Pero que las ambiciones de Argentina se extendieran hacia el sur se ve en un estudio de Pedro de Angelis, publicado en 1852, en el que se expone el caso argentino de la titularidad de la Patagonia, el estrecho y Tierra del Fuego. El estudio de Amunaitegui del año siguiente fue el intento de Chile de refutar las afirmaciones de Angelis.21
El foco de atención nacional argentina hasta la década de 1870 estuvo en la arena internacional del Río de la Plata. No obstante, Argentina decidió hacer valer sus reclamos sobre la Patagonia a partir de la década de 1860.

Se fundó una colonia en el río Chubut, en la costa central, y una se estableció un puesto de avanzada en el río Santa Cruz, muy al sur, para comerciar con los indios. En la década de 1870, las expediciones exploraron sistemáticamente desde el Río Negro hasta el Río Santa Cruz y desde el Atlántico hasta la Cordillera. Los más extensos y famosos fueron los de Francisco Moreno, cuyos informes, publicados en Buenos Aires en 1878 cuando las tensiones por la disputa fronteriza estaban en su punto más alto, reforzaron la resolución argentina de poseer la Patagonia22.
En realidad, sin embargo, Argentina no ocupó efectivamente ni siquiera el Río Negro hasta que la Conquista del Desierto de Roca se completó en 1879. La frontera en las pampas hasta entonces se expandió y contrajo en respuesta a la suerte de la guerra indígena. Hasta la década de 1870 nunca se extendía más de cien millas desde el Río de la Plata, y más al oeste su límite hacia el sur estaba aproximadamente en la latitud de Buenos Aires. Las pampas más allá de la frontera estaban dominadas por feroces indios montados que libraban una guerra constante contra sus vecinos argentinos y un lucrativo comercio de ganado con sus vecinos chilenos.23

Los indios eran araucanos cuyos antepasados, o en muchos casos ellos mismos, habían sido atraídos hacia el este desde la cordillera y más allá de Chile por los enormes rebaños de ganado de las pampas orientales.
Esos rebaños proporcionaron el centro de sus vidas. Los caballos eran tan importantes para los indios de las pampas como para los de las Grandes Llanuras de Estados Unidos. El ganado, en cambio, tenía importancia comercial.
Desde mediados del siglo XVIII el ganado del anuncio pampash encontró en Chile mercados listos entre los comerciantes de pieles y los saladeros producían carne picada y cebada para los puertos del Pacífico. El volumen anual del comercio se estimó en la década de 1870 en cuarenta mil cabezas. Algunos observadores acusaron de que era tan vasto que socavó el comercio legítimo entre las provincias argentinas y Chile, y parece fuera de toda duda que afectó el precio de la carne vacuna en el sur de Chile24.
El ganado ofrecido a la venta por los indios de la pampa se obtenía al asaltar los ranchos de la frontera argentina. Durante un siglo antes de la conquista del desierto, esa frontera fue escenario de continuos y sangrientos conflictos, mientras los indígenas buscaban compartir la riqueza animal de las llanuras orientales. Columnas guerreras de las tierras araucanas de Chile, que miraban hacia el este en busca de la oportunidad de enriquecerse, reforzaban continuamente a sus aliados de la pampa, y las expediciones de saqueo parecían una guerra sin cuartel. Atacaron sin previo aviso desde el desierto para ahuyentar a los rebaños de ganado, caballos e incluso ovejas. También capturaron mujeres y niños cuando se les ofreció la oportunidad, luego desaparecieron con su botín de regreso al desierto, dejando atrás destrucción, muerte y terror.
Las fuerzas militares argentinas parecían impotentes contra ellos. Las columnas montadas que persiguieron por la pampa regresaron a pie, derrotados no por los indios, que por lo general los eludían, sino por un adversario igualmente formidable, el desierto desconocido mismo.
Los indios conducían su ganado hacia el oeste por una larga red ferroviaria bien establecida que el paso de innumerables cascos durante largos períodos de tiempo había grabado profundamente en la superficie de las pampas. Los indios los conocían como Camino de los Chilenos y unían las fronteras de las provincias argentinas con los pasos de la cordillera que conducían a Chile, ofreciendo pastos, leña y agua dulce en la ruta26.
de los senderos atravesaban el río Nequén y entraban en lo que hoy es la provincia argentina de Neuquén. Al oeste, la cordillera que ahora forma la frontera con Chile es relativamente baja, con varios pasos abiertos durante todo el año. Más allá de esos pasos se encuentran las tierras de los araucanos invictos
de Chile y las provincias chilenas que constituían los principales mercados para el ganado robado27. El comercio de ganado robado que los indios llevaban a cabo con los comerciantes chilenos fue la causa más importante de la guerra que asoló la frontera argentina. Orientó las vastas áreas más allá de esa frontera hacia el oeste hacia el Pacífico, en lugar de hacia el Río de la Plata, a pesar de las formidables barreras de las áridas pampas y los Andes. Le dio a Chile el control de las pampas, la influencia sobre sus feroces habitantes y, en opinión de las autoridades argentinas, los medios militares para hacer valer su derecho a la Patagonia.

En 1774, el jesuita inglés Thomas Falkner había llamado la atención sobre el abandono español de la Patagonia y la viabilidad de conquistar Chile desde el Atlántico avanzando por el Río Negro y cruzando la cordillera, utilizando tropas indias como auxiliares.28 Un siglo después, Argentina Las autoridades creían que el descuido de las pampas había hecho a Argentina igualmente vulnerable a un ataque similar de Chile. Las expediciones chilenas habían estado reconociendo la ruta de Falkner al revés, desde Valdivia hasta las cabeceras del Río Limay, el afluente sur del Río Negro, desde 1849. Un chileno, Guillermo Cox, estaba probando específicamente la tesis de Falkner sobre la idoneidad del Río Negro como una arteria de comunicaciones entre Valdivia y el Atlántico cuando los indios del río Limay lo obligaron a retroceder en 1862.29 Los indios de las pampas eran una fuerza auxiliar potencial del tipo imaginado por Falkner, y había refuerzos disponibles en la cordillera y en Chile.
Las autoridades argentinas creían que cualquier guerra con Chile por la posesión de la Patagonia no se combatiría en la Patagonia misma, ni en sus aguas adyacentes, sino a lo largo del borde norte y este de la pampa. Los indios, reforzados por un reducido número de tropas regulares, llevarían la guerra hasta la frontera argentina mientras el ejército chileno cruzaba la baja cordillera de la provincia de Neuquén y tomaba posesión del Río Negro y toda la Patagonia al sur. Los indios de la pampa servirían de amortiguador para asegurar la nueva frontera chilena en el Río Negro del ataque argentino.

por tierra, mientras que la marina superior de Chile garantizaba la seguridad de la Patagonia por mar. Las autoridades argentinas creían que tal estrategia era factible. Según los informes, los indios de la cordillera se ofrecieron a Chile cuando la disputa fronteriza llegó al borde de la guerra en 1878.30 El peligro se vio agravado por las relaciones de Argentina con sus vecinos de Platine.
Estuvo involucrada en la Guerra del Paraguay de 1865 a 1869, durante la cual los indígenas asolaron libremente la frontera. Cuando terminó la guerra, y la atención pudo volverse hacia el oeste y el sur, la guerra con Brasil parecía inminente por las ambiciones argentinas en el Chaco paraguayo. Incluso cuando ese peligro cedió, Argentina tuvo que seguir sopesando la actitud brasileña en cualquier decisión que pudiera llevar a un conflicto con Chile.31 Una alianza chilena con Brasil, o un ataque chileno que simplemente coincidiera con cualquier conflicto argentino en el Plata, aumentaría. a vulnerabilidad de la frontera pampeana ante un asalto de auxiliares indios.
La actividad de Argentina reclama la Patagonia en la década de 1860. La década de 1870 fue acompañada de actividades en la década de 1870 para el control de la pampa de sus amos indios. La estrategia básica consistía en interponer un cordón militar entre los indios y los ranchos de la frontera, para negarles el acceso a los rebaños del este y privarlos no sólo de su fuente de ganado, sino también de los caballos sobre de la que dependía su misma existencia en la pampa. La estrategia resultó cada vez más eficaz a medida que avanzaba la década. Las campañas de Roca de 1878 y 1879 contemplaron el establecimiento de la frontera militar en el Río Negro y el Río Neuquén, a fin de interponer una barrera natural de fácil defensa que acabaría definitivamente con la rada ganadera y así traer la paz a la pampa. Pero desde el punto de vista argentino, esto fue algo que Chile no podía permitir. Las dispuestas juridiccionales en el Lejano Sur, que se volvió cada vez más numeroso a medida que avanzaba la década de 1870, se interpretaron como parte de una estratagema chilena para desviar la atención nacional de la frontera pampeana y, sobre todo, para forzar el aplazamiento de la campaña de Roca, a fin de permitir a los indígenas retener su poder. predominio y su potencial como auxiliares en una futura guerra que decidiría el control de la Patagonia.
Dos semanas después de que Chile declarara la guerra a Bolivia y Perú en la Guerra del Pacífico en abril de 1879, Roca emprendió la campaña final de la Conquista del Desierto. La frontera argentina se estableció en el Río Negro y el Río Neuquón. Por primera vez, la autoridad nacional se ejerció sobre toda la pampa. La cordillera de los Andes y sus habitantes chilenos también quedaron bajo control argentino. Además, la nación adquirió bases avanzadas desde las cuales proyectar su poder hacia el sur en la Patagonia a través de la Depresión Preandina, ya sea por la diplomacia o por la fuerza militar. Pero para Roca, la gran importancia de la Conquista del Desierto fue que terminó con el comercio de ganado y con él la influencia de Chile en la pampa, y le negó los medios militares para hacer valer su derecho a la Patagonia. Las autoridades argentinas a partir de entonces consideraron un tratado de límites satisfactorio simplemente una cuestión de tiempo33.
Desde la perspectiva de los historiadores revisionistas del siglo XX, Chile perdió su encuentro con el destino al no insistir en su reivindicación de la Patagonia cuando podría haberlo hecho con éxito. Sin embargo, cabe preguntarse si los líderes chilenos del siglo XIX alguna vez abrigaron una ambición por la Patagonia en su conjunto. El advenimiento de la navegación a vapor que convirtió a Chile en el estrecho coincidió en el tiempo con el descubrimiento del valor comercial del guano como fertilizante que simultáneamente reforzó su preocupación por el norte. Participó en la carrera con Perú por la hegemonía en la costa pacífica de América del Sur, y en la lucha diplomática con Bolivia por los derechos mineros en Antogafasta, que culminó con la Guerra del Pacífico. Además, muchos líderes chilenos no estaban convencidos por los argumentos de Amunnitegui de que las afirmaciones de Chile eran válidas. Y había una creencia generalizada, basada en gran parte en los escritos de Charles Darwin, de que la Patagonia no valía nada. No cabía duda de que Argentina lucharía por retener la Patagonia, y hubo un consenso generalizado entre los líderes chilenos de que, si bien el estrecho en sí era vital para el futuro de Chile, el resto de la Patagonia no merecía una guerra.34
En 1865 Chile envió una misión diplomática a Buenos Aires, la primera desde que comenzó la controversia fronteriza. La resolución de esa controversia estaba entre los objetivos de la misión. La prensa porteña, que sostuvo pugnazmente la posición de Argentina durante toda la disputa, marcó la pauta para la siguiente década y media al saludar su llegada con la acusan a Chile de querer la guerra para apoderarse de la Patagonia. Pero el enviado chileno, José Lastarria, se mostró escéptico tanto sobre el valor de la Patagonia como sobre el reclamo de Chile sobre ella. Haciendo caso omiso de sus instrucciones de defender los reclamos de Chile sobre la Patagonia y el estrecho, insistió en que la Patagonia era posesión de la República Argentina y no estaba en cuestión. Propuso un asentamiento fronterizo en el que Chile recibiría toda la Tierra del Fuego; la mayor parte del estrecho; y territorio suficiente al norte para la seguridad y el desarrollo. En la Patagonia sugirió un límite a lo largo de las bases orientales de la cordillera aproximadamente hasta la latitud del lago Nahuel Huapi.
Los intereses de Lastarria estaban claramente restringidos al estrecho. Su propuesta aseguraría a Chile la porción occidental de la misma y aseguraría la comunicación terrestre entre Punta Arenas y Chile a través de Nahuel Huapi y la Depresión Andina. Mientras Lastarria negociaba, el ejército chileno estaba teniendo éxito en una campaña contra los araucanos que haría accesible esa ruta.35 Su propuesta, sin embargo, abandonaría a Argentina la cordillera oriental al norte del lago, la única parte de la Patagonia que Chile realmente efectivamente ocupado. Se ha especulado que incluso al sur del lago Lastarria estaba dispuesto a aceptar la cresta de los Andes como límite, dejando toda la cordillera oriental a Argentina, si así lograba sus fines en el estrecho.

La posición final de Lastarria, entonces, habría sido sustancialmente la del gobierno de Bulnes en 1843, y no habría asegurado para Chile ni siquiera todo el estrecho, y mucho menos la Patagonia. El gobierno de Lastarria desaprobó su propuesta, pero no la rechazó. Argentina, preocupada por la guerra de Paraguay, no estaba dispuesta a continuar las negociaciones36. Allí el asunto permaneció durante el resto de la década de 1860.

La disputa fronteriza comenzó en serio cuando el ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Adolfo Ibáñez, volvió a plantearla en 1872. Ibáñez estaba convencido de los derechos de Chile sobre la Patagonia y era uno de los pocos hombres en Chile que consideraba importante la zona. Al percibir la grandeza futura de Argentina, creía que la Patagonia por sí sola permitiría a Chile mantener el equilibrio con ella.37 La vergüenza de Argentina a principios de la década de 1870 por una guerra potencial con su antiguo aliado, Brasil, por el botín de la Guerra de Paraguay parecía ofrecer la oportunidad de éxito. La lucha por la Patagonia, sin embargo, se llevó a cabo a la sombra de rivalidades mucho más antiguas en la costa del Pacífico, así como en el Río de la Plata. Como Ibáñez buscó sacar provecho del desconcierto de Argentina, Perú y Bolivia firmaron un pacto secreto contra Chile e invitaron a Argentina a unirse a ellos. El presidente Sarmiento dio sustancia a la amenaza al remitir la cuestión al Congreso.
El peligro para los intereses chilenos en los campos de salitre de Antofagasta limitaba incluso las ambiciones de Ibáñez en la Patagonia.38 En el fragor de las amargas discusiones, afirmaba que toda la Patagonia pertenecía a Chile. Pero en la práctica sus objetivos eran apoderarse del estrecho y una porción de la costa atlántica, y retener los extensos y ricos valles de los Andes orientales que fueron ocupados por los ganaderos chilenos, los cuales consideraba complementos indispensables para la limitada área agrícola de Chile central.39 A medida que avanzaban las negociaciones, buscó acomodación moderando aún más esa posición, ofreciendo dividir la Patagonia desde el Atlántico hasta la cordillera en el paralelo 45, o aproximadamente a la mitad. Estaba dispuesto a ceder no solo los pastos de la vertiente oriental, sino también las comunicaciones terrestres con Punta Arenas, a cambio del estrecho y un límite en la costa atlántica. La Patagonia tenía un valor meramente potencial, incluso como medio de comunicación con el estrecho, pues las campañas chilenas contra los araucanos habían sido canceladas en 1870, y los accesos terrestres hacia el sur permanecían cerrados.
Sin embargo, el estrecho era la ruta más importante del comercio europeo hacia el Pacífico, y su posesión era vital. Ibífiez explicó que claramente al ministro argentino en Santiago, Félix Frías: 40

La posesión del Estrecho de Magallanes en toda su extensión es de tal importancia para Chile, que en esas posesiones ve ligado no solo su progreso y desarrollo, sino también su propia existencia como nación independiente.

La posesión del estrecho en toda su extensión incluyó, para los chilenos, un límite en la costa atlántica. Argentina cedería la parte occidental del estrecho y la mitad de Tierra del Fuego. Pero no aceptaba un enemigo potencial en su flanco sur, y estaba decidida a que Chile no ocuparía ninguna porción de la costa atlántica, ni en la Patagonia ni en Tierra del Fuego.41 Era este punto, y no el posesión de la Patagonia en su conjunto, sobre la cual la controversia se prolongó durante el resto de la década. Cuando en el Tratado de 1881 Argentina cedió a Chile todo el estrecho, trazó la frontera de tal modo que excluyó a Chile del Atlántico y le arrancó el acuerdo de que el estrecho nunca sería fortificado.
El debate entre Ibáñez y Frías continuó en Santiago durante tres años. Con un acuerdo inalcanzable, el escenario de acción finalmente se trasladó a Buenos Aires, donde el ministro argentino de Relaciones Exteriores, Carlos Tejedor, y el ministro chileno, Guillermo Blest Gana, acordaron en 1874 someter la cuestión a arbitraje. Este fue el primero de tres acuerdos infructuosos entre los dos países en hacerlo. Pero ninguno de los dos estaba dispuesto a arriesgarse a la decisión de un árbitro. Inclinándose ante la fuerza del sentimiento popular, el nuevo presidente de Argentina, Nicolis Avellaneda, canceló el acuerdo Tejedor-Blest Gana en 1875.42
Las negociaciones se reabrieron en 1876 por iniciativa de Chile, que nombró a Diego Barros Arana como ministro en Buenos Aires. Debido a que tenía estrechos lazos familiares en Argentina, su nombramiento pretendía ser un gesto conciliador y sus instrucciones mostraban una inclinación a comprometerse sin ceder la posición básica chilena. Chile buscaba ahora un límite, no en el paralelo 45 de Ibáñez, sino en el río Santa Cruz; o como mínimo, en el río Gallegos, aún más al sur. En efecto, Chile exigió solo el estrecho y el límite natural más cercano al norte. Eso, sin embargo, aún le daría presencia en la costa atlántica.43

Los problemas de Argentina con sus vecinos de La Plata finalmente estaban terminando. Los acuerdos firmados con Brasil y Paraguay en 1876 pusieron fin a la guerra de Paraguay y eliminaron el peligro de guerra con Brasil. La actitud de Argentina hacia Chile se volvió cada vez más intransigente. En el área disputada entre el río Santa Cruz y el estrecho, ambos países comenzaron a ejercer cada vez más la soberanía, otorgando licencias a capitanes de barcos extranjeros para cargar guano y sal allí, y ahuyentar barcos autorizados por el otro. En 1876, cuando Chile se apoderó de un barco francés, el Jeanne Amelie, que cargaba guano con licencia argentina, la prensa y la opinión pública argentina expresaron su indignación y los líderes prominentes exigieron la guerra. Con un arreglo directo imposible en tal ambiente, Barros Arana concluyó el segundo conjunto de acuerdos arbitrales, con dos cancilleres argentinos sucesivos, Bernardo de Irigoyen en mayo de 1877 y Rufino de Elizalde en enero de 1878. En ambos, Chile aceptó los picos más altos de los Andes como límite.
Reconoció así la Patagonia como perteneciente a Argentina. La cuestión a arbitrar, a continuación, era cuál debía ser la línea divisoria entre sus respectivas jurisdicciones en el estrecho. Se acordó que, en espera de la decisión del árbitro, Argentina ejercería la jurisdicción sobre toda la costa atlántica, hasta la desembocadura del estrecho; y Chile, sobre todo el propio estrecho. Los negociadores comprendieron bien que su delimitación de la jurisdicción provisional influiría en la decisión del árbitro y que estaban trazando lo que se convertiría en la frontera internacional.44
Chile había vuelto a su posición tradicional de que la cordillera estaba su límite oriental. El único cambio que reflejó la influencia del libro de Amunaitegui y el Tratado de 1856 fue su continua ambición en la parte oriental del estrecho. Estos acuerdos, con modificaciones menores, se convirtieron en el Tratado de 1881, y hoy se reflejan en el mapa de América del Sur. Pero en 1878 ningún país estaba preparado para ellos. Chile quería un límite natural en el Atlántico, el Río Gallegos como mínimo, y Barros Arana se había excedido en sus instrucciones al no insistir en ello. Fue llamado en mayo de 1878.45
Mientras tanto, las relaciones entre los dos países continuaron deteriorándose. A medida que sus columnas militares disfrutaban de un éxito creciente en las pampas, Argentina exigió la cooperación de Chile para poner fin al comercio de ganado entre los indios de las pampas y los comerciantes chilenos. La negación por parte de los funcionarios chilenos de cualquier conocimiento del mismo y la negativa a ayudar en su represión, amargó los sentimientos de los argentinos.46 Al mismo tiempo, una serie de incidentes importantes entre el río Santa Cruz y el estrecho despertaron aún más las pasiones populares. . La toma por Chile del Jeanne Amelie en 1876 fue seguida por la salida de Argentina de un buque estadounidense con licencia de los chilenos, el Thomas Hunt, en 1877. Cuando un buque de guerra argentino, Fulminante, se preparaba para reforzar en la región en disputa. , misteriosamente explotó en Buenos Aires más tarde ese mismo año, las emociones alcanzaron un tono febril. La prensa argentina acusó a Chile de complicidad y gritó por la guerra. En Chile, donde la opinión pública y los medios de comunicación habían sido comparativamente indiferentes a los incidentes en la Patagonia, el sentimiento público estalló en manifestaciones contra Argentina en las calles de Santiago en 1878. En esta atmósfera sobrecargada Chile aprehendió otro buque con licencia de Argentina, el Devonshire, de registro estadounidense. Un escuadrón argentino navegó hacia el sur, mientras ambos países se preparaban para la guerra.
Para Chile, la Guerra del Pacífico estaba a pocos meses y las tensiones con sus vecinos de la costa oeste estaban aumentando. Argentina, en el umbral del extraordinario crecimiento económico de la década de 1880, quería solo paz y la oportunidad de desarrollarse. Había una sensación generalizada de que en una década el país sería lo suficientemente poderoso como para tomar el territorio en disputa sin las incertidumbres inherentes a la guerra. El peligro inminente de un conflicto que ninguna de las partes quería, por lo tanto, impulsó un acuerdo renovado para aceptar el arbitraje. El tercer convenio arbitral fue celebrado en Santiago en diciembre de 1878 por el canciller chileno, Alejandro Fierro, y el cónsul argentino, Mariano de Sarratea. Al igual que con los pactos de Barros Arana, la jurisdicción interina debía ser ejercida por Argentina en el Atlántico y por Chile en el estrecho.
A pesar de la estipulación específica de que esta división no debería influir en el árbitro, implicó el abandono de Chile de su posición atlántica, y hubo una oposición considerable en la prensa chilena. Pero la guerra inminente con Perú y Bolivia hizo deseable la paz con Argentina, y en enero de 1879 Chile ratificó el tratado. Argentina, ahora liberada de la amenaza de su propia guerra con Chile por el estallido del conflicto en el Pacífico, rechazó oficialmente el pacto en julio de 1879. Cuando el ministro chileno, José Balmaceda, partió de Buenos Aires poco después, las relaciones entre los dos países fueron virtualmente cortados.48
Los sentimientos contra Chile estaban en un punto de tal intensidad en Argentina que hubo un fuerte apoyo a una alianza con Perú en la Guerra del Pacífico.49 Pero Argentina no tenía interés en entrar en el conflicto. Incluso se esperaba que un Chile victorioso emergiera de él tan debilitado que Argentina podría dictar un acuerdo fronterizo. Pero cuando Chile, después de sus sorprendentes victorias, anunció su intención de retener permanentemente las ricas provincias de Antofagasta y Tarapacá, Argentina comenzó a temer que el acuerdo pudiera ser más bien dictado por Chile, y a reconocer la ventaja de negociar mientras Chile aún estaba en guerra. 50
Mientras tanto, las ambiciones territoriales de Chile habían levantado una ofensivas diplomáticas.
siva contra ella por no beligerantes opuestos a la guerra por la expansión territorial. Argentina, si bien no aceptó la invitación de Perú para entrar en el conflicto, asumió una actitud benévola hacia los aliados y ahora desempeñaba un papel de liderazgo en las maniobras diplomáticas para contener a Chile. Sus actividades alentaron a Perú a continuar resistiendo con la esperanza de que las otras naciones pudieran obligar a Chile a prescindir de su desmembramiento. Pacífico.51
La perspectiva de que se pudiera esperar que incidentes como la toma de Devonshire en 1878 se repitieran hasta que se resolviera la cuestión de los límites, llevó al secretario de Estado James G. Blaine a alentar a los legados estadounidenses en ambos países a ayudar en la búsqueda de una solución. Con relaciones entre Argentina y Chile prácticamente rotas desde mediados de 1879, los ministros de Estados Unidos en Chile, Thomas A. Osborn, y en Argentina, Thomas O. Osborn, aprovecharon el cambio de actitudes para actuar como mediadores en la negociación de un nuevo tratado. Firmado en julio y ratificado en octubre, el Tratado de 1881 fue una reproducción de los acuerdos que Barros Arana había firmado con Irigoyen en 1877 y con Elizalde en 1878. Proporciona los límites que vemos hoy en el mapa de la Patagonia y Tierrad el. Fuego. Chile recibió el Estrecho de Magallanes en su totalidad. Argentina recibió la Patagonia y logró su objetivo de negarle a un enemigo potencial una posición en su flanco sur. Chile fue excluido de la costa atlántica; y mientras avanzaba hacia la entrada del Atlántico, acordó que el estrecho nunca debería ser fortificado52.
El Tratado de 1881 contenía los gérmenes de una continua controversia. La disposición de que el límite sea "los picos más elevados que dividen las aguas" se basa en la suposición de que la cresta más alta es también la cuenca. De hecho, no es. Al sur del paralelo cuadragésimo primero, la cresta más alta estaba a un lado y la divisoria de aguas al otro. Con Argentina reclamando lo primero como la frontera y Chile el segundo y ninguno dispuesto a ceder, la disputa volvió a estar al borde de la guerra hasta que finalmente se resolvió mediante arbitraje en 1902.53
Pero así como el tratado mismo ignoró las realidades geográficas, las recriminaciones contra el tratado por parte de historiadores nacionalistas chilenos ignoran la realidad de las relaciones internacionales del siglo XIX. Vital para Chile era la riqueza mineral de Atacama en el norte; y el Estrecho de Magallanes en el sur. A pesar de la vista de Amunitegui de la Patagonia chilena y de la importancia estratégica otorgada a la conquista del desierto por los líderes argentinos del siglo XIX, Chile se mostró constantemente dispuesto a conformarse con la posesión del estrecho y solo lo suficiente de la Patagonia para asegurarlo. Incluso Ibáñez estaba dispuesto a cambiar los valles andinos por el estrecho. La verdadera cuestión en cuestión era si debería haber presencia chilena en la costa atlántica. Por lo tanto, no parece haber evidencia de que Chile realmente quisiera toda la Patagonia, a pesar de sus afirmaciones. Tampoco parece que tomarlo estuviera dentro de sus capacidades. No podría haber tenido la Patagonia sin la guerra con Argentina, porque Argentina no la aceptaría como vecina del sur. Pero tal conflicto habría obligado a Argentina a aceptar la alianza ofrecida por Perú y Bolivia, y habría puesto en peligro los intereses vitales de Chile tanto en el norte como en el sur. Que la riqueza de Atacama resultó efímera y el potencial agrícola de la Patagonia resultó ser un complemento necesario a las restringidas tierras de la vertiente del Pacífico son hechos de la vida del siglo XX. En la perspectiva del siglo XIX, entre la cierta riqueza mineral del norte y las vagas posibilidades que podrían esconderse en una tierra desconocida, poblada por salvajes hostiles, solo podía haber una opción.

RICHARD O. PERRY

Misión Lófer: El torpedo guiado de la ARA