Guerra en Bahía Blanca
Por Alberto N. Manfredi (h)
Pieza de artillería pesada del perímetro defensivo de Bahía Blanca (Fotografía: Miguel Ángel Cavallo. Puerto Belgrano. Hora Cero. La Marina se subleva)
Mientras tanto, en el sur bonaerense, las fuerzas revolucionarias trabajaban aceleradamente para aislar el sector del inminente ataque de las tropas que avanzaban en socorro del Regimiento 5 de Infantería que, hasta el momento resistía valerosamente los ataques.
En la base Espora, comandos de Infantería de Marina dirigidos por los tenientes de navío Osvaldo D’Aragona y Jorge Yódice abordaron aviones de transporte Douglas, helicópteros, aviones de combate e incluso un par de ómnibus para desplazarse hasta una serie de puntos señalados por el comando rebelde para volar los accesos principales, en particular, vías férreas y puentes carreteros. Entre esos objetivos destacaban los puentes sobre el arroyo Napostá y el río Quequén Grande, ambos al noroeste, cerca de Sierra de la Ventana conmformando un semicírculo de unos 100 kilómetros de radio en torno a las bases.
En realidad la tarea había comenzado a las 23.00 horas del día anterior, con la voladura del puente sobre el Quequén Salado y prosiguió en las primeras horas del 17, con las detonaciones mencionadas y las que derribarían el puente que unía Puerto Belgrano con la localidad de Coronel Dorrego, sobre la Ruta Nacional Nº 3, a la altura del río Sauce Grande (50 kilómetros al noreste de la base). Este último objetivo fue volado con cargas de diez kilogramos de trotyl colocadas por el equipo de ingenieros a cargo del oficial especializado Osvaldo D’Aragona, quien se trasladó hasta el lugar junto a bordo de un ómnibus y un camión militar. Inmediatamente después, el mismo pelotón voló 150 metros de vías férreas, sobre el puente ferroviario que atravesaba el mismo brazo de agua, a escasos metros de la mencionada ruta, y siguiendo estrictamente el plan tendiente a aislar las dos bases navales continuó hasta el puente de Sauce Grande, por el que pasaba el camino que unía las localidades de Coronel Falcón y Bajo Hondo. Inmediatamente después, fueron destruidos otros 150 metros de vía férrea en la estación Paso Mayor, ubicada también a 50 kilómetros de Puerto Belgrano.
El trabajo implicaba riesgos porque las fuerzas leales ya incursionaban por las inmediaciones y en cualquier momento podían establecer contacto.
Así fue como a las 09.45 del día 17, los 15 efectivos de Infantería de Marina que cubrían a los comandos del teniente Yofre que regresaban a la base tras la voladura del puente sobre el Napostá, se toparon con una columna de cinco vehículos del ejército leal que avanzaban en sentido contrario. Su jefe, el teniente de navío Luis Arigotti la vio venir y sabiendo que solo disponía de una ametralladora pesada y que por esa razón, se hallaba en inferioridad de condiciones, decidió atacar primero, a efectos de confundir a un enemigo varias veces superior en número.
En el cruce del camino que unía la ruta con la localidad de Tornquist, la mencionada columna, integrada por una camioneta, tres camiones y una radioestación móvil en la que viajaban oficiales, vieron gesticular a Arigotti hacia lo que creyeron varias ametralladoras pesadas apostadas en los alrededores. En realidad, el oficial naval disponía de una sola de aquellas armas y con ella ordenó abrir fuego. La camioneta, con los oficiales a bordo, frenó bruscamente, dio la vuelta y se retiró hacia el norte en tanto los 18 suboficiales, 23 conscriptos y dos conductores civiles que componían el grueso de aquella vanguardia, se rindieron. Arigotti regresó a la base con los vehículos capturados conduciendo en ellos a los prisioneros, las municiones y los equipos.
Comandos navales vuelan un puente sobre el arroyo Napostá (Fotografía: Isidoro Ruiz Moreno, La Revolución del 55, Tomo II)
Mientras tanto, las tropas del general Molinuevo continuaban desplazándose hacia Bahía Blanca con órdenes precisas de apoderarse de sus bases navales. Las integraban el Regimiento 1 de Caballería con asiento en Azul a las órdenes del teniente coronel Roberto Manuel Barto y el Regimiento 2 de Caballería de Tandil, al mando del teniente coronel Enrique Llambí, quienes desde Juárez, donde se habían unido al comando de la División y otras unidades, prosiguieron su marcha hacia Coronel Pringles, previo paso por Tres Arroyos (el 1 de Caballería), donde arribaron a las 05.30 del día 17, cuando aún era de noche. En esa localidad, las unidades de combate se aprovisionaron de combustible y una hora después continuaron su avance hacia el sur1.
Al medio día de aquella jornada, tuvo lugar un suceso curioso. Cerca de las 12.00 horas, el teniente coronel Barto ordenó a su regimiento detener el avance en Arroyo Chico y esperar. A las 17.00 se presentó en el lugar el propio general Molinuevo, para llamar la atención al mencionado oficial y ordenarle reiniciar la marcha inmediatamente. Así se hizo y a las 18.00 el 1 de Caballería se puso nuevamente en movimiento.
El Comando de Represión, con asiento en Buenos Aires, dispuso el envío a Bahía Blanca del Regimiento 2 de Artillería al mando del teniente coronel Pedro Martí Garro y el experimentado Regimiento 3 de Infantería con asiento en La Tablada, reforzado por una unidad de tanques al comandado del coronel Carlos Quintero y su segundo, el teniente coronel César Camilo Arrechea. La poderosa unidad de combate tenía experiencia bélica que había adquirido el 16 de junio de aquel año, en pleno avance hacia el centro de Buenos Aires cuando fue atacada por la Aviación Naval y combatió con las fuerzas rebeldes inmediatamente después
Ese día, pese a haber emprendido la marcha sin sus cañones antiaéreos Oerlikon que habían quedado apostados en Plaza de Mayo para la defensa del Palacio de Gobierno, sus efectivos manifestaban gran confianza y voluntad de lucha.
El Regimiento salió de sus cuarteles en la tarde del 17 de septiembre, después de la encendida arenga del coronel Quinteros, su comandante, hombre absolutamente leal al gobierno y a la persona de Perón.
La población del sector sudoeste del Gran Buenos Aires fue testigo del paso de una extensa columna de casi 50 kilómetros de largo, integrada por camiones, jeeps y ómnibus militares, que abandonó sus cuarteles en La Tablada y enfiló directamente hacia el sur por la Ruta Nacional Nº 3, a la vista de numerosos curiosos, muchos de los cuales se habían agolpado en las puertas del destacamento para verlos partir. Todo era confianza y decisión, aunque una sola cosa preocupaba a sus jefes, la falta de cobertura antiaérea, asunto que oportunamente comentaron al general Imaz.
La columna motorizada enfiló hacia Tandil para unirse al Regimiento 2 de Artillería del teniente coronel Martí. Llegaron de noche, bajo una intensa lluvia y con mucho frío y una vez allí, tomaron contacto con un móvil policial que se acercó hasta el camión que conducía a Quinteros y Arrechea para transmitirles un mensaje urgente: en la cercana comisaría, el general Imaz aguardaba en el teléfono. Hacia allí se encaminaron ambos y una vez al habla, se enteraron de un nuevo cambio de planes: el avance se interrumpía y la poderosa unidad debía encaminarse hacia Azul con la misión de capturar el arsenal naval “Azopardo” del que se surtían las bases rebeldes Comandante Espora y Puerto Belgrano.
Quinteros y Arrechea se miraron asombrados pero procedieron a obedecer y así, poco antes del amanecer, siempre bajo una persistente lluvia, tomaron el camino del noroeste y se dirigieron hacia la importante ciudad bonaerense, punto de partida de la expedición al Desierto del general Julio Argentino Roca en 1879.
La extensa columna se desplazó hacia su nuevo destino al que llegó una hora después iniciando el despliegue de sus fuerzas en espera del amanecer. La intención era efectuar un reconocimiento del terreno y después atacar. Sin embargo, algo extraño sucedió ya que el arsenal se hallaba en manos leales y sus autoridades no tenían noticias de su llegada. Con asombro e indignación Quinteros y Arrechea comprendieron que habían caído en una trampa y que habían sido víctimas de una maniobra de sabotaje destinada a distraerlos de su misión y hacerles perder horas cruciales.
Teatro de Operaciones Sur (Imagen: Miguel Ángel Cavallo: Puerto Belgrano. Hora Cero. la Marina se subleva)
Tras reagrupar nuevamente sus tropas, Quinteros enfiló hacia Puerto Belgrano, furioso por el tiempo que había desperdiciado y por el hecho de haber caído tan fácilmente en la trampa. Poco después se supo que la maniobra había sido obra del mismo general Imaz que se había volcado secretamente a la revolución y se hallaba infiltrado en el Comando de Represión.
Mientras tanto, en la Base Naval Comandante Espora se encontraban desde el día anterior, dos pilotos de gran experiencia, los capitanes de corbeta Justiniano Martínez Achával, a quien pusieron al mando de la Escuadrilla de Patrullaje de aviones Catalina y Eduardo Estivariz a quien se solicitó se hiciese cargo de la Escuadrilla de aviones Grumman subordinado al teniente de navío José María Vasallo, que la había sublevado oportunamente.
Cuando Estivariz se hizo presente, Vasallo se apresuró a entregarle el mando por tratarse, no solamente de un superior sino de un individuo de reconocida trayectoria profesional. Sin embargo, aquel, sumamente apegado al reglamento, rechazó el ofrecimiento por hallarse en situación de retiro, solicitando en cambio, integrar la escuadrilla como un piloto más. Así fue como quedó establecido aunque a partir de ese momento, la autoridad y las decisiones emanarían de su persona pues todo el mundo sabía que el teniente Vasallo lo consultaba permanentemente. Lo que todos ignoraban era que en pocas horas protagonizaría uno de los episodios más sangrientos del conflicto.
Quien ideó un plan inteligente fue otro de los recién llegados, el teniente de navío (RE) Mario Escudero, que a efectos de contrarrestar los comunicados oficialistas que daban por desbaratada la revolución, ideó cortar el suministro de gas a Buenos Aires, razón por la cual, se encaminó a la cercana planta de YPF para sabotearla.
Una vez en el lugar, contactó a su encargado que, munido de la llave maestra, cerró el gasoducto. Los resultados no fueron inmediatos porque las tuberías disponían de válvulas y depósitos adicionales que impedían un inmediato corte de la fluctuación y por esa razón, los efectos recién se harían sentir el 18 por la noche, obligando al gobierno a solicitar a la población porteña la reducción del consumo2.
Durante todo el día 17, las patrullas aéreas rebeldes vigilaron los caminos de acceso a Bahía Blanca, llevando a cabo numerosas salidas. A eso de las 06.00 los radares de la Base Naval detectaron un avión que volaba lejos de la costa, sobre el mar, aparentemente en dirección a la Flota. El hecho alarmó a los jefes sublevados que media hora después despacharon los primeros vuelos de exploración hacia Tres Arroyos, Azul, Olavarría, Tandil, Viedma, Carmen de Patagones, Río Colorado y Neuquén.
Uno de esos aviones detectó cinco camiones del Ejército detenidos sobre la Ruta 3, muy cerca de Azul. Poco después el mismo piloto informó haber visto a personal del Regimiento 2 formado en la plaza de armas y casi al mismo tiempo, un helicóptero piloteado del teniente Raúl Fitte observó a la altura de Pringles, más camiones camuflados detenidos bajo un grupo de árboles (120 kilómetros al norte de Puerto Belgrano), en lo que parecía una actitud de espera.
A las 08.30 Comandante Espora despachó una primer escuadrilla de ataque con la misión de bombardear nuevamente al Regimiento 5 de Infantería.
Uno tras otro los bombarderos Beechcraft AT-11 despegaron hacia el objetivo, para arrojar sus bombas con efectividad. De nada sirvieron los esfuerzos de los artilleros por contrarrestarlos. Las constantes incursiones, más intimidatorias que otra cosa, llevaron al teniente coronel Albrizzi a establecer contacto con el comando rebelde para deponer las armas con la sola condición de hacerlo ante el capitán de corbeta, aviador naval Justiniano Martínez Achaval, por quien sentía profundo respeto. Tres efectivos del Regimiento resultaron heridos, un suboficial y dos conscriptos, que fueron alcanzados por las esquirlas cuando se dirigían desde sus trincheras a los depósitos.
La petición de Albrizzi fue aceptada y mientras los aviones navales sobrevolaban los cuarteles, los oficiales mencionados acordaron los términos de la rendición. A las 11.00, la Infantería de Marina ocupó las instalaciones mientras oficiales y suboficiales del Ejército eran conducidos a la cercana Base Naval en calidad de detenidos. Solo 30 de ellos (5 oficiales y 25 suboficiales) permanecerían en los cuarteles junto a los 570 conscriptos que cumplían allí el servicio militar.
Por disposición del capitán Jorge Perren los prisioneros fueron tratados de acuerdo a las normas que establecía la Convención de la Haya y en consecuencia, quedaron alojados sobre la base de su jerarquía, previo registro de grados, nombres, apellidos y categorías, confeccionándose para ello, listas por unidades. Los prisioneros no podrían recibir visitas y por lo menos, una hora al día, deberían salir al aire libre.
Los oficiales prisioneros fueron alojados en los acorazados “Moreno” y “25 de Mayo”, así como también, en baterías, en tanto los suboficiales fueron destinados al “Rivadavia” y a los cuarteles del Regimiento Antiaéreo Nº 1. El capitán Perren fue sumamente atento con sus pares, saludando con cortesía tanto al teniente coronel Albrizzi como a su segundo, cuando aquellos arribaron a la base. Mientras tanto, utilizando vehículos del mismo regimiento, se trasladó el armamento capturado para ser inventariado y depositado en custodia hasta el momento de ser utilizado.
Las tropas de Infantería de Marina se desplazan en las inmediaciones de Bahía Blanca (Fotografía: Miguel Ángel Cavallo. Puerto Belgrano. Hora Cero. La Marina se subleva)
Durante el traslado, ocurrió un típico incidente de guerra, que pudo haber desencadenado una verdadera tragedia. Cuando la columna de camiones avanzaba por la carretera, en dirección a la base, tropas adelantadas que constituían el perímetro de defensa rebelde las confundieron con efectivos leales y abrieron fuego, provocando el vuelco de un camión cargado con proyectiles para morteros de 88 mm y la dispersión del resto en distintas direcciones. La decidida intervención del oficial naval que comandaba la columna evitó un mal mayor. Afortunadamente no se registraron bajas de ninguna índole.
A las 15.00 horas un avión de Aerolíneas Argentinas que se había plegado al movimiento el día anterior, detectó una columna de vehículos del Ejército avanzando por la ruta en dirección a Tres Arroyos. El aparato, carente de todo armamento, descendió varios metros para permitir a su tripulación arrojar bombas de pequeñas dimensiones por sus ventanillas y a poco de radiar su mensaje informando los resultados de su misión, volvió a elevarse y se retiró hacia su base de operaciones. El ataque surtió efecto porque las tropas se dispersaron y uno de sus camiones también volcó.
Detrás de aquel avión llegó un Beechcraft que, pese al bajo plafond y la escasa visibilidad, bombardeó la columna y le arrojó panfletos, aunque debió elevarse presurosamente porque fue repelido por fuego reunido de armas automáticas.
Un segundo aparato de iguales características que sobrevolaba el área de Tres Arroyos, detectó a otra columna motorizada avanzando en dirección a Bahía Blanca, razón por la cual, su piloto decidió atacarla. El avión arrojó sus bombas y mientras recibía disparos de fuego reunido (fusiles y ametralladoras), levantó vuelo y se alejó arrojando también volantes revolucionarios. Pero esa fue una de las últimas salidas de la aviación rebelde por ese día porque a partir de las 15.30 el clima comenzó a empeorar y los aviones no pudieron volar.
A pesar de las malas condiciones meteorológicas, cerca de las 16.10 llegaron desde Buenos Aires dos Avro Lincoln que generaron tal incertidumbre en la Base Espora, que comenzaron a sonar las alarmas. A raíz de ello, el personal fue dispersado y los aviones estacionados en tierra, retirados. Sin embargo, las aeronaves se mantuvieron a cierta distancia volando en círculos, demostrando con ello que se plegaban al alzamiento.
Desconfiando todavía, la torre de control ordenó a los pilotos bajar las ruedas e iniciar su aproximación a velocidad reducida, cosa que aquellos cumplieron al pie de la letra, seguidos pocos minutos después, por aviones Calquin procedentes de Tandil al mando del capitán Jorge Costa Peuser. Increíblemente, el arma creada por Perón en 1945 abandonaba sus filas y entrgaba sus mejores unidades al bando enemigo, dotándolo de un armamento formidable y privando a la causa gubernamental de un elemento indispensable.
Pero no todo eran noticias alentadoras. Por la tarde, radioaficionados civiles de Bahía Blanca y Punta Alta, entre ellos Ignacio Fernández (LU 7 DV) y Enrique Queijeiro Bustillo (LU 2 DJX), dieron cuenta de que tropas destacadas desde Zapala, San Martín de los Andes y Covunco perteneciente a la Agrupación de Montaña que mandaba el general Ramón Boucherie, avanzaban en tren hacia la estación de Río Colorado, provenientes de Neuquén y Río Negro.
El comando rebelde comprendió que esas fuerzas debían ser detenidas y por esa razón, los capitanes Perren y Rial decidieron la voladura de todas las vías férreas y rutas de acceso entre Bahía Blanca, Viedma y Río Colorado, misión que se programó para las primeras horas del día siguiente. Comandante Espora se despachó un nuevo pelotón al mando del teniente D’Aragona, con la misión de volar los puentes ferroviarios y la carretera cercana a la localidad de Ascasubi, junto al paso a nivel del cercano pueblo de Buratovich.
D’Aragona y su grupo partieron a las 22.00 conformando un convoy integrado por una locomotora y tres vagones que una hora después llegó a los objetivos, instaló sus cargas de demolición y los destruyó. Fue un brillante operativo comando en el que incluso fue volcado un vagón de carga dentro del cráter que la detonación había abierto en aquella última población.
Paralelamente, el teniente Yódice se dirigió hacia el sur, a bordo de dos locomotoras enganchadas, con órdenes de volar 50 metros de trayecto en la estación Nicolás Levalle. Una vez allí, sus hombres saltaron a tierra, volcaron una de las locomotoras de 110 toneladas de peso, derribaron postes de telégrafo y cortaron los cables de comunicación. Cuando el pelotón de D’Aragona regresaba de su misión, fue atacado por tropa propia, es decir, efectivos de la Marina que se hallaban apostados en las inmediaciones de Spurr, sin provocarles bajas.
Como la Aviación Naval no podía operar de noche, se montó un dispositivo de vigilancia a cargo de los comandos civiles revolucionarios a quienes se les encomendó recorridos en torno al perímetro de defensa y las localidades cercanas. Al mismo tiempo se dispuso poner en alerta a la artillería de tierra, reforzada por cañones Krupp de 88 mm y Bofors de 40 mm además de las piezas con las que contaba el Batallón Nº 1 y la artillería de los buques surtos en las radas de la base naval, entre ellos el crucero “9 de Julio” y los acorazados “Moreno” y “Almirante Brown”.
El dispositivo defensivo dejaba el área próxima a Bahía Blanca a resguardo y permitía lanzar ataques aéreos sin mayores sobresaltos. Con las luces del nuevo día, la Aviación Naval se disponía a operar sin inconvenientes sobre el enemigo que avanzaba amenazadoramente.
Un hecho que llenó de orgullo y emoción a jefes y oficiales rebeldes fue la llegada, por propia voluntad, de los conscriptos del Batallón 4 de Infantería de Marina que habían sido dados de baja antes del comienzo de las acciones. Los soldados llegaron a pie, en medio de la noche, siguiendo las vías del ferrocarril para no extraviarse y con ellos venían civiles procedentes de las ciudades y pueblos cercanos, como así también trabajadores y pobladores de los campos circundantes, quienes solicitaron armas para luchar.
Como refiere el capitán Perren en “Puerto Belgrano y la Revolución Libertadora”, los defensores del sector rebelde contaban con 1300 efectivos en Espora y Bahía Blanca, con los que cubrían los accesos por el sur y el norte. Otros 1000 hacían lo propio en los caminos que conducían a Puerto Belgrano, por el nordeste y a través de la Ruta 3 y por el Bajo Hondo en tanto150 efectivos de artillería, ubicados en un radio distante a 15 kilómetros al este de la base, protegían el camino de Pehuén-có, manteniendo cerrado, de ese modo, el semicírculo en torno a ambas posiciones. Esas fuerzas estaban unidas entre sí por la línea Bahía Blanca-Base Naval-Baterías, muy cerca de la costa y eso les permitía estrechar el dispositivo. Los acorazados “Moreno” y “Almirante Brown” se posicionaron en la ría, no así el “9 de Julio” que se alistaba para unirse a la Flota de Mar. Automotores particulares, vehículos militares e incluso formaciones ferroviarias mantuvieron contacto con las fuerzas defensoras durante toda la noche en previsión e posibles ataques.
Dispositivo de defensa en torno a Bahía Blanca (Fotografías: Miguel Ángel Cavallo. Puerto Belgrano. Hora Cero. La Marina se subleva)
Notas
- Fueron sus vanguardias las que protagonizaron la escaramuza con los infantes de Marina del teniente Arigotti.
- El gobierno llegó a pedir el uso de una sola hornalla en las cocinas y prescindir de los hornos “…debido a que los inconscientes rebeldes habían dañado el Gasoducto Presidente Perón en la zona de Bahía Blanca…”. Eso y los comunicados emitidos por la radio de Puerto Belgrano, a cargo del capitán de corbeta Hugo Soria, surtieron notable efecto.
1955 Guerra Civil. La Revolucion Libertadora y la caída de Perón