Subteniente (EA) OSCAR AUGUSTO SILVA
(Alias "Sapo SILVA"--Compañía “A” del RI 4, Monte Caseros)Muerto en combate entre la noche del 13 y la mañana del 14 de junio de 1982.
El 15 de junio de 1982, el Capitán de Fragata Carlos ROBACIO, jefe del Batallón de Infantería de Marina (BIM) Nº 5 y el Comandante inglés recorrían el campo de batalla. Los muertos ingleses ya habían sido retirados y era el turno de los caídos argentinos.
De pronto, el jefe británico, sorprendido, lo llama al oficial argentino y le señala un cuerpo.
Tenía los ojos abiertos, el rostro sereno, una herida cerca del hombro, otra cerca de la cintura y la mano aferrada furiosamente al fusil.
El infante de marina argentino tomó el arma por su culata y tironeó. Pero la mano no lo soltó. Parecían una sola pieza.
Espontáneamente, ambos combatientes se pararon frente al cadáver e hicieron el saludo militar, rígidos y emocionados, en medio del silencio del campo de batalla.
Se decidió que lo enterrarían con el arma que se negaba a devolver.
Por Alberto Mansilla
Mientras los argentinos se congregaban en Plaza de Mayo para apoyar a la empresa, el Ejército entero se movilizaba. Por eso Silva, destinado en el Regimiento de Infantería 4 de Monte Caseros, se comenzó a preparar para ir al sur primero, y luego para cruzar a las Islas. Llegaron a Comodoro Rivadavia, luego a Río Gallegos, más tarde a las Malvinas. La primera noche en Puerto Argentino, la siguiente al norte del aeropuerto, en la península de Freycinet, para dar la temprana alarma de algún posible ataque por mar. En medio de todo el traqueteo, Silva se mantenía preocupado por sus soldados. Hacía todo lo que podía por mantenerlos bien física y espiritualmente. Rezaba, consolaba, apoyaba. Porque todo era una larga espera en la que había lugar para el miedo y la incertidumbre.
Mientras esto ocurría, el avance inglés había tenido éxito. Desembarcados el 21 de mayo en la Bahía de San Carlos, habían avanzado hacia Darwin y allí, pese a los esfuerzos de la Fuerza de Tareas Mercedes, habían vencido a los defensores. En la noche del 28 de mayo se produjo el ataque inglés, en donde falleció el Teniente Estévez. Al día siguiente, los argentinos se rendían y dejaban que los ingleses siguieran su curso hacia Puerto Argentino.
El despliegue invasor se dirigía, entonces, hacia el este de la Isla Soledad, y se enfrentaría con dos cordones defensivos: el primero, en la línea imaginaria que unía de norte a sur, Monte Longdon, Dos Hermanas, Goat Ridge y Harriet. Más al este, el siguiente, que se articulaba en la misma dirección: Wireless Ridge, Tumbledown, Williams y Sapper Hill, todas pequeñas elevaciones que daban su espalda a Puerto Argentino.
En la primera de las posiciones nombradas estuvo el Subteniente Silva. Llegó el 8 de junio y pasó a cumplir la misión de patrullar Goat Ridge de noche, mientras que de día debía ocupar espacio en la zona oeste del Dos Hermanas, junto a la sección del Subteniente Llambías Pravaz, un oficial un año más moderno que Oscar y que ya había tenido escaramuzas que le daban aire de veterano de guerra.
Nuestro héroe venía de la tranquilidad de la vigilancia en la península de Freycinet y pasó, de la noche a la mañana, a cumplir agotadoras jornadas de patrullaje en las zonas nombradas. Pero nada logró bajar su ánimo. Al contrario, ahora era el puntal también para Llambías quien, al encontrarse con un militar más antiguo, descansó un poco su responsabilidad en él. Y de nuevo “el sapo” desplegó su mejor cualidad: la bonhomía.
Por otro lado, ya esperaban un ataque, porque tenían noticias de la caída de Darwin y entendían que, si el desembarco había sido al oeste de la Isla Soledad, ahora tendrían que venir en dirección a donde se encontraban ellos.
Cuando en la noche del 10 al 11 de junio, el Regimiento 3 de Paracaidistas británico atacó Monte Longdon; el Comando 42 de la Real Infantería de Marina hizo lo mismo contra Monte Harriet y el Comando 45 de la Real Infantería de Marina se dispuso a combatir hacia Dos Hermanas, nadie se sorprendió. Por eso no les fue fácil. En este último par de elevaciones (Silva patrullaba Goat Ridge de noche) Llambías resistió con su sección. Cerca de allí, la actitud del regimiento fue heroica. Muere el Teniente Martella y, uno tras otro, caen heridos (entre los jefes) los Subtenientes Nazer, Mosquera y Pérez Grandi. En medio de la confusa noche, con los hombres que puede, Llambías se replegó y se encontró casualmente con Silva. Juntos y con los últimos hombres de ambas secciones, se replegaron hacia el segundo cordón defensivo de Puerto Argentino.
Los ingleses avanzaron, pero a costa de mucha sangre propia. Por eso, al día siguiente, se vieron obligados a descansar. Así, mientras los argentinos se reacomodaban en la línea ya muy cercana a la capital de las islas, los invasores se sobrepasaban y dejaban en primera línea a las tropas frescas del Regimiento de Paracaidistas 2 (en dirección a Wireless Ridge) y los Guardias Escoceses y los Gurkhas (contra Tumbledown y Williams).
Mientras tanto, Silva no perdía la calma, como nunca lo hacía, pero demostraba algo de impaciencia por entrar en combate. No lo había podido hacer en la noche anterior, porque su misión lo alejó del mismo. Pero tenía su alma estremecida por la espera del momento de hacer la guerra. Siempre sin perder la magnanimidad en su trato con sus soldados y subalternos, a quienes seguía consolando y acompañando; animando y conduciendo.
Pudiendo replegarse a la ciudad para evitar el combate, el patriota hizo lo que debía hacer: pedir un puesto de combate en la defensa y quedarse con todos los soldados de su sección que estaban en condiciones de hacerlo.
Lo ubicaron en la fracción del Teniente de Corbeta Vázquez, dentro de las tropas del Batallón de Infantería 5, y desde allí se preparó para el combate final.
Con la oscuridad del 13 de junio comenzó el ataque inglés. Paracaidistas, Guardias escoceses y Gurkhas chocaron contra la última resistencia argentina.
Todo el poderío invasor se desató con su violencia y eficacia. Los argentinos resistían y mataban, los atacantes morían y volvían a aparecer como si nunca perecieran. Las posiciones fueron rodeadas, desgastadas, debilitadas por el fuego de artillería, lentamente, con mucho esfuerzo.
Sus subordinados y camaradas cuentan que el Subteniente Oscar “el Sapo” SILVA por no replegarse, a pesar de que estaba impartida la orden, eligió desplazarse hasta las posiciones de sus hermanos, los gloriosos infantes de marina del Batallón de Infantería de Marina 5 que aun resistían (BIM 5).
Se sumó a la desesperada pelea que mantenían contra un enemigo superior en número y medios.
El arco luminoso de una bengala rasga la noche teñida de tinieblas. Crecen gritos en el silencio. Gritos de guerra. El enemigo comienza a trepar las laderas disparando sus balas trazantes. Es la noche del 11 de junio de 1982 y la guerra se aproxima a su fin. Se ha impartido la orden de replegarse hacia Puerto Argentino pues el dispositivo de defensa nacional ha sido quebrado luego de durísimos combates.
La cuarta sección de la infantería de marina del “BIM5” al mando del teniente de corbeta VÁZQUEZ sigue en sus posiciones pero no está sola; un puñado de hombres del ejército, perteneciente a la sección de TIRADORES de la Ca “A” del RI 4, Monte Caseros, encabezado por el subteniente SILVA se le ha unido horas antes.
SILVA, usando su iniciativa, ha resuelto quedarse a luchar con sus hermanos. Y ahora aguarda, fusil en mano, junto al resto de los que allí están, el combate final. La batalla entra a su punto culminante.
En el frente (Monte Tumbledown) se combatía encarnizadamente para mantener la línea de defensa; el enemigo había tropezado con una posición dura, de resistencia feroz, de fuego intenso.
Subteniente, se me trabó el FAP"-- grito un soldado, tomó su FAL y continúo disparando.
El subteniente SILVA al ver al soldado en esa condición, sale de su pozo de zorro, destraba el FAP, y se lo alcanza a otro soldado quien nuevamente continua disparando. Es el arma principal de la fracción para detener a los ingleses que atacan incesantemente las líneas defensoras. Siente que le quema el hombro, el dolor es profundo, no puede mover su brazo izquierdo, mira su mano y ve correr sangre; está herido. Una y otra vez los han rechazado; una y otra vez vuelven.
De repente SILVA se queda sin municiones, mira alrededor y ve a uno de sus soldados ya sin vida a su lado. Toma su FAL y sigue disparando hasta agotar las municiones. A su alrededor sus hombres y los infantes de marina van cayendo, uno a uno. Se está quedando solo.
El subteniente del Ejército Argentino abandona nuevamente su posición y va en ayuda de un herido; en el trayecto de un pozo a otro, ve que el soldado, a quien había dejado con el FAP cae muerto por el fuego enemigo. Entre el fuego y el fragor de la lucha toma al herido y lo traslada sobre sus hombros, arrastrado, agazapado, a otra posición más segura, unos treinta metros detrás.
Con el FAL en las manos dispara y avanza a la línea de fuego, recupera el FAP, que es fundamental para resistir, se lo acerca a otro soldado quien también está herido. Nuevamente su jefe lo arrastra como al primero y lo pone en un lugar seguro, mientras grita, da órdenes, infundiendo valor a sus hombres.
Regresa al frente, toma nuevamente el FAP mientras sigue disparando y gritando para conducir a algún hombre que aún quedaba. La desproporción de tropas es tremenda, pero la resistencia argentina inscribió epopeyas en tinta de sangre.
Los ingleses intentaron una y otra vez romper la defensa desde la tarde del 13 y hasta la mañana del 14 de junio de 1982. El heroísmo manifiesto de la resistencia ante la embestida invasora hizo que los británicos se replegaran más de una vez.
Allí estaba Oscar Augusto SILVA, tenía 24 años y se iba a casar ese mismo año.
Su voz firme gritaba:
-- “ Vamos soldados de hierro... ¡Viva la patria! ...fuerza soldados de mi patria!!! "
La lucha era terrible, el fuego contra el fuego, el sol despuntaba en el horizonte cuando su fracción es sobrepasada por la masa de las fuerzas enemigas. No retroceder jamás; la dignidad y la palabra empeñada de “no ceder” era suficiente para no quebrarle el ánimo. Miró y vio que estaban siendo arrasados, sobrepasados; tomó su fusil y colocó la bayoneta, ya se había quedado sin municiones, y con fusil armado a la bayoneta emprendió su último combate cuerpo a cuerpo.
En un supremo esfuerzo saltó de su pozo y emprendió contra los invasores de su patria.
Entonces grita, emite un alarido de horroroso coraje. Es el bravo rugido del león herido y acosado por la jauría. Grita mientras hace trepidar su arma:
--" Viva la Patria carajo!!!"
Fuente:
Facebook del Sub Tte Silva
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