La Guerra Tibia
Un libro de Peter J. Bush
Conflictos y desencuentros
entre Argentina y Chile desde 1776 hasta nuestros días
‘La Guerra Tibia’ es un relato novelado de crónicas y hechos comprobados que en su gran mayoría sucedieron en la larga historia de desavenencias entre Argentina y Chile que hoy, gracias a Dios, parecen haberse sosegado.
‘La
Guerra Tibia’ es un
relato novelado de crónicas y hechos comprobados que sucedieron en la larga
historia de desavenencias entre Argentina y Chile que hoy, gracias a Dios,
parecen haberse sosegado.
El Autor basó los hechos aquí
narrados y novelizados en entrevistas a personas que vivieron las historias,
crónicas, libros de texto e información online.
Este es el quinto libro publicado por
Peter J. Bush, luego de haber publicado las novelas ‘Hermano contra Hermano’, año 2014, ‘Regreso a Malvinas’, año 2015, ‘Tango
Rojo’, año 2016, ‘Comando Poeta’
en enero de 2017 y posteriormente a esta obra, ‘Sur en Llamas’ en 2019; como
‘e-books’ en ‘Amazon’.
Peter también ha escrito y publicado
como e-books en ‘Amazon’; dos libros como ‘Lautaro Capri’; estos son: ‘28 Cuentos Cortos para Volar’ -tambien
existe version impresa de este- y ’28
Poemas de Amores, Amoríos y Cruces’.
Diseño de tapa: Damián Hadji damianhadyi@yahoo.com
El hecho fundamental y casi
indiscutible de que naciones como Argentina y Chile, compartieron, comparten y
van a compartir una raíz común que abarca el idioma y cultura española,
parentesco familiar en muchos casos en ambos países, un origen independentista
común y por sobre todo, una religión común: La Católica Apostólica Romana;
además del judeo-cristianismo como base, cultural e histórica; ha funcionado
como una póliza de seguro o un freno capaz de retardar y hasta frenar un pico
de conflicto, tal como en el caso del año 1978. De haber sucedido este
conflicto u otras hipótesis de conflicto históricos, sin duda el precio en
sangre y el daño al espíritu nacional de ambos países; hubiese sido casi
irreparable.
Más allá de estos hechos relatados
arriba, nunca en la historia de la humanidad dos naciones vecinas tan armadas y
listas para ir a la guerra; vencieron la enemistad; saltando por encima a los
gobernantes de la época del 1978; gobiernos militares de cada país; que como se
sabe, son cuadros entrenados para la guerra. Es de mi consideración personal,
que este no ir a la guerra en 1978, fue un milagro divino, de un Dios bueno,
padre y activo. En este sentido, les pido encarecidamente perdón a los paganos,
eclécticos y otros tipos de espiritualidades, si esta afirmación ofendió de
algún modo al lector.
No es difícil ir más allá de la
evidencia con nuestra imaginación; cuando las fotos de época mostraban a
militares de ambos bandos rezando el rosario o celebrando misa. Esos hechos,
ciertamente aunaron de una manera invisible y sobrenatural a las fuerzas
militares de ambas partes; que, en su gran mayoría, tenían el solo objetivo de
defender la soberanía nacional y los intereses que ellos racionalmente
comprendían sobre la misma.

También sería demasiado inocente el
negar que la Argentina perdiera en su historia más territorios de los que ganó;
la razón de esto se podría observar claramente en la falta de población y por
sobre todo de unidad interna capaz de enhebrar la territorialidad de manera
eficiente. Caso contrario; Chile siempre tuvo más unidad nacional; y su
territorio se ha expandido desde su original mapa. Hoy en día, gran parte de la
riqueza económica de Chile se basa en la minería del cobre; que es extraído
directamente de territorio conquistado por Chile a Bolivia durante la sangrienta
‘Guerra del Pacífico’ (1879-1883).
Finalmente, es necesario destacar que
durante la crisis del 78 Argentina poseía una abrumadora superioridad militar y
económica por sobre Chile, y el hecho de que la guerra no se haya desatado,
entre dos países gobernados por gobiernos militares, da claros indicios de una
hermandad superadora de las diferencias entre dos países no solo ‘limítrofes’.
Lo que quedará para la imaginación, es preguntarse: ¿qué hubiese sucedido si
Chile hubiese poseído tal abrumadora superioridad, y no Argentina, durante la
crisis del 78? Esto lo dejo en manos del lector que en páginas venideras
explorará una historia pegajosa y extremadamente vecinal.
El plan del Poder Ejecutivo es contra el
desierto para poblarlo, y no contra los indios para destruirlos .
Párrafo tomado de una carta firmada
por el Presidente Mitre y su Ministro de Guerra Alsina al Congreso Nacional el
25 de agosto de 1875.
Ganado por pólvora
Los
pobladores originales de la cuenca del Río de la Plata, eran grupos de indios
nómades y recolectores, que se trasladaban de un lado a otro a pie y siempre
siguiendo los cursos de agua. Los estudiosos dicen que un indio podría llegar a
caminar hasta unas 30 leguas diarias y que muchos al internarse tierra adentro
sobrevivían hasta encontrar fuentes de agua, succionando la humedad de
tubérculos y raíces. Claro está, esto último era una excepción.
Mayoritariamente,
el oeste y sudoeste de la provincia de Buenos Aires, era un territorio
inhabitado e intransitable. Esta característica permaneció de ese modo hasta
tiempo después de que llegaron los primeros españoles. Las crónicas históricas
indican que Pedro de Mendoza arribó al Plata en 1536 con su expedición,
acompañado de setenta y dos caballos. El caballo, de modo consensuado según los
historiadores, provocó un cambio total en cuanto a la accesibilidad del terreno
y la movilidad de los habitantes de aquellos parajes inexplorados.
En corto
tiempo, tanto caballos como indios, aumentaron exponencialmente en número. Los
aborígenes locales descubrieron en el caballo un medio de transporte y combate
que como consecuencia igualó casi en poder militar en cuanto a movilidad entre
indios y colonizadores. Esto sucedió hasta la llegada del fusil a repetición
‘Remington’ utilizado por las tropas de Roca durante la ‘Segunda Campaña del
Desierto’ que volvió el balance militar favorable a los blancos o también
llamado ‘cristianos’ por los indios.
La entrada
de los equinos en el ‘Plata’, cambió para siempre no solo la vida del europeo
sino particularmente la del indio, que pronto convirtió al caballo en su socio
fundamental durante el dominio indígena del territorio hasta el fin la ‘Segunda
Campaña del Desierto’, en 1885. La explosión de caballos en la región fue tal
que el mismo jesuita inglés y explorador de la región, Thomas Falkner, casi
murió atropellado por una estampida de caballos salvajes cuando tomaba agua en
un arroyo allá por el año 1744.
La región
también se vio modificada y cambiada en su desarrollo con el ingreso del ganado
bovino y ovino que se incorporó a la zona de modo paralelo con los caballos.
Las grandes estancias que rodeaban Buenos Aires comenzaron a generar cantidades
inconmensurables de ganado bovino y ovino producto de su suelo fértil, pasturas
abundantes y precipitaciones bastante estables.
Como
resultado hasta casi ‘natural’ y ‘esperado’, los indios que habían sido
impulsados por la civilización lejos de la costa y otras tribus que vivían en
el oeste y sudoeste de Buenos Aires y del otro lado de la cordillera,
comenzaron a encontrar comida y ‘bien de comercio’ en el ganado abundante y
fácil de capturar en las inicialmente desprotegidas estancias de Buenos Aires. Como
consecuencia y del mismo modo se vieron atraídas un sinnúmero de tribus que
pronto escucharon da bonanza de la región. Vale la pena aclarar que los indios
chilenos igualmente sufrieron la presión de la civilización, en este caso
chilena, que los empujó hasta el sur de dicho país, empujando también a los
aborígenes a cruzar los Andes hacia territorio argentino.
El número
de indígenas en el área aumentó de manera tal que en una misiva desde el
‘Fuerte Argentino’ (fuerte creado en 1828 por Estomba) y futura ciudad de Bahía
Blanca, se advirtió al Ministro de Guerra:
‘…la gran cantidad de indios que están viniendo
de Chile a establecerse crea una situación alarmante para la Provincia de
Buenos Aires, que quizás más que nunca ha tenido una reunión igual de indiada…’.
Con este
cruce, no solo se comenzó el robo de ganado, sino que las tribus de origen
chileno comenzaron a dominar a las tribus argentinas y la razón principal para
ello fue superioridad numérica de los indios que cruzaron desde Chile hacia el
actual territorio argentino.
El asunto
del indio y del robo de ganado, además de horrendos actos como el rapto de
niños y mujeres, pronto llevó a la reacción del gobierno de Buenos Aires y
luego de la República Argentina que se materializó en la ‘Primera Campaña al
Desierto’ dirigida por Juan Manuel de Rosas entre 1833 y 1834 y de resultados no definitivos. Esta fue luego seguida
por la estrategia de Alsina de establecer una defensa pasiva de las estancias
por medio de un entramado de zanjas y fortines para terminar con la definitiva
‘Segunda Campaña del Desierto’ iniciada en 1878 y concluida de modo
determinante, para la soberanía argentina, por Julio Argentino Roca en 1885.
La ida y
venida de tribus de indios provenientes desde Chile con el propósito de robar
ganado y realizar estragos comenzó incluso antes de 1820, sucediendo el grueso
de la inmigración ladina y foránea por los años 1860. Las crónicas del
explorador Basilio Villarino, quien recorriera el Río Negro allá por 1782,
cuentan que al descubrir la isla fluvial denominada Choele-Choel, encontró está
llena de aborígenes además de unas 8.000 cabezas de ganado con marcas y señales
de Buenos Aires dirigiéndose hacia Chile.
Sin duda
alguna, existió connivencia entre Chile y la compra de ganado argentino robado.
Los transandinos otorgaban armas, bebidas y otros enseres, mientras compraban
grandes cantidades de ganado robado por los indios, en su mayoría de origen
chileno. El General Julio Argentino Roca da prueba interesante que refleja la
clara relación comercial entre el indio y los chilenos:
‘Hay que interceptar y cortar para siempre el
comercio ilícito que desde tiempo inmemorial hacen con las haciendas robadas
por los indios, las provincias del Sur de Chile: Talca, Maule, Linares, Ñuble,
Concepción, Arauco y Valdivia’.
Prueba que
casi no merece ‘contraprueba’ fue dada por el Diputado Puelma, representante
del departamento de San Carlos, provincia chilena de Maule en sesión del
congreso chileno del 18 de agosto de 1870, quien aseveró:
‘En cuanto al comercio, vemos que el de
animales, que es el que más se hace con los araucanos, proviene de animales
robados de la República Argentina. Es sabido que últimamente se han robado
40.000 animales más o menos y que son llevados por tierra, y nosotros, sabiendo
que son robados, los compramos sin escrúpulo alguno, luego decimos que los
ladrones son los indios. ¿Nosotros qué seremos?’.
No al azar
y siguiendo el muestreo de evidencia casuística de esta realidad geográfica,
invasiva, comercial y quimérica, vale la pena recordar que para el explorador y
publicista chileno, Don Guillermo Cox, la Patagonia fue y quizás es en algunos
reductos, denominada como ‘Chile Oriental’.
Otro
documento, en este caso una carta de Alsina al Cacique Namuncurá, es también un
indicio claro de la presencia de indios chilenos. De la misiva se lee lo
siguiente:
‘Señor Cacique General don Manuel Namuncurá,
esto es lo que el gobierno le ofrece. Si Ud. acepta, necesito saber cuáles son
las garantías que Ud. me da de que su tribu no invadirá, ni dejará invadir a
los chilenos, ni a Catriel…’.
Vale la
pena aclarar que Namuncurá, era hijo de Calfulcurá, Gran Cacique Chileno,
aborigen con más influencia en la época de los malones. De un mismo modo, su
padre Calfulcurá recomendó enfáticamente a Namuncurá que nunca dejase las
fértiles tierras de ‘Carhué’; y tal es así; que
cuando Roca emprendió la ‘Segunda Campaña del Desierto’, reconoció y ofreció
estos territorios a Namuncurá quien prefirió pelear a muerte con el Ejército
Argentino. La historia demuestra que la campaña distó de ser una ‘Campaña de
eliminación’, sino de ‘asimilación’ del indio, incluso del chileno, al cual se
le ofrecieron reiteradas veces tierras que ellos ya ocupaban como en el caso
del Cacique Namuncurá.
El dueño de las Pampas
La máxima
expresión del problema con el indio relacionada con Chile se enmarcó de modo
terriblemente ejemplar en la cabeza del Cacique Calfulcurá o ‘Piedra Azul’ en
español. Dicho líder, natural de Llona, Chile, cruzó hacia la Argentina
alrededor del año 1830. El indio chileno era hijo del cacique Huentecurá, que
habría ayudado al General San Martín en el cruce de los Andes.
Con su
grupo inicial de 200 jinetes, Calfulcurá atacó inicialmente a la tribu
‘Voronga’ cuyos jefes principales pasó a degüello. Luego se asentó en la región
pampeana de ‘Salinas Grandes’ y desde allí comenzó a expandir su dominio que
pronto llegó a llamarse ‘La Confederación Indígena’.
El Cacique
Calfulcurá llegó a tener hasta un ‘sello real’ y siempre que se presentaba y se
comunicaba con otras autoridades hablaba de que el actuaba por ‘voluntad de
Dios’. Su ejército llegó a tener hasta 2.000 lanceros con tres a cuatro
caballos de recambio para cada combatiente. El gran cacique tuvo asimismo a un
lenguaraz o ‘secretario letrado’, un chileno educado llamado Manuel Acosta,
quien lo aconsejaba en diplomacia además de escribir sus cartas a otras
autoridades. Su alcance fue también internacional, puesto que visto en apuros
solicitó ayuda a más tribus en Chile. Como consecuencia, desde Chile cruzó el
Cacique Reuque Curá con unos 1.500 jinetes quienes se sumaron al líder de las
pampas.
El poder de
este Cacique Chileno se vio demostrado con el hecho de que en 1855, el ejército
araucano comandado por Calfucurá, infligió dos duras derrotas al ejército porteño.
La primera a Bartolomé Mitre en la batalla de ‘Sierra Chica’, y luego en ‘San
Jacinto’ al general Hornos.
Calfulcurá
terminó su reinado, el 4 de Junio de 1873, cuando murió con los suyos en su
enclave de Salinas Grandes.
El Nerón chileno
Luego del
mediodía, la caballada ya parecía nerviosa e indicando un malón próximo. El
personal del fortín ya en el inconsciente supo bien lo que se venía. Avanzada
aquella tarde calurosa de enero, desde el mangrullo el Cabo Préndez fue el
primero en ver la nube de polvo. Abriendo más los ojos, volvió a ver a través
del catalejo a los efectos de confirmar lo que había visto pero aún no definido
como un peligro seguro. En segundos gritó a un compañero que daba de beber agua
a su caballo:
‘Che, avisale al Comandante, se viene el Malón nomás’.
El Capitán
Severo Baldrich, se hallaba justo en la matera hecha de adobe y con techo de
paja en un montecito de acacias que filtraban un poco el ardiente sol. Dentro
del recinto, el aire era fresco y reconfortante, afuera los teros daban la
música en la llanura que se extendía hasta más allá del horizonte. Baldrich,
quien mateaba tranquilamente, al recibir la noticia, ordenó toque de trompeta
que en segundos causó un revuelo descomunal en los 42 soldados que se hallaban
desparramados por el caserío circundante y el monte. Desde el casco de la
estancia ‘San José’, se vio en apuro y con demasiado griterío llegar en
carretas y a caballo unos cuatro hombres, 6 mujeres, 10 niños e incontables
perros.

Con ya toda
la guarnición y los civiles dentro del fortín, el ruido de vacunos y ovejas más
el sonido incomparable de los indios se comenzó a sentir con toda claridad. El
Capitán Baldrich, quien había subido al mangrullo, observó y analizó junto con
Préndez la masa humana y de animales que se aproximaba:
‘Deben ser 500 esos indios. Al ganado no lo
puedo contar, pero calculo más de 10.000 cabezas. Deben estar de pasada, acá no
hay mucho ganado y ellos lo saben. ¡Préndez, bloquee la entrada con un carro.
Quiero 20 hombres montados, el resto y los civiles todos armados y
distribuidos. Dele armas a las mujeres también. Los niños en el centro del
fuerte. Entre a los caballos también!’.
Fue la
orden Baldrich a su subalterno, mientras este bajó del mangrullo para impartir
las directivas y poner y tratar de poner un poco de calma a tal revuelo.
No pasó ni
un rato cuando los primeros indios comenzaron a rodear galopando y gritando el
fortín. Del enclave cristiano comenzaron a salir algunos disparos. En minutos
los aborígenes habían prendido fuego ranchos y taperas y el humo comenzó a
cubrirlo todo. En medio del pandemonio, un jinete indio en caballo blanco e
inmaculado, el gran Cacique Calfulcurá, junto a un europeo, el chileno Manuel
Acosta, observaron minuciosamente el ataque mientras que el Cacique daba
órdenes a sus lugartenientes.
A la media
hora el carrusel de indios que rodeaban el fortín comenzó a hacerse más y más
espeso; en un abrir y cerrar de ojos, el carro que bloqueaba la entrada al
fortín fue prendido fuego y acto seguido movido por una veintena de indios. La
masacre fue total.
Los indios
penetraron la precaria fortaleza, y ya dentro prendieron fuego lo poco restante
además de eliminar a casi todos los cristianos a fuerza de lanzazos, boleadoras
y facón. Hacia el final de la carnicería, un hombre alcanzó a montar un caballo
con su mujer y un niño, y saltando el zanjón de dispusieron a huir a toda
velocidad del malón. Todo fue en vano, como transportados por caballos con
alas; tres indios alcanzaron a los que huían que inicialmente parecieron tener
clara ventaja en cuanto a distancia y velocidad. Boleando al tordillo que cayó
con peso y carga al suelo. Lo que siguió fue algo más de lo que ya había
sucedido, los tres ‘huincas’
fueron degollados sin piedad ni remordimiento alguno.
Ya
silenciado el entorno, luego de que el malón se retirara hacia el horizonte,
los teros volvieron a gritar y los perros a ladrar y ahora con el humo y el
ruido de las brasas de la empalizada todavía humeante, un hombre resucitó de la
zanja maloliente de barro y aguas verdes llena de cadáveres que circundaba
defensivamente al fortín.
El Capitán
Severo Baldrich fue el único sobreviviente de aquella matanza. Golpeado por una
maza, cayó al zanjón ya lleno de muertos donde permaneció inconsciente por un
buen rato. Los indios por suerte lo confundieron con un cadáver y ahí lo
dejaron. Levantándose se dirigió trastabillando hasta la salida del fortín;
allí vio a un peludo tratando de comer
el cadáver de un niño. A las patadas y mal decires expulsó al animal
oportunista y carroñero que ni siquiera espero a que los cuerpos se enfriaran.
Baldrich,
en la soledad, se sentó a ver el horizonte con un rosario en la mano; horizonte
que ahora era carmesí y sin polvaredas amenazantes. Como signo de piedad de la
providencia, un perro se acercó y le dio afecto al valiente soldado argentino
que antes de perder el conocimiento había matado a más de 12 indios con fusil y
espada.
Algunos
historiadores calculan que el malón tomó más de mil colonos cautivos y robó un
millón de cabezas de ganado, siendo este el saldo de las incursiones indígenas
entre 1868 y 1874.
La espina dorsal de la sorpresa está en
fusionar la velocidad con el secreto.
Carl Von Clausewitz
Amigos alemanes
En enero de una tarde calurosa de
Buenos Aires, en 1930, a las apuradas, a eso de las cinco de la tarde un
delegado diplomático pidió entregar una misiva del Presidente alemán al Presidente
argentino. El mismo presidente de Alemania, el Mariscal Hindenburg, hizo llegar
un cable secreto a su contraparte argentina, el Presidente Irigoyen; como parte
del seguimiento de una relación excelente que aún sostenía la Argentina con
Alemania desde que Argentina había apoyado significativamente a los teutones
durante la Primera Gran Guerra.
La comunicación alemana informó que
el servicio de inteligencia alemán había obtenido pruebas casi contundentes de
un plan de sorpresa de ataque a la Patagonia que sería llevado a cabo por la
República de Chile.
El supuesto ataque se llevaría a cabo
sobre Zapala para luego avanzar por Neuquén con objetivo final en Bahía Blanca.
El informe también hablaba de otro frente cuyo objetivo sería Comodoro
Rivadavia. En aquel entonces, ese territorio argentino aun carecía de
suficientes fuerzas con capacidad de repeler tamaña invasión. Además, el plan
incluía atacar la flota naval argentina en Puerto Belgrano, comprometiendo de
ese modo la movilidad militar argentina en un grado casi definitivo.
El plan era, teóricamente, perfecto.
Vuelo de reconocimiento
Inmediatamente, el presidente
argentino convocó al Inspector General del Ejército, General Severo Toranzo,
quien debió regresar a las apuradas desde la localidad de Miramar, donde gozaba
de sus vacaciones. La primera decisión fue la de ejecutar una serie de
reconocimientos aéreos por sobre los pasos fronterizos de los Andes, además, de
algún sobrevuelo sobre bases chilenas en el Pacífico. A tal efecto, dos
hidroaviones tipo ‘Fairey’, con base en Puerto Belgrano, fueron movilizados el
30 de enero a Río Negro, donde acuatizaron en el Lago Nahuel Huapí, que
funcionaría como base de operaciones a fin de cumplir con el objetivo asignado.
Ambas aeronaves, fueron camufladas bajo una arboleda lacustre que como
consecuencia escondió a los aviones de reconocimiento argentinos de ojos
demasiados curiosos.
Los pilotos involucrados en los
vuelos de reconocimiento sobre suelo chileno tenían conocimiento de que los dormitorios
de los pilotos chilenos de las escuadrillas aéreas de la zona, en la base de
Puerto Montt, se encontraban bastante lejos de pista, además de que los vuelos
serían realizados durante un domingo, día de descanso lo cual daría tiempo
suficiente a los pilotos de los lentos hidroaviones a volver a cruzar la
cordillera rumbo este y a esconderse en su escondite bien camuflado en Nahuel
Huapí.

Los sucesivos vuelos fueron una
sorpresa, puesto que los aviones caza y de reconocimiento chilenos buscaron sin
suerte a los aviones espías argentinos que habían sobrevolado impunemente
territorio chileno soberano. El fotógrafo Jaime Mut, completo una serie de
fotografías que claramente indicaron una concentración de fuerzas chilenas en
la zona.
La República Argentina, movilizó en
real apuro una fuerza aproximada de 20.000 hombres, además de su poderosa flota
hacia la potencial zona de conflicto. Con estos actos, el factor sorpresa
chileno desapareció, y las intenciones de ocupación también.
La Patagonia siguió siendo argentina,
y el sueño de ocupación chileno hacia el ‘Chile Oriental’ se desvaneció una vez
más ante el viento que sopla lamiendo los Andes como queriendo marcar un límite
eterno.
Capítulo 19. In fraganti
Si alguna vez fuera capturado, no quiero
ninguna negociación y si debo solicitar una negociación del cautiverio deben
considerar eso un signo de coacción.
Henry Kissinger
Entrenando a Mr. Bond
En los tiempos en que sucedió el
presente relato, la información no fluía por internet ni por otros medios tan
rápido como en nuestros días. En aquel entonces, las prácticas de espionaje
utilizando recursos humanos eran todavía indispensables. Argentina y Chile aún
mantenían un conflicto latente y las fuerzas armadas de ambos países estaban
sedientas de información sobre sus vecinos.
Carlos Lobo era un hombre entrenado y
preparado por la FACh con el claro objetivo de recolectar información sobre la
FAA en el área de ‘El Plumerillo’, base área militar en Mendoza, donde la FAA
entrena a sus pilotos.
Primeramente, Lobo fue capacitado por
la FACh durante 6 meses en el aeropuerto de La Serena donde el oficial Mauricio
Ibáñez adoctrinó a Lobo en como observar los movimientos de una base aérea. El
entrenamiento incluyó vuelos en avioneta e incluso visitas a otras bases de la
FACh. El objetivo de la misión sería el de averiguar cantidad operativa de
pilotos de capacidad avanzada de la FAA y por supuesto equipos, tácticas y
técnicas utilizados por la FAA.
Finalizado el proceso de capacitación
como oficial de inteligencia de Lobo, el ‘Bond’ chileno ingresó a la Argentina
por la provincia de Tucumán donde consiguió la ciudanía albiceleste gracias a
un policía corrupto de dicha provincia. Un mes después, Lobo se instaló en
Mendoza donde trabajó como vendedor de autos en una concesionaria céntrica.
Operativo
El espía Lobo se instaló en el barrio
de Dorrego, Mendoza, donde alquiló una pequeña casa en una esquina. Para Carlos
Lobo, Mendoza paso a ser su hogar, el clima, el acento y la idiosincrasia de la
provincia argentina, no despertó muchas diferencias ni nostalgia de su patria.
Lobo, en menos de dos meses, desarrolló una red de amigos con los cuales iba a
ver todos los domingos fútbol como hincha de Independiente de Rivadavia, uno de
los equipos locales más populares.

Su trabajo de 6 horas en la
concesionaria, a 3 cuadras de su domicilio, permitió al oficial de inteligencia
chileno a moverse con libertad por Mendoza, e iniciar sus actividades en las
cercanías de la base del ‘Plumerillo’ donde operaba la IV Brigada Aérea de la
FAA que empezó a visitar frecuentemente.
Lobo intercalaba visitas durante la
semana y/o los fines de semana a la base, ya sea durante la mañana o la tarde.
Sigilosamente, se dirigía hacia la base misma por distintas rutas y estacionaba
el auto en alguna alameda, desde donde observaba con binoculares los
movimientos aéreos o escuchaba las emisiones radiales de la base argentina. Normalmente,
el espía manejaba tranquilamente su vehículo los casi 10 kilómetros de distancia
que lo separaban de la base, dirigiéndose por la Avenida Mitre hacia el norte
para luego doblar por Almirante Brown a la izquierda y tomar la autopista
número 40 hacia el norte.
Con las manos en la masa
Hacia fin de año, Lobo recibió la
orden de viajar a Chile para votar como ciudadano en el proceso de ‘Consulta
Nacional’ llevada a cabo por el gobierno de Pinochet. Lobo dejó a cargo de su
casa a un buen vecino y también amigo. Durante el primer fin de semana de
ausencia, su casa fue robada por ladrones y a resultas de los hechos, la
policía mendocina ingresó a su domicilio descubriendo equipo sofisticado de
comunicación y documentos; cuestión que inmediatamente fue comunicada de manera
encubierta a la SIDE.
Dicha agencia, inmediatamente analizó la información y equipo encontrado pero
dejando todo en su lugar. De esta manera inició un proceso de seguimiento del
presunto espía chileno.
Avisado Carlos Lobo de lo sucedido,
inmediatamente inició su regreso al país, no sin antes pedirle a su vecino que
retuviera una valija con elementos de valor que se encontraba debajo de su
cama.
El contenido de dicha valija, incluía
un equipo de comunicación sofisticado, importado y hecho en Gran Bretaña,
además de documentos y fotografías que eran claros indicativos de la actividad
de Lobo como oficial de inteligencia chileno.
72 horas después de que Lobo regresó
a su vida oculta en Mendoza; en un operativo sorpresa llevado a cabo por la
Policía Federal, policía local y la SIDE, el oficial de inteligencia chileno
fue capturado a fin de ser interrogado por cargos de espionaje y su equipo e
información incautados.
El gobierno chileno negó toda
conexión con el procesado y el caso ‘Lobo’ prosiguió su rumbo judicial hasta
que finalmente fue liberado 4 años después.
Libro La Guerra Tibia
‘La Guerra Tibia’
es un relato novelado de crónicas y hechos comprobados que en su gran
mayoría sucedieron en la larga historia de desavenencias entre Argentina
y Chile que hoy, gracias a Dios, parecen haberse sosegado.
El Autor
basó los hechos aquí narrados y novelizados en entrevistas a personas
que vivieron las historias, crónicas, libros de texto e información
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