La invasión de Napoleón III a México.
Por: Juan Del Campo
Segunda parte
Los legionarios estaban en una posición muy difícil. Las paredes externas de la ruinosa propiedad tenían un perímetro de 50 metros de ancho y 50 de largo y una altura de tres metros. Dos grandes puertas en la parte oeste y un forado en el este eran los puntos de acceso. Además, sólo contaban con 60 balas por hombre. Pero Danjou era un veterano acostumbrado a situaciones imposibles. De inmediato ordenó levantar barricadas en los claros y desplegó a sus hombres en posición defensiva. Para mala suerte de los legionarios, los patios estaban expuestos al fuego de los mexicanos desde las alturas y Danjou no podía hacer nada para neutralizarlos. Otra parte de la caballería mexicana desmontó y ejecutó algunos ataques, pero los legionarios los rechazaron. Poco después de las 09:00 horas, en medio de un sol abrasador, el coronel Milán envió un oficial mexicano de orígen francés, Ramón Laine, para exigir la rendición de los legionarios. Danjou rechazó la demanda con un rotundó nó y luego se dirigió a cada uno de sus hombres para que le prometieran que lucharían hasta el final.
Aproximadamente a las 11:00 horas una bala disparada por un francotirador, posiblemente escondido en los establos, acabó con la vida de Danjou. De inmediato el teniente Villain asumió el mando de la defensa. Cerca del mediodía los legionarios escucharon el sonido de clarines, y los zuavos, ubicados sobre los techos, observaron una columna de soldados que se aproximaba. Hubo un entusiasmo general pensando que se trataba de refuerzos del ejército francés, pero la algarabía pronto se apagó al comprender que eran refuerzos mexicanos solicitados por el coronel Milán, consistentes en tres batallones de infantería; el Guardia Nacional de Vercruz, el Jalapa y el Córdoba. La situación de los legionarios se complicó, pues además de la pérdida de su enérgico comandante, ahora estaban rodeados por dos millares de soldados enemigos. Con estas tropas, el fuego mexicano se hizo más intenso y sus incursiones se sucedieron con mayor frecuencia. Las horas pasaban, el calor arreciaban y los legionarios comenzaban a sufrir los efectos de la sed y la deshidratación, pues el agua de sus cantinas hacía un buen tiempo que se había agotado. Villain mantuvo una defensa tan corajuda como la de Danjou, pero alrededor de las 14:00 horas cayó muerto, acribillado por el intenso fuego mexicano. El comando recayó en el teniente segundo Maudet.
Una vez más el coronel Milán prouso la rendición de los legionarios, garantizándoles la vida. Maudet se negó. Los mexicanos decidieron que había llegado el momento apropiado para emprender un asalto frontal y reducir de una vez por todas a sus enemigos. Uno sin embargo no fue suficiente. En consecuencia, oleadas de ataques pretendieron romper la cerrada defensa pero los certeros disparos de las disciplinadas tropas francesas los contuvieron. En varias ocasiones los hombres de Maudet cruzaron el patio para socorrer a sus compañeros caídos, lo que generalmente resultaba mortal. Fracasados los asaltos, los mexicanos prendieron fuego a los alrededores de la posición francesa, que se estaba convirtiendo en un verdadero infierno. Un gran coraje fue desplegado por ambas partes al tiempo que la lucha alcanzaba su clímax. Inclusive los mal entrenados irregulares mexicanos lucharon con estoico valor durante los reiterados intentos de ingresar por las puertas y ventanas. La gran mayoría de ellos resultaron muertos por efecto de las balas y las bayonetas de los legionarios y sus cuerpos eran devueltos inermes sobre el patio.
Hacia las 17:00 horas sólo doce legionarios permanecían en pié para contener la ofensiva mexicana. Se efectuaron nuevos llamados a la rendición que no fueron aceptados. Rodeados de los cadáveres de sus camaradas de armas, estaban dispuestos a morir. A las 18:00 horas sólo quedaban cinco legionarios, los cabos Maine y Berg y los soldados Constantin, Leonard y Wensel, quienes contaban con muy poca munición. En el transcurso de los siguientes minutos Maudet, quien para entonces estaba herido ordenó a sus hombres que disparasen la última andanada de balas, que prepararan bayonetas y cargaran contra las tropas mexicanas, para morir con honor. Durante el combate los legionarios habían disparado más de 3,000 balas. Al pretender ejecutar esta acción Maudet volvió a recibir un balazo y cayó inconsciente mientras que otros dos de sus hombres fueron muertos. Los sobrevivientes, los cabos Maine y Berg y el raso Wensel, un polaco, retrocedieron hasta ponerse hombro a hombro frente a una de las paredes de la hacienda, presentando sus bayonetas como única defensa. Ante este espectáculo los soldados mexicanos titubearon si acabarlos o perdonarles la vida. Sus dudas fueron resueltas con la aparición de un oficial mexicano, el coronel Angel Lucio Cambas, quien también era de origen galo. Luego de apaciguar a sus hombres, se dirigió a sus adversarios en perfecto francés con las siguientes palabras: “Ahora si supongo que se rendirán”.
El cabo Maine, comprendió que si bien aquel hombre tenía el porte de un francés y hablaba perfectamente la lengua francesa, era tan mexicano como Juárez y por tanto un enemigo, que, por razones estrictamente humanitarias, deseaba salvar sus vidas. Observando a sus dos camaradas, respondió: “Nos rendimos, pero si nos permiten permanecer con nuestras armas y atender a nuestros heridos”. El coronel Cambas respondió con un saludo militar, y alzando su sable en señal de respeto señaló: “A un hombre como usted se le concede lo que sea”. Cambas demostraría una actitud de caballerosidad y el comportamiento de un verdadero militar, con alto sentido del honor a un uniforme del ejército por el que peleó con valor. De inmediato ordenó que los legionarios heridos fueran atendidos.
Al ser informado de la rendición, el coronel Milán exclamó: ¡Pero estos no son hombres, son demonios!. Los mexicanos brindaron a sus adversarios las mayores consideraciones. Veintitrés legionarios fueron atendidos por enfermeros mexicanos y dieciséis de ellos sobrevivieron a sus heridas. Se hizo lo posible por salvar la vida del teniente Maudet, enviándosele junto con un sargento, también gravemente herido, a un hospital distante a 80 kilómetros, donde pese a los esfuerzos, falleció. Los mexicanos causaron a los legionarios tres oficiales y 23 soldados muertos, pero a su vez 300 de sus hombres yacían muertos y heridos. Tampoco pudieron capturar los cañones ni el botín, pues el convoy, al escuchar los disparos y encontrarse a distancia, logró evadir la acción, con lo cual la iniciativa de Danjou de marchar en avanzada dio un resultado apropiado para los intereses franceses. Al día siguiente, el coronel Jeanningros llegó al Camarón al frente de una columna de rescate, pero ya era tarde. Los mexicanos habían abandonado la escena, dejando solo los cadáveres de los legionarios muertos en combate. Junto a ellos permanecía un herido, que se presumió como muerto, con 8 balas en su cuerpo, quien narró el heroico episodio ejecutado por sus camaradas ante fuerzas muy superiores. Desde prisión, el cabo Evaristo Berg logró hacer llegar una nota a Jeanningros la cual concluyó con las siguientes palabras:
Cita: |
“La 3ª Compañía del 1er Regimiento está muerta mi coronel, pero ella hizo demasiado, y por lo que de ella se puede decir, tuvo unos bravos soldados”. |
Al retorno de su cautiverio Berg sería promovido a oficial. El resto de prisioneros que participaron en el incidente del Camarón, incluyendo los 16 legionarios capturados durante la retirada a la hacienda, es decir, un total de 32 hombres, fueron canjeados por oficiales mexicanos capturados por los franceses y casi todos se mantuvieron en la legión. El cabo Maine también fue ascendido a oficial y alcanzó el grado de capitán. Los otros sobrevivientes como Wensel, Schaffner, Fritz, Pinzinger y Brunswick fueron hechos Caballeros de la Legión de Honor de Francia, mientras que los clases Magnin, Palmaert, Kunassec, Schreiblick, Rebares y Groski recibieron la Medalla Militar.
Este extraordinario acto de coraje, que se prolongó ininterrumpidamente por espacio de once horas fue para los franceses una victoria moral sin precedentes por haber sido peleada contra todas las adversidades. Y si bien una valiosa unidad de combate integrada por hombres leales y determinados a dar su vida por la causa francesa había sido exterminada, su acción permitió salvar un valioso convoy y levantó la moral de los soldados que luchaban por la implementación de la estrategia francesa en México. Más importante aun para las tradiciones de la Legión, la mano de madera del capitán Danjou fue encontrada por el coronel Jeanningros en las ruinas del Camarón y pasó a convertirse en la reliquia más preciada de esa institución militar. Tales fueron las repercusiones de la acción de la tercera compañía del primer regimiento de la Legión, que durante el resto de la ocupación francesa de México las tropas de ese país debían detenerse y presentar armas cuando cruzaran frente a la hacienda del Camarón.
Tras una tenaz resistencia, el 19 de mayo de 1863 Puebla finalmente cayó en poder de las tropas francesas quienes de este modo tuvieron el camino expedito para la ocupación de la capital mexicana. La caída de aquella ciudad se debió en gran parte al uso de los cañones del convoy salvados por la gesta del Camarón. Ante estos acontecimientos, el 31 de mayo el presidente Juárez anunció al Congreso que el gobierno se trasladaría a San Luis de Potosi, ubicada 320 kilómetros al norte de ciudad de México. Varias legaciones de países extranjeros lo acompañaron a la capital provisoria, más no así las de Estados Unidos, Ecuador, Perú y Venezuela. El ministro peruano, Manuel Nicolás Corpancho, había insistido en permanecer porque de ese modo era más fácil comunicarse con los respectivos gobiernos y desde allí proteger los intereses de sus compatriotas y de la causa mexicana. Así fue, porque varios liberales buscados por los franceses después que estos ocuparon la capital, permanecieron ocultos en la legación peruana y Corpancho se valió de la valija diplomática para enviar información util a Juárez. Cuando los franceses descubrieron las actividades del diplomático peruano, lo expulsaron de México. En su travesía de regreso al Perú, la nave que conducía a Corpancho se incendió y aquel perdió la vida, convirtiéndose en mártir de la diplomacia peruana.
El control francés sobre México, gracias al apoyo que brindo el partido conservador a esta aventura imperialista, desembocó en un plebiscito, cuyo “resultado” permitió que el 10 de abril de 1864, a un año de la heroica acción del capitán Danjou y sus hombres, el joven archiduque Maximiliano de Habsburgo, hermano del Kaiser austriaco Francisco José, aceptara la corona imperial de México en Miramar. Cuatro días después, el cándido emperador y Carlota, su joven esposa, abordaron la fragata francesa Novara y partieron hacia su nuevo hogar en las Américas.
Maximiliano, que era un hombre honesto y de buen corazón pero incapaz de comprender que México no lo buscó ni lo deseaba, encontró un ambiente hostil y el rechazo mayoritario de una población que se negaba a ser gobernada por un extranjero. Pese a sus buenas intenciones e iniciativas de gobierno, no fue capaz de neutralizar la oposición armada dirigida por Benito Juárez. Apenas a dos años de su inauguración, el imperio mexicano se estaba derrumbando a pasos agigantados. Ante los problemas políticos y económicos que enfrentaba su gobierno, el emperador pensó en renunciar al trono, sin embargo la emperatriz Carlota logró disuadirlo y se ofreció a ir ella misma con Napoleón III para garantizar su apoyo. Sin embargo Napoleón decidió retirar el ejército de ocupación en México por dos razones: La presión de los Estados Unidos y la necesidad de contar con todas las fuerzas disponibles para la defensa de Francia ante la amenaza de una guerra con Prusia. La misión de Carlota contemplaba igualmente una entrevista con el Papa a fin de arreglar los problemas del gobierno de su esposo con la Iglesia y recobrar así el apoyo eclesiástico, pero el Papa también se negó a negociar, lo que provocó que Carlota enfermara gravemente y que no regresara a México.
Al enterarse del fracaso de la misión y de la enfermedad de su cónyuge, Maximiliano insistió en renunciar, pero su familia en Europa se opuso argumentando que por honor debía permanecer en el trono hasta el final. Asimismo, sus seguidores le solicitaron quedarse en el país para defender la monarquía. Así el abnegado emperador de México, resignado a su suerte, desistió definitivamente de abdicar.
Los generales Miramón y Márquez, recién llegados de Europa, fueron encargados de reorganizar el ejército imperial para enfrentarse a las ya bien organizadas fuerzas republicanas. Miramón logró capturar la plaza de Zacatecas, donde se encontraba el presidente Juárez, pero no logró apresarlo. Sin embargo días después el ejército de Miramón fue derrotado por el que encabezaba el general Escobedo, en San Jacinto. Esta derrota hizo pensar a los defensores del Imperio que tenían que arriesgarse a una batalla decisiva en el centro del dividido país. Maximiliano escogió Querétaro, que resultó ser una mala estrategia, ya que su defensa solo era posible ocupando las alturas de esa ciudad, lo cual su disminuido ejército no podía hacer. Tan pronto como el ejercito republicano dirigido por Escobedo avanzó hacia Querétaro, se iniciaron dos largos meses de sitio que concluyeron con la derrota definitiva del ejército monárquico y la captura de Maximiliano y Miramón. Juárez apoyado en una ley redactada en 1862 que condenaba a muerte a todo aquel que atentara contra la Independencia de México dispuso que se juzgara a Maximiliano por traición y ni las súplicas de nobles europeos e incluso de los Estados Unidos pudieron impedir que el emperador fuera fusilado junto con Miramón y Mejía en el Cerro de las Campanas en la mañana del 19 de junio de 1867. Antes de morir, el emperador, quien durante sus ultimas horas demostró una admirable dignidad, pronunció las siguientes palabras que demostraron un desinteresado y legitimo amor a México:
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“Perdono a todos y le pido a todos que me perdonen. Que mi sangre, que esta a punto de ser derramada, sea por el bien del país. ¡Viva México, viva la independencia!” |
La fecha de la batalla del Camarón se convirtió desde 1904 en un evento ritual para la Legión Extranjera y hoy en día se celebra con gran pompa y respeto en el patio de honor del cuartel general de la Legión en Aubagne, cerca de Marsella. La mano del capitán Danjou, guardada en una pequeña urna, es exhibida frente a los regimientos y un recuento de la batalla es leído a cada una de las unidades de la Legión en el día de las ceremonias. Las cenizas de los demás muertos en el Camarón son preservadas en un relicario, mientras que el águila mexicana, que se convirtió en la insignia del primer regimiento es paseada alrededor de la capilla. La palabra “Camerone” esta inscrita en letras de oro en las paredes de Les Invalides en París.
Las conmemoraciones se han extendido a México, cuyo gobierno en 1892 permitió que Francia levantara un monumento remodelado en 1963, al cumplirse un centenario de esta batalla cuyas inscripciones, escritas en francés y latín dicen lo siguiente: “Aquí estuvieron menos de sesenta opuestos a todo un ejercito. La vida abandonó a estos soldados franceses antes que el coraje el 30 de abril de 1863”. Las ceremonias son atendidas por ciudadanos franceses residentes en ese país y oficiales del ejercito mexicano, para quienes por cierto no resulta extraña la máxima de la Legión,
“Cada legionario tiene a Camarón tallado en su corazón”.
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