jueves, 3 de mayo de 2012

Historia argentina: Los preparativos británicos a las Invasión de 1806

Preparación de las Invasiones Inglesas



3 de Mayo de 1803. En el edificio de la legación británica en París, arden las luces a altas horas de la noche. El embajador, Lord Charles Whitworth, realiza los últimos preparativos para abandonar la capital francesa. La guerra entre su país y Francia es ya un hecho prácticamente consumado. Nuevamente las dos grandes potencias se lanzarán a la lucha, para decidir, en un último y gigantesco choque, cuál habrá de ejercer la supremacía en el mundo.

Poco antes de la medianoche arriba a la embajada un funcionario del gobierno francés. Trae un urgente mensaje del Ministro de relaciones exteriores, Charles Maurice de Talleyrand-Périgord. Este solicita a Whitworth una entrevista que deberá tener lugar a la tarde siguiente, y en la que habrán de tratarse asuntos de extrema importancia. El embajador británico cree descubrir en la solicitud un rayo de esperanza. Todavía es posible, a último momento, preservar la paz.


William Pitt, primer Ministro de Gran Bretaña, y Napoleón, Emperador de Francia. se disputan el dominio del mundo. Grabado de 1805

A la hora señalada se realiza la reunión. Talleyrand, sin rodeo alguno, expone su propuesta: Napoleón Bonaparte ofrece a Gran Bretaña una salida honrosa. El centro de la disputa, la isla de Malta, llave estratégica del Mediterráneo, será evacuada por las fuerzas británicas que la ocupan. Pero al retirarse los británicos, Malta quedará bajo el control de Rusia, país que habrá de garantizar que la isla no sirva a los intereses bélicos de Francia ni de Inglaterra. Whitworth escucha atentamente al Ministro, y luego, sin vacilación, da su respuesta:

-Señor ministro, mí país considera a Malta como una posición clave para su seguridad. Nuestras tropas deberán, por lo tanto, permanecer en la isla por un plazo no inferior a diez años...

Talleyrand, eludiendo una contestación concreta, incita al embajador a transmitir al gabinete de Londres la propuesta de Napoleón. Maestro en el arte de la persuasión, Talleyrand consigue su propósito. Whitworth abandona el despacho del Ministro resuelto a apoyar la negociación. De ello depende que la guerra sea evitada.

7 de mayo de 1803. El gabinete británico, presidido por Henry Addington, Vizconde de Sidmouth estudia el despacho de Whitworth con la proposición francesa. La discusión es breve. Para los Ministros británicos no hay posibilidad alguna de transigir. El ofrecimiento sólo constituye, a su juicio, una nueva treta de Napoleón para ganar tiempo hasta que su flota, que se halla en las Antillas, alcance la costa europea. Addington imparte entonces una orden terminante, que deberá ser transmitida inmediatamente a la embajada en París: la propuesta queda desechada. Los franceses deben aceptar, como única salida, que las fuerzas inglesas permanezcan en Malta por un plazo de diez años. Si se niegan a ello, Whitworth deberá abandonar París en el término de treinta y seis horas.

La suerte, para los británicos, está echada. En la noche del 11 de Mayo, Napoleón congrega a su consejo de gobierno en el palacio de Saint-Cloud. Tiene en sus manos la nota británica, y la da a conocer a los Ministros. Un silencio dramático sigue a sus palabras. Se procede entonces a votar para decidir la cuestión. De los siete miembros del consejo presentes, sólo Talleyrand y José Bonaparte se oponen a iniciar la lucha. La guerra, finalmente, está en marcha.

El 18 de Mayo el gobierno británico anuncia oficialmente la iniciación de las hostilidades. En esa misma jornada se produce el primer encuentro. Una fragata inglesa, tras corto cañoneo, apresa cerca de la costa de Bretaña a una nave francesa. A partir de ese momento, y durante más de diez años, la paz no volverá a reinar en Europa. Dentro del torbellino de acontecimientos generados por ese conflicto habrá de producirse el movimiento de la emancipación americana.

La guerra que se inicia no tarda en envolver también a España. En un principio el Rey, Carlos IV, y Manuel Godoy, su primer Ministro, tratan de mantenerse al margen de la lucha, eludiendo las obligaciones de la alianza con Francia. Con tal fin, y como precio por su neutralidad, ofrecen a Napoleón la firma de un tratado por el cual se comprometen a entregarle un subsidio mensual de 6.000.000 de francos. Napoleón, que trabaja ya febrilmente en la organización de la invasión a Inglaterra, acepta el trato. Sin embargo, los británicos están resueltos a impedir que España sostenga una “guerra a medias”, y la obligarán a definirse.

El 7 de Mayo de 1804, William Pitt (hijo), el “piloto de las tormentas”, asume nuevamente la jefatura del gobierno inglés. Once días más tarde Napoleón toma el título de Emperador de los franceses. Los dos hombres que simbolizan la voluntad de predominio de sus respectivas naciones quedan así enfrentados. Para, Pitt ha llegado el momento del choque definitivo, y está decidido a sostener una lucha sin cuartel hasta alcanzar la victoria absoluta. Napoleón y su imperio deben ser destruidos, para que se restablezca nuevamente el “equilibrio europeo” que permitirá a Gran Bretaña proseguir sin traba alguna su engrandecimiento. Así, al recibir al embajador español en Londres, le manifiesta en forma categórica:

- La naturaleza de esta guerra no nos permite distinguir entre enemigos y neutrales... la distancia que separa a ambos es tan corta que cualquier acontecimiento inesperado, cualquier recelo o sospecha, nos obligará a considerarlos iguales.

Esta velada amenaza no tardó en traducirse en una agresión concreta. E1 pretexto lo dan los informes que envía el almirante Alexander Cochrane, señalando la concentración de fuerzas navales francesas en puertos españoles. El 18 de Septiembre de 1804, el gobierno inglés envía al almirante William Cornwallis, jefe de la flota que bloquea el puerto francés de Brest, la orden de capturar a las naves españolas que, procedentes del Río de la Plata, conducen a Cádiz los caudales de América. Cornwallis destaca inmediatamente a cuatro de sus más veloces fragatas para que partan a la caza de los barcos españoles.


El Embajador británico en París, Lord Charles Witworth, frente a Napoleón.

El 5 de Octubre de 1804 se produce el encuentro. Avanzando a través de la niebla, las naves inglesas interceptan a su presa a veinticinco leguas mar afuera de Cádiz. Se entabla entonces un breve y violento combate, en el transcurso del cual explota y se va a pique una de las fragatas españolas, la "Mercedes". A su bordo perece doña María Josefa Balbastro y Dávila, esposa del segundo jefe de la flotilla española, capitán Diego de Alvear. Este último, que viaja en la fragata “Clara”, salva su vida junto a su hijo, Carlos María, el futuro general Alvear, guerrero de la independencia argentina.

La lucha finaliza con la rendición de los tres barcos españoles que escapan a la destrucción. Estas naves, cargadas con más de 2.000.000 de libras en barras de oro y plata, son conducidas al puerto de Plymouth. Este es el primer golpe de los ingleses, y provoca una violenta reacción en España. En la misma Gran Bretaña, el inesperado ataque da lugar a una terminante condena por parte de Lord William Wyndham Grenville, quien no vacila en declarar:

-¡Trescientas víctimas asesinadas en plena paz! Los franceses nos califican de nación mercantil, ellos pretenden que la sed del oro es nuestra única pasión; ¿no tienen acaso el derecho de considerar que este ataque es el resultado de nuestra avidez por el oro español?"

El golpe de mano contra las fragatas, empero, no es más que el principio de una serie de ataques que se suceden rápidamente. Frente a Barcelona, el almirante Nelson captura a otros tres barcos españoles; y en las aguas de las islas Baleares, naves inglesas asaltan a un convoy militar y apresan a todo un regimiento de soldados españoles que se dirige a reforzar la guarnición de Mallorca. Frente a la agresión, España no puede dejar de responder con la guerra. Eso es, precisamente, lo que Pitt pretende.

12 de octubre de 1804. En una lujosa mansión de campo situada en las afueras de Londres, se realiza una entrevista que tendrá decisivas consecuencias para el futuro del Río de la Plata. Allí se encuentran reunidos el primer ministro William Pitt, Henry Melville, primer Lord del Almirantazgo, y el Comodoro Home Popham.

La lucha contra España es ya, para los dirigentes británicos, una realidad, aun cuando no se haya todavía concretado la ruptura de las hostilidades. La reunión, por lo tanto, tiene por fin analizar los posibles planes de acción contra las posesiones españolas en América. Por ello allí se encuentra Popham. Este, junto con Francisco Miranda, ha trabajado intensamente en la elaboración de proyectos destinados a operar militarmente en tierras americanas para separar a las colonias españolas de la metrópoli. Pitt y Melville escuchan atentamente los informes de Popham y se muestran de acuerdo con sus propósitos. Un punto, sin embargo, preocupa a Pitt. Desea tener la seguridad de que, en caso de que la guerra prevista contra España no llegue a estallar, Miranda no llevará adelante la operación. Popham responde categóricamente:

-Mirando, a quien conozco muy bien, no violará jamás su compromiso. Respetará hasta el fin la palabra empeñada. En esta forma concluyó la discusión. Popham recibió de sus superiores la orden de redactar detalladamente el proyecto y presentarlo en el término de cuatro días a Lord Melville.

Así nació el célebre “Memorial de Popham”, punto de partida del ataque británico a Buenos Aires en Junio de 1806. Al recibir la noticia, Miranda se reunió con Popham y, valiéndose de documentos y mapas, procedió junto con él a completar el memorial. El objetivo principal eran Venezuela, y Nueva Granada,, en donde Miranda se proponía desembarcar y lanzar el grito de independencia. Popham a su vez, introdujo en el proyecto una operación secundaria, dirigida contra el Virreinato del Río de la Plata, al que atacarla utilizando una fuerza de 3.000 hombres. Propuso también que tropas traídas de la India y Australia actuasen en el Pacífico contra Valparaíso, Lima y Panamá. Miranda ejercería el mando de las fuerzas que operarlas en Venezuela, y Popham tomaría a su cargo la jefatura de la expedición contra Buenos Aires.

Los propósitos del plan estaban claramente definidos: la idea de conquistar a América del Sur quedaba completamente descartada, pues el objetivo era promover su emancipación. Se contemplaba, sin embargo, “la posibilidad de ganar todos sus puntos prominentes, estableciendo algunas posesiones militares". El mercado americano, a su vez, sería abierto al comercio británico.

El 16 de Octubre, puntualmente, Popham y Miranda hicieron entrega al Vizconde de Melville del memorial. Este lo halló satisfactorio, pero se abstuvo de expresar una opinión definitiva acerca de la realización del proyecto, ya que Inglaterra enfrentaba en ese momento una gravísima amenaza, que la obligaba a concentrar todas sus fuerzas. En la otra orilla del Canal de la Mancha, en el campo militar de Boulogne, Napoleón había alistado un ejército de casi 200.000 soldados. El emperador estaba decidido a realizar lo que parecía Irrealizable: la invasión a las Islas Británicas. “Puesto que puede hacerse... ¡debe hacerse!”, había manifestado, en orden categórica, a su Ministro de Marina. Al conjuro de esa directiva, en todos los puertos de la costa francesa los astilleros trabajaban febrilmente en la construcción de miles de embarcaciones destinadas a asegurar el paso del ejército a través del canal. En uno de sus despachos, Napoleón definió claramente su inconmovible resolución: “¡Seamos dueños del canal durante seis horas, y seremos dueños del mundo!”

El peligro de un desembarco francés era, por lo tanto, inminente.

Dentro del clima de extrema alarma creado por esa situación, era inevitable que los planes de Popham y Miranda fuesen dejados de lado. Otro hecho no menos importante vino a sumarse para contribuir al definitivo aplazamiento de las expediciones proyectadas. Rusia, inició gestiones ante el gobierno británico para formar una nueva coalición de las potencias europeos contra Napoleón. Sin embargo, como condición de esa alianza, el Zar Alejandro I exigió que se intentase atraer también a España a la coalición. Pitt se vio así obligado a suspender toda acción contra las colonias de América.

Esa actitud fue mantenida aún después de que España hubo declarado formalmente, el 12 de Diciembre de 1804, la guerra a Gran Bretaña. De nada valieron los insistentes reclamos que Miranda hizo llegar a Pitt. Este se mantuvo imperturbable, y comunicó al general venezolano que la situación política de Europa no había alcanzado todavía el grado de madurez necesaria para iniciar la empresa.

Corre el mes de Julio de 1805. Miranda, completamente desilusionado ante el fracaso de sus gestiones, resuelve abandonar Gran Bretaña y dirigirse a EE.UU., donde confía en que habrá de recibir ayuda para llevar adelante la cruzada emancipadora. Popham, a su vez, ha perdido toda esperanza. Se encuentra prestando servicios en el puerto de Plymouth, alejado de Londres y de sus contactos con los altos dirigentes de la política, inglesa. Para ese hombre aventurero, la inacción, sin embargo, no puede prolongarse.

Llegan así a su conocimiento secretos informes acerca de la debilidad de las fuerzas que defienden a la colonia holandesa de Cabo de Buena Esperanza, en el extremo sur del continente africano. Esas noticias bastan para que el marino conciba una nueva y audaz empresa. Sin tardanza se dirige a Londres, y allí se entrevista con uno de los miembros del gabinete. Para Popham es necesario, y así lo manifiesta, aprovechar la extraordinaria oportunidad que se presenta y, mediante un sorpresivo ataque, adueñarse de la colonia mencionada.

Enterado, Pitt resuelve poner inmediatamente en marcha la operación. Esta vez, a diferencia de lo acaecido con los proyectos americanos, el primer ministro no muestra vacilación alguna. Sin duda, Cabo de Buena Esperanza constituye un punto vital para Gran Bretaña, pues domina la ruta de comunicación marítima con sus posesiones en la India. Para los ingleses es imprescindible que esa posición estratégica no caiga en manos de los franceses que, se sabe, han destacado fuerzas navales en el Atlántico sur.


Retrato de William Pitt

El 25 de Julio de 1805 son cursadas, bajo el rótulo de “muy secretas”, las instrucciones pertinentes al general David Baird, quien ha sido designado jefe de las fuerzas de ataque. Seis regimientos de infantería y uno de caballería, con un total de casi 6.000 soldados, son destinados a la expedición. Popham recibe el mando de la flotilla de escolta, integrada por cinco naves de guerra.

Cuatro días más tarde, Popham sostiene una última entrevista con Pitt. El marino ha recibido, entretanto, nuevos y confidenciales informes. Un poderoso comerciante de Londres, Thomas Wilson, le comunica que tiene positivas noticias de que Montevideo y Buenos Aires se hallan prácticamente desguarnecidas, y que bastará una fuerza de mil soldados para concretar la conquista de ambas plazas.

En la conversación que mantiene con Pitt, Popham lo pone al tanto de los datos señalados. El primer ministro, empero, manifiesta al comodoro que, en vista de la posición adoptada por Rusia, que exige que España sea atraída a las filas de la coalición contra Napoleón, no puede autorizar ninguna acción hostil contra las colonias de América. Concluye, sin embargo, con una declaración que tendrá decisiva influencia en la conducta posterior de Popham. Estas fueron las palabras de Pitt:

-Pese a ello, Popham, y en caso de que fracasen las gestiones que estamos realizando con España, estoy resuelto a volver a adoptar su proyecto.

Así, el Comodoro partió a unirse con sus barcos, convencido de que no pasaría mucho tiempo antes de que Pitt le hiciese llegar la orden de atacar a Buenos Aires. Al embarcarse en Portsmouth en su buque insignia, el “Diadem”, Popham lleva en su equipaje una copia del memorial que, en Octubre de 1804, redactara junto con Francisco Miranda. El plan, después de todo, habrá de realizarse en cuanto surja la oportunidad favorable.

11 de Noviembre de 1805. La población del puerto brasileño de Bahía se congrega en los muelles y presencia el inesperado arribo de la fuerza expedicionaria británica. Popham desciende a tierra y obtiene allí, además del agua y los alimentos que necesita para su escuadra, nuevos informes que confirman los que ya ha recibido en Londres. El Río de la Plata carece de fuerzas militares suficientes para resistir un asalto llevado con decisión y audacia. Un inglés que acaba de arribar a Bahía, procedente de Montevideo, no vacila en declarar a Popham: "Si se realiza el ataque, los mismos habitantes de la ciudad obligarán a la guarnición española a capitular sin disparar un solo tiro ...”

Cuando Popham abandona la costa brasileña y enfila hacia Cabo de Buena Esperanza, ya ha decidido, prácticamente, intentar la empresa. Sólo falta ahora que la situación en Europa dé el giro necesario para que las autoridades de Londres depongan su negativa a la realización del ataque.

La noticia de la recalada de la flota inglesa en Bahía no tarda en difundirse. En Buenos Aires cunde la alarma, y el Virrey Rafael de Sobremonte moviliza a todas las fuerzas para enfrentar la invasión, que considera inminente. En EE.UU., a su vez, los diarios, basándose en rumores y erróneos informes, se adelantan a los acontecimientos y, cuatro meses antes de que las tropas británicas desembarquen en el Río de la Plata, publican la noticia de que Buenos Aires ya ha sido conquistada por Popham y Baird.

La agresión, no obstante, todavía no habría de producirse. Desviándose de las costas americanas, los ingleses se dirigieron a Cabo de Buena Esperanza, donde arribaron en los primeros días de enero de 1806. La conquista de la colonia se obtuvo fácilmente, tras derrotar a las fuerzas holandesas en corto combate. Quedaba así cumplida la misión. Popham, impaciente, se mantiene entonces a la espera de los informes de Europa, dispuesto a lanzarse sobre el Río de la Plata apenas las circunstancias se lo permitan.

En el mes de Febrero llegan a manos del comodoro los partes de la extraordinaria victoria obtenida por el Almirante Nelson en Trafalgar. Las flotas de Francia y de España han sido eliminadas como fuerzas combativas, en una jornada de lucha que asegura, en forma definitiva, la supremacía de Gran Bretaña en todos los mares. Pero ese triunfo se ve contrarrestado, poco después, por la aplastante derrota que, en Austerlitz Napoleón inflige a los ejércitos austriacos y rusos. La nueva de esta última batalla la obtiene Popham el 4 de Marzo de 1806, a través de la tripulación de una fragata francesa que los ingleses capturan frente a Cabo de Buena Esperanza.

Un hecho concreto se deriva, sin embargo, de estos dos acontecimientos. España ha quedado definitivamente ligada a su alianza con Napoleón, y ya no existe posibilidad alguno, de atraerla a las filas de la coalición que, prácticamente, ha dejado de existir. Popham, por lo tanto, está en libertad de acción para llevar adelante sus planes.


Henry Melville, primer Lord del Almirantazgo.

El comodoro resuelve entonces obrar. Thomas Waine, capitán del “Elizabeth”, un buque negrero norteamericano que ha realizado varios viajes a Buenos Aires y Montevideo, le confirma las noticias sobre la debilidad de las fuerzas que defienden ambas plazas. No hay, en consecuencia, que perder más tiempo. El 9 de Abril Popham envía una carta al almirantazgo en la que comunica que ha decidido no permanecer inactivo en Cabo, pues allí ya ha desaparecido todo peligro, y que parte con sus naves a operar sobre las costas del Río de la Plata.

Al día siguiente Popham se hace a la vela, pero poco después debe interrumpir la navegación al amainar el viento. Aprovecha entonces la circunstancia para exigir resueltamente al general Baird que secunde sus planes, facilitándole un contingente de tropas. Los informes del capitán norteamericano y los que obtiene de un marinero inglés que ha vivido ocho años en Buenos Aires le sirven como poderoso argumento en la discusión que mantiene con su colega. Finalmente, Baird, convencido de que ya nada detendrá a Popham en su aventura, decide darle el apoyo que solicita.

Queda así resuelto el ataque a Buenos Aires. El 14 de Abril de 1806 zarpan de Ciudad del Cabo los barcos de Popham, escoltando a cinco transportes en los que viajan más de 1.000 soldados, comandados por el general Guillermo Carr Beresford. Veterano de muchas campañas, Beresford es, por su resolución y coraje, el hombre indicado para intentar el plan. Como principal fuerza de asalto, el jefe británico cuenta con los efectivos del aguerrido regimiento escocés 71.

Durante seis jornadas la flota navega sin inconvenientes, rumbo al oeste. El 20 de Abril, sin embargo, se desencadena un violento vendaval y los barcos se dispersan, perdiéndose contacto con uno de los transportes de tropas. Popham, para cubrir la pérdida, se dirige a la isla Santa Elena, donde solicita y obtiene del gobernador británico un refuerzo de casi 300 hombres. Antes de abandonar la isla, el marino envía una última carta al almirantazgo para justificar, nuevamente, su conducta. A esa nota adjunta el célebre memorial que, en 1804, presentara a Pitt. Esa es la prueba de que la expedición no responde a una decisión improvisada, sino que es el resultado de un plan ya estudiado por el gobierno británico. La conquista de Buenos Aires, señala Popham, dará a los ingleses la posesión del "centro comercial más importante de toda Sud América".

Se inicia entonces la larga travesía. Una fragata, la “Leda”, se adelanta al grueso de la flota y navega velozmente hacia las costas americanas, con la misión de reconocer el terreno. La aparición de esa nave, que se presenta ante la fortaleza de Santa Teresa, en la Banda Oriental, el 20 de Mayo de 1806, da la primera alarma a las autoridades del Virreinato.

13 de Junio de 1806. Desde hace cinco jornadas la flota británica se encuentra en las aguas del Río de la Plata. Popham y Beresford están ahora reunidos a bordo de la fragata “Narcissus”, junto con sus principales lugartenientes. Los dos jefes británicos han convocado a una junta de guerra, para tomar la resolución definitiva acerca de cuál será el objetivo de ataque. Hasta ese momento, Beresford ha sostenido la conveniencia de ocupar en primer término a Montevideo, pues esta plaza cuenta con poderosas fortificaciones que serán de gran utilidad para la reducida fuerza invasora, si se produce una violenta reacción de la población del Virreinato. Popham, sin embargo, está resuelto a atacar directamente a Buenos Aires, y tiene en su favor un argumento extraordinariamente convincente. Gracias a los informes de un escocés, que viajaba en un barco capturado por los ingleses pocos días antes, se sabe que en Buenos Aires se encuentran depositados los caudales reales destinados a ser enviados a España. La perspectiva de echar mano al tesoro disipa, finalmente, todas las dudas. Además, la conquista de Buenos Aires, capital del Virreinato, tendrá, a juicio de Popham, una influencia mucho mayor sobre el ánimo de la población de la colonia que la captura del puesto secundario de Montevideo. Con extrema audacia, el marino británico decide así jugarse el todo por el todo.

22 de Junio de 1806. Al caer la tarde fondea en el puerto de la Ensenada de Barragán, a pocos kilómetros al este de Buenos Aires, una embarcación española. El comandante de la nave trae alarmantes noticias que no tardarán en llegar a conocimiento del Virrey Sobremonte. Los barcos ingleses se dirigen hacia Ensenada, lo que indica que el ataque será descargado contra la capital del Virreinato. Sobremonte, al recibir el informe, ordena inmediatamente el envío de refuerzos a la batería de ocho cañones emplazada en la Ensenada, y designa al oficial de marina Santiago de Liniers para que se haga cargo de la defensa de la posición. Liniers parte sin tardanza para asumir el nuevo comando.

A partir de ese momento, los acontecimientos se precipitan. El 24 de Junio, y ante la llegada de nuevos informes que señalan la aparición de las naves inglesas frente a la Ensenada, Sobremonte lanza un bando convocando a todos los hombres aptos para empuñar las armas a incorporarse en el plazo de tres días a los cuerpos de milicias. Pese a la gravedad de la situación, esa noche el Virrey asiste, junto con su familia, a una función que se realiza en el teatro de Comedias. Su aparente serenidad, sin embargo, pronto habrá de desvanecerse por completo.

En medio de la representación irrumpe en el palco del Virrey un oficial que trae urgentes pliegos enviados por Liniers desde la Ensenada. Los ingleses, esa mañana, acaban de realizar un amago de desembarco, aproximando a tierra ocho lanchas cargadas de soldados. El ataque, sin embargo, no se concretó, lo que induce a Liniers a señalar en su despacho que la flota enemiga no está integrada por unidades de la Marina real inglesa, sino “por despreciables corsarios, sin el valor y resolución para atacar, propios de los buques de guerra de toda nación”.

Sobremonte, sin embargo, no participa del juicio de Liniers. Abandona inmediatamente el teatro, sin aguardar a que concluya la función, y se dirige rápidamente a su despacho en el Fuerte. Allí redacta y firma una orden disponiendo la concentración y el alistamiento de todas las fuerzas de defensa. Para no provocar la alarma en la ciudad, que duerme ajena al inminente peligro, dispone que no sean disparados los cañonazos reglamentarios, y envía partidas de oficiales y soldados a comunicar verbalmente la orden de movilización a los milicianos.

Llega así la mañana del 25 de Junio. Frente a Buenos Aires aparecen, en línea de batalla, los barcos ingleses. En el Fuerte truenan los cañones, dando la alarma, y una extrema confusión se extiende por toda la ciudad. Centenares de hombres acuden desde todos los barrios hacia los cuarteles, donde se ha comenzado ya a repartir, en medio de un terrible desorden, las armas y equipos.

Poco después de las 11, y ante la sorpresa de Sobremonte, las naves enemigas se hacen nuevamente a la vela y ponen rumbo hacia el sudeste. El Virrey cree que los ingleses han renunciado al ataque. Pronto, sin embargo, sale de su engaño. Desde Quilmes resuena el cañón de alarma, anunciando que allí se ha iniciado el desembarco.

Al mediodía del 25 de Junio, ponen pie en tierra, en la playa de Quilmes, los primeros soldados británicos. La operación de desembarco continúa sin oposición alguna durante el resto de la jornada. Hombres y armas son conducidos en un incesante ir y venir a tierra, por veinte chalupas. Al llegar la noche, Beresford pasa revista a sus hombres bajo una fría llovizna que no tarda en convertirse en fuerte aguacero. Son sólo 1.600 soldados y oficiales, y cuentan, como único armamento pesado, con ocho piezas de artillería. Sin embargo, esa reducida fuerza está integrada por combatientes profesionales, para los cuales la guerra no es más que un oficio. Veteranos de cien combates, están resueltos, al igual que su jefe, a tomar por asalto una ciudad cuya población supera los 40.000 habitantes. Esa es la orden, y habrán de cumplirla, enfrentando cualquier riesgo.

Con la llegada del día, Beresford ordena a sus tropas aprestarse para el ataque. A las once los tambores inician su redoble, y las banderas son desplegadas al viento. Desde lo alto de la barranca que enfrenta la playa, el subinspector general de las tropas, coronel Pedro de Arce, enviado por Sobremonte a contener a los ingleses, observa el desplazamiento de las fuerzas enemigas. Con paso acompasado, y acompañados por los aires marciales de los gaiteros, los británicos avanzan hacia el bañado que los separa de Arce y sus 600 milicianos. Estos últimos, armados con unas pocas carabinas, espadas y chuzas, se agrupan detrás de los tres cañones con los cuales se proponen rechazar el asalto británico.


Avance de las tropas inglesas sobre Buenos Aires, en momentos de cruzar el Riachuelo. Grabado inglés de la época.

El choque, en esas condiciones, no puede tener más que un resultado. Marchando a través de los pajonales, las compañías del regimiento 71 escalan resueltamente la barranca y, a pesar de las descargas de los defensores, ganan la cresta y los arrollan, poniéndolos en fuga.

A partir de ese momento el caos se desencadena en las fuerzas de la defensa de Buenos Aires, Integradas en su casi totalidad por unidades de milicianos carentes de toda instrucción militar. Falla la conducción, en la persona de Sobremonte, quien, abrumado por la derrota de sus vanguardias, sólo atina a amagar un débil intento de resistencia en las márgenes del Riachuelo. Concentra allí tropas y hace quemar el Puente de Gálvez (actual puente Pueyrredón) que, por el sur, da acceso directo a la ciudad. Esa posición, sin embargo, no será sostenida. Ya en la tarde del mismo día 26 de Junio, Sobremonte se entrevista con el Coronel Arce, y le manifiesta claramente que ha resuelto emprender la retirada hacia el interior.

Beresford, por el contrario, actúa con toda la energía que exigen las circunstancias. Después del combate de Quilmes sólo da a sus tropas dos horas de descanso, y, a continuación, emprende con tenacidad la persecución del enemigo derrotado. No logra, sin embargo, llegar a tiempo para impedir la destrucción del Puente de Gálvez, pero, el 27 de Junio, somete las posición de los defensores en la otra orilla a un violento cañoneo, y los obliga a retirarse. Se arrojan entonces al agua varios marineros y traen de la margen opuesta botes y balsas, en los cuales cruza la corriente una primera fuerza de asalto.

Así se conquista un punto de apoyo. Beresford ordena entonces tender inmediatamente un puente improvisado, valiéndose de las embarcaciones, y el resto de sus tropas cruza rápidamente el Riachuelo. Ya nada podrá impedir el avance británico sobre el centro de la ciudad capital del Virreinato.

Sobremonte ha presenciado, desde la retaguardia, las acciones que culminan con el abandono de la posición del Puente de Gálvez. En ese momento se encuentra al frente de las fuerzas de caballería que, con la llegada de refuerzos provenientes de Olivos, San Isidro y Las Conchas, suman cerca de 2.000 hombres. Rehúye, sin embargo, el combate, y emprende la retirada hacia la ciudad por la "calle larga de Barracas" (actual avenida Montes de Oca).

Los que no están al tanto de los planes del Virrey suponen que ese movimiento tiene por fin organizar una última resistencia en el centro de Buenos Aires. No obstante, al llegar a la "calle de las Torres" (actual Rivadavia), en vez de dirigirse hacia el Fuerte, Sobremonte dobla en sentido contrario y abandona la capital. Su apresurada marcha, a la que no tarda en incorporarse su familia, continuará en sucesivas etapas hasta concluir finalmente en la ciudad de Córdoba.

Mientras tanto, en Buenos Aires reina una espantosa confusión. Desde el Riachuelo afluyen, en grupos desordenados, las unidades de milicianos que, sin disparar prácticamente un solo tiro, han sido obligadas a retirarse, después de la retirada del Virrey.

El Fuerte se convierte entonces en centro de los acontecimientos que culminarán con la capitulación. Allí se encuentran reunidos los jefes militares, los funcionarios de la Audiencia, los miembros del Cabildo y el Obispo Lué.

Totalmente abatidos, después de recibir la noticia de la retirada de Sobremonte, los funcionarios españoles aguardan la llegada de Beresford para rendir la plaza. Tienen la impresión de que, en la hora más difícil, el jefe del Virreinato y representante del monarca los ha abandonado.

Poco después de mediodía arriba al Fuerte, con bandera de parlamento, un oficial británico enviado por Beresford, Este expresa que su jefe exige la entrega inmediata de la ciudad y que cese la resistencia, comprometiéndose a respetar la religión y las propiedades de los habitantes.

Los españoles no vacilan en aceptar la intimación, limitándose a exponer una serie de condiciones mínimas en un documento de capitulación que envían a Beresford sin tardanza. Así, Buenos Aires y sus 40.000 habitantes son entregados a 1.600 Ingleses que sólo han disparado unos pocos tiros.

El audaz golpe planeado por Popham ha dado pleno resultado. La ciudad está en sus manos, y los británicos sólo han tenido que pagar, como precio por la extraordinaria conquista, la pérdida de un marinero muerto. Las restantes bajas de las fuerzas de Invasión sólo suman trece soldados heridos y uno desaparecido.

Beresford marcha ya resueltamente sobre el Fuerte. En el camino recibe las condiciones escritas de capitulación que le hacen llegar las autoridades españolas. El general sólo detiene su avance unos minutos, para leer los pliegos, y luego manifiesta autoritariamente al portador del documento:

-Vaya y diga a sus superiores que estoy conforme y firmaré la capitulación en cuanto dé término a la ocupación de la ciudad... ¡Ahora no puedo perder más tiempo!

A las 4 de la tarde desembocan en la Plaza Mayor (actual Plaza de Mayo) las tropas británicas, mientras cae sobre la ciudad una fuerte lluvia. Los soldados ingleses, a pesar de su agotamiento, desfilan marcialmente, acompañados por la música de su banda y sus gaiteros. El general Beresford trata de dar la máxima impresión de fuerza y ha dispuesto que sus hombres marchen en columnas espaciadas. La improvisada artimaña, empero, no puede ocultar a la vista de la población el reducido número de las tropas invasoras que se presentan ante el Fuerte.

El General británico, acompañado por sus oficiales, hace entonces entrada en la fortaleza, y recibe la rendición formal de la capital del Virreinato. Al día siguiente, flamea ya sobre el edificio la bandera inglesa. Durante cuarenta y seis jornadas, la enseña permanecerá allí como símbolo de un intento de dominación que, sin embargo, no llegará a concretarse.

Efectivamente. Ninguno de los dos jefes británicos considera que la empresa ha concluido. A pesar del acatamiento formal que les prestan las autoridades, saben que la indignación cunde en el pueblo al verificar que la ciudad ha sido capturada por un simple puñado de soldados.

La resistencia, que no tardará en organizarse, sólo podrá ser enfrentada mediante la llegada de los refuerzos que Beresford y Popham se apresuran a solicitar al gobierno de Londres.

Historiador del País

miércoles, 2 de mayo de 2012

Foto del día: ¡Bajo Fuego!

El bombardeo de la pista de Puerto Argentino el 1ro de Mayo

Malvinas: El HMS Conqueror busca y hunde al Belgrano

El Conqueror hunde el Belgrano


El submarino HMS Conqueror, de la clase Churchill, que tuvo 3 unidades, con propulsión nuclear, fue botado el 05/12/1967 y se incorporó a la Flota de Mar del 09/11/1971. El objetivo principal de esos submarinos fue, en la Guerra Fría, espiar los movimientos de la fuerza naval de submarinos soviéticos. Fue retirado en 1990. Hasta hoy día fue el único submarino nuclear que hundió una nave enemiga con torpedos convencionales, el crucero ARA General Belgrano, en 1982.) 

por LAWRENCE FREEDMAN y VIRGINIA GAMBA 

El 27 de abril la Armada argentina se había desplegado para oponerse al previsto desembarco de las fuerzas británicas. El 29 de abril la flota se dividió en dos grupos y ocupó posiciones para defender las Malvinas. El grupo más importante incluía al 25 de Mayo, con dos destructores equipados con misiles guiados, además de cuatro destructores y fragatas de menor porte. Este grupo se dividió en dos (Grupos de Tareas 79.1 y 79.4) y ocupó posiciones en el límite de la Zona de Exclusión Marítima, y al noroeste de las islas (el Grupo de Tareas 79.1 estaba a 270 millas náuticas al este del Golfo de San Jorge, en la Patagonia, y el Grupo de Tareas 79.4 al noreste de la misma posición). 

El grupo más pequeño, que incluía el crucero General Belgrano, más dos destructores (Grupo de Tareas 79.3), pasó a ocupar una posición a 260 millas al sur de las islas. Sus órdenes consistían en "buscar y destruir a la flota bitánica si las islas o la tierra firme eran atacadas". Se había ordenado a la Armada que respetase la zona de 200 millas impuestas por los británicos y que no desencadenara ataques. 

A las 15:13 del 1º de mayo el almirante (N. de la R.: Gualter) Allara, que comandaba el Grupo de Tareas I, a bordo del 25 de Mayo, había recibido reconocimiento aéreo en el sentido de que siete naves británicas estaban a unas 120 millas de distancia, al norte de Puerto Argentino. Más tarde, Lombardo recordaría: 

Nuestra gente en las Falkland, en las Malvinas, comenzó a afirmar que había un desembarco... Desembarco con helicópteros y embarcaciones, con botes, ambas cosas en varios puntos, cerca de Puerto Argentino, cerca de Port Stanley... De modo que yo debía aceptar que ese era el día del desembarco. Creíamos que los británicos concentrarían los esfuerzos en las proximidades de Port Stanley y tratamos de atacar a naves aisladas o pequeños grupos de naves fuera de esa región. La Fuerza Aérea atacaría a las naves que estaban cerca de Port Stanley." 

  


Más o menos simultáneamente llegó información enviada por el contralmirante Otero, del Comando del Atlántico Sur, y decía que había un "desembarco en marcha al norte de las islas". Se afirmaba que las naves se habían aferrado entre 010 y 145 grados frente a Stanley, con intervalos de 90, 40 y 10 millas náuticas, protegidas por los Sea Harrier. 

A las 15:55, al recibir la información del almirante Allara, Lombardo lo dejó en "libertad de acción para atacar". Allara interpretó esto como una modificación de las normas de combate argentinas. Ahora podía emprender acciones contra la flota británica e impartió órdenes en ese sentido a los grupos que estaban a su mando. Este cambio se realizó sin referencia a las autoridades superiores. 

No hay motivo para creer que si se hubiese consultado se lo hubiera pensado mejor. El almirante Anaya, comandante en jefe de la Armada, temía que la marina no respondiese con rapidez suficiente, y que todos los honores de la batalla correspondiesen a la Fuerza Aérea. Ordenó a Lombardo que comprometiese a la Armada y después retrocedió, pues pensó que su propia actitud era injusta. Lombardo estaba "más cerca de la acción" y, por tanto, debía hacer lo que juzgase "necesario y apropiado". En realidad, Lombardo ya había ordenado el ataque. 

Cuando se le conceció libertad de acción, Allara comenzó a avanzar hacia la fuerza de tareas. A las 20:07, ahora que disponía de más datos acerca de los cañoneos británicos y de posibles desembarcos, Allara impartió la orden general de iniciar operaciones ofensivas. A las 20:39 el general Menéndez, en Puerto Argentino, estaba convencido de que se estaba produciendo un desembarco. A las 20:55 hubo intenso fuego naval sobre el aeropuerto y los helicópteros se acercaron a la costa. Pero poco antes de medianoche los barcos cesaron el fuego y se retiraron. No se habían soportado ataques de los Sea Harrier desde las 19:00. Más o menos a esa hora las primeras unidades SAS estaban desembarcando en Isla Soledad (Malvina oriental). Si como se ha sugerido los radares argentinos de la costa detectaron a los helicópteros Sea King que transportaban a los hombres de las unidades SAS, es posible que esa comprobación reforzara la impresión de un intento de desembarco. 

 

A mediodía, un avión Tracker, en misión de reconocimiento, descubrió a seis naves británicas. Se informó a Allara, que estaba a bordo del 25 de Mayo. Allara abrigaba la esperanza de despachar seis Skyhawk con un radio de combate de 240 millas, cada uno armado con seis bombas de 250 kilogramos. Necesitaba un viento de 40 nudos para lograrlo. A las 22 el viento comenzó a disminuir. Ahora calculó que necesitaría esperar hasta las 6 antes de encontrarse en una posición que le permitiera desencadenar el ataque. Dos horas después había disminuído aún más. Para enviar los aviones desde la nave tendría que cargarlos con menos combustible y menos armas. El radio de acción se reducía a 140 millas y la carga a dos bombas. Se llegó ahora a la conclusión de que el ataque no sería posible hasta las 11 del 2 de mayo. De todos modos, Allara decidió continuar avanzando hacia la fuerza de tareas. 

A la 0:30 del 2 de mayo se detectó un eco a unas 110 millas de distancia, que se aproximaba al Grupo de Tareas 1. Se lo identificó poco después como un Sea Harrier. El avión describió círculos a unas 60 a 70 milas de distancia del Grupo de Tareas 1, al que aparentemente había descubierto. A la 1:19 Lombardo envió a Allara la siguiente señal: "Su 012007. No hay ataques aéreos sobre MLV desde 011900. Desconozco posición portaaviones enemigos, Enemigo no aferrado constituye fuerte amenaza para T 79". 

Si el enemigo no estaba atacando ahora a Puerto Argentino, podía encontrarse en un lugar cualquiera dentro de un amplio radio. De modo que ahora no solo no existía necesidad inmediata de atacar la Marina Real, pues no se estaba en presencia de un desembarco, sino que existía una amenaza para la flota argentina. Esto no representaba una orden de retirada, pero las consecuencias eran claras. 

Allara no tenía cabal conciencia de los riesgos, pues acababa de ser localizado por un Sea Harrier enemigo. A la 1:45 informó a Lombardo que tenía poco sentido continuar la marcha, porque las condiciones del viento imposibilitaban un ataque, y el pronóstico para el día siguiente sugería que las cosas no mejorarían. Por consiguiente, ordenó a los grupos de tareas que "retornasen a sus posiciones anteriores... Es decir, los dos grupos del norte hacia el continente y el grupo del sur hacia la Isla de los Estados". Deseaba regresar a aguas menos profundas para limitar el riesgo de caer víctima de un ataque submarino. Cuando el almirante Anaya llegó a la Central de Operaciones, a las 2:30, confirmó los mensajes de Allara y Lombardo y anuló las órdenes que mandaban iniciar la acción ofensiva. 

Entretando, el Belgrano y los dos destructores de acompañamiento patrullaban entre la Isla de los Estados y Bordwook Bank, al sudoeste de las Malvinas, con el doble objetivo de impedir que otro buque de guerra británico se uniese a la fuerza de tareas viniendo del Pacífico, y de advertir de cualquier movimiento hacia el territorio continental. Ese grupo también estaba destinado a impedir la intervención chilena. Por la tarde del 1º de mayo recibió la orden de evitar la aproximación a la Zona de Exclusión, y de evitar hacer frente al enemigo sin previa autorización; en cambio, debía ofrecer una amenaza lateral, de modo que el enemigo dividiese sus fuerzas. Lo mismo que el resto de la flota, había recibido la orden de interceptar a las unidades enemigas que estaban dañadas o aisladas, o se habían separado del cuerpo principal de la fuerza de tareas británica, si se presentaba la oportunidad. No debía comprometerse en un ataque frontal. 



A las 2:50 el comandante del Belgrano recibió la orden impartida por Allara a 1:45. Comenzó a modificar realmente el rumbo a las 5:11. Esta maniobra terminó a las 6, y en ese momento el crucero apuntaba su proa hacia la Isla de los Estados. Unas diez horas después fue alcanzado por dos torpedos del lado de babor. Inmediatamente perdió fuerza propulsora y comenzó a escorar. Media hora después se ordenó la evacuación, y a las 17:02 el Belgrano se hundió. Un destructor de acompañamiento, el Hipólito Bouchard, creyó que había sido alcanzado por un tercer torpedo que no explotó. Con el otro destructor, el Piedrabuena, adoptó medidas antisubmarinas y se alejó. 

Lombardo explicó después por qué los destructores no habían ayudado a recoger sobrevivientes, y aludió a "la primera acción submarina espectacular" durante la Gran Guerra, en el canal. Un submarino alemán torpedeó una nave británica, que comenzó a hundirse, y después hundió sucesivamente a los dos barcos de acompañamiento, que se habían detenido a recoger sobrevivientes. "Los barcos no están en el mar para recoger sobrevivientes -agregó-, sino para combatir y no ser hundidos". En el encuentro individual más costoso de la guerra, 321 tripulantes del Belgrano perdieron la vida. 

El pedido de Woodward 
Como sobrevino muchas horas después de los combates del 1º de Mayo, pareció que ese ataque británico no guardaba relación con el combate anterior. Pero no era así. Seguía de cerca a la acción de la víspera. Para explicarlo, es necesario regresar al modo en que los británicos veían la situación militar. 

El 30 de abril, el submarino nuclear HMS Conqueror fue enviado a la zona de Tierra del Fuego, con orden de buscar al Belgrano. La información según la cual el crucero estaba en esa área quizá provino de fuentes chilenas; de acuerdo con una versión, el comando naval chileno en Punta Arenas a fines de abril envió un mensaje al agregado militar británico en Santiago a través de un intermediario. Más avanzada la tarde, el Conqueror recogió los primeros ruidos en el sonar. En realidad, era un buque-tanque que acompañaba al Belgrano. 

Las órdenes del Conqueror, recibidas a las 21, hora local, del 30 de abril, eran interceptar al Belgrano y atacarlo cuando entrara, como se preveía que haría, en la Zona de Exclusión Total. Por la mañana siguiente avistó al Belgrano y a los dos destructores que lo acompañaban, y que se reabastecían con el combustible del buque-tanque. A las 11 los tres barcos comenzaron a alejarse hacia el sudeste, a la velocidad de 8 nudos. El Conqueror comenzó a seguirlos y envió señales a la Central de la Flota en Northwood, en las afueras de Londres, indicando que había establecido contacto, y señalando su posición y el curso que seguía. La señal también llegó al almirante Woodward, que estaba a bordo del Hermes. A la 1 del 2 de mayo, el Conqueror informó que aún estaba siguiendo al Belgrano. 

El almirante Woodward quería que el Conqueror atacase al Belgrano. Impartió al Conqueror una orden directa de ataque a las 4:10 (8:10, hora británica) en la mañana del 2 de mayo. La orden tenía que pasar por Northwood, donde el almirante Herbert, comandante de los submarinos, la anuló, porque comprendió que necesitaría la aprobación política. Woodward tenía autoridad para atacar a los barcos argentinos con sus barcos de superficie o aviones, y podía haberlo hecho en este caso, aunque no tan fácilmente. Lo que ahora reclamaba exigía que se modificasen las ormas de combate, un paso que Northwood ya estaba contemplando. 

Desde Northwood se envió una señal al capitán Wreford-Brown, del Conqueror, a las 6:15, y probablemente lo sorprendió la orden de que se abstuviera de desencadenar un ataque hasta que cambiasen las reglas. 

Aunque Gran Bretaña parecía enredada e una batalla naval posiblemente ilimitada con la Argentina, la fuerza de tareas estaba constreñida con referencia al posible empleo de sus armas más letales -los submarinos nucleares- por las normas de combate establecidas. 

En Northwood la actitud de Woodward suscitó irritación. Se sugirió que el almirante Fieldhouse había manifestado su desagrado. De todos modos, el pedido de Woodward destacó algo que ya estaba siendo abordado. Fieldhouse apoyó la opinión de Woodward en el sentido de que debían modificarse las normas para permitir el ataque. 

En Northwood se calculaba que había tiempo suficiente para obtener que se modificasen las normas de combate antes de que el Belgrano alcanzara a la fuerza de tareas. No mucho después de recibir la señal de Woodward, a las 9:15, hora británica, de la mañana del 2 de mayo, el almirante Lewin llegó a Northwood y examinó la situación con otros altos jefes antes de concurrir a Chequers para asistir a una reunión del Gabinete de Guerra. Se convino en que Lewin presionaría al Gabinete de Guerra para obtener que se modificasen las normas de combate. 

El almirante Woodward explicó del siguiente modo su inquietud: 

"El 2 de mayo por la mañana temprano todo indicaba que el 25 de Mayo, el portaaviones argentino, y un grupo de naves de escolta habían atravesado mi barrera de SSN (N. de la R.: submarino de propulsión nuclear) en dirección al norte, y que el crucero General Belgrano y sus naves de escolta intentaban completar el movimiento de pinzas desde el sur, todavía fuera de la Zona de Exclusión Total. Pero el Belgrano aún era seguido por el Conqueror. Mi temor se basaba en que el Belgrano se desprendiese del SSN al pasar por las aguas no tan profundas del Burdwood Bank, y que mi barrera adelantada de SSN también fuese evadida allí. Por tanto, reclamé, por primera y única vez en el curso de la campaña, un cambio importante en las Normas de Combate, con la finalidad de permitir que el Conqueror atacase al Belgrano fuera de la Zona de Exclusión." 

Por consiguiente, la inquietud de Woodward lo relacionaba con la situación táctica inmediata en que él se hallaba. Su propia experiencia anterior en los ejercicios de la Marina Real con la Marina de los Estados Unidos determinabaque supiera que los grupos de portaviones no eran invulnerables a los grupos de acción de las naves de superficie. Envió su reclamo al Conqueror no mucho después de haber recibido dato que indicaban que el grupo argentino más importante avanzaba hacia él, y la unión de los dos fragmentos de información suscitaban la posibilidad de un "movimiento de pinzas". Se sabía que los destructores que acompañaban al Belgrano llevaban Exocet, y era posible que el propio crucero tuviese este misil. En todo caso, sus cañones de 6 pulgadas superaban a los cañones británicos de 4,5 pulgadas. Para atacar al crucero solo disponía de los Harrier y los SSN. Se necesitaban los Harrier para la tarea de defensa aérea, sobre todo porque aún se corría el riesgo de que los Skyhawk fuesen lanzados desde el 25 de Mayo. Restaba el Conqueror. Aquí, la inquietud era que si el Belgrano navegaba atravesando el risgo sumergido denominado Burwood Bank, el Conqueror se vería en graves dificultades para mantener el contacto, sobre todo si deseaba que no se detectase su presencia. 

Sobre la base de la inteligencia disponible, la evaluación de Northwood fue también que la Armada argentina estaba intentando un movimiento de pinzas. ¿Qué se se sabía entonces sobre los movimientos argentinos? De acuerdo con una serie de versiones, la señal enviada por el almirante Allara a las 15:55 (19:55, hora británica) ordenando a los grupos a su mando que iniciaran la ofensiva contra la flota británica había sido interceptada, y esto fue lo que afectó al Belgrano y a sus naves de escolta. 

Lewin también ha señalado que la evaluación se basó en el conocimiento de que había existido un importante caudal de tráfico de radio entre las diferentes unidades de la Armada argentina, y en la "evaluación de lo que uno habría hecho si hubiera estado en el lugar de la Argentina". 

La referencia al tráfico de radio refleja el análisis de la posición y el avance del grupo argentino de portaaviones realizado por los oficiales de Woodward sobre la base de la interpretación de los "esquemas del tráfico inalámbrico y la observación de la dirección desde la cual podían aproximarse los aviones del 25 de Mayo". 

Después de un contacto de radar con uno de los aviones de búsqueda Tracker lanzado desde el 25 de Mayo, los Sea Harrier trataron de descubrir al portaaviones. Uno de ellos detectó la presencia de cuatro o cinco naves no mucho después de la medianoche, hora local. El piloto advirtió inmediatamente que además estaba siendo iluminado por el radar de búsqueda de un Sea Dart tipo 909. Con esta alarmante confirmación de que había encontrado naves enemigas se apresuró a regresar al Hermes. Como sabemos ahora, este mismo contacto fue un factor fundamental en la decisión argentina de retirarse, y estaba realizándose la retirada mientras los oficiales de Northwood consideraban el modo de afrontar una amenaza que segun creían estaba cerniéndose. 

Se ha sugerido que la señal de Lombardo a la 1:19 (5:19, hora británica) también había sido interceptada por el GCHQ, pero aún no estaba descifrada. 

Esta señal era más una advertencia que una orden de retirada (la que después provino de Allara), aunque la retirada estaba implícita. Es posible que se interceptaran otras señales que hubieran podido aportar una imagen más clara si se las hubiese descifrado; pero incluso si este hubiera sido el caso, la tarea de descifrado habría llevado varias horas. 

Según el comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de los Comunes, a cuyos miembros se mostró el material de inteligencia disponible: "La evidencia clasificada que hemos visto y otras pruebas demuestran autorizada y concluyentemente que antes del hundimiento del Belgrano no llegaron a poder del gobierno británico órdenes interceptadas acerca de un retiro de las fuerzas argentinas". 

La prueba directa más reciente habría confirmado la impresión de que la flota argentina continuaba avanzando. El Conqueror había comunicado a las 5 (hora de Londres) que continuaba siguiendo al Belgrano que, sin duda, evitaba la Zona de Exclusión, pero se acercaba a la fuerza de tareas a la velocidad de 13 nudos. 

De modo que el panorama táctico era en ciertos aspectos desconcertante. La flota argentina, y sobre todo el portaaviones, habría sido atraída al mar de acuerdo con el plan, pero el plan se había frustrado ya que el submarino nuclear HMS Splendid no había podido establecer contacto con el 25 de Mayo, que ahora estaba al frente de la ofensiva argentina. La única parte de esta ofensiva con la cual había cierto contacto era el Belgrano y los dos destructores que lo acompaban. El Belgrano probablemente no llevaba misiles Exocet antinaves, pero podría llevarlos, y los destructores de escolta poseían ese armamento. Asimismo, aunque la velocidad en ese momento era reducida, de todos modos alcanzaría a la fuerza de tareas. 

Ello se calculó sobre la base del "Círculo Más Amplio", es decir, un círculo cuyo centro es la última posición conocida del enemigo, y cuyo radio es la velocidad máxima conocida del enemigo multiplicada por el tiempo que ha transcurrido desde la última vez que se lo avistó. Este círculo se ensancha con el correr del tiempo. La última velocidad informada del Belgrano, es decir, 13 nudos, era menos que su velocidad máxima de 30 nudos, pero un comandante prudente que esté inquieto acerca de la vulnerabilidad de las naves quese encuentran a su mando se habría sentido obligado a suponer lo peor. 

Otro riesgo táctico consistía en que el Belgrano podría haber participado de una nueva expedición para ocupar las Georgias del Sur, que no tenían buena defensa en ese momento. Entretando, la necesidad de vigilarlo sería una carga más para el exigido núcleo de helicópteros y Harrier de la fuerza de tareas. 

Otro factor que gravitó en la mente de los comandantes se refería al riesgo de demorar en la costa las fuerzas especiales que debían reconocer las islas. Según la versión de Lewin: 

"Habiendo llegado a las proximidades de las Falkland, él (Woodward) tenía que enviar subprecticiamente fuerzas especiales, para reunir datos de las disposiciones argentinas. Con esa finalidad necesitaba aproximarse todas las noches a muy corta distancia de las Falkland. Fuese para desembarcar o para reabastecer a las fuerzas especiales comprometidas. No podía realizar ninguna de estas tareas si la flota argentina estaba en el mar. No sabía dónde se encontraba, y se suponía que su intención era atacarlo. Podía preservar su seguridad alejándose hacia el este y menteniéndose fuera del alcance de los argentinos. Si adoptaba ese criterio, se veía imposibilitado de cumplir su misión." 

Además de la preocupación ante la posibilidad de que el Belgrano fuese parte de una ofensiva inminente, había otras razones que determinaban que los comandantes de la fuerza de tareas apoyasen enérgicamente un ataque. En primer lugar, uno de los objetivos originales de las operaciones de la víspera consistía en la creación de oportunidades que permitiesen desgastar a la Armada y a la Fuerza Aérea argentinas. Quizá no se previeron todas las consecuencias de la pérdida del Belgrano pero de todos modos se trataba de una oportunidad que los comandantes no deseaban desaprovechar. Para citar nuevamente a Lewin: "En la guerra, es necesario aprovechar las oportunidades mientras existan; tal vez no haya una segunda ocasión". 

Había algo más. Estos argumentos eran en sí mismos sintomáticos del hecho de que las limitaciones impuestas a los submarinos parecían anómalas. Toda la información proveniente del Atlántico Sur respecto de la actividad de la víspera indicaba que la lucha había comenzado seriamente. Todo esto se deducía con toda claridad del ataque en que el Glamorgan se salvó apenas, y de la prueba de que por lo menos un submarino argentino había estado buscando presas. Los informes que llegaron de Buenos Aires por la mañana reforzaban esa impresión. 

Las afirmaciones argentinas referentes a los éxitos obtenidos la víspera, aunque sin duda exageradas, de todos modos fueron interpretados como un indicio fidedigno de las intenciones de ese país, y por sí mismas contribuyeron a crear la atmósfera de la decisión ulterior del Gabinete de Guerra. 

Al margen de las razones específicas suministradas en relación con el Belgrano, Lewin habría presionado al Gabinete de Guerra en favor de un cambio en las normas de combate. Si la situación táctica específica de los días 1 y 2 de mayo no hubiese forzado un cambio de todos modos la cuestión habría sido formulada al día siguiente, durante la reunión del Gabinete de Guerra. El cambio determinaría que todos los buques de guerra argentinos se viesen amenazados por los submarinos británicos, y no solo el Belgrano. 

Lewin fue a Chequers con el almirante Fieldhouse para destacar la argumentación de los militares. Cuando llegó, explicó inmediatamente la situación a la primer ministro y pidió que se modificasen las normas. 

El propio Gabinete de Guerra no discutió el asunto. Fuera de Lewin, no se incorporó a la discusión a los jefes de Estado Mayor, si bien todos coincidieron con la recomendación de Lewin. Como el asunto era urgente, Thatcher reunió a los ministros y a los funcionarios que habían sido invitados a comer antes de que el organismo formal se reuniese durante la tarde. Por tanto, no quedó constancia en actas. Se disponía de poco tiempo para considerar de antemano las consecuencias del paso. La discusión se desarrolló entre quince y veinte minutos. Una versión afirma que hubo una discusión bastante amplia, pero en la práctica parece que fue más bien superficial, y que se manifestó una renunencia general a cuestionar el criterio militar. 

Más tarde, Whitelaw recordó que "una de las decisiones más sencillas en que participé personalmente", tan pronto él (Whitelaw) comprendió el riesgo de perder contacto con el Belgrano si no se permitía que el Conqueror lo atacase. 

La ausencia del secretario del Foreign Office quizás haya significado que los aspectos diplomáticos no fuerananalizados tan detenidamente como podría haber sido. Es posible que haya estado presente si Antony Acland, jefe del Servicio Diplomático, pero su predecesor inmediato, sir Michael Palliser, que ahora era asesor del Gabinete de Guerra, aún no había llegado. Sir Michael Havers estaba preocupado por el posible efecto en la opinión pública internacional, pero no se tuvo en cuenta el efecto en las negociaciones de paz, pues se creía que en ese momento no existían tales gestiones. 

El cambio aceptado fue "permitir ataques a todos los navíos argentinos en alta mar, como se había convenido previamente solo en relación con el 25 de Mayo". Tampoco se consideró en este caso la necesidad de comunicar inmediatamente el cambio a la Argentina. Una vez que se decidió enviar la señal, Lewin advirtió que cuando el Conqueror lo recibiese tal vez hubiese perdido de vista al Belgrano. En ese momento, creía que había un 75 por ciento de posibilidades de que el Conqueror tuviese éxito. 

A las 13 (hora británica) Lewin se comunicó con Nortwood desde Chequers, y treinta minutos después informó de este cambio a la fuerza de tareas. 

Las comunicaciones debieron ocupar espacios en un satélite de comunicaciones norteamericano que estaba disponible solo con poca frecuencia y admitía únicamente mensajes breves y precisos. Mas aún, si el submarino nuclear no estaba esperando un mensaje, y además adoptaba medidas para evitar que el enemigo lo descubrise, tal vez no recibiera la comunicación. 

Al parecer, es lo que sucedió a las 13:30 del 2 de mayo, cuando Northwood comunicó el cambio de las normas de combate. Afírmase que el capitán del Conqueror recibió un mensaje "confuso". Había afrontado problemas con las comunicaciones durante las vísperas, como consecuencia del deterioro provocado en sus mástiles por el mar agitado. Además, probablemente deseaba asegurar que la situación fuese cabalmente comprendida antes de adoptar un paso tan importante. Aprovechando el siguiente espacio disponible a las 15, hora británica (11 en el Atlántico Sur), el Conqueror informó que su presa había modificado el rumbo a las 9 de la mañana. El curso ahora era de 270 grados, y la velocidad de 14 nudos. 

La orden de Northwood no pudo ser repetida hasta las 17, y esta vez, a las 17:30, el Conqueror acusó recibo e informó a Northwood de su intención de atacar. La información de que el Belgrano había variado su curso llegó a Northwood a las 15:40, pero de acuerdo con los informes no llegó más allá del almirante Herbert, comandante superior de submarinos. Parece que este jefe no consideró entonces que el dato era importante: el crucero podría haber cambiado nuevamente el curso, como había hecho antes, o haberse desplazado para atacar a las Georgias del Sur. 

A bordo del Conqueror, Wreford-Brown había decidido atacar con el torpedo Mark 8, más antiguo y de menor alcance, como consecuencia de su ojiva más grande, que le ofrecía mejores posibilidades de perforar la coraza del buque de guerra y los protectores antitorpedo. Asimismo, él estaba a corta distancia del blanco. 

"Estuve más de dos horas tratando de encontrar una posición de ataque por el lado de babor del crucero. Aún era día. La visibilidad se presentaba variable; en determinado momento descendió a 2.000 yardas. Yo insistía en ascender para echar una ojeada -pero cuando estabámos a la profundidad del periscopio nos distanciábamos- y entonces tenía que sumergirme y alcanzarlos. Hice lo mismo cinco o seis veces. No estaban usando el sonar; se limitaban a zigzaguear lentamente a la velocidad aproximada de 13 nudos. Dos veces estuve en posición de fuego razonable, pero comprobé que ellos se habían desviado algunos grados". 

A las 20 el Conqueror estuvo en posición de disparar tres torpedos al Belgrano. A las 20:30, hora británica (16:30 hora local), informó a Northwood que el Belgrano había sido alcanzado con éxito. El Conqueror tuvo que escapar de prisa, porque pronto afrontó un intenso ataque antisubmarino de las naves escolta del crucero. 


16.25: el casco estaba inclinado a 20° y sumergido 7 metros. A causa del viento, las balsas tenían dificultades para separarse. Foto: Gentileza Asociación Amigos del Crucero General Belgrano 

Fuente: Urgente 24.

UAV: Avibras Falçao (Brasil)

Falcão, primer UAV brasileño en su clase
por Fernando "Nunão" De Martini 

 

Los Avibras está completando la plena integración del primer prototipo de vehículo aéreo no tripulado (UAV) Falçao (Halcón), que estará listo para volar en julio. El Halcón es la primera Vant nacional en la clase de 800 kilos, que se utilizan en la vigilancia, reconocimiento y patrulla. 

El director del proyecto de Avibras, Renato Bastos Tovar, explica que la plataforma del Falçao está hecha de fibra de carbono, lo que garantiza una mayor ligereza del vehículo y aumenta el espacio para que pueda llevar más combustible y sensores. 

Con más de 15 horas de duración de patrulla, el Falçao está configurado para cargar un carga electro-óptica (toma fotografías y hace disparos de alta calidad, tanto durante el día y la noche), un sistema de detección de radar de blancos móviles en el suelo y un enlace satélites, con un rango de hasta 1.500 kilómetros ", explica el ingeniero. 

El sistema de gestión de vídeo a bordo del vehículo, de acuerdo con Tovar, está siendo desarrollado por Easystech, que también es financiado por FINEP. "El Falçao es el único drone en la clase de 800 kilos de peso puede llevar esta carga, aproximadamente 150 kilos", dijo. 

 

El Falçao, de acuerdo con Tovar, que ya consumió inversiones de $ 60 millones y cuenta con el apoyo de las tres Fuerzas Armadas y también de la Finep. El ejecutivo dijo que la electrónica a bordo del UAV, como parte de los sistemas de navegación y control, la plataforma y la integración de la misión de las aeronaves sistemas son 100% a nivel nacional. 

Los Avibras, según el coordinador, a la espera para este año que las Fuerzas Armadas definir los requisitos de la UAV que quieren comprar para comenzar la fase de industrialización del proyecto, la evidencia de las pruebas y requisitos de certificación. "Ya tenemos una señal fuerte, por una Fuerza Armada que el Falçao sería la opción preferida para misiones de patrulla y reconocimiento", dijo el ejecutivo. 

 

Recientemente, dijo, los Avibras fue visitado por representantes de las tres Fuerzas Armadas en su planta de Jacareí, en el Vale do Paraíba (SP). La compañía también ha sido consultado de manera informal en las características de los vehículos, la estimación de la inversión y el tiempo para producir el primer lote de vehículos aéreos no tripulados. 


El desarrollo de estos aviones no tripulados incorpora la lista de prioridades para la nueva política de defensa nacional del gobierno. La licitación para la compra de vehículos por las Fuerzas Armadas aún no ha sido puesto en libertad, pero, de acuerdo con Tovar, la intención es adquirir tres tipos de equipos: los llamados mini-vehículos aéreos no tripulados, libra de 3 a 5 y hasta 5 kilómetros de alcance, para el reconocimiento de los cortos, los vehículos aéreos no tripulados de 800 kilos y los 15 y 20 horas de operación para el reconocimiento y patrullaje de vigilancia, y la estratégica UAV de 1,5 tonelada para las misiones de largo duración (más de 20 horas) . 



FUENTE: Poder Aéreo

martes, 1 de mayo de 2012

Malvinas: Las misiones de los Vulcan

Tripulación de Vulcan de las misiones Black Buck 

 
Presentación firmada por todos los tres capitanes de Vulcan de las misiones Black Buck 1-7. 

Black Buck 1 (30 de abril / 1 mayo de 1982) 
La misión de la primera "Black Buck" fue llevado en contra de la pista en el aeropuerto de Puerto Argentino, con la intención de negar su uso a los cazas argentinos de alto rendimiento que utilizaban bombas altamente explosivas. Una corriente de once Victor y dos Vulcanos despegaron poco antes de la medianoche, con el Vulcan XM598 (el líder del escuadrón John Reeve y su tripulación) designados como los aviones de ataque primario y XM607 (teniente de vuelo Martin Withers y su tripulación) en reserva. Sin embargo, poco después del despegue, John Reeve tuvo problemas de presurización de cabina en el XM598 y se vio obligado a regresar a la Ascensión, dejando a Martin Withers y su XM607 para completar la salida. 

Los Victor se dividieron en tres olas que volaban a su altura de crucero económica de 27.000 pies. A medida que la fuerza iba hacia el sur, algunos Victors reabastecieron a otros Victors, mientras que otros reabastecieron a los Vulcan. En cada recarga de combustible, la tripulación tuvo que asegurar que cada aeronave tenía suficiente combustible para regresar a la Ascensión o para llegar al siguiente punto de encuentro. El Vulcan volaba a 33.000 pies, por debajo de su altura de crucero económica, pero en el que podría mantenerse en contacto visual con los Victors a continuación. Descendían para cumplir con los Victors en cada soporte de recarga de combustible, volviendo a subir a la altura después. 


A medida que la formación se acercaba a las Malvinas, ésta se redujo en tamaño hasta que sólo dos Victors y el Vulcan quedaron. Una dificultad luego apareció. A medida que un Victor hacia la transferencia de combustible a otro, su par encontró fuerte turbulencia, lo que causó que la sonda en el avión receptor se rompa. Esto significaba que el Victor tuvo que volver directamente a Ascensión, ya que no podía tomar más de combustible. Con el éxito de la misión en la cuerda floja, el segundo Víctor XL189, piloteado por el líder del escuadrón Bob Tuxford y la tripulación, tomó de nuevo el combustible que había transferido solo y se dirigieron solos con XM607. 


No todo fue bien a bordo de la Vulcan. Su peso alto operativo había querido decir que había consumido más combustible de lo previsto y en la última 'toma de combustible' al norte de las Malvinas, Tuxford Bob y el equipo entregó más combustible de lo previsto para asegurarse de que XM607 pudiese completar la misión. Esto dejó a la Víctor corto de combustible, tanto es así que a menos que pudiera obtener se caería en marcha de vuelta, que lo dejaba a aproximadamente 400 nm antes de Ascensión. Sin embargo, hasta que las palabras código fuesen transmitidas indicando que el Vulcan había alcanzado su objetivo, Bob Tuxford no pudo romper el silencio de radio para solicitar el apoyo de tanqueros. Para dar la Vulcan la oportunidad de completar la misión con éxito, Bob Tuxford fue condecorado con la Cruz de la Fuerza Aérea. 


De vuelta al Vulcan, Martin Withers puso el XM607 a 300 pies cuando se acercaba a las Malvinas para evitar la detección por el radar argentino. A 40 millas náuticas (64km) de su objetivo, el XM607 subió a 10.000 pies (3000 metros) para una corrida de bombardeo directo a ejecutarse en el aeropuerto de Puerto Argentino. Unas 21 bombas HE de mil libras fueron lanzadas en diagonal a través de la pista de aterrizaje, una sola bomba logró un cráter en la pista hasta la mitad de su longitud y el resto causando estragos entre los aviones estacionados y las tiendas. 'Superfuse', la palabra en clave se transmitió entonces y XM607 subió de distancia, el aterrizaje de vuelta en Ascensión 15 ¾ horas después de despegar. Para este vuelo importante, lleno de peligros potenciales más allá de la acción del enemigo, Martin Withers fue galardonado con la Cruz de Vuelo Distinguido. 


Handley Page Victor de la RAF usado como tanquero para la Black Buck 1

Black Buck 2 (3-4 mayo de 1982) 
John Reeve y la tripulación volaron el XM607 armado con 21 bombas HE de mil libras en una misión similar a "Black Buck 1". Las lecciones aprendidas de la primera misión en relación con el consumo de combustible fueron puestos a buen uso y, aunque ningún otro impacto fue anotado en la pista de Puerto Argentino, las zonas periféricas, las aeronaves estacionadas y tiendas sufrieron daño. 

Black Buck 3 y 4 (28-29 mayo de 1982) 
La tercera "Black Buck" fue cancelado debido al mal tiempo. "Black Buck 4", en la noche del 28-29 de mayo, vio a la Royal Air Force cambiando su ataque de bombas a la utilización de los misiles anti-radar AGM-45A Shrike en contra de los sitios de radar argentinos en Puerto Argentino. El Vulcan XM597, piloteado por el líder del escuadrón Neil McDougall y su tripulación, fue el avión de combate para la misión, pero se vio obligado a regresar a Ascensión cinco horas después del despegue, cuando el cable de recarga de combustible de Víctor falló. 

Black Buck 5 (30-31 de mayo de 1982) 
Para "Black Buck 5", Neil McDougall y su tripulación volvieron a salir a atacar a los radares argentinos, esta vez en una misión coordinada con un ataque de Harrier en las islas. Los misiles Shrike se llevaron externamente en puntos de fijación. Esto liberaba a la bahía de bombas del Vulcan para portar dos tanques de combustible adicionales, reduciendo la cantidad de apoyo de tanqueros Víctor necesarios. A medida que los Harriers atacaron aeropuerto de Puerto Argentino, Neil McDougall y su tripulación vagaban a una distancia prudencial en espera para que los sitios de radar se encendiesen. Era un juego de "gato y el ratón", los Shrike se pusieron en marcha el tiempo, causando un daño limitado a una estación de radar. 

Black Buck 6 (2-3 de junio de 1982) 
Neil McDougall y su equipo volvió a tomar un XM597 con armas Shrike para atacar a los radares argentinos. El Vulcan corrió en menos de 300 pies (100 metros) antes de ponerse a la altura a unos 25 nm (40km) de las islas. Mientras lo hacía, los argentinos apagaron el principal radar de la defensa aérea. El XM597 se vio obligado a merodear, esperando que el radar se encendiera de nuevo lo suficiente para que los Shrike se bloquearan y fueran lanzados. Después de unos 40 minutos, se bloquearon dos y se logró que un Shrike fuese enviado en su camino, destruyendo un radar que había estado actuando como control de fuego para un número de baterías antiaéreas. 

El problema se produjo en el retorno en el punto de repostaje final. A medida que el Vulcano intentaba conectar su sonda con el tubo de reaprovisionamiento del Víctor, sin ninguna razón aparente se rompió, pulverización combustible en todo el parabrisas de Vulcan. Sin ninguna esperanza de adquirir más combustible, o llegar a Ascensión, Neil McDougall puso rumbo hacia la única punto alternativo posible - Río de Janeiro. La tripulación se deshizo material clasificado sobre el Atlántico Sur y, con su situación crítica de combustible, se puso en contacto con el control del tráfico aéreo en el Río en la frecuencia de socorro. El Vulcan se mantuvo alto para la economía de combustible e hizo un fuerte, aproximación directa al aeropuerto El Galeao de Río de Janeiro, el aterrizando en la dirección equivocada en la pista inactiva. 




Después de siete días, el Vulcan y su tripulación se les permitió salir, con la condición de que el XM597 no participara más en el conflicto. Por sus ataques con misiles pioneros, Neil McDougall fue galardonado con la Cruz de Vuelo Distinguido. 

Black Buck 7 (12 de junio de 1982) 
La misión final "Black Buck" se produjo un retorno a los ataques directos en aeropuerto de Puerto Argentino. Como no se requería más ataques en la pista, el XM607 con Martin Withers y su tripulación atacaron el campo de aviación con una mezcla de bombas "de hierro" y anti-personales. Un número de impactos se anotó y el XM607 regresó sano y salvo a Ascensión. 


 
Líder de Escuadrón Neil McDougall, Líder de Escuadrón John Reeve y Tte de Vuelo Martin Withers. 


Falklands 1982