Pringles en la caleta de pescadores
Era el teniente Juan Pascual Pringles un puntano de elevada estatura, ojos centelleantes y fuerza hercúlea, como toda aquella brillante pléyade de jóvenes que se enrolaron en el regimiento que creara pare victoria el Padre de la Patria. Vestía con elegancia su ajustado unifoi de granadero, casaca azul larga con vivos encarnados, calzón del mismo color y alta bota negra.
El 27 de noviembre de 1820 marchaba con 17 hombres con la misión de acompañar a un emisario del general San Martín que debia tomar contacto con el comandante Tomás Heres, jefe del Batallón real. Numancia, el cual, desde su jefe hasta el último soldado, estaba formado totalmente por americanos.
Al llegar a la Caleta de Pescadores cerca de Chancay ordenó pie en tierra, para esperar al emisario que se había adelantado a cumplir su cometido, cuando sobre una lomada aparecieron dos escuadrones de Dragones del Perú, el batallón Numancia y dos pieza de artillería mando del coronel D. Gerónimo Valdez. Se adelantaron los jinetes realistas y, cuando estuvieron a una distancia prudencial, intimaron rendición a los granaderos.
La respuesta fué inmediata. El teniente Pringles ordenó formar su pelotón en una fila detrás suyo y al toque de “a degüello”, cargó contra el centro de los escuadrones del rey.
Dable es imaginar lo que fué aquella acción. El sable y la lanza herían sin piedad y al fogoso valor de los patriotas lo apagó la abrumadora superioridad numérica de los adversarios.
Bien pronto tres granaderos habían caído para no levantarse otros once estaban heridos, encontrándose entre ellos el propio Pringles.
Este valiente, con los restos de su pequeña fuerza decidió, ante rendirse, sumergirse en el mar y a media rienda, seguido de los hombres que le quedaban, se echó al agua decidido al último sacrificio.
Emocionado el coronel Valdez por el heroísmo del joven patriota le envió un oficial para garantizarle su vida y la de sus hombres.
Sólo así se decidió Pringles a entregarse prisionero y, ya entre ocasionales enemigos, recibió de ellos las mil muestras de simpatía y admiración que reciben los valientes, aún de sus propios adversario.
Dable es imaginar lo que fué aquella acción. El sable y la lanza herían sin piedad y al fogoso valor de los patriotas lo apagó la abrumadora superioridad numérica de los adversarios.
Bien pronto tres granaderos habían caído para no levantarse otros once estaban heridos, encontrándose entre ellos el propio Pringles.
Este valiente, con los restos de su pequeña fuerza decidió, ante rendirse, sumergirse en el mar y a media rienda, seguido de los hombres que le quedaban, se echó al agua decidido al último sacrificio.
Emocionado el coronel Valdez por el heroísmo del joven patriota le envió un oficial para garantizarle su vida y la de sus hombres.
Sólo así se decidió Pringles a entregarse prisionero y, ya entre ocasionales enemigos, recibió de ellos las mil muestras de simpatía y admiración que reciben los valientes, aún de sus propios adversario.
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