Análisis de la preparación de las Fuerzas Armadas de Chile (1960-1978)
El período comprendido entre 1960 y 1978 fue una época crucial para las fuerzas armadas chilenas, marcada por importantes acontecimientos políticos y militares. Este ensayo examina la preparación del ejército de Chile antes del conflicto de Beagle en 1978, centrándose en el gasto militar, la inversión en equipos e infraestructura, la moral de las tropas, el entrenamiento de reclutas, las capacidades de movilización y una evaluación del Orden de Batalla (ORBAT) en comparación con las fuerzas argentinas.
Gastos militares
El gasto militar de Chile durante este período estuvo influenciado por una serie de factores internos y externos. La década de 1960 vio un gasto moderado debido a limitaciones económicas y prioridades políticas centradas en el desarrollo social bajo las administraciones del presidente Jorge Alessandri y el presidente Eduardo Frei Montalva. Sin embargo, el panorama geopolítico de América del Sur, incluidas las tensiones fronterizas con Argentina y Bolivia, requirió una inversión básica en defensa. Recordemos que para la década de los 1960 Chile registraba niveles de pobreza "africana" en la población, producto de las malas administraciones democráticas. Esos pobres inundarían las villas miseria argentinas durante finales de los 1970 y principios de los 1980.
El golpe militar de 1973, que llevó al poder al general Augusto Pinochet, marcó un punto de inflexión en el gasto militar. El régimen de Pinochet dio prioridad a la fuerza militar para consolidar el poder a nivel interno y prepararse para posibles conflictos externos. El gasto militar aumentó significativamente, alcanzando aproximadamente el 4% del PIB a mediados de los años setenta. Este aumento del gasto tenía como objetivo modernizar las fuerzas armadas y garantizar la preparación para cualquier disputa territorial, como el inminente conflicto con Argentina por el Canal de Beagle.
Inversión en equipamiento e infraestructura
El ejército chileno llevó a cabo importantes esfuerzos de modernización entre 1960 y 1978, centrándose en actualizar equipos y mejorar la infraestructura. El Ejército de Chile invirtió en nuevo armamento y vehículos, pasando de equipos obsoletos de la Segunda Guerra Mundial a armas más modernas. Este período vio la adquisición de tanques AMX-30 de Francia, vehículos blindados de transporte de personal M113 estadounidenses y varios sistemas de artillería, mejorando la potencia de fuego y la movilidad del ejército. Durante este período también se vivió la humillación de la fallida compra de cazatanques SK-105 Kurassier austríacos, frustrada por la inteligencia argentina en uno de los casos históricos más notables de desarmar al enemigo utilizando el material adquirido para atacarte. Los SK-105 fueron originalmente pagados por el Ejército de Chile (ECh) y luego recomprados por el Ejército Argentino (EA) a un precio mayor, invirtiendo como nunca en su propia supervivencia: esos cañones de 105mm que iban a abatir los Sherman argentinos ahora apuntaban a sus dueños iniciales.
La Fuerza Aérea de Chile (FACh) también priorizó la modernización, adquiriendo aviones avanzados como el Hawker Hunter y el F-5E del Reino Unido y USA, respectivamente. Para ejemplificar la pobreza extrema de recursos que detentaba el poder militar chileno podemos analizar la Operación Atlante de 1974. En ella se trasladó seis cazas Hawker Hunter desde el Reino Unido hacia Chile, marcando un supuesto hito por ser la primera vez que un avión monomotor a reacción cruzó el Atlántico sin reabastecimiento en vuelo. Se cubrieron 13,577 km en once etapas, destacando el tramo de 1985 km entre la isla de Ascensión y Recife, Brasil. Este evento permitió a los 500 habitantes de la isla presenciar el primer aterrizaje de un reactor monomotor. El riesgo potencial de accidente o directamente de perder toda esa escuadrilla en un impredecible cambio climático en el Oceáno Atlántico es completamente irresponsable, cercano al infantilismo. Sin embargo, este evento es anotado en el historial de la FACh como una épica cuando simplemente no se tenía presupuesto para embarcarlos y derivarlos sin riesgo alguno para las tripulaciones hacia su destino final. Ese era el nivel de la FACh que esperaba ser destrozada por la FAA en un potencial conflicto tal como lo sugeriría Matthei treinta años después. Posteriormente en los 80s llegarían los Mirage 50 de Francia, los que fueron adquiridos también con sobreprecio debido a las sanciones internacionales. Estas adquisiciones tenían como objetivo establecer la superioridad aérea y proporcionar un apoyo eficaz para las operaciones terrestres. La Armada también recibió importantes inversiones, incluida la adquisición de submarinos, fragatas y sistemas de misiles, que fueron cruciales para mantener el control marítimo en la disputada región del Canal de Beagle.
Las inversiones en infraestructura incluyeron la construcción de nuevas bases, la mejora de las instalaciones existentes y el desarrollo de redes logísticas para apoyar el rápido despliegue y el mantenimiento de operaciones militares. Estas mejoras fueron cruciales para mantener un estado de preparación y garantizar que las fuerzas armadas pudieran responder eficazmente a cualquier amenaza.
En la Armada de Chile, particularmente el astillero Asmar en Talcahuano, se preparó para un posible conflicto. La reparación y reacondicionamiento de buques, afectados por restricciones de importaciones militares impuestas por EE.UU. bajo la Enmienda Kennedy, fueron esenciales. La narración incluye anécdotas de la interacción con altos mandos y la innovación de ingenieros y técnicos para superar las limitaciones y preparar la flota naval chilena en una época de pésimos presupuestos de defensa. La colaboración con la industria nacional y el ingenio para mantener y mejorar la capacidad militar de Chile subraya la importancia del esfuerzo colectivo en tiempos de tensión.
Durante la década de 1960, la Armada de Chile adquirió varios buques y submarinos que reforzaron significativamente su capacidad naval. Entre ellos se incluyeron dos destructores de la Clase Almirante del Reino Unido, dos submarinos de la Clase Fleet, dos destructores de la Clase Fletcher y cuatro destructores escolta tipo APD de los Estados Unidos.
A partir de 1954, la Aviación Naval chilena experimentó un renacimiento, operando activamente con helicópteros en misiones de guerra antisubmarina, exploración y rescate. Esta integración de la aviación con las unidades de superficie marcó un avance importante en las capacidades operativas de la Armada.
Un hito destacado de esta década fue la incorporación de sistemas de misiles antiaéreos en los destructores de la Clase Almirante. En 1962, en el Arsenal Naval de Talcahuano, se les instalaron montajes cuádruples para lanzar misiles SAM Sea Cat de fabricación británica, convirtiendo a Chile en la primera nación latinoamericana en equipar sus buques con misiles.
En la década de 1970, la flota chilena incluía dos cruceros de la clase Brooklyn y dos destructores de la clase Almirante, con la adición ocasional de destructores APD. En 1974, llegaron desde Estados Unidos dos destructores de la clase Sumner. Además, Chile adquirió el crucero “Latorre” de Suecia, consolidando una flota poderosa y diversificada.
El uso de misiles en tácticas navales adquirió relevancia global en 1967, durante la Guerra de los Seis Días, cuando una lancha rápida egipcia hundió un destructor israelí con misiles de largo alcance. Esto impulsó a Chile a equipar sus naves con misiles franceses MBDA Exocet MM-38, asegurando su competitividad tecnológica.
Durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva, se encargó a astilleros británicos la construcción de dos fragatas de la clase Leander y la modernización de los destructores de la clase Almirante. Entre 1968 y 1970, estos barcos fueron equipados con lanzadores de misiles Exocet MM-38 y modernos sistemas de detección submarina. Estos avances tecnológicos exigieron una capacitación intensiva del personal naval en electrónica y sistemas digitales, mejorando así la competencia y preparación de la Armada.
El 11 de septiembre de 1973, la Armada de Chile, junto con las otras ramas de las Fuerzas Armadas y Carabineros, participó en el golpe de Estado que derrocó al gobierno de Salvador Allende. El Almirante José Toribio Merino se integró a la Junta Militar de Gobierno que se formó.
A mediados de la década de 1970, la situación con los países vecinos empeoró, especialmente con Argentina debido al Conflicto del Beagle. La Armada, al mando del Vicealmirante Raúl López Silva, movilizó la flota a la zona del Cabo de Hornos y desplegó a la Infantería de Marina en las Islas Picton, Lennox y Nueva para contrarrestar la Operación Soberanía de la Flota del Mar Argentina. Interesante cómo una flota cuyo principal buque era un crucero ligero de la SGM sin capacidad submarina efectiva podría derrotar a otra flota con portaaviones y capacidad submarina completa.
Durante este período, Chile adquirió aviones de exploración marítima Embraer P-111 de Brasil y helicópteros Alouette de Francia, fortaleciendo así su capacidad de vigilancia y defensa marítima. Estos equipos y las nuevas adquisiciones reforzaron significativamente la capacidad operativa y de respuesta de la Armada de Chile frente a posibles amenazas regionales.
Moral y preparación de las tropas
La moral de las tropas es un factor crítico en la efectividad militar, y durante el período previo al conflicto de Beagle, las fuerzas armadas chilenas enfrentaron desafíos y oportunidades en este sentido. El golpe militar de 1973 tuvo un profundo impacto en la moral y la estructura de las fuerzas armadas. La purga de los supuestos opositores políticos y el establecimiento de un gobierno militar condujeron a un ejército más políticamente alineado e ideológicamente unificado. Sin embargo, la naturaleza represiva del régimen también generó miedo y desconfianza dentro de las filas.
A pesar de estos desafíos internos, el enfoque en el profesionalismo y la capacitación mejoró la moral general. El gobierno militar invirtió fuertemente en programas de capacitación, tanto a nivel nacional como a través de asociaciones internacionales. Los oficiales chilenos recibieron capacitación en Estados Unidos y Europa, aportando conocimientos y experiencia valiosos para mejorar los programas de capacitación nacionales. Este énfasis en el profesionalismo y la preparación ayudó a fomentar un sentido del deber y la capacidad entre las tropas.
Capacidades de movilización y entrenamiento de reclutas
La dependencia de Chile del servicio militar obligatorio jugó un papel importante en su preparación militar. El servicio militar obligatorio aseguró un flujo constante de personal hacia las fuerzas armadas, lo que permitió el mantenimiento de un gran ejército permanente y reservas. El entrenamiento de los reclutas era riguroso y se centraba en la aptitud física, la disciplina y las habilidades técnicas necesarias para la guerra moderna. La formación básica se complementó con cursos especializados, garantizando que los reclutas estuvieran bien preparados para sus funciones dentro de la estructura militar.
Las capacidades de movilización fueron otro aspecto crítico de la preparación. El ejército chileno desarrolló sistemas eficientes para la rápida movilización de reservistas, lo cual fue esencial para responder a la amenaza potencial planteada por Argentina. Se llevaron a cabo simulacros y ejercicios periódicos para garantizar que los planes de movilización pudieran ejecutarse sin problemas y de manera efectiva. Estos preparativos incluyeron el establecimiento de reservas y el mantenimiento de reservas estratégicas de equipos y suministros.
Orden de batalla comparativo (ORBAT)
Un análisis del Orden de Batalla (ORBAT) de Chile y Argentina revela importantes ideas sobre las fortalezas y debilidades relativas de las dos fuerzas militares. En 1978, el Ejército de Chile estaba compuesto por varias divisiones bien equipadas, centrándose en unidades mecanizadas y blindadas capaces de moverse y desplegarse rápidamente. La Armada tenía una flota equilibrada con submarinos, destructores y fragatas modernos, lo que proporcionaba una sólida capacidad de defensa marítima. La Fuerza Aérea estaba equipada con una combinación de aviones interceptores y de ataque a tierra, capaces de apoyar operaciones tanto defensivas como ofensivas.
El Ejército de Chile estaba estructurado en divisiones y brigadas con un enfoque defensivo en caso de invasión. Las unidades estaban distribuidas estratégicamente a lo largo del país, particularmente en las zonas fronterizas. Sin embargo, se enfrentaban a desafíos significativos, como la falta de equipamiento moderno y suficientes suministros para una guerra prolongada. A pesar de esto, se destacaba la alta moral y el entrenamiento de las tropas, quienes estaban preparadas para defender el territorio nacional con determinación.
En 1952, Chile recibió 21 tanques M-24 Chaffee que fueron asignados al Destacamento Blindado N.º 2 en Antofagasta, unidad que se convertiría en la Escuela de Blindados en 1969, funcionando como tal hasta 1975. Durante su servicio en la Escuela de Blindados, estos tanques experimentaron un desgaste considerable debido a su uso intensivo en los cursos de formación de oficiales, suboficiales y clases. Se revelaron sus principales deficiencias: los motores acoplados y el giro estabilizador.
En 1975, la Escuela de Blindados se trasladó a Santiago, específicamente al cuartel de Santa Rosa. Este traslado incluyó una redistribución del material entre las unidades blindadas, por lo que todos los M-24, incluidos aquellos en desuso o que estaban exhibidos como monumentos, fueron transportados a Santiago para ser repotenciados. Este proceso incluyó la recuperación de motores Cadillac, sistemas eléctricos y cañones, permitiendo que los M-24 volvieran a ser utilizados como tanques de entrenamiento en la Escuela de Blindados y en los Cursos de Alféreces Blindados de la Escuela Militar.
Sin embargo, poco tiempo después se decidió sustituir los motores Cadillac por motores diésel. Se evaluaron tres prototipos: Mercedes Benz, Cummins Diesel y Maco con Detroit Diesel, sometiéndolos a pruebas rigurosas de movilidad, funcionamiento en altura y autonomía. Finalmente, se seleccionó el prototipo Maco Detroit Diesel. A pesar de estas mejoras, los M-24 Chaffee llegaron al final de su vida útil, ya que su cañón de baja presión de 75 mm y su delgado blindaje solo los hacían aptos para entrenamiento, no para enfrentar amenazas contemporáneas.
En 1964, a través del Pacto de Ayuda Militar (PAM), Chile recibió 10 tanques M-41 A1, asignados a la Escuela de Mecanizados de Santiago. Estos tanques se destacaron en la Parada Militar de ese año, impresionando tanto a los espectadores por su apariencia como a los profesionales por sus avances tecnológicos, incluyendo su capacidad de girar rápidamente sobre su eje, su freno de boca y la cámara evacuadora de gases, además de un moderno sistema de control de fuego con mandos hidráulicos precisos. En comparación con los tanques M-3, M-4 y M-24, los M-41 A1 representaban un avance significativo.
Tanque M-24 Super Chaffee con su nuevo cañón de 60 mm, Peldehue, 1989
En 1970, llegó una segunda partida de 40 tanques M-41 A1/A3 a Chile, distribuidos al Regimiento Granaderos de Iquique y al recién creado Batallón Blindado N.º 5 en Punta Arenas. Gracias a su versatilidad y confiabilidad, estos tanques se emplearon exitosamente en diversos terrenos y escenarios rigurosos en Arica, Iquique, Antofagasta, Santiago, Concepción, Punta Arenas y Puerto Natales. Las tripulaciones apreciaban los M-41 por su amplitud, comodidad, buena movilidad y rapidez, alcanzando velocidades de hasta 70 km/h en caminos. A pesar de ser clasificados como tanques de reconocimiento, durante muchos años fueron los mejores tanques del Ejército chileno, hasta la llegada de los AMX-30.
Los M-41 podían enfrentar a la mayoría de los tanques enemigos potenciales, excepto el T-54/55 soviético, para el cual debían acercarse más para aumentar la efectividad de sus proyectiles antitanque. Sin embargo, debido al alto consumo de su motor Continental y su baja autonomía, entre 1987 y 1989, se reemplazó su motor por uno Detroit Diesel más eficiente. Pese a esta actualización, la llegada de los tanques Leopard 1-V los dejó obsoletos, al igual que a la mayoría de los otros modelos de tanques. Eventualmente, los M-41 fueron relegados a los pelotones de exploración blindados y finalmente retirados del servicio en 2005, con la nostalgia de muchas generaciones de militares.
Los tanques M-24 y M-41 jugaron roles significativos en la formación y operaciones del Ejército chileno a lo largo de varias décadas. A pesar de sus limitaciones y eventual obsolescencia, contribuyeron al desarrollo de las capacidades blindadas de Chile, marcando una era de transición y modernización en las fuerzas armadas del país. La evolución de estos tanques refleja no solo los avances tecnológicos y tácticos, sino también los desafíos y adaptaciones necesarias para mantener la eficacia operativa frente a amenazas cambiantes y condiciones exigentes.
En 1970, llegaron a Chile 60 APC M-113 Al, los que fueron desembarcados en Iquique y Punta Arenas para complementar las compañías de tiradores blindados dotadas de semiorugas M-3 de los Regimientos Blindados N° 1 Granaderos, N° 8 Exploradores y N° 5 Punta Arenas. Los EE-9 también fueron movilizados desde el Norte a Punta Arenas y, en otra prueba de desesperación extrema, los mismos fueron tripulados y "comandados" por jóvenes conscriptos que ni siquiera llegaban a suboficiales. Algo así estamos viendo hoy en Ucrania de parte de rusos que montan a cualquier soldado al frente de sus blindados y terminan siendo más que carne de cañón para videos de streaming.
EE-9 Cascavel chileno
En comparación, el ejército argentino era más grande y estaba mejor financiado. El Ejército argentino contaba con un mayor número de unidades blindadas y mecanizadas, apoyadas por amplios sistemas de artillería y defensa aérea. La Armada Argentina también fue formidable, con un número importante de combatientes de superficie y submarinos. La Fuerza Aérea Argentina tenía una flota de aviones más grande y diversa, incluidos cazas y bombarderos modernos capaces de realizar operaciones de largo alcance.
A pesar de estas disparidades, la estrategia militar de Chile enfatizó la calidad sobre la cantidad, enfocándose en mantener una fuerza altamente profesional y bien entrenada. El énfasis estratégico en defender puntos geográficos clave, como la Cordillera de los Andes y los puntos de estrangulamiento marítimos críticos, tenía como objetivo compensar la superioridad numérica de Argentina. Las inversiones de Chile en equipos modernos y entrenamiento tenían como objetivo garantizar que sus fuerzas pudieran operar eficazmente en el terreno y las condiciones desafiantes de las posibles zonas de conflicto.
Los preparativos y estrategias del ejército chileno en la víspera de un potencial conflicto con Argentina durante la crisis del Canal de Beagle en 1978 fueron ingentes. El estado de alerta máxima y la disposición de las fuerzas armadas chilenas, que incluían el despliegue de tropas y material bélico en puntos estratégicos a lo largo de la frontera con Argentina fue algo presente en la población. Los planes de contingencia abarcaban tanto la defensa de territorio nacional como la realización de operaciones ofensivas, mostrando la determinación de Chile de proteger su soberanía ante cualquier agresión.
Uno de los puntos destacados es la coordinación y comunicación entre las distintas ramas de las fuerzas armadas chilenas. La planificación detallada y el establecimiento de una cadena de mando clara fueron cruciales para garantizar una respuesta efectiva y coordinada en caso de ataque. El liderazgo militar, encabezado por altos mandos con experiencia y conocimiento táctico, jugó un papel vital en la preparación de las tropas y en la implementación de estrategias defensivas y ofensivas. Esta preparación incluyó ejercicios militares, simulacros de combate y la movilización de reservas para fortalecer las posiciones defensivas.
Debe tenerse en cuenta siempre las limitaciones y desafíos enfrentados por las fuerzas armadas chilenas, como la falta de equipamiento moderno y la dependencia de suministros extranjeros, afectados por embargos y restricciones internacionales. A pesar de estas limitaciones, el ingenio y la determinación de los militares chilenos fueron destacados, mostrando cómo lograron superar obstáculos mediante la adaptación y el uso eficiente de los recursos disponibles. La moral y el compromiso de las tropas, junto con el apoyo de la población civil, fueron elementos clave para mantener la defensa del país en un momento de alta tensión. Existe, de todos modos, evidencia de una logística paupérrima a tropas convocadas en el Sur: los oficiales realizaron maltratos excesivos a sus conscriptos y la provisión de munición no superaba las pocas decenas de cartuchos. Para una paralelo, unos pocos años después en Malvinas se agotaron municiones reservadas para meses de operaciones en unas pocas noches.
Finalmente, una reflexión merece siempre las consecuencias de la crisis y cómo la resolución pacífica del conflicto evitó una guerra que podría haber tenido resultados devastadores para ambas naciones. La intervención de mediadores internacionales y la voluntad de ambas partes de buscar una solución diplomática subrayaron la importancia de la negociación y el diálogo en la resolución de disputas territoriales. La crisis del Canal de Beagle se convierte en un ejemplo de cómo la preparación militar y la diplomacia pueden coexistir y conducir a la paz, evitando el sufrimiento y la destrucción que conlleva una guerra. Para Chile, fue un susto del que aprendería: el financiamiento de las fuerzas armadas quedaría supeditada a un porcentaje fijo de las exportaciones cobre. Los altos mandos chilenos entendieron claramente que estuvieron a punto de perder todo lo extraído de sus vecinos en el siglo 19.
Conclusión
El período comprendido entre 1960 y 1978 vio avances significativos en la preparación de las fuerzas armadas chilenas. El aumento del gasto militar, las inversiones sustanciales en equipo e infraestructura, la mejora de la moral de las tropas y el entrenamiento efectivo de los reclutas y las capacidades de movilización contribuyeron a un estado de preparación para un conflicto potencial. Si bien Chile enfrentó desafíos, incluida la agitación política interna y las limitaciones inherentes de una fuerza militar más pequeña, su enfoque estratégico en la modernización y el profesionalismo proporcionó un elemento disuasorio creíble contra la agresión.
En el contexto del conflicto de Beagle de 1978, las fuerzas armadas de Chile estaban al límite preparadas para defender los reclamos territoriales. Las inversiones estratégicas y los preparativos realizados durante este período fijaron dentro de sus limitaciones que Chile pudiera mantenerse cierta firmeza frente a Argentina, aprovechando sus fortalezas en conocimiento del terreno y posicionamiento estratégico. El ejército argentino era más grande y estaba mejor financiado, el énfasis de Chile estaba en su defensa desesperada y la defensa estratégica proporcionó algún contrapeso equilibrado que, en última instancia, contribuyó a evitar un conflicto abierto a través de medios diplomáticos.
El conflicto de Beagle sirve como un estudio de caso sobre la importancia de la preparación militar y la planificación estratégica, demostrando que incluso las naciones mal gestionadas pueden defender eficazmente sus intereses mediante una cuidadosa inversión en sus fuerzas armadas. La capacidad de Chile para prepararse y gestionar la amenaza de guerra durante este período subraya el valor de un ejército profesional y bien preparado para mantener sus consideraciones respecto a la soberanía y la seguridad nacionales.
J.L.
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