«Antes de mi adiestramiento como piloto nunca había subido a un avión.»
Luu Huy Chao es un hombre delicado, de baja estatura, con el pelo oscuro y de punta, de sesenta y siete años, que pilotó un MiG-17 contra los estadounidenses en los cielos de Vietnam del Norte. Tiene todo el pecho cubierto con condecoraciones, incluidas seis codiciadas medallas Ho Chi Minh, perfiles dorados de Ho sobre un fondo de campos rojos. Recibió una por cada avión americano que derribó. También tiene más de una docena de estrellas de oro y plata que cuelgan de cintas plegadas. Cuando describe con entusiasmo el curso zigzagueante de su avión en la batalla, las medallas tintinean como campanillas de viento.
El primer avión que vi de cerca fue uno francés abatido por el Viet Minh a principios de la década de 1950, cuando era adolescente. Como era muy curioso caminé más de quince kilómetros para verlo. Me asustó. Pensé que no quería terminar como aquel piloto. Debía de ser mucho más alto que yo, y aun así había muerto. Prefería ser soldado de infantería. Hacia el final de la guerra contra los franceses me enviaron a Dien Bien Phu como refuerzo, pero cuando llegué la batalla ya había terminado. Unos años después el gobierno vietnamita buscaba pilotos y yo estaba en la lista. En 1957 me aceptaron en la fuerza aérea. En 1959 fui a China para un adiestramiento de seis años.
Antes de mi adiestramiento como piloto nunca había subido a un avión. ¡Ni siquiera me había embarcado en un bote de remos! El instructor nos puso a dos en el asiento de atrás y despegó. Cuando giró el avión y todo se dio la vuelta, cabeza abajo, tuve una sensación muy extraña. No estaba asustado, sólo un poco indispuesto. Yo había terminado mis estudios de secundaria pero algunos de nuestros mejores pilotos sólo habían recibido la educación elemental. Como en toda disciplina, algunos eran muy buenos, otros medianos y otros no tan buenos. Me considero un poco por encima de la media. Lo peor de mi estancia en China fue el clima. Durante el trayecto hasta el aeropuerto cada mañana hacía muchísimo frío y la piel se me agrietaba.
Cuando volví a Vietnam en 1965 pronto comencé a participar en combates aéreos con pilotos estadounidenses. La primera vez que derribé un avión norteamericano fue en febrero de 1966 sobre los cielos de mi provincia natal, Thanh Hoa. No fue realmente un combate porque el objetivo enemigo no era más que un RC-47 [un avión de carga]. Transportaba algunos comandos del sur que debían lanzarse en paracaídas y sabotear la zona. Por lo que yo sé no había estadounidenses en aquel avión. Mi grupo estaba compuesto por cuatro MiG-17. Cuando vi el avión enemigo, el comandante del escuadrón me ordenó atacar. El piloto del C-47 era listo. Tan pronto como nos vio perdió altura y comenzó a culebrear entre las montañas. Debía de saber que un MiG-17 no puede hacer fuego de manera efectiva por debajo de los seiscientos metros. Como estaba bajo mi avión, accioné los frenos para inclinar mi armamento en el ángulo correcto. El primer disparo le pasó por delante. Disparé de nuevo y estalló. Al día siguiente encontraron once cuerpos donde se había estrellado el avión. Todos eran vietnamitas.
En una ocasión tuve un encontronazo con cuatro F-105 sobre Nghia Lo. Estábamos en una salida rutinaria y descubrimos los F105 a seis mil metros de altitud. Le pedí permiso al número uno para atacarlos y me dijo: «Adelante, te cubro». Así que ascendimos inmediatamente y los estadounidenses nos vieron. Dos de ellos descendieron en picado y los otros dos dieron la vuelta para atacarnos por detrás. No dudé ni un momento, porque me di cuenta de que estaba en una situación muy peligrosa. Giré de inmediato y disparé contra uno de los dos F-105 que nos atacaban, dándole de lleno. El otro tipo estaba demasiado ocupado mirando a su amigo y descendió demasiado. El F105 cuenta con una especie de piloto automático que le impide caer por debajo de los mil quinientos metros, pero las montañas de esa zona son más altas y se estrelló contra ellas. Los otros dos F-105 se alejaron. Cuando volví dijeron que yo había derribado los dos aviones, pero lo negué. Cuando revelaron la película de mi avión dije: «¿Véis? Sólo he derribado uno».
Estuve con el presidente Ho Chi Minh en tres ocasiones. La más memorable fue después de derribar mi cuarto avión. Invitó a algunos pilotos a su despacho. Nos dio caramelos, vimos películas juntos y nos dedicó palabras de ánimo. Dijo: «Esta es la primera vez que hemos combatido a nuestro enemigo en el cielo». Luego nos señaló a cada uno de nosotros con el dedo. «Tú has derribado dos aviones, tú has derribado tres y tú has derribado cuatro. Está muy bien, pero no confiéis demasiado. Debéis ser extremadamente cuidadosos cuando luchéis con los estadounidenses. Vienen de un país muy avanzado y sus aviones son más rápidos y poderosos que los nuestros. Aun así, podemos enfrentarnos a ellos si mantenemos el ánimo y no perdemos los nervios.»
Lo que dijo el presidente Ho era verdad. ¡Los F-4, F-8 y F-105 volaban muy rápido! Su velocidad máxima era de 2.560 kilómetros por hora, mientras que la de los MiG-17 era sólo de 1.160 kilómetros por hora, y nunca podíamos alanzar ese máximo porque se podían romper las alas. Cuando iba demasiado rápido todo el avión temblaba. Además teníamos que reducir la velocidad para disparar. Todos nuestros MiG-17 tenían veinte años o más. Su mecanismo era muy simple: tenía tres botones delante de mí; si quería utilizar las dos ametralladoras de las alas, presionaba un botón; si quería utilizar el cañón de la parte frontal, presionaba otro. Si quería utilizar los tres a la vez, presionaba el tercer botón.
Ahora que la guerra ha acabado quiero ser completamente honesto. Sólo tenía trescientos proyectiles del calibre 47. En unos pocos segundos de combate los agotaba. Pero la mayoría de las veces, cuando los pilotos nortamericanos nos veían desaparecían al instante. Nunca alcancé a ninguno. Volábamos prácticamente todos los días, pero rara vez tuve la oportunidad de luchar. Cuando descubría aviones estadounidenses siempre iban por encima de mí y ascendía para encontrármelos, pero no podía alcanzarlos.
En una ocasión un proyectil de un F-4 alcanzó una de mis alas. Sentí una gran explosión y me desmayé al instante. Mi avión cayó entre las nubes hasta llegar a dos mil metros del suelo. Normalmente, cuando un avión estadounidense te disparaba eras hombre muerto. Por suerte recobré la conciencia y logré aterrizar. Fui directo al controlador aéreo y le dije: «¿Por qué no me has avisado que tenía un F-4 pisándome los talones?».
Sin contar el «Dien Bien Phu del cielo» [una expresión vietnamita para referirse a los «bombardeos de Navidad» de Richard Nixon sobre Hanoi y Haiphong en 1972], el período más violento de la guerra aérea fue probablemente el de abril y mayo de 1967. Por ejemplo, el 19 de mayo, cumpleaños del presidente Ho, Estados Unidos lanzó un ataque masivo sobre los cielos de Hanoi. Como respuesta enviamos más de treinta MiG. Aquel momento fue tan violento que por primera vez una de nuestras unidades antiaéreas derribó accidentalmente uno de los MiG. También hubo casos de fuego amigo entre pilotos estadounidenses. Sabemos que algunos aviones estadounidenses fueron derribados por misiles aire-aire y puesto que nuestros MiG no los tenían, tenían que provenir de aviones estadounidenses.
Después de haber derribado un F-4 no volvía tener miedo a ningún tipo de avión estadounidense. El factor psicológico es muy importante en cualquier enfrentamiento, especialmente en el aire. Los norteamericanos derribaron muchos de nuestros aviones, pero parte de mi confianza provenía del hecho de que si tenía que saltar en paracaídas aterrizaría en mi propio país. Un piloto estadounidense en la misma situación debía de sentirse muy asustado sabiendo que los vietnamitas le esperaban en tierra. Los bombardeos los enfurecían tanto que estaban dispuestos a matar al piloto con cualquier cosa que tuvieran a mano.
Muchas veces mis camaradas descendían en picado para disparar a un estadounidense que se había lanzado en paracaídas y yo les ordenaba que pararan. Les decía: «No nos atacará de nuevo, dejadlo». En una ocasión, cuando intenté que un hombre de mi escuadrón no disparara, me dijo: «¿Por qué no? Ellos nos lo hacen a nosotros». Le respondí: «Nosotros somos diferentes».
De izquierda a derecha: Luu Huy Chao, Le Hai, Mai Due Toai y Hoang Van, ases Norvietnamitas
Una vez tuve la oportunidad de hablar con un piloto estadounidense veterano y le dije: «Nosotros sólo éramos soldados, no provocamos la guerra». Los pilotos norteamericanos tenían que obedecer a sus comandantes, cierto, pero el sufrimiento que generó la guerra es inmensurable. Los muertos sólo son una parte; cada soldado que moría suponía sufrimiento para muchas otras personas: su padre, su madre, sus parientes y amigos... Fue una guerra muy trágica y generó consecuencias graves en los dos bandos, especialmente en el nuestro. Como piloto de combate no lamento haber derribado aviones estadounidenses, y los estadounidenses no deberían sentir haber derribado aviones vietnamitas. Era lo que se suponía que teníamos que hacer. Ahora mi único deseo es que no haya más guerras.
Fuentes:
-“La Guerra de Vietnam” de Christian G. Appy
-"MiG-17 and MiG-19 Units of the Vietnam War "de István Toperczer
-www.lucbat.com/
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