Joaquín Rábago
G3 alemán en manos de soldados iraníes
La muerte es un maestro venido de Alemania», escribía en 1948 el poeta judío rumano de lengua alemana Paul Celan en su Todesfuge (Fuga de la Muerte), uno de los poemas más estremecedores sobre el Holocausto.
Sin intentar trazar por supuesto ningún paralelo, me ha venido de pronto a la cabeza ese verso al leer la denuncia que hace el exjefe de Gobierno socialdemócrata alemán Helmut Schmidt sobre la venta de armas de su país a países y regímenes que violan sistemática y brutalmente los derechos humanos.
«¡Frenad las exportaciones de armas alemanas!» es el llamamiento que hace el veterano de la política a sus sucesores con motivo de su 95 cumpleaños en el semanario Die Zeit, del que es co-editor.
¡A buenas horas, mangas verdes!, comentará más de uno en vista de lo que hizo ese país cuando el bueno de Schmidt era canciller: si en 1974, año en que llegó al poder, las exportaciones alemanas de material bélico sólo llegaban a 355 millones de dólares, en 1980, dos años antes de que terminara su segundo mandato, el valor de lo exportado llegaba a 1.530 millones de dólares. Y un 72 por ciento de las armas iban por cierto a países que no eran miembros de la OTAN como Arabia Saudí, Irak, Argentina o Siria.
Schmidt critica en concreto el hecho de que mientras que su país se hace el remolón cuando se trata de enviar a sus soldados a zonas de conflicto, algo que justifica por su reciente historia –su papel en las dos guerras mundiales–, no dude, sin embargo, en exportar armas donde haga falta.
Es decir que Alemania está siempre a las maduras, pero casi nunca a las duras.
Alemania, nos recuerda el excanciller, se ha convertido mientras tanto en el tercer exportador mundial de armamento, detrás de Estados Unidos y de Rusia y por delante de Francia y el Reino Unido, con una participación del 7 por ciento, que no por ser casi ínfima en relación con el volumen total de exportaciones – entre un 0,1 y un 0,2 por ciento– no deja de ser significativa.
Y a aquél le preocupa sobre todo que se trate sobre todo de armas pequeñas – fusiles de asalto y metralletas– y que en las negociaciones para la nueva gran coalición, ese tema no haya merecido apenas atención por parte de los cristianodemócratas de la canciller Angela Merkel ni de sus correligionarios socialdemócratas.
Schmidt argumenta que las exportaciones de armas pueden considerarse parte de la política exterior de un país, por lo que tendría más sentido que fuese el propio ministerio de Exteriores, y no el de Economía, como ocurre ahora, quien las autorizase, porque el primero daría muestras de mayor moderación.
Buena parte de las armas cuya exportación critican tanto Schmidt como parlamentarios de la Izquierda (Die Linke) las fabrica la empresa Heckler & Koch, ubicada en Oberndorf, una ciudad de 14.000 habitantes no lejos de la Selva Negra donde se fabricaron en su día, entre otros, los fusiles «Mauser», de mundial fama.
La empresa, con una plantilla de 640 trabajadores, exporta hasta el 80 por ciento de su producción, y entre sus mayores éxitos actuales figura el fusil de asalto G36, arma reglamentaria del Ejército alemán desde 1998, pero que, en alguna de sus cuatro versiones, ha ido a parar a todos los rincones del planeta.
La feudal Arabia Saudí, uno de los países que más violan los derechos humanos en todo el mundo con absoluta tolerancia de Occidente, que ve en su Gobierno a un fiel aliado, ha comprado incluso a Heckler & Koch una licencia para fabricar el G36 en medio del desierto. La empresa alemana ha proporcionado los planes y la maquinaria y formado a los trabajadores saudíes, todo ello con el visto bueno de Berlín.
Y ello pese a que en su informe bienal sobre los derechos humanos, el Gobierno alemán toma nota de que en Arabia Saudí son práctica habitual los castigos corporales y el encarcelamiento de los disidentes, la libre expresión está severamente restringida y se prohíbe el ejercicio de cualquier religión que no sea el Islam.
¿Cómo justifica Berlín ese trato de favor? Explicando que el régimen de Riad es un «socio importante para Alemania tanto política como económicamente y en la lucha contra el terrorismo internacional» y «desempeña además un papel clave en la solución de los conflictos regionales».
Es cierto que los alemanes autorizaron la operación con Riad a condición de que los saudíes no exportaran a otros países las armas fabricadas bajo licencia, pero, según el citado semanario, ni siquiera se atienen a ese compromiso porque están ofreciendo ya el G36 en las ferias internacionales de armamento.
Antes del G36, Heckler & Koch fabricó durante años el fusil de combate G3 especialmente para las Fuerzas Armadas alemanas, por lo que la licencia pertenece al Gobierno, aunque se vendió en su día a regímenes tan poco recomendables como el portugués de Oliveira Salazar y o el del Sha de Persia.
La muerte es un maestro venido de Alemania», escribía en 1948 el poeta judío rumano de lengua alemana Paul Celan en su Todesfuge (Fuga de la Muerte), uno de los poemas más estremecedores sobre el Holocausto.
Sin intentar trazar por supuesto ningún paralelo, me ha venido de pronto a la cabeza ese verso al leer la denuncia que hace el exjefe de Gobierno socialdemócrata alemán Helmut Schmidt sobre la venta de armas de su país a países y regímenes que violan sistemática y brutalmente los derechos humanos.
«¡Frenad las exportaciones de armas alemanas!» es el llamamiento que hace el veterano de la política a sus sucesores con motivo de su 95 cumpleaños en el semanario Die Zeit, del que es co-editor.
¡A buenas horas, mangas verdes!, comentará más de uno en vista de lo que hizo ese país cuando el bueno de Schmidt era canciller: si en 1974, año en que llegó al poder, las exportaciones alemanas de material bélico sólo llegaban a 355 millones de dólares, en 1980, dos años antes de que terminara su segundo mandato, el valor de lo exportado llegaba a 1.530 millones de dólares. Y un 72 por ciento de las armas iban por cierto a países que no eran miembros de la OTAN como Arabia Saudí, Irak, Argentina o Siria.
Schmidt critica en concreto el hecho de que mientras que su país se hace el remolón cuando se trata de enviar a sus soldados a zonas de conflicto, algo que justifica por su reciente historia –su papel en las dos guerras mundiales–, no dude, sin embargo, en exportar armas donde haga falta.
Es decir que Alemania está siempre a las maduras, pero casi nunca a las duras.
Alemania, nos recuerda el excanciller, se ha convertido mientras tanto en el tercer exportador mundial de armamento, detrás de Estados Unidos y de Rusia y por delante de Francia y el Reino Unido, con una participación del 7 por ciento, que no por ser casi ínfima en relación con el volumen total de exportaciones – entre un 0,1 y un 0,2 por ciento– no deja de ser significativa.
Y a aquél le preocupa sobre todo que se trate sobre todo de armas pequeñas – fusiles de asalto y metralletas– y que en las negociaciones para la nueva gran coalición, ese tema no haya merecido apenas atención por parte de los cristianodemócratas de la canciller Angela Merkel ni de sus correligionarios socialdemócratas.
Schmidt argumenta que las exportaciones de armas pueden considerarse parte de la política exterior de un país, por lo que tendría más sentido que fuese el propio ministerio de Exteriores, y no el de Economía, como ocurre ahora, quien las autorizase, porque el primero daría muestras de mayor moderación.
Buena parte de las armas cuya exportación critican tanto Schmidt como parlamentarios de la Izquierda (Die Linke) las fabrica la empresa Heckler & Koch, ubicada en Oberndorf, una ciudad de 14.000 habitantes no lejos de la Selva Negra donde se fabricaron en su día, entre otros, los fusiles «Mauser», de mundial fama.
La empresa, con una plantilla de 640 trabajadores, exporta hasta el 80 por ciento de su producción, y entre sus mayores éxitos actuales figura el fusil de asalto G36, arma reglamentaria del Ejército alemán desde 1998, pero que, en alguna de sus cuatro versiones, ha ido a parar a todos los rincones del planeta.
La feudal Arabia Saudí, uno de los países que más violan los derechos humanos en todo el mundo con absoluta tolerancia de Occidente, que ve en su Gobierno a un fiel aliado, ha comprado incluso a Heckler & Koch una licencia para fabricar el G36 en medio del desierto. La empresa alemana ha proporcionado los planes y la maquinaria y formado a los trabajadores saudíes, todo ello con el visto bueno de Berlín.
Y ello pese a que en su informe bienal sobre los derechos humanos, el Gobierno alemán toma nota de que en Arabia Saudí son práctica habitual los castigos corporales y el encarcelamiento de los disidentes, la libre expresión está severamente restringida y se prohíbe el ejercicio de cualquier religión que no sea el Islam.
¿Cómo justifica Berlín ese trato de favor? Explicando que el régimen de Riad es un «socio importante para Alemania tanto política como económicamente y en la lucha contra el terrorismo internacional» y «desempeña además un papel clave en la solución de los conflictos regionales».
Es cierto que los alemanes autorizaron la operación con Riad a condición de que los saudíes no exportaran a otros países las armas fabricadas bajo licencia, pero, según el citado semanario, ni siquiera se atienen a ese compromiso porque están ofreciendo ya el G36 en las ferias internacionales de armamento.
Antes del G36, Heckler & Koch fabricó durante años el fusil de combate G3 especialmente para las Fuerzas Armadas alemanas, por lo que la licencia pertenece al Gobierno, aunque se vendió en su día a regímenes tan poco recomendables como el portugués de Oliveira Salazar y o el del Sha de Persia.
Versión bullpup iraní del G3 alemán
Aunque ese modelo dejó de fabricarse en Alemania, existen actualmente en todo el mundo más de siete millones de unidades y continuamente salen al mercado otras nuevas, montadas en países como Pakistán o Irán.
El último invento de Heckler & Koch, por el que se interesan ya muchos, entre ellos los norteamericanos, que han manejado el prototipo en Afganistán, es un lanzagranadas bautizado XM25, que con el aspecto de un fusil utiliza tecnología inteligente y es capaz de alcanzar a quienes están apostados por ejemplo detrás de la esquina de un edificio o se protegen en una trinchera.
Pero la empresa se ha encontrado con alguien dispuesto a amargarle la fiesta: un maestro pacifista llamado Jürgen Grässlin, de 56 años, autor de un Libro Negro sobre el Comercio de Armas, que ha presentado una demanda contra ella por venta ilegal del G36 a México, donde buena parte de sus fusiles de asalto han ido a parar a las unidades de la policía en los Estados de Chiapas, Chihuahua, Jalisco y Guerrero, en los que se producen desde hace años fuertes violaciones de los derechos humanos.
El argumento, tan realista como hipócrita, siempre es el mismo: si los alemanes no venden esas armas, serán otros países quienes lo hagan. De esa forma se justifica todo.
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