Relato sobre Pampa Germania
Jonatan Saona del blog La Guerra del Pacífico 1879-1884
Relato sobre el combate de Pampa Germania
tomado del libro de Santiago Humberstone, "La Huida de Agua Santa"
En la tarde ensillé mi caballo y bajé al pueblo para despedirnos de don Gregorio y para darle las gracias por sus muchas demostraciones de bondad; estaba alistándose para partir a otra quebrada menos accesible. No quiso aceptar pago alguno, al contrario, me regaló una botella de pisco y varias botellas vacías para llevar agua. Volví a la casa, donde nos servimos una comida temprano y nos retiramos a descansar sobre lo poco que quedaba sin empaquetar.
Alrededor de la medianoche sentimos golpes en la puerta y despertamos sobresaltados; era el Gobernador acompañado de una pequeña escolta. Dijo que una división de caballería chilena venía en dirección a Tarapacá y que estábamos en extremo peligro. La noticia la había traído un puñado de soldados peruanos, los únicos sobrevivientes de un combate de caballería cerca de Agua Santa. Traía a uno de ellos para que me contara lo que había sucedido; el pobre hombre, demostrando aún su cansancio y terror, nos contó su historia:
La unidad a la cual él pertenecía estaba acantonada en Pozo Almonte. El día 4, toda la brigada del coronel Dávila, reforzada por la guarnición de La Noria, había partido hacia Agua Santa para reunirse con las tropas de Buendía. Por dificultades de transporte no había llegado más allá de la Oficina Peña Grande. Dos patrullas, una peruana y una boliviana, unos 60 hombres en total, fueron enviados adelante y llegaron a Agua Santa esa misma tarde. Temprano, a la mañana siguiente, Buendía prendió fuego a la oficina y partió en dirección de Peña Grande, dejando las patrullas en la Oficina Germania, cerca de Agua Santa.
En la tarde del día 6 se divisó a un grupo de exploradores a caballo en las cercanías de Dibujo (ahora Aurora). Reconociendo que eran del enemigo, las patrullas salieron a interceptarlos. Los chilenos dieron media vuelta en aparente fuga, pero luego volvieron a hacer frente disparando sus carabinas y, en seguida, cargaron seguidos de otro grupo que había estado escondido a retaguardia. Los aliados, tomados por sorpresa, resistieron el primer choque, pero fueron arrollados y se dieron a la fuga, perseguidos de cerca por los chilenos. Unos pocos lograron esconderse detrás de un cerro (probablemente Progreso) y el resto fue masacrado. El hombre estaba bien seguro que la caballería chilena era la vanguardia del ejército de Dolores que avanzaba hacía nosotros, y terminó diciendo: “Váyase, patrón, esos hombres son unos salvajes”.
Se retiraron los soldados y el Gobernador se quedó un rato conversando con nosotros a la luz de las velas. Creía que se trataba de una columna exploradora y estaba resuelto a defender el pueblo con los elementos que tenía, en último caso batiéndose en retirada hacia el interior. Nosotros éramos de opinión que sería más prudente autorizar al Alcalde para rendirse y así evitar el saqueo, pero estaba decidido y tenía el presentimiento que moriría en Tarapacá.
Al tiempo de despedirse me entregó una billetera con dos mil soles peruanos y me rogó que los hiciera remesar desde Arica a su hermana en Lima. Al mismo tiempo me presentó un “salvoconducto”, lleno de timbres y sellos, que había hecho confeccionar porque sabía que en nuestro grupo había damas chilenas que podrían ser molestadas. Le agradecí ese gesto asegurándole que todos íbamos armados y dispuestos a defendernos en caso necesario. (Por supuesto no tuvimos ocasión de usar nuestras armas, salvo para dar el tiro de gracia a un animal herido). En todo caso le prometí que saldríamos de Tarapacá en cuanto pudiéramos, porque para nosotros era muy distinto hacer frente a los chilenos en nuestra propia oficina que vernos envueltos en una escaramuza en un pueblo peruano.
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