jueves, 20 de abril de 2017

Guerra del Pacífico: Combate de Pampa Germania

Relato sobre Pampa Germania

Jonatan Saona del blog La Guerra del Pacífico 1879-1884

Relato sobre el combate de Pampa Germania
tomado del libro de Santiago Humberstone, "La Huida de Agua Santa"



En la tarde ensillé mi caballo y bajé al pueblo para despedirnos de don Gregorio y para darle las gracias por sus muchas de­mostraciones de bondad; estaba alistándose para partir a otra quebrada menos accesible. No quiso aceptar pago alguno, al contrario, me regaló una botella de pisco y varias bo­tellas vacías para llevar agua. Volví a la casa, donde nos servimos una comida temprano y nos retiramos a descansar sobre lo poco que quedaba sin empaquetar.

Alrededor de la medianoche sentimos golpes en la puerta y despertamos sobresal­tados; era el Gobernador acompañado de una pequeña escolta. Dijo que una división de caballería chilena venía en dirección a Ta­rapacá y que estábamos en extremo peligro. La noticia la había traído un puñado de sol­dados peruanos, los únicos sobrevivientes de un combate de caballería cerca de Agua San­ta. Traía a uno de ellos para que me conta­ra lo que había sucedido; el pobre hombre, demostrando aún su cansancio y terror, nos contó su historia:

La unidad a la cual él pertenecía esta­ba acantonada en Pozo Almonte. El día 4, toda la brigada del coronel Dávila, reforza­da por la guarnición de La Noria, había par­tido hacia Agua Santa para reunirse con las tropas de Buendía. Por dificultades de trans­porte no había llegado más allá de la Oficina Peña Grande. Dos patrullas, una peruana y una boliviana, unos 60 hombres en total, fue­ron enviados adelante y llegaron a Agua San­ta esa misma tarde. Temprano, a la mañana siguiente, Buendía prendió fuego a la ofici­na y partió en dirección de Peña Grande, de­jando las patrullas en la Oficina Germania, cerca de Agua Santa.

En la tarde del día 6 se divisó a un gru­po de exploradores a caballo en las cerca­nías de Dibujo (ahora Aurora). Reconocien­do que eran del enemigo, las patrullas salie­ron a interceptarlos. Los chilenos dieron me­dia vuelta en aparente fuga, pero luego vol­vieron a hacer frente disparando sus carabi­nas y, en seguida, cargaron seguidos de otro grupo que había estado escondido a reta­guardia. Los aliados, tomados por sorpresa, resistieron el primer choque, pero fueron arrollados y se dieron a la fuga, perseguidos de cerca por los chilenos. Unos pocos logra­ron esconderse detrás de un cerro (probable­mente Progreso) y el resto fue masacrado. El hombre estaba bien seguro que la caba­llería chilena era la vanguardia del ejército de Dolores que avanzaba hacía nosotros, y terminó diciendo: “Váyase, patrón, esos hombres son unos salvajes”.

Se retiraron los soldados y el Gobernador se quedó un rato conversando con noso­tros a la luz de las velas. Creía que se trataba de una columna exploradora y estaba re­suelto a defender el pueblo con los elementos que tenía, en último caso batiéndose en retirada hacia el interior. Nosotros éramos de opinión que sería más prudente autorizar al Alcalde para rendirse y así evitar el saqueo, pero estaba decidido y tenía el presentimiento que moriría en Tarapacá.

Al tiempo de despedirse me entregó una billetera con dos mil soles peruanos y me rogó que los hiciera remesar desde Arica a su hermana en Lima. Al mismo tiempo me presentó un “salvoconducto”, lleno de timbres y sellos, que había hecho confeccionar porque sabía que en nuestro grupo había damas chilenas que podrían ser molestadas. Le agradecí ese gesto asegurándole que todos íbamos armados y dispuestos a defendernos en caso necesario. (Por supuesto no tuvimos ocasión de usar nuestras armas, salvo para dar el tiro de gracia a un animal herido). En todo caso le prometí que saldríamos de Tarapacá en cuanto pudiéramos, porque para nosotros era muy distinto hacer frente a los chilenos en nuestra propia oficina que vernos envueltos en una escaramuza en un pueblo pe­ruano.


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