Gral. Lucio Victorio Mansilla (1831-1913)
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Desde muy joven, cuando sólo tenía 18 años, Lucio V. Mansilla comenzó a viajar, costumbre que no abandonaría jamás. Su primer destino fue curiosamente el Oriente. Era el único pasajero de un velero con 12 marineros, un capitán y un sobrecargo, que tardó cien días en llegar a Calcuta. Su padre tuvo que pagar la demora del barco en la rada de Buenos Aires mientras el muchacho esperaba 20 días que su tío, Juan Manuel de Rosas, pudiese ir a despedirlo.
“Cuando yo hice mi primer viaje a la India además de la guitarra… llevaba algunos libros para leer”. En uno de ellos, cuya autora era Madame de Stäel, encontró una máxima que llamó su atención: “Viajar es por más que digan, uno de los más tristes placeres de la vida”. Confiesa Mansilla que sólo mucho más tarde comprendió el significado de esas palabras, “cuando comencé a encontrarme solo, aislado, en medio de caras humanas sin relación con mi pasado ni con mi porvenir, en esa soledad, en ese aislamiento sin reposo y sin dignidad; porque ese anhelo, esa prisa por llegar allí donde nadie os espera, esa agitación que no tiene más causa que la curiosidad, os inspiran poca estimación por vosotros mismos, hasta el momento en que los nuevos objetos se tornan un poco antiguos y crean a vuestro alrededor algunos dulces vínculos de sentimiento y habitud…”.
El viaje duraría dos largos años y el muchacho visitaría entre otros lugares, Egipto: tiene Mansilla hermosas páginas dedicadas a las pirámides; y luego comenta su activa vida social en París donde se paseó por los salones “cuasi, cuasi como un principito de sangre real”. “Me acuerdo que fue el capitán Le Page (un marino que había venido al Plata) el que en ellos me introdujo, presentándome en casa de la elegante marquesa de La Grange… la marquesa que era charmante y que indudablemente me halló apetitoso, pues yo era a los 18 años mucho más bonito que mi noble amigo Miguel Cuyar ahora, invitóme a comer y organizó una fiesta para exhibirme, ni más ni menos que si yo hubiera sido un indio o el hijo de algún nabab, según más tarde colegí, porque terminada la comida hubo recepción y yo oía, después de las presentaciones de estilo, que les belles dames decían: “¿Comme il doit étre beau avec ses plimes!” (Cómo quedará de lindo con sus plumas). Naturalmente yo, al oír aquel beau me pavoneaba, je posais, pero al mismo tiempo decía en mi interior ¡que bárbaros son estos franceses!”.
Cuenta también en la forma deshilvanada que le es habitual, anécdotas de Roma y de Londres, donde visita a un frenólogo, ciencia por entonces de moda, que equivalía a hacerse leer las manos por un especialista; éste le dijo que “carecía de discreción y circunspección, que era malo para la vida donde se necesita astucia y reserva”.
Mansilla había visitado al doctor Donovan que cobraba una libra por consulta, con otros argentinos de paseo en Europa: Torcuato de Alvear, Manuel Cobo, Adolfo Mansilla, Juan Vivot y Pablo Santillán. Un día se entera para su gran sorpresa, que se levantó Urquiza, pues lo creía federal, tomó un barco inmediatamente y vuelve en diciembre de 1851 a Buenos Aires, vestido como un francés.
“Los momentos eran de agitación. Aníbal estaba ad-portas, o lo que tanto vale, según el lenguaje de la época, el loco traidor, salvaje unitario Urquiza, avanzaba victorioso; más eso no impidió que hubiera gran regocijo, siendo yo objeto de las más finas demostraciones, no tardando en llegar las fuentes de dulces, cremas y pasteles con el mensaje criollo tan consabido: “Que cómo está su merced; que se alegra mucho de la llegada del niño, y que aquí le manda esto por ser hecho por ella”.
En medio de aquel regocijo, yo era el más feliz de todos; porque si es cierto que los más felices son los que se van, cierto debe ser también que más dichoso de todos es el que vuelve.
Y se comprende que, dados los antecedentes de mi prosapia y de mi filiación, yo no había de tardar mucho en preguntar: ¿Y cómo está mi tío? ¿Y cómo está Manuelita?, y que la contestación habría de ser como fue: Muy buenos, mañana irás a saludarlos.
Yo no veía la hora de ir a Palermo; y me devoraba la misma impaciencia que tenía por ver las Pirámides de Egipto, cuando estaba en El Cairo, o San Pedro en Roma, cuando estaba en la Ciudad Eterna
Descansé, pues, y al día siguiente por la tarde monté a caballo y me fui a Palermo a pedirle a mi tío la bendición”.
Efectivamente, al día siguiente visita a Rosas en Palermo y aunque viste el chaleco colorado reglamentario, lo oculta con su levita porque se acuerda de los mucamos del Faubourg Saint Germain, el elegante barrio parisién, que también lo usaban. Su tío le dice: “Estoy contento porque me han dicho que usted no ha vuelto agringado”, agrega luego Mansilla: “Este agringado no tenía la significación vulgar; significaba otra cosa: que yo no había vuelto y era la verdad, preguntando como tantos tontos que van a Europa baúles y vuelven petacas”… “Yo había vuelto vestido a la francesa, eso sí, pero potro americano hasta la médula de los huesos todavía y echando ternos que era cosa de taparse las orejas; el traje había cambiado, me vestía como un europeo, pero era tan criollo como “el Chacho”, el cual, estando emigrado en Chile (en Chile que no es Europa, a Dios gracias) y preguntándole cómo le iba, contestó: -¿Y cómo quiere que me vaya: en Chile y a pie? cuando hay énque (pongan el acento en la primera e), no hay cónque (pongan el acento en la o), y cuando hay conque no hay énque”.
Lucio pasa sólo dos meses en su ciudad natal y emprende enseguida otro viaje, esta vez con su padre al destierro, al ser derrotado Juan Manuel de Rosas en Caseros. Curiosamente toman ambos el mismo barco que Sarmiento, quien desembarcara en Brasil disgustado ya con la política de sus compatriotas vencedores. Los Mansilla siguen viaje a Europa. “Mi padre se quedó en Lisboa y me mandó a París donde yo era buzo y ducho a prepararle un apartamento –que tardé muchísimo en prepararle por razones que ya se imaginará el penetrante lector- pero que al fin le preparé…
Viniendo de Lisboa a Francia mi buen viejo quiso visitar a Manuelita y nos fuimos a Southampton. Allí estaban alojados en la misma casa, una modesta quintita de los alrededores: Rosas, Manuelita, Juan Rosas, mi primo –Máximo Terrero- y un negrito al cual ya mi tío le decía por ironía Mister…. Mi tío conservaba su chaleco colorado y Manuelita su moño”.
Durante su estadía en París se entretiene, pues goza de la amistad de Napoleón III y de Eugenia de Montijo. “¡Ah si yo les contara a ustedes las cosas que he visto y oído en Compiégne, en una cacería, a la que fui con mi padre…! Después de esa cacería, como todo el mundo viera que el general americano (mi padre) era uña y carne con “la española”, que las francesas no podían pasar y que Napoleón lo tuteaba comme a une vieille connaissance, le llovían invitaciones de todo género, y las tarjetas y los saludos y las sonrisas en el Bois-de Boulogne”.
A pesar de haber viajado tanto y desde tan joven, Lucio V. Mansilla nunca pierde de vista la perspectiva argentina. Leyendo sus Causeries encontramos esta reflexión: “¡Respetables padres de familia! permitidme daros un consejo: no mandéis vuestros hijos a viajar, sino cuando estén enfermos, que es también cuando el médico no sabiendo que recetar aconseja generalmente “cambio de aire”. Mandadlos recién cuando estén preparados para poder ver los 40 siglos de las pirámides de Egipto, sin ayuda de vecino, sin anteojo, con sus propios ojos.
La mejor nodriza es la patria. Sólo ella nos da la estructura y el aliento necesarios para aspirar con anchos pulmones el aire ambiente. Sólo así podremos llegar algún día a ser hombres representativos de la tierra; mientras, que, por más que parezca paradójico, los que se desenvuelven en el extranjero apenas realizan un tipo híbrido. Llegarán a ser originales, puede ser, populares, jamás”.
El mismo Mansilla ha explicado la esencia del viaje y la de la argentinidad. No es necesario viajar y casi no conviene hacerlo para convertirse en popular. Muchos prohombres del siglo XIX sólo recorrieron los países limítrofes sin pretender grandes viajes (como Rosas, por ejemplo). No necesitaron el viaje transoceánico para merecer el aplauso y la admiración de sus compatriotas y contemporáneos.
Ascensión a la Pirámide de Keops
Dice Lucio Victorio Mansilla: “Las inglesas tourist, hechas el diablo con sus polleras metidas dentro de masculinos pantalones, se aprestaban a subir, Foster Rodgers (su amigo yanqui) y yo nos preparábamos ídem, ídem, para la ascensión.Aquellos escalones, o no los habéis visto, eran unos señores escalones. Pues es nada, un escalón de sesenta centímetros, y algunos tienen un metro cincuenta.
Los mirábamos, mirábamos la cima, y si no nos decíamos como la zorra “están verdes”, pensábamos que aquello tenía bemoles. A ver, nos decíamos con Foster Rodgers, cómo suben las inglesas primero.
-No, subamos nosotros antes, y les veremos las caras de arriba para abajo, que siempre es mejor ver lo de adelante que lo de atrás, aunque estas inglesas (y nos reíamos que daba gusto) lo mismo son por delante que por detrás, con sus bultos a vanguardia y retaguardia.
-Bueno, me dijo Foster Rodgers. ¿Let us go! Y haciéndoles una seña a los beduinos, que ya habían intentado apoderarse de nuestras respectivas humanidades, nos entregamos completamente a ellos. La disposición era ésta: tres beduinos por barba; el uno nos tenía por la mano derecha; el otro por la izquierda; nosotros teníamos las narices frente al plano inclinado de la pirámide; el tercero estaba detrás. De repente oímos un ¡alaha! gutural y junto con él sentimos dos tirones en ambos brazos, y un empellón en la “parte posterior de atrás”, como decía un ayudante de mi padre –muy bárbaro-, y nos hicieron subir un escalón como si fuéramos bultos. Y los ¡alaha! se repetían, y el subir como bultos continuaba, y sudábamos la gota gorda, y ya no teníamos articulación en su lugar, así nos parecía.
Los mirábamos a los beduinos con caras que decían ¡por caridad! nada; ¡alahá! viene, ¡alahá! va; Foster Rodgers y yo rodábamos como masas informes, impelidas por una fuerza brutal, hasta que la divina Providencia, si es que ella se mete en estas cosas, apiadándose de nosotros nos hizo descansar en un escalón, en el que había un socavón, que los beduinos decían tenía virtudes singulares, resultando que la única virtud real que le descubrimos fue que nos pidieron boxees (debe leerse boc-shichs) vulgo, “por la buena mano, para la copa.”
¡Y eran doscientos tres los escalones, y estábamos apenas a medio camino!
Descansamos; y antes que se enfriara la transpiración y sin decir oste ni moste, nos agarraron de nuevo nuestros ágiles coadjutores, y a la voz de ¡alaha! otra vez, nos dieron otro empellón y otro, y los empellones se repetían, y detrás de nosotros resonaba el ¡alaha! de los otros que nos pisaban los talones, por decirlo así, pretendiendo llegar primero a la enhiesta cumbre, que en todo se mezcla la emulación tratándose particularmente de fatiga o destreza. ¡Pero qué! Les llevábamos la delantera y éramos varones en realidad, y ya nos habíamos entusiasmado, y ya también gritábamos nosotros ¡alaha! para darnos unos bríos que no teníamos, pues íbamos más muertos que vivos. Finalmente llegamos maltrechos…. Estábamos arriba, en la plataforma que es una piedrita en la que caben, de pie, ochenta personas por lo menos. Allí nos encontramos con 23 prójimos, rodeados de sus demonios que se habían quedado en el último escalón.
Foster Rodgers oyó hablar en inglés. Vio en el acto que no era inglés de ingleses sino de yanquis, e incontinenti se puso en contacto con ellos, y presentándome como a un americano del sur, como quien dice a un colega, prorrumpimos con ímpetu ¡hurra! y sacándonos los sombreros y agitándolos hasta arrojarlos al viento, creyendo que llegarían a la base de la pirámide, mientras que ahí cerca nomás se quedaron, todos a una gritamos con orgullo, ni más ni menos que si hubiéramos hecho la conquista de otro Nuevo Mundo: ¡All americans! ¡Americanos todos! ¡Long life to América! ¡Viva América! Y nos dábamos la mano con efusión, y el ¡Viva América! Atronaba los aires”.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de ObligadoMansilla, Lucio V. – En las pirámides de Egipto, Causeries de los jueves, Libro II
Mansilla, Lucio V. – Entre nos. Causeries de los jueves, Buenos Aires (1889).
Portal www.revisionistas.com.ar
Todo es Historia, Año VI, Nº 63, Buenos Aires, Julio de 1972
Turone, Oscar A. – Loa viajes de Lucio Victorio Mansilla
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