sábado, 13 de junio de 2015
Malvinas: El GA Parac 4 en Sapper Hill
Sapper Hill. El relato de un integrante del Grupo de Artillería Aerotransportado Nº 4.
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Hoy tan lejos en el tiempo y tan cerca en mi corazón, debo reconocer cuando fue mi bautismo de fuego, se que fue el 11 de junio, pero no se a que hora, creo que fue de noche, ya que al ser apuntador izquierdo, me costó encontrar la luz roja para ajustar la deriva de tiro, pero cuando el obús estuvo apuntado, esos segundos que pasan desde que la munición esta dentro del cañón hasta que dan la orden de fuego, son eternos, cuando yo bajara el percutor y la explosión me dijera con su bravo ruido que era artillero, mi vida cambiaría para siempre!
Cuando el cabo Sánchez dijo fuego! y el proyectil salió, el nos dijo: - Siéntanse dichosos, ¡¡son artilleros!! Todos al unísono gritamos: - ¡Viva la patria!
Fue un momento inolvidable, ¡único! fue algo hermoso, sentirme artillero y haberme recibido luchando por mi patria, hacia que fuera todo mas especial, pero lo importante, era e iba a ser por todo el resto de mi vida, artillero.
Fueron días muy extensos, casi no había descanso, las piezas tiraban día y noche sobrecargando la cadencia de tiro recomendada para el obús Oto Melara, eso hacía que llegado el 13 de junio, empezaran a quedar algunas piezas fuera de servicio, se agotaba el material.
En la bruma de los horarios recuerdo que en un momento, hubo una falsa orden de repliegue, en ese fallido, cuando estábamos reunidos una bomba enemiga cayó cerca de la reunión y hubo heridos, el cabo Aguirre y el soldado Hernandorena, pero en ese momento recibimos la orden de que debíamos volver a las piezas inmediatamente, cosa que hicimos, y seguimos tirando, y nos seguían tirando permanentemente, fue en esos momentos, que se agigantó la figura de un cabo fuera de lo común, el cabo Quiroga, fue el comienzo de un comportamiento extraordinario de alguien que fue más allá de su función, nos daba fuerza, verlo venir con los cilindros de mate cocido con lec
he endulzado en medio del bombardeo enemigo para darnos, a nosotros los de las piezas, ese liquido caliente que nos daba fuerzas.
En la vorágine del combate, varias veces nos metimos en los refugios más cercanos a las piezas que estaban en funcionamiento.
Cuando salimos del refugio, y fuimos a buscar la pieza que quedaba en pié, éramos el negro Moyano y yo de la sexta pieza, cuando nos acercamos a esa pieza el negro me dijo: - Walter, andáte, yo me quedo, vos salváte.
Yo le dije que no, que nos quedábamos los dos, si estuvimos en la guerra juntos, o nos salvábamos los dos o moríamos juntos, pero nunca lo iba a dejar solo, así que fuimos a esa pieza, donde se contaban sólo 20 hombres más nosotros.
Tuvimos la suerte, Dios mediante, que esa pieza estaba comandada por alguien que me enseñó todo lo que sabía sobre la guerra, era y es, el tipo que me dio el ejemplo que aún hoy me sirve para manejarme en la vida, me enseñó, de lealtad, de patriotismo, de eso que dijo Jesús alguna vez “no hay sacrificio más grande que dar la vida por un amigo”
Ese señor, a mi criterio, un grande, un señor que debería tener el pecho lleno de medallas, fue, es y va a ser por siempre mi jefe, era el subteniente Gabino Suarez.
Eramos solo 22, y en un minuto el subteniente Suarez organizó la resistencia, uno a apuntar otros a cargar municiones, otros a prepararlas y cada uno de nosotros con una función específica.
Me es muy difícil recordar esos momentos y no emocionarme, porque nunca fui testigo de tanta valentía, tanta decisión, de decir, ¡por acá no pasaran!, aún hoy lo recuerdo al subteniente Suarez a los gritos al lado del cañón dándonos fuerzas, con su ejemplo, mientras nosotros hacíamos lo que debíamos hacer.
En mi caso, en un momento iba a traer municiones del montón que estaba a un costado de la posición, cerca del camino, cuando llegábamos a la pieza, en medio del bombardeo inglés, que nos tiraban con todo lo que tenían, teníamos un hacha con el que abríamos los cajones y los tubos en donde venían los proyectiles, de última, los cajones los tirábamos contra una piedra y se despedazaban, también cuando algunos seguían trayendo munición, yo cargaba el obús, todos hacíamos de todo, y todo esto en medio del bombardeo inglés.
Una de las cosas que mas orgullo me da, es que durante todo este período nadie se protegió en los refugios, seguíamos trayendo, preparando y cargando la pieza, en esos momentos el enemigo estaba muy cerca, mas o menos a 600 metros, por lo cual a las vainas debíamos sacarles seis de los siete sacos de pólvora para poder hacer puntería directa sobre las tropas enemigas, lo recuerdo al soldado Maidana trabajando sobre las espoletas de tiempo, a las órdenes de los suboficiales, estos proyectiles son los que hicieron un daño terrible a los británicos, y nosotros veíamos que hacíamos daño.
No tengo ni idea si pasaron horas o minutos, pero fue muy intenso, era todo un movimiento, coordinado por el subteniente Suarez. recuerdo con mucho respeto al cabo 1º Dattoli, otro grande, dándonos fuerzas y cuidando a cada uno de los soldados.
Había mucha actividad en esos metros cuadrados de la pieza, era una locura, teníamos que patear las vainas servidas para no chocarnos con ellas, ya que eran tantas que casi no había lugar para moverse, el ruido que hacia nuestro obús era hueco, y no había una explosión fuerte, pero cada uno de los proyectiles tenía un gran poder de destrucción, además iba con toda la bronca y las ganas de que no pasen, estábamos dispuestos a dejar la vida, pensando que no pasarían si quedaba uno de nosotros vivo y tuviera algo para tirar.
A medida que tirábamos, y las municiones iban mermando, sabíamos que el final se acercaba, pero nunca nos iríamos mientras nos quedara algo para tirar. Sabíamos inconscientemente que era inútil, estaba perdiéndose la batalla, ya que con solamente mirar al frente veíamos que nos superaban por mucho en la cantidad de personal.
Hay cosas que uno entiende con el tiempo, (o no le encuentra explicación), que era lo que hacía que estos 22 locos estuvieran en ese momento y en ese lugar combatiendo, en inferioridad absoluta, tirando, y con la convicción de no irse pasara lo que pasara, los detalles se van perdiendo con el tiempo, pero las sensaciones son las mismas, el olor a pólvora, los ruidos, los silencios momentáneos, muchas cosas que pasaron en esos momentos se asocian hoy con los olores, y cuando recuerdo esos momentos se viene a mi mente el olor a la pólvora cuando tirábamos.
Sólo el que estuvo en ese lugar en esos momentos sabe cuán hombres eran todos, no se puede entender de otra manera, que un tipo como el petiso Heredia, que creo que pesaba menos que una caja de municiones, pudiera traerla, corriendo desde el lugar en donde estaban hasta la pieza, o ver a salas, abriendo las cajas contra las piedras, sin importarle que pasara, sólo pensábamos en tirarle y hacerlos mierda.
Después de 24 años alguien me dijo que lo que hicimos esas últimas horas salvo a miles de hermanos de la muerte.
Y llego el último proyectil, que no fue lanzado, porque por esperar unos minutos quedo trabado en el tubo del obús, y supimos, con tristeza y dolor, que eso era lo último que podíamos hacer. habíamos agotado las municiones.
Aún hoy recuerdo la cara de mis hermanos, la resignación y la bronca nos llenaba el corazón de argentinos bien nacidos, y alguien dijo: - bueno, hicimos todo, ¡repleguemos!
Esos 200 metros que había entre la pieza y el puesto comando fueron un infierno. Nos tiraron con todo, ninguno de nosotros pensábamos que saldríamos con vida de ese repliegue. pero salimos. En un momento quedamos cuerpo a tierra cara a cara con el negro Moyano, y después de mucho tiempo, nos reímos, y él me dijo algo así como: - “la puta, no nos vamos a morir ahora, ¿no? tenemos que ir a comer pizza a mi casa”
También en esos momentos se escuchaban los gritos de los jefes, nos guiaron de a poco hasta el puesto comando, cuando llegamos ahí, el cabo 1º Dattoli contó a todos y faltaba uno. El loco, volvió al refugio a ver si estaba, esto en medio de un terrible bombardeo. Pero el soldado, que no recuerdo quien era, estaba con nosotros. Volvió con la bandera del grupo con él. Hoy esa bandera está en el museo del grupo de artillería, hoy el cabo 1º Dattoli está sin ser reconocido.
Y tomamos la decisión de volver al pueblo.
Los metros que recorrimos hasta el pueblo me sirvieron para entender que lo que habíamos hecho era inolvidable, y cuando miraba a mis jefes, los subtenientes Suarez y Pucheta, el sargento Squaglia, el cabo 1º Dattoli, el cabo Sánchez, esos que alguna vez puteé con ganas, eran unos gigantes, que jamás serían vencidos, porque nos dieron la mejor instrucción que un militar de carrera le podía dar a un conscripto, eso nos salvó, además estuvimos juntos hasta lo último, y eso no tiene precio, ese hecho nos hermanó para siempre, hoy están en mi mente, las lágrimas de muchos de ellos, la desazón de todos, el cansancio.
El camino hacia el pueblo era una total desolación, nadie por ningún lado, el silencio era absoluto, se escuchaban los pasos nuestros al golpear los borceguíes en el asfalto mojado, sólo se veía humo en algunos lados, (luego me entere de que no fue así lo del silencio, ya que ellos destruyeron el lugar en donde estuvo el GA4 totalmente, así que el silencio solo es una sensación que yo tuve).
Además de los suboficiales y oficiales, estábamos los conscriptos, mis hermanos de la clase 62 y 63, con algunos de ellos compartimos desde la incorporación en el distrito militar la plata hasta ese momento, con otros fueron los días de la guerra, pero ese camino recorrido fue algo que nos amalgamaría para siempre, ellos son distintos, son especiales, me doy cuenta cuando nos vemos en la actualidad, como dice Saint Exupery: “Sólo se ve con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”, por eso la unión entre nosotros es invisible a los ojos, está en nuestros corazones. para mí fue un gran honor haber combatido junto a ellos. me siento honrado de haber formado parte de ese grupo. Fue un honor.
Al llegar a la parte céntrica del pueblo, estaba el teniente coronel Quevedo parado sobre una pequeña altura de tierra mirando hacia el lado desde donde veníamos, solo nos vio cuando estábamos casi en frente de él, según su cara se sorprendió enormemente, el subteniente Suarez se abrazó a él y hablaron un rato.
Luego vino todo lo que nosotros sabemos, la vuelta a casa. Y el silencio durante muchos años.
Nunca terminaré de agradecer a todos y cada uno de los integrantes del Grupo de Artillería Aerotransportado 4, por haberme permitido luchar junto a ellos.
Agradezco muy especialmente a mi querido jefe, Juan Gabino Suarez y a todos los que de una manera u otra me dieron una instrucción excelente.
Señores, ¡fue un gran honor!
¡VIVA LA PATRIA!
“Combatimos con Honor y Volveremos"
Oscar Walter Rubies
G.A. Aerot 4 - Bateria de Tiro “C” - 5º Pieza.
Fuente: HECHOS DE MALVINAS - Editado por Hernán Favier
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